Sorge, el espía que salvó a la URSS
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Barbarroja
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En el cementerio número 17 de Tamarén, en Tokio, hay una tumba de mármol, en la que se puede leer en alemán, ruso y japonés: "Al héroe de la URSS, Richard Sorge , 1895-1944". Para su desgracia, no fue el mismo Richard Sorge quien ordenase que sus restos mortales descansasen en aquella tumba y bajo tal inscripción, pero puede darse por descontado que el lugar, la inscripción y los idiomas le hubieran agradado mucho. En esa losa están comprendidos los tres grandes amores de Sorge: Alemania, Rusia y Oriente. Richard Sorge nació en el sur de Rusia por casualidad. Cuando su padre, el ingeniero Werner Sorge, firmó un contrato con una compañía petrolífera rusa no pensaba que en el Cáucaso iba a encontrar a una muchacha a la que haría su esposa. Un año después nacía Richard y sólo dos meses más tarde concluía el contrato y la familia Sorge regresaba a Alemania. Esta circunstancia familiar tendrá mucho que ver en la vida de Sorge, como sin duda influirá la tradición política y humanista de la familia y que su abuelo, Adolf Sorge, hubiera sido amigo y colaborador de Karl Marx, además de su secretario en la Primera Internacional. Richard Sorge estudió Ciencias Políticas en la Universidad de Berlín y nada más terminar su licenciatura inició viajes y estudios de idiomas orientales. Al iniciarse la I Guerra Mundial Sorge se alistó voluntario y fruto de su arrojo en los combates fueron dos heridas, el ascenso a teniente y las condecoraciones de héroe del imperio alemán.
Al concluir la guerra, Sorge se doctora en Ciencias Políticas y se afilia al partido comunista alemán, tomando parte en las luchas clandestinas de la república de Weimar. Sorge conoce la doctrina nazi y, poco después, es llamado por Moscú para activar el naciente comunismo chino. Hasta este momento, la vida de Sorge evoluciona dentro de los esquemas familiares. Físicamente es alemán: alto, robusto, rubio y de ojos azules. Un ario puro, intelectualmente hereda el vigor y el rigor de su abuelo y de su padre, así como la inclinación hacia el comunismo. Sentimentalmente, sin embargo, se parece a su madre. Añora Asia y conoce perfectamente el chino de Shanghai y el japonés; es cariñoso, sentimental y extrovertido. Esta mezcla haría de él un hombre brillante, distinguido y eficaz, cuya amistad era apreciada por todos los que le trataban. Entre el sexo femenino tenía fama de irresistible, de juerguista y de alegre. Estas propiedades las exploraría hasta la saciedad en lo que sería la gran misión de su vida: el espionaje para la URSS. Y, ya dentro de este papel, puede decirse que si Sorge está entre los tres o cuatro espías más prestigiosos del siglo XX, es bien seguro que ostenta el primer puesto en cuanto a simpatía y atractivo humano. Sorge llega a China en la época en que Mao realiza su "gran marcha", perseguido por los republicanos nacionalistas del Kuomintang. Ser comunista, pues, tenía cierto peligro y, sobre todo, era especialmente arriesgado trabajar para Moscú, cuyas relaciones con Pekín eran muy tensas.
Sorge, más que a reavivar los rescoldos del comunismo, se dedicará al espionaje en dos vertientes: una de tipo político-militar, mediante la cual podría Moscú ayudar a Mao contra Chiang Kai-Chek ; otra, fundamentalmente estratégica, por la que Moscú se prevenía contra un posible imperialismo expansionista de una China fuerte y unida, y contra Japón, cuyas ambiciones continentales no se ocultaban a la URSS. En China, Sorge fundó una red de espionaje, basada en una docena de colaboradores (chinos, japoneses, norteamericanos y alemanes), cuyos tentáculos fueron alargándose y ramificándose hasta controlar los centros neurálgicos de China, Japón, Manchuria, Australia y Nueva Zelanda. En tres años de actividad, buena parte de Asia Oriental y de Oceanía había dejado de tener secretos para Sorge y, en consecuencia, para el Kremlin. En 1933, Stalin ordenó a su espía que se trasladase a Moscú. Richard acató la orden, pero antes se pasaría por Alemania. El cambio operado por Hitler , recién llegado al poder, pasmó a Sorge. Bien sabía él que el nazismo había logrado el poder y que el cambio operado era grande, pero también conocía a Hitler y su doctrina y desconfiaba profundamente de que lograsen frutos positivos. Sorge abandonó una Alemania hundida por las crisis laborales, el hambre, el paro y las luchas políticas. Sorge había dejado un país desesperado y sin confianza alguna en su porvenir. Tres años después se habían terminado los desórdenes, había trabajo en abundancia, el tren de vida era muy superior a los mejores días de Weimar.
Pudo comprobar, también, que era muy abundante la policía, que la prensa era censurada, que los judíos eran perseguidos... Sin embargo, Sorge se alegró por Alemania. Los comunistas aún no eran perseguidos abiertamente y, aparentemente, las relaciones con la URSS eran óptimas. Sorge se presentó en Alemania tal como le esperaban sus amigos. Un periodista bohemio, acomodado y enamorado de Asia. Nadie sospechó en un doble juego. En sus días de estancia en Berlín, el fino olfato de Sorge pudo apreciar con nitidez que Hitler y Stalin chocarían irremisiblemente y se dispuso a jugar su baza en favor de su ideología política. Sorge se afilió al nacionalsocialismo y con esta etiqueta le costó poco trabajo lograr la corresponsalía del prestigioso diario Frankfurter Zeitung en Tokio. Después, Richard Sorge visitó Moscú y recibió la misión de trasladarse a Tokio en misión de espionaje. La guerra chino-japonesa que se vislumbraba no auguraba buenos presagios para la URSS, que comenzó a verse seriamente amenazada en su fachada asiática. Para evitar suspicacias en Berlín, Sorge prosiguió su viaje a USA y Canadá... seguía en su papel de trotamundos curioso. En 1935 llegó a Tokio con un carnet del partido nazi de numeración lo suficientemente baja para ser considerado influyente. Fue bien recibido en la embajada alemana, que se ocupó de introducirlo en los ambientes japoneses influyentes. Sorge colaboró en Tokio con otros espías de la URSS, que con el tiempo se convirtieron en simples enlaces suyos, y con sus antiguos agentes en China, que ahora ocupaban puestos interesantes en los gabinetes militaristas del Gobierno japonés.
Su principal logro fue la amistad con un coronel relegado por Berlín, Egen Ott. Tal militar era de muy escasa utilidad a Sorge en su regimiento artillero de Nagoya, pero tuvo la fortuna de que Ott fuera nombrado embajador en Tokio. Así, Sorge incrementó su influencia y logró el nombramiento de agregado de prensa de la embajada alemana en 1939. Ya para entonces había proporcionado importantes informaciones a Moscú, la más relevante de todas fue la fecha del ataque japonés a China, el 7 de julio de 1937. Pero los servicios auténticamente sensacionales comenzaron a partir de 1940. La primera fue avisar a la URSS de los proyectos de invasión de la Wehrmacht a la URSS. Sorge señalaba con bastante aproximación los efectivos alemanes y sólo se equivocó en dos días al concretar que el ataque tendría lugar el 20 de junio de 1941. Pronto supieron los rusos la magnitud de sus errores en dos momentos cruciales: haberse dejado engañar por Alemania respecto al mariscal Tujachevski, y no acelerar los preparativos defensivos cuando desde varios puntos se les comunicaba la inminencia de un ataque alemán. Cuando las divisiones de Hitler arrollaron a las tropas soviéticas, Stalin comenzó a tener una preocupación acuciante, además de la detener a los alemanes: ¿qué hará el Japón? Las informaciones de Sorge son valiosísimas. En agosto de 1941 llega a Moscú información precisa sobre las reservas en armas, municiones y combustible del Japón.
Moscú necesitaba más y apremiaba a Sorge : ¿atacará él ejército nipón a la URSS en Siberia Oriental?. Ese era el deseo de Berlín y Roma y la opinión mundial coincidía con ellos, añadiendo que las divisiones siberianas de Stalin serían arrolladas, como lo fueron las divisiones europeas. Sorge no puede responder inmediatamente. Sin embargo, a finales de 1941 comunica que Tokio proyecta un ataque hacia el sureste asiático. Stalin retira algunas divisiones siberianas que ayudan a contener el ataque alemán hacia Moscú. En el verano de 1942, en plena segunda ofensiva alemana, Sorge precisa: Japón atacará hacia Tailandia, Malaya y la India. Necesita un mínimo de 300.000 hombres y sólo tiene en filas un tercio de esa cantidad. Stalin se tranquiliza casi totalmente y dispone que el 50 por ciento de las fuerzas siberianas están listas para trasladarse a los frentes occidentales. El 15 de octubre de 1942, Sorge transmitía la información definitiva: Tojo ha decidido, de forma irrevocable, concentrar su esfuerzo bélico en el sur. Era el salvavidas para Stalin. El VI Ejército, mandado por von Paulus , estaba dentro de Stalingrado . Una nueva derrota soviética abriría las puertas del Cáucaso y de los Urales a la Wehrmacht. Las tropas siberianas cambiaron la situación y, tras duros combates, el 2 de febrero de 1943, se rendía von Paulus en las ruinas de Stalingrado.
Era el comienzo del fin para el III Reich. Sin embargo, los días de Sorge estaban contados. El lo intuyó y quiso pedir a Moscú su traslado a otro escenario. Sus amigos le disuadieron. Días después era detenido por la Kempitei-Tai, que había apresado a uno de sus enlaces poco tiempo antes. La embajada alemana no podía dar crédito a la noticia, pero la Abwehr descubrió por aquella época las actividades secretas de Sorge en China y comunicó el hecho al jefe de la Gestapo en Tokio, Joseph Meisinger, otro de los amigos de Sorge. Meisinger y Ott, pese a que seguían apreciando a Sorge, decidieron entregar el informe a la Kempitei-Tai, calculando que ellos mismos podrían ser acusados de espionaje. Sorge estaba perdido. En el juicio instruido contra él no se disculpó en ningún momento, aunque manifestó que no se había valido del robo o el engaño para conseguir sus informaciones. Simplemente se había pedido su colaboración en la embajada alemana y él pudo ver allí las informaciones que interesaban a Moscú. Fue condenado a muerte en la horca. La sentencia habría de cumplirse el 7 de noviembre de 1944. Stalin , que había manifestado tras la batalla de Stalingrado que Sorge había salvado a la URSS, intentó negociar su canje con el gobierno de Tokio. Los últimos días de Sorge, por esta causa, están llenos de intrigas y muchos han elucubrado con la posibilidad de ese canje. No hubo tal. Sorge fue ajusticiado en la horca el 7 de noviembre de 1944, junto con su lugarteniente Ozaki Hozumi. De Richard Sorge sólo queda, pues, una fantástica historia de espionaje y una tumba como símbolo, en cuya lápida está escrito en alemán, ruso y japonés: "Al héroe de la Unión Soviética, Richard Sorge. 1895-1944".
Al concluir la guerra, Sorge se doctora en Ciencias Políticas y se afilia al partido comunista alemán, tomando parte en las luchas clandestinas de la república de Weimar. Sorge conoce la doctrina nazi y, poco después, es llamado por Moscú para activar el naciente comunismo chino. Hasta este momento, la vida de Sorge evoluciona dentro de los esquemas familiares. Físicamente es alemán: alto, robusto, rubio y de ojos azules. Un ario puro, intelectualmente hereda el vigor y el rigor de su abuelo y de su padre, así como la inclinación hacia el comunismo. Sentimentalmente, sin embargo, se parece a su madre. Añora Asia y conoce perfectamente el chino de Shanghai y el japonés; es cariñoso, sentimental y extrovertido. Esta mezcla haría de él un hombre brillante, distinguido y eficaz, cuya amistad era apreciada por todos los que le trataban. Entre el sexo femenino tenía fama de irresistible, de juerguista y de alegre. Estas propiedades las exploraría hasta la saciedad en lo que sería la gran misión de su vida: el espionaje para la URSS. Y, ya dentro de este papel, puede decirse que si Sorge está entre los tres o cuatro espías más prestigiosos del siglo XX, es bien seguro que ostenta el primer puesto en cuanto a simpatía y atractivo humano. Sorge llega a China en la época en que Mao realiza su "gran marcha", perseguido por los republicanos nacionalistas del Kuomintang. Ser comunista, pues, tenía cierto peligro y, sobre todo, era especialmente arriesgado trabajar para Moscú, cuyas relaciones con Pekín eran muy tensas.
Sorge, más que a reavivar los rescoldos del comunismo, se dedicará al espionaje en dos vertientes: una de tipo político-militar, mediante la cual podría Moscú ayudar a Mao contra Chiang Kai-Chek ; otra, fundamentalmente estratégica, por la que Moscú se prevenía contra un posible imperialismo expansionista de una China fuerte y unida, y contra Japón, cuyas ambiciones continentales no se ocultaban a la URSS. En China, Sorge fundó una red de espionaje, basada en una docena de colaboradores (chinos, japoneses, norteamericanos y alemanes), cuyos tentáculos fueron alargándose y ramificándose hasta controlar los centros neurálgicos de China, Japón, Manchuria, Australia y Nueva Zelanda. En tres años de actividad, buena parte de Asia Oriental y de Oceanía había dejado de tener secretos para Sorge y, en consecuencia, para el Kremlin. En 1933, Stalin ordenó a su espía que se trasladase a Moscú. Richard acató la orden, pero antes se pasaría por Alemania. El cambio operado por Hitler , recién llegado al poder, pasmó a Sorge. Bien sabía él que el nazismo había logrado el poder y que el cambio operado era grande, pero también conocía a Hitler y su doctrina y desconfiaba profundamente de que lograsen frutos positivos. Sorge abandonó una Alemania hundida por las crisis laborales, el hambre, el paro y las luchas políticas. Sorge había dejado un país desesperado y sin confianza alguna en su porvenir. Tres años después se habían terminado los desórdenes, había trabajo en abundancia, el tren de vida era muy superior a los mejores días de Weimar.
Pudo comprobar, también, que era muy abundante la policía, que la prensa era censurada, que los judíos eran perseguidos... Sin embargo, Sorge se alegró por Alemania. Los comunistas aún no eran perseguidos abiertamente y, aparentemente, las relaciones con la URSS eran óptimas. Sorge se presentó en Alemania tal como le esperaban sus amigos. Un periodista bohemio, acomodado y enamorado de Asia. Nadie sospechó en un doble juego. En sus días de estancia en Berlín, el fino olfato de Sorge pudo apreciar con nitidez que Hitler y Stalin chocarían irremisiblemente y se dispuso a jugar su baza en favor de su ideología política. Sorge se afilió al nacionalsocialismo y con esta etiqueta le costó poco trabajo lograr la corresponsalía del prestigioso diario Frankfurter Zeitung en Tokio. Después, Richard Sorge visitó Moscú y recibió la misión de trasladarse a Tokio en misión de espionaje. La guerra chino-japonesa que se vislumbraba no auguraba buenos presagios para la URSS, que comenzó a verse seriamente amenazada en su fachada asiática. Para evitar suspicacias en Berlín, Sorge prosiguió su viaje a USA y Canadá... seguía en su papel de trotamundos curioso. En 1935 llegó a Tokio con un carnet del partido nazi de numeración lo suficientemente baja para ser considerado influyente. Fue bien recibido en la embajada alemana, que se ocupó de introducirlo en los ambientes japoneses influyentes. Sorge colaboró en Tokio con otros espías de la URSS, que con el tiempo se convirtieron en simples enlaces suyos, y con sus antiguos agentes en China, que ahora ocupaban puestos interesantes en los gabinetes militaristas del Gobierno japonés.
Su principal logro fue la amistad con un coronel relegado por Berlín, Egen Ott. Tal militar era de muy escasa utilidad a Sorge en su regimiento artillero de Nagoya, pero tuvo la fortuna de que Ott fuera nombrado embajador en Tokio. Así, Sorge incrementó su influencia y logró el nombramiento de agregado de prensa de la embajada alemana en 1939. Ya para entonces había proporcionado importantes informaciones a Moscú, la más relevante de todas fue la fecha del ataque japonés a China, el 7 de julio de 1937. Pero los servicios auténticamente sensacionales comenzaron a partir de 1940. La primera fue avisar a la URSS de los proyectos de invasión de la Wehrmacht a la URSS. Sorge señalaba con bastante aproximación los efectivos alemanes y sólo se equivocó en dos días al concretar que el ataque tendría lugar el 20 de junio de 1941. Pronto supieron los rusos la magnitud de sus errores en dos momentos cruciales: haberse dejado engañar por Alemania respecto al mariscal Tujachevski, y no acelerar los preparativos defensivos cuando desde varios puntos se les comunicaba la inminencia de un ataque alemán. Cuando las divisiones de Hitler arrollaron a las tropas soviéticas, Stalin comenzó a tener una preocupación acuciante, además de la detener a los alemanes: ¿qué hará el Japón? Las informaciones de Sorge son valiosísimas. En agosto de 1941 llega a Moscú información precisa sobre las reservas en armas, municiones y combustible del Japón.
Moscú necesitaba más y apremiaba a Sorge : ¿atacará él ejército nipón a la URSS en Siberia Oriental?. Ese era el deseo de Berlín y Roma y la opinión mundial coincidía con ellos, añadiendo que las divisiones siberianas de Stalin serían arrolladas, como lo fueron las divisiones europeas. Sorge no puede responder inmediatamente. Sin embargo, a finales de 1941 comunica que Tokio proyecta un ataque hacia el sureste asiático. Stalin retira algunas divisiones siberianas que ayudan a contener el ataque alemán hacia Moscú. En el verano de 1942, en plena segunda ofensiva alemana, Sorge precisa: Japón atacará hacia Tailandia, Malaya y la India. Necesita un mínimo de 300.000 hombres y sólo tiene en filas un tercio de esa cantidad. Stalin se tranquiliza casi totalmente y dispone que el 50 por ciento de las fuerzas siberianas están listas para trasladarse a los frentes occidentales. El 15 de octubre de 1942, Sorge transmitía la información definitiva: Tojo ha decidido, de forma irrevocable, concentrar su esfuerzo bélico en el sur. Era el salvavidas para Stalin. El VI Ejército, mandado por von Paulus , estaba dentro de Stalingrado . Una nueva derrota soviética abriría las puertas del Cáucaso y de los Urales a la Wehrmacht. Las tropas siberianas cambiaron la situación y, tras duros combates, el 2 de febrero de 1943, se rendía von Paulus en las ruinas de Stalingrado.
Era el comienzo del fin para el III Reich. Sin embargo, los días de Sorge estaban contados. El lo intuyó y quiso pedir a Moscú su traslado a otro escenario. Sus amigos le disuadieron. Días después era detenido por la Kempitei-Tai, que había apresado a uno de sus enlaces poco tiempo antes. La embajada alemana no podía dar crédito a la noticia, pero la Abwehr descubrió por aquella época las actividades secretas de Sorge en China y comunicó el hecho al jefe de la Gestapo en Tokio, Joseph Meisinger, otro de los amigos de Sorge. Meisinger y Ott, pese a que seguían apreciando a Sorge, decidieron entregar el informe a la Kempitei-Tai, calculando que ellos mismos podrían ser acusados de espionaje. Sorge estaba perdido. En el juicio instruido contra él no se disculpó en ningún momento, aunque manifestó que no se había valido del robo o el engaño para conseguir sus informaciones. Simplemente se había pedido su colaboración en la embajada alemana y él pudo ver allí las informaciones que interesaban a Moscú. Fue condenado a muerte en la horca. La sentencia habría de cumplirse el 7 de noviembre de 1944. Stalin , que había manifestado tras la batalla de Stalingrado que Sorge había salvado a la URSS, intentó negociar su canje con el gobierno de Tokio. Los últimos días de Sorge, por esta causa, están llenos de intrigas y muchos han elucubrado con la posibilidad de ese canje. No hubo tal. Sorge fue ajusticiado en la horca el 7 de noviembre de 1944, junto con su lugarteniente Ozaki Hozumi. De Richard Sorge sólo queda, pues, una fantástica historia de espionaje y una tumba como símbolo, en cuya lápida está escrito en alemán, ruso y japonés: "Al héroe de la Unión Soviética, Richard Sorge. 1895-1944".