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Datos principales


Desarrollo


SESION NOVENA Trátase de los bandos o parcialidades contrarias en el Perú entre europeos y criollos; su causa, el escándalo que ocasionan generalmente en todas las ciudades y poblaciones grandes, y la poca sujeción y respeto con que, unos y otros, miran la justicia para contenerse 1. No dejará de parecer cosa impropia, por más que ya se hayan visto de ello varios ejemplares, que entre gentes de una misma nación y de una misma religión, y aun de una misma sangre, haya tanta contrariedad y encono como la que se deja percibir en el Perú, donde las ciudades y poblaciones grandes son un teatro de discordia y de continua oposición entre españoles y criollos. De aquí nacen los repetidos alborotos que se experimentan, porque el odio, recíprocamente concebido por cada partido en oposición del contrario, se fomenta cada vez más, y no pierde ocasión de las que se le pueden ofrecer, para respirar la venganza y hacer manifestación de la desunión o contrariedad que está aposesionada de sus ánimos. 2. Basta ser europeo (o chapetón, como se dice en el Perú) para declararse inmediatamente contrario a los criollos, y es suficiente el haber nacido en las Indias, para aborrecer a los europeos; cuya contrariedad se levanta a tan alto grado que, en alguna manera, puede exceder a la desenfrenada rabia con que se vituperan y ultrajan dos naciones totalmente encontradas, porque si en éstas suele haber algún término, entre los españoles del Perú no se encuentra, y en vez de disiparse con la mayor comunicación, con el lance del parentesco, o con otros motivos propios a conciliar la unión y la amistad, sucede al contrario: que cada vez crece más la discordia y es mayor la ojeriza, y antes bien, a proporción del más trato, cobra alientos mayores la llama de la disensión, y recuperando los ánimos el fervor perdido con los asuntos que se promueven, toma más vigor este fuego.

3. En todo el Perú es una enfermedad general que padecen aquellas ciudades y poblaciones la de estas dos parcialidades, si bien se advierte entre ellas alguna pequeña diferencia, por ser en unas mucho mayor el escándalo que en otras. No se libertan de padecer este achaque las primeras cabezas de los pueblos, las dignidades más respetables, ni las religiones más cultas, políticas y sabias; las poblaciones son el teatro público de los dos partidos opuestos; los senados o cabildos en donde desfoga su ponzoña la más irreconciliable enemistad, las comunidades donde continuamente se ven inflamaos los ánimos con la violenta llama del odio; las casas particulares, donde la ocasión del parentesco llega a hacer enlace de europeos y criollos, no son menos depósitos de ira y de contrariedad. De modo que, bien considerado, esto deja de ser purgatorio de los ánimos y pasa a ser infierno de sus individuos, apartando de ellos enteramente la tranquilidad y teniéndolos en un continuo desasosiego con la batalla que suscitan las varias especies de discordia que sirven de alimento al fuego del aborrecimiento. 4. Las ciudades y poblaciones donde sobresalen más los escándalos de estas parcialidades son las de la serranía, lo cual, sin duda, nace del menor comercio de forasteros que hay en ellas. Porque en las ciudades de valles, donde es éste mayor y continuo, aunque en lo interior no dejen de padecer los habitadores de ellas alguna displicencia unos con otros, no lo hacen tan pública como en aquéllas, donde no se puede divertir, con otros asuntos, el de la parcialidad.

5. Estas contrariedades, tan comunes allí y tan acérrimas que desde los principios que uno llega a aquellas partes las conoce, y a poco tiempo pasa a ser comprendido en ellas, precisamente han de haber tenido algún principio que les sirviese de causa, y deben alimentarse ínterin que no cesa aquél. Así debemos explicarlo en el discurso de esta sesión, porque sin aclararlo, jamás se podría hacer un legítimo concepto de ello, ni aplicar el remedio a mal que tanto lo necesita. 6. Aunque las parcialidades de europeos y criollos pueden reconocer por principios varias causas, parece que las esenciales deben ser dos, que son: la demasiada vanidad, presunción y soberanía que reina en los criollos, y el mísero y desdichado estado en que llegan regularmente los europeos. Cuando pasan de España a aquellas partes, éstos mejoran de fortuna con la ayuda de otros parientes o amigos, y a expensas de su trabajo y aplicación, con lo cual, dentro de pocos años están en aptitud de recibir por mujer a la más elevada en calidad de toda la ciudad; pero como no se borra de la memoria el infeliz estado en que le conocieron, a la primera ocasión de algún disgusto entre él y los parientes, sacan al público todas las faltas, sin la más leve reflexión, y quedan enardecidos los ánimos para siempre. Los demás europeos se inclinan al partido del europeo ofendido, los criollos al de los que también se tienen por tales, y con esto es bastante para renovar en la memoria aquellas simientes que se sembraron en los ánimos desde muy antiguo.

7. Es de suponer que la vanidad de los criollos, y su presunción en punto de calidad, se encumbra a tanto que cabilan continuamente en la disposición y orden de sus genealogías, de modo que no tengan que envidiar en nobleza y antigüedad a la de las primeras casas de España. Y como están embelesados de continuo en este punto, se hace asunto de la primera conversación con los forasteros recién llegados, para instruirlos en la nobleza de la casa de cada uno; pero bien especulizada, sin pasión, a cortos pasos que se den, se encuentran tales tropiezos, que es rara la familia donde falte mezcla de sangre y otros obstáculos no menores. Lo más célebre de este caso viene a ser que ellos mismos se hacen pregoneros de sus faltas recíprocamente, porque sin necesidad de indagar nada, al paso que cada uno procura dar a entender y hacer informe de su prosapia pintando la esclarecida nobleza de su familia, para distinguirla de las demás que hay en la misma ciudad y que no se equivoque con aquéllas, saca a luz todas las flaquezas de las otras, y borrones o tachas que oscurecen su pureza, de modo que todo sale a luz. Repitiéndose esto, del mismo modo, por todas las otras familias contra aquéllas, en breve tiempo es sabidor cualquiera de todo el estado de aquellas familias, aun cuando menos lo pretende indagar. Y como los mismos europeos que toman por mujeres a aquellas señoras de la primera jerarquía, no ignoran las intercadencias que padecen sus familias, tienen despique, cuando se les sonroja por los propios parientes con su anterior pobreza y estado de infelicidad, de darles en rostro con los defectos de la ponderada calidad que tanto blasonan.

Y esto suministra bastante materia entre unos y otros para que nunca se pueda hacer olvidadizo el sentimiento de los vituperios que recibe del contrario partido. 8. Esta misma vanidad de los criollos, que con particularidad se nota en las ciudades de la sierra por tener menos ocasión de tratar con gentes forasteras extra de aquellas que se establecen en cada población, los aparta del trabajo y de ocuparse del comercio, único ejercicio que hay en las Indias capaz de mantener los caudales sin descrecimiento, y los introduce en los vicios que son connaturales a una vida licenciosa y floja. Por esta carrera dan fin en poco tiempo de lo mucho que sus padres les dejan, perdiendo los caudales y menoscabando las fincas, y los europeos, valiéndose de tan buena proporción como lo es la del descuido de los criollos, la aprovechan y hacen caudal, porque dedicándose al comercio consiguen en poco tiempo ponerse en un buen pie, y acreditados y fuera de la primera miseria en que llegaron son solicitados para los primeros casamientos, porque las criollas, reconociendo el desastre de los de su misma patria, hacen más estimación de aquéllos y los prefieren para casarse. 9. Esta mayor aceptación que merecen, por la causa dicha, los europeos a las criollas; el ser dueños de los caudales más floridos, como que su aplicación y economía las abre medios para adquirirlos y conservarlos, y el tener a su favor la confianza y estimación de los gobernadores y ministros, porque por sus acciones y conducta se hacen acreedores a ello, no son pequeños motivos para incitar la envidia de los criollos.

Y así se lastiman éstos de que los europeos van descalzos a sus tierras y, después que consiguen en ella más fortuna que las que sus padres y países les dieron, se hacen dueños absolutos de ellas. Todo se verifica así porque, después que se casan, entran a ser regidores, e inmediatamente obtienen los empleos de alcaldes ordinarios, de modo que, en el discurso de diez u once años, se halla gobernando una ciudad de aquéllas, y hecho señor de los aplausos y de las primeras estimaciones un hombre que antes pregonaba por las calles, con un atadillo, las menudas mercancías y bujerías que otro le dio fiadas para que empezase a trabajar. Pero la culpa de esto está en los mismos criollos, porque si se dedicasen al comercio grueso cuando poseen caudales para ello, no los menoscabaran, como sucede, en tiempo tan corto como el que gasta el europeo en criar el suyo; si se separaran de los vicios y mantuvieran sus mujeres propias con honra y estimación, no darían lugar a que las de su país mismo les manifestaran tanto despego y aborrecimiento, y si vivieran arreglados a unas costumbres y modales buenos, siempre tendrían a su favor el aplauso y estimación que se arrastran a sí los forasteros. Pero como nada de esto se acomoda a sus genios, queda siempre la raíz de la envidia para introducir tales sentimientos en sus ánimos inconsiderablemente, sin reflexionar que son ellos mismos los que dan a los europeos toda la estimación, autoridad y convenencias que disfrutan.

10. Desde que los hijos de los europeos nacen y tienen las luces, aunque endebles, de la razón, o desde que la racionalidad empieza a correr los velos de la inocencia, tiene principio en ellos la oposición a los europeos. Porque, como desde la tierna edad empiezan a imprimirse en sus entendimientos los malos conceptos de sus padres que oyen a sus parientes y que les enseñan, con abominable ejemplo, los que debieran hacer en ellos una buena educación, conciben odio contra los mismos que los engendraron y, crecido en ellos el aborrecimiento a los europeos, no necesitan de otro motivo que el de esta preocupación para que, cuando descollan en edad, sean acérrimos a los europeos, y lo den a entender desde la primera ocasión en que pueden manifestarlo, sin reparo ni miramiento, tal vez, de que sea contra sus mismos padres. Así no es extraño el oírles repetir a algunos que si pudieran sacarse de las venas la sangre de españoles que tienen por sus padres, lo harían porque no estuviese mezclada con la que adquirieron de las madres. ¡Necia y más que necia proposición, pues si fuera dable que sacaran toda la sangre de españoles, no correría por sus venas otra más que la de negros o indios! 11. Como los europeos o chapetones llegan a aquellos países pobres, descarriados y, entre tantos como van, la mayor parte viene a ser de un nacimiento bajo en España, o de linajes poco distinguidos, los criollos, sin hacer distinción de unos a otros, los tratan a todos igualmente por dos extremos: por el de la amistad y buena correspondencia y por el del más absoluto desprecio.

Basta el que sean de Europa para que, mirándolos como personas de gran lustre, hagan de ellos la mayor estimación y como tales los obsequien, llegando esto a tan sumo grado que, aun aquellas familias que se tienen en más, ponen a su mesa a los inferiores que pasan de España, aunque sea en el ejercicio de servir a otro, y así no pueden hacer distinción del amo al criado cuando concurren juntos a la casa de algún criollo; del mismo modo le ofrecen asiento a su lado, aun siendo en presencia de sus amos, y a este respecto hacen con ellos otros extremos que son causa de que aquellos que por las cortas ventajas de su nacimiento y crianza no tuvieran alientos para salir de un estado humilde, animados después que llegan a las Indias de tanta estimación, levantan los pensamientos y no paran con ellos hasta fijarlos en lo más encumbrado. No tienen los criollos más fundamento para tal conducta que el decir que son blancos, y por esta sola prerrogativa son acreedores legítimos a tanto distintivo, sin pararse a considerar cuál es su estado, ni a inferir, por el que llevan, cuál puede ser su calidad. De este abuso resultan para las Indias los graves perjuicios que después se dirán, y él tiene su origen en que, como las familias legítimamente blancas allá son raras, porque en lo general sólo las distinguidas gozan este privilegio, se coloca a la blancura accidental en el lugar que debería corresponder a la mayor jerarquía en la calidad, y por esto, en siendo europeo, sin otra más circunstancia, se juzgan merecedores del mismo aplauso y cortejo que se hace a los que van allá con empleos, cuyo honor los debería distinguir del común de los demás.

12. A proporción que, en unas ciudades más que en otras, tratan a los europeos sin la distinción entre sí que corresponde a la calidad y empleo de cada uno, tienen más facilidad de encumbrarse y hacer enlace con las gentes que componen allí la nobleza, los que en España no fueron muy favorecidos en su nacimiento. Pues tal vez, aun sin la circunstancia de que lo grande del caudal pueda servir de equivalente a la falta de la calidad, basta el dote de haber nacido en Europa y el de ser blancos para aspirar a las primeras de aquellas que se estiman por las principales señoras del país. 13. De este extremo pasan los criollos a otro, no menos malo, cuando el motivo de algún sentimiento les induce a que los ultrajes y palabras vilipendiosas sirvan de despique al encono de sus ánimos. Entonces motejan a los europeos con la misma generalidad que antes los cortejaban y obsequiaban, y no excusan el tratarlos de gente vil, mal nacida, sin que quede ejercicio bajo ni nacimiento ruin o tacha fea que no les atribuyan; de lo cual se origina que los que reciben esta vejación se venguen sacando a luz las que tienen las mismas familias, y, enredadas unas con otras, no hay alguna que quede libre de este pernicioso incendio. Los criollos se fundan, para vituperar así a los europeos, en el mísero e infeliz estado en que vieron llegar a sus tierras a los más, y éstos en lo mismo que les tienen oído a ellos recíprocamente hablando los unos de la calidad de los otros, y así todos se ofenden con las faltas que conocen en los partidos contrarios, sin exclusión de ninguno, y viven en una continua inquietud y desasosiego.

14. Este es el origen principal de la desunión que tanto ruido suele ocasionar en aquellas poblaciones del Perú y en unas ciudades donde las muchas conveniencias y libertad pudieran hacer felices a sus vecinos con una vida la más regalada, tranquila y quieta que fuera deseable, los tiene la contradicción y la imprudencia en una repetida guerra, llenos de pesares, rodeados de zozobras y metidos en un golfo de disgustos y desazones, solicitadas de ellos mismos por la poca continencia que tienen, y de la poca reflexión con que se precipitan al fomento de las parcialidades. 15. De la inconsiderada distinción con que tratan los criollos a los europeos cuando los miran amistosamente, y particularmente recién llegados por considerarlos entonces todavía fuera de parcialidad, se origina, como ya se ha dicho, el que éstos levanten los pensamientos más allá de los términos adonde, en correspondencia de sus calidades y estado, deberían llegar, y de aquí proviene que los que pasan de Europa llevando aprendo algún oficio, en llegando allá se aparten totalmente de su cultura. Por esta razón, todos los artes mecánicos y oficios no pueden adquirir allí más perfección o adelantamiento que aquel en que quedaron en el primitivo tiempo y en que los conservan los indios y mestizos, empleados únicamente en ellos. Por lo mismo, aunque España se despuebla con la mucha gente que pasa a las Indias, no consiguen aquellos países ningún adelantamiento, mediante que cada uno solicita el suyo propio y no piensa en el del país en común.

16. Contribuye mucho el poco orden que hay en las Indias sobre el particular de los europeos que pasan a ellas, y a que sea tan cuantioso su número, con perjuicio de la población de España, la costumbre introducida, tal vez desde el principio de la conquista, de gozar fueros de nobleza todos los españoles que van a establecerse allí. Esta introducción, que entonces pudo autorizar con razón el mérito de la milicia y la atención a que se poblasen aquellos países, ya en los presentes tiempos en que hay provincias tan bien o mejor pobladas que España, es perjudicial a ésta y a aquéllos. A España, por la mucha gente que sale de ella a adquirir en las Indias los dos caudales más estimables a los hombres, de que no gozan acá todos, que son: el de las riquezas o bienes de fortuna y el de la nobleza, porque se les dispensa enteramente el privilegio de ella a los que van y, en su consecuencia, están en aptitud para los actos distintivos, reservados a los nobles, que es la más segura ejecutoria que puede haber en aquellas partes. Es nociva también a las Indias porque, además de llenarlas de disturbios y de disensiones, de oscurecerse y denigrarse en ellas la nobleza, y de infestarlas de ociosidad y vicios, se hallan abandonados los artes mecánicos y todos los ministerios laboriosos que son precisos en una bien ordenada república, por desdeñarse allá de ellos los que acá no tenían motivo alguno para haber de rehusarlos. 17. Supuesto, pues, que de los muchos españoles que pasan al Perú sin provisión de cargo o licencia no resulta, ni para aquellos reinos ni para los de España, adelantamiento alguno, sino, antes bien, perjuicio a entrambos, y que no han bastado las órdenes rigurosas y las acordadas disposiciones para contener el curso de los que van sin otro título que el de hacer fortuna, se nos ofrece un medio que parece podría surtir mejor efecto que los hasta aquí usados; el cual se reduce a establecer una ley no sólo que derogue y anule aquella primera, sino que totalmente sea contraria, disponiéndose en ella que todos los que pasasen a las Indias sin licencia de S.

M., o que no vayan provistos en algún empleo, aunque en España fuesen nobles, se reputen en las Indias por plebeyos, y que, en su consecuencia, no puedan ejercer ningún cargo ni oficio correspondiente a los nobles en aquellas ciudades, villas y pueblos, y particularmente los de regidores, ni hacerse elección de alcaldes ordinarios en estos sujetos, con la prohibición de que los demás regidores no puedan contravenir a ello, y pena de que si lo ejecutasen, aunque fuese por conviene, se habría de reputar por nula la elección, y para evitar alborotos privar de los oficios a todos los regidores que hubiesen votado contra la ley, sin que pudiesen volver a ejercerlos hasta ser habilitados por S. M. Con lo cual no podrían los mismos regidores valerse de pretextos para hacer alcaldes a los europeos que no fuesen de los que hubiesen ido a las Indias con licencia o destino de oren de Su Majestad. 18. Del mismo modo se había de prohibir el que los europeos en quienes no concurriesen las mismas circunstancias pudiesen ser matriculados en el cuerpo de aquel comercio, imponiéndose alguna pena rigurosa a los priores y cónsules que contraviniesen a ello. Y es cierto que faltándoles estas dos circunstancias, que son las que sirven de apoyo a los europeos que van a las Indias, o muchos dejarían de ir, o los que fuesen sabrían que habrían de estar atenidos a manejarse en los oficios o ejercicios que llevasen aprendidos de España, y así, unos se dedicarían a la labor de las minas, otros a la cultura de las tierras y otros al trabajo y perfección de las artes, con lo cual contribuirían a sus adelantamientos.

Pero lo más cierto es que, como no querrían ir a no mejorar de fortuna tan considerablemente como lo consiguen ahora, serían menos los que pasarían allá que los que van ahora con este estímulo. 19. Para el mejor cumplimiento de esta nueva ley (a nuestro parecer la única que podría poner términos en tanto desorden) se debería ordenar que en los días de año nuevo, después de hecha la elección de los alcaldes, se renovase en público su promulgación, y sería bastante este acto para que huyesen aquellas familias de lustre de emparentar con ninguno de los comprendidos en ella, porque el hacerlo ahora es con la persuasión de que no pierden en ello. El saber que no podían tener ningún cargo honorífico y, con particularidad, que no podían ser regidores ni alcaldes ordinarios, era suficiente para que los mirasen sin la estimación y aprecio con que ahora los reputan, figurándose como felicidad el meterlos en sus casas, porque es en las Indias, aunque tanto vituperan a los europeos con la envidia de verlos adelantados, cosa honrosa para aquellas gentes el darles a sus hijas en matrimonio, huyendo de hacerlo con los criollos, cuyas faltas de familia (como casi comunes en todas) y defectos del proceder son públicos entre ellos y van a evitar con los europeos, aunque sean, como dicen, zarrapastrosos. 20. Para el mejor acierto de las providencias que se dan en España conducentes al gobierno de las Indias conviene que los ministros estén hechos capaces del genio de aquellas gentes y lo que allá sucede, para que sean adecuadas y surtan todo el buen efecto que se desea.

La ley que se estableciese declarando plebeyos a todos los que pasasen a las Indias sin llevar licencia del rey, no serviría de nada sin las circunstancias que quedan prescriptas y particularmente sin la de privarlos enteramente de los cargos honoríficos de las repúblicas, porque aquélla se aboliría y, perdiéndose poco a poco de la memoria, bastaría el que pudiesen entrar en éstos para que, por la mala observancia, quedase enteramente destruida. La más sensible circunstancia adonde se les puede tocar a criollos y europeos en todo el Perú es en la de privarlos de los cargos de regidores e inhabilitarlos para los de alcaldes, o de poder matricularse en el cuerpo de aquel comercio; porque todo el efecto que la ley no puede producir allí por sí sola, estas particulares circunstancias, que son anejas a la misma ley, lo conseguirán, levantando su fuerza tan de punto que le dará su mayor valimiento. Y es la razón porque, mirándose estos empleos como propios distintivos de la nobleza, aunque de suyo la gocen por nacimiento los europeos que van o los criollos, es la primera circunstancia de los que se establecen de nuevo, ya solteros o casándose, el agregarse a los ayuntamientos y el solicitar que recaiga en ellos la elección de alcaldes, como que con esto queda hecha pública la calidad y ensalzada la nobleza; pero sin ello permanece entre sombras, haciéndose en algún modo dudosa la distinción del sujeto. La ineptitud en cualquiera para obtener estos empleos es el obstáculo más formidable que se pueda discurrir para que las Indias dejen de ser el atractivo tan eficaz de los europeos, y particularmente será obstáculo a que se queden en ellas, porque, faltándoles allá el caudal de la nobleza, es correspondiente les falte también el de la riqueza y bienes de fortuna, mediante que la mayor parte de los que adquieren de estos segundos lo hacen ayudados de los caudales que reciben en dote o de los que les confían los mismos que pretenden darles sus hijas en matrimonio, para que empiecen a criar hacienda con las ganancias que les deje su solicitud y aplicación.

21. Hácese patente lo apreciable que es para los que habitan en las Indias este punto de condecorarse en los ayuntamientos de las ciudades y villas, con los ejemplares que continuamente se experimentan siempre que lega el caso de que se hagan las elecciones de alcaldes, porque entonces procuran habilitarse todos los regidores que no lo están, con el fin único de tener voto en ellas, y por esto muchos a quienes en todo el discurso del año no es posible cobrarles lo que deben a la Real Hacienda, en llegando a este caso ellos mismos se empeñan, y empeñan alguna de sus fincas, para satisfacerlo con tiempo, y que sus votos no tengan nulidad como lo previenen las leyes de Indias. Con que supuesto que ésta es la parte más sensible a aquellas gentes, se les debe tocar por ella para reducirlos a que observen lo que se ordenare. 22. No hay, a nuestro parecer, otro medio más acertado para apagar la llama de aquellas parcialidades, vicio tan envejecido en el Perú, y casi desde el tiempo de su conquista, que el de humillar la soberanía que conciben todos los europeos que van allá, debiéndose entender que los que fueron menos favorecidos en su nacimiento son los que más concurren a este incendio, y por su causa entran en el mismo fuego todos los demás, aunque siempre se repara en los que tienen más distinción de calidad, que se conservan por lo regular imparciales, de tal modo que, aunque participen del calor de las disputas, no llegan a encenderse en él como los otros.

A esta providencia se le puede poner la objeción de que si con ella se consigue privar a los europeos el que vayan en tan crecido número, como hasta ahora, a las Indias, siendo éstos los que mantienen todo o la mayor parte del comercio de aquellas partes, de su falta se seguirá perjuicio muy grave a éste, y asimismo que, siendo causa de que las poblaciones se mantengan en el estado que están por los muchos que se casan en ellas, se disminuirán precisamente cuando no tengan este recurso. Pero una y otra objeción se pueden salvar y quedará convencida su poca fuerza con lo que expondremos ahora. 23. Es cierto ser los europeos los que hasta ahora mantienen el comercio de las Indias, si no en el todo, sí en la mayor parte. Pero la generalidad de esto se experimenta más en las ciudades y poblaciones de la sierra que en las de valles, porque si se vuelven los ojos a los puertos de mar se verá que tanto comercio hacen en ellos los europeos como los criollos, y lo mismo, a poca diferencia, sucede en Lima; con que si en estas partes no hubiera europeos que comerciaran, es sin duda que los criollos lo harían en todo, como ahora lo hacen en parte, mayormente cuando, siéndoles entonces más saneadas las ganancias, por ser únicos, su atractivo inclinaría más a ellas su aplicación. En la sierra hacen el comercio en la mayor parte los europeos, provenido de que los criollos, dándoles un tanto por ciento, se escusan los viajes; pero si no tuvieran aquel recurso, la necesidad les precisaría a emplearse en él, porque el que tuviese efectos habría de solicitar su expendio, y al que le faltasen, los habría de buscar a menos de querer perderse enteramente, abandonando caudales y fincas.

Y éste tal vez sería un medio admirable para que muchos que hasta ahora han estado llenos de pereza, entregados a los vicios y confiados en que tienen quien los sirva (como ellos dicen), se dedicasen a tener ocupación, y con la diversión de ésta dejasen la ociosidad y olvidasen las costumbres viciosas. Pero aunque no sucediese esto así, nunca faltarían europeos que comerciasen de los muchos que, yendo provistos con empleos, se quedasen, o de los que pasasen con licencia, los cuales serían suficientes para este fin, porque es de suponer que no todos, sino la menor parte de los que van a las Indias, se ejercitan en él, y los demás se pierden engañados de la impresión poco fundada que los arrastra allá, de que siendo países ricos aquéllos, por precisión se han de enriquecer, cuyo juicio es el más errado que pueden formarlos entendimientos, porque los que se enriquecen son sólo aquellos que encuentran el abrigo de al-gunos parientes ricos que los fomenten, el de conocidos patricios que los ayuden, u otros a quienes la casualidad les abre las puertas para hacer fortuna. Estos son los que se casan en aquellas ciudades con personas distinguidas de ellas, y los demás permanecen siempre en una vida totalmente infeliz, arrastrada y mísera, sin servir allá para nada, porque la distinción de ser europeos no les permite el que se dediquen a ejercicios bajos, siendo perjuicio a España su falta, porque con ella se aminoran los vecindarios. 24. Los actos en que se hacen las elecciones de los alcaldes son en los que más descubiertamente se desenfrenan las pasiones de los dos partidos, porque, compuestos los ayuntamientos de europeos y criollos, cada uno procura que los de su parcialidad sean los que prevalezcan.

Allí la tenacidad adquiere soberanía sobre toda razón, y, enfervorizados en la contienda que es propia donde un cuerpo político dividido en contrarios bandos está ya exasperado de antemano, se acrecientan las mordicantes sátiras de uno a otro, y con ellas crece la enemistad y se comentan las vejaciones entre los dependientes de uno y otro. Con que estas elecciones, cuyo fin debiera ser para dar gobierno y mantener en paz la república todo el discurso del año, son, por el contrario, las que renuevan la discordia y adelantan la enemistad y los alborotos. 25. En otros países que no fueran los del Perú producirían estas disensiones sucesos muy lastimosos si llegase a desfogar la ira en el uso de las armas; pero, como esto sucede en raras ocasiones, por lo regular suele contenerse en las amenazas y convertirse la furia en los vitu-perios y desaires que de una y otra parte hacen a la contraria, de donde resultan las inconsideradas y molestas quejas con que de continuo mortifican allá a los virreyes, y que trascienden hasta los ministros de España. Y aunque hay ocasiones en que también las armas toman parte en las particulares satisfacciones de los agravios recíprocos, se disipan con facilidad estos alborotos y no se acre-cientan, como pudiera suceder y sería natural, donde no llega el caso de haber una legítima y verdadera reconciliación. 26. No es menor que la de los seglares la inquietud en que viven las comunidades cuando, con el motivo de la "alternativa", se hallan juntos en ellas europeos y criollos.

Entre ellos se forman igualmente dos partidos, los cuales están continuamente opuestos y tan alborotados que hacen testigo al público de sus indiscretas contiendas. Los religiosos se interesan en las de los seglares y éstos en las de las comunidades, y así, sin más motivo ni otro interés que el ser criollo o chapetón, es bastante para tener pasión, para hacerse parcial del correspondiente bando, y para suministrar materia al fuego encendido. A tanto extremo llega esto que no se exceptúa de ellos la religión más cauta, la más advertida, la más sabia y la que enseña con su gobierno y prudencia el que deben tener las gentes más avisadas; todo su estudio político no basta para ahogar en sus senos el humo de este incendio; su disimulo no tiene las correspondientes fuerzas para evitar el que no se hiciesen públicos los particulares sentimientos, y su gobierno no puede conseguir el que vivan europeos y criollos con hermandad. Este ejemplar servirá de régimen para comprender cuán comunes eran, en aquellas partes, estas parciales disensiones entre europeos y criollos, cuando hecho ya como instituto preciso de aquellas ciudades se regula extraño el que sus vecindarios puedan vivir con unión y tranquilidad. 27. El gobierno de la Compañía, tan sabio y tan prudente, como todos saben, es el que acabamos de referir, y si en aquellas partes procura el pundonor de esta religión no apartarse del que mantiene aún en naciones muy extrañas, con tal concierto que parece que las que más se diferencian entre sí en la política de sus gobiernos y costumbres, se hermanan con toda perfección por medio de esta religión, en el Perú no lo puede conseguir.

Aquellos colegios son depósitos de sujetos de todas naciones, porque en ellos hay españoles, italianos, alemanes, flamencos y aun de otras bajo de estos mismos títulos, y todos viven con unión entre sí, a excepción de europeos y criollos, que es el punto crítico en donde no cabe disimulo, siendo así que el gobierno de ellos, bien discurrido con la más sabia reflexión que es imaginable, unas veces recae en los criollos y otras en los europeos, sin más regularidad que la del mérito y aptitud de cada uno, por lo que no debiera haber causa de enfrentamiento, pero faltándoles asunto a unos y a otros sobre que fundar la discordia, los europeos se valen de la ineptitud de los criollos para algunos ministerios, y éstos se despican dando a entender a los otros que los llevan comprados de España en la misma forma que los esclavos, para que sirvan en ellos. ¡Cosa irrisible, verdaderamente, entre sujetos tan serios y sabios como aquéllos, para que les sirva de principio a la continua guerra en que están, cuyos alborotos se hacen tanto más escandalosos cuanto son más extraños en la conducta de esta religión! 28. A vista de esto, ¿qué mucho será que las otras religiones y los seglares, donde la prudencia no tiene tanto cabimiento, causen los ruidos que se experimentan y que se difundan aún hasta las otras religiones compuestas todas de criollos? Porque llegando muy calientes las cenizas de estas inquietudes encienden en sus ánimos el mismo fuego, y porque falta la materia necesaria para ello, se dispone de ella con la cisma de unos que se apasionan más por los europeos extraños que por los criollos propios, con lo cual tienen bastante asunto para no estar exentos de alborotos.

Esto no obstante, hay alguna diferencia entre unas y otras, porque como los de éstas que se componen enteramente de criollos, no tienen fomento propio, suele extinguirse la discordia con más facilidad y conciliarse la amistad. 29. Como estas parcialidades a veces se encienden tanto que las ciudades llegan a estar en un continuo alboroto, si entonces falta prudencia en el que gobierna para contenerlas o se inclina inconsideradamente a alguno de los dos partidos, crece, como es natural, el atrevimiento y se hace más incorregible el vicio de las pasiones. Por esta razón convendría que los que fuesen a las Indias con empleos de gobernadores, presidentes, oidores y aun de virreyes, fuesen sujetos de una conducta bien experimentada, desinteresados para que los obsequios de los bandos no tuviesen poder de inclinarlos a su facción, de mucha prudencia, disimulo, cautela y de resolución para castigar la osadía cuando los medios suaves y amistosos no fuesen bastantes a contener la demasiada libertad con que suelen a veces los partidos tomar venganza por sí. Y como no son regulares estas circunstancias en los que no han gobernado, ni menos sabido bien obedecer, por esto no son los criollos los más propios para ello, porque nacidos y criados entre las mismas parcialidades, es preciso que en ellos se conserven y estén sujetos a ellas; ni tampoco los europeos en quienes no concurren las sabias luces del gobierno para dirigir por ellas su conducta con acierto. Los empleos de gobierno deberían proveerse en sujetos que ya hubiesen gobernado en España, a quienes la experiencia y los errores cometidos en el noviciado hubiesen abierto los ojos enseñándoles el mejor modo de gobernar; y los jueces no deberían ir a tener sus principios en aquellos tribunales.

Estas dos circunstancias se hacen tanto más precisas cuanto están más retirados aquellos países de la fuente del gobierno, cuyo depósito se debe considerar en el monarca; la falta de recurso, o lo dilatado de él, hace que se disminuya el temor en los jueces, y de esto se origina el que descuiden en el mejor acierto de sus resoluciones, porque se les da muy poco que sean justas o no, lo cual no sucedería tan fácilmente cuando estuviese formado hábito en el ánimo el de procurarse como legítimo honor al mejor acierto. 30. Muchas veces se experimenta ahora ser caudillos de las parcialidades los gobernadores, y protectores de ellas los ministros de aquellos tribunales, y con el título solapado de proteger la justicia, dan calor a la discordia. No es, empero, tan común este accidente en los hombres maduros, ejercitados antes en los tribunales de Europa, como en los que tienen por su primera escala la de entrar gobernando una provincia en aquellos reinos, o salir de aquellos colegios llenos de vicios, propias herencias del país, para empezar desde luego en los tribunales a manejar la justicia sin alguna práctica de ella, y no acomodándose a refrenar las pasiones propias, conforme lo pedía la obligación de su ministerio, tampoco pueden corregir el desorden de las ajenas. En este asunto de elección de gobernadores y jueces para aquellas partes, se debería poner la más cuerda atención, si se desea la seguridad, el buen orden y quietud de aquellos países, y que su gobierno sea acertado; pero ínterin que se provean en personas de cortas experiencias y de conducta no conocida, no puede esperarse ningún buen éxito, ni que cesen los disturbios m otros males que son tan comunes en aquellas ciudades.

31. Varios ejemplares pudiéramos citar sobre este particular de lo que experimentamos en unas y otras partes, pero no nos parece tan necesario que debamos dilatarnos en ello cuando la razón natural está dictando lo mismo que decimos. Pero para que no falte el conocimiento de lo mucho que se arriesga en esto, diremos solamente que hallándonos en Lima en una de las ocasiones que residimos en aquella ciudad, entre varios empleos que fueron proveídos de España, lo estuvieron en ellos dos sujetos cuyas malas inclinaciones y extraviada conducta sobresalían tanto y se hacían tan notables que, por ser el escándalo de la ciudad, estuvieron los parientes del uno dispuestos a solicitarle destierro para Valdivia, el cual no se practicó porque, al estar entendiendo en ello y esperando ocasión para enviarlo, recibieron la noticia primera de que estaba provisto en plaza de oidor para la Audiencia de Panamá. No llegó a cumplirse porque la alta providencia de Dios lo dispuso de modo que, aunque la gracia le estuvo concedida, se ofrecieron tales accidentes que trastornaron la suerte de éste; pero la del otro corrió, siendo así que entre la conducta de los dos no se reconocía diferencia. Considérese ahora qué gobierno, qué justicia, qué tranquilidad, ni qué paz puede haber en unas partes donde los jueces son reos. 32. A vista de esto, ya no deberá causar admiración que el todo de los vecindarios se halle convertido en unos teatros de guerra viva; que cada uno obre a su libertad y que en todas partes reine el desorden, la injusticia, la desobediencia y el vicio.

Si sucediera esto con uno u otro sujeto, no debería ser tan notable y se podría juzgar que dejarían sus malas costumbres y propiedades después de caracterizados con los empleos, porque era regular que uno cuya conducta no fuese la más acertada, entre muchos buenos se reformase con la compañía de éstos, pero no sucede así, antes al contrario, porque como son iguales los partidos, al ser más fácil que la flaqueza humana se incline a lo malo que el que lo deponga para seguir lo bueno, lo que sucede es que, aun cuando no se perviertan enteramente los más arreglados a razón, se adulteran en parte, y los de inclinaciones depravadas no detienen el curso que empezaron a seguir en ellas desde los primeros pasos de su vida. 33. No podemos en el todo adherirnos al dictamen de que los criollos no sean aptos para gobernar, cuyo asunto trataremos en particular en otra sesión, pero según lo que tenemos experimentado, diremos no haber cosa que más acalore las parcialidades que el ser las dos cabezas, seglar y eclesiástica, de una de aquellas provincias, ambas criollas; porque si esto recae, como sucede por lo regular, en sujetos que no se han ejercitado en otros empleos de la misma naturaleza fuera de sus propios países, con el imprudente engreimiento de hallarse levantados a la dignidad y de ser compatriotas, abanderizados descubiertamente por su partido aumentan la confianza de éste e infunden ánimo en el contrario para vengar los celos que les ocasiona el ver a esotro más favorecido.

Esto no sucede cuando recaen en europeos los dos primeros empleos, porque aunque la conducta del uno sea desarreglada, la contiene la del otro con la mayor confianza y satisfacción que suele haber entre los dos, siendo por lo común regular que la de entrambos, como sujetos menos apasionados, sea buena. Porque siendo el gobernador de una de aquellas provincias hombre de mérito y calidad, como, en correspondencia de estas prendas, procura no ofender a nadie, con la misma estimación mira al criollo que al europeo que lo merece, y ni en los unos ni en los otros pone tanta confianza que dé motivo de sentimiento a los otros. Pero también cuando el gobernador europeo es veleidoso y de genio inquieto, o amigo de alborotos, sucede con él lo que con los criollos. 34. Cuando el gobierno político recae en europeo y el eclesiástico de la misma provincia en criollo, suele haber sus intercadencias, pero siempre que el uno de los dos tenga reposo y prudencia, es bastante para que el otro le imite, y así es raro que estando proveídos en esta forma, sucedan más alborotos o disturbios que los regulares. Pero como con el motivo del vicepatronato que está depositado en el seglar, y de la presentación de los curatos que corresponde a los obispos, tienen bastante asunto para discordar, cuando empiezan a contrapuntearse son grandes los escándalos que resultan, y con éstos vienen a caer uno y otro en las parcialidades, dando fomento a ello, que es bastante causa para que se enardezcan los ánimos.

Y como un volcán que después de haber mitigado la violencia de sus llamas por algún tiempo, vuelve a recobrar fomento con la nueva materia que ha preparado en sus senos, y a brotar mayores incendios, del mismo modo aquellos espíritus respiran con mayor fuerza llamaradas de enemistad y contradicción al ver el mal ejemplo de la división entre los dos jefes, seglar y eclesiástico. Por esta razón, y para evitar tanto daño, conviene que se mire muy bien y que se conozca la conducta de los sujetos antes de ser proveídos en aquellos empleos, porque el yerro que se comete en la mala elección, aunque tiene remedio, es tan tardo que ya cuando se llega a aplicar, o no es necesario porque cansados de luchar los ánimos, en oposición unos de otros, se ha disipado el ardor del encono, y suele resucitarlo tal vez la providencia, o da nuevos alientos al vencedor para que con mayor confianza aumente las vejaciones contra el contrario partido, de suerte que, de todos modos, vuelve a suscitarse la discordia. 35. Los capítulos de las religiones que tienen alternativa son otros fomentos para la desunión de aquellas gentes, y como este asunto se deberá tratar en otra sesión particular, bastará decir en ésta que de todos los asuntos que pertenecen a donde se mezclan europeos y criollos, son, generalmente, los capítulos los que la producen; y este asunto más que otro, por cuanto en él hay intereses que mueven a solicitar a cada partido que sea el suyo el que prevalezca, y aun cuando no fueran otros más que los de la amistad, bastarían éstos para alterar la quietud y sosiego de los seglares, los cuales, como ya se ha dicho, no pueden dejar de declararse en correspondencia de lo que ejecutan por ellos las mismas religiones, las cuales se interesan entonces no menos que si fuese en causa propia.

En la sesión a donde corresponde se verá cuán de poco beneficio es para las Indias, y para las comunidades, el que haya alternativa en ellas, y los perjuicios que de esto resultan; en ésta continuaremos con las noticias pertenecientes a la poca sujeción y respeto que tienen aquellas gentes a los jueces y justicias, como correspondiente a la voluntariedad con que viven, de donde procede el desorden y alborotos, tan regulares en aquellas partes. 36. No tendrían razón los que habitan en las Indias, y particularmente en el Perú, de cuyos países principalmente hablamos, si no permaneciesen siempre leales a los reyes de España y fuesen inmutables en la fe, sin mezclarse en las alteraciones que otros reinos dependientes de esta corona han padecido; porque no pueden apetecer, tanto los criollos como los europeos que pasan allá, otro gobierno que les sea más ventajoso, una libertad más completa que la que tienen, ni una despotiquez que les dé más ensanches. Allí viven todos según quieren, sin pensión de gabelas, porque todas están reducidas a las alcabalas, y aun en éstas ya queda visto con cuánta voluntariedad las contribuyen; no tienen otra sujeción a los gobernadores que la que voluntariamente les quieren prestar por no dejar de reconocerse vasallos; carecen de temor a las justicias porque cada uno se considera un soberano, y con este tenor ellos son tan dueños de sí, del país y de sus bienes, que nunca llega a sus ánimos el temor de que sus caudales hayan de desmembrarse con el motivo de la necesidad que suelen padecer los monarcas cuando la dilación de las guerras menoscaba sus rentas y los reduce a la precisión de acrecentar las pensiones a los vasallos para haberla de sostener.

Allí, el que tiene haciendas es dueño de ellas y de su producto libremente; el que comercia, de las mercaderías y frutos con que se maneja; el rico no teme que su caudal se disminuya porque el rey le pida algún empréstito, ni lo ponga en la precisión de hacer gasto exorbitante; el pobre no anda fugitivo y ausente de su casa con el recelo de que alguna leva lo lleve a la guerra contra su voluntad; y así, blancos y mestizos están tan distantes de que el gobierno los moleste, que si supieran aprovecharse de las comodidades que gozan, y de la bondad del país, podrían con justo título ser envidiados de todas las naciones por la mucha ventaja que corresponde al pie en que se halla establecido aquel gobierno, y la mucha libertad que con él consiguen. 37. Las guerras, los contratiempos de ellas, las pérdidas que acarrea la desgraciada fortuna de una potencia, los sobresaltos que causa el enemigo cuando, victorioso, entra haciendo trofeo de una provincia con su estrago, o el sentimiento por la destrucción de un ejército, son accidentes tales para aquellas partes que, llegando a ellas como sombras muy tenues, carecen de fuerza bastante para mortificar el ánimo con su impresión, y mirándolos desde allá como cosas pasadas y distantes, causan el mismo efecto que las historias antiguas, que sirven de diversión al entendimiento; tanta suele ser, tal vez, la indiferencia con que se miran estas cosas, que algunas pasan en el concepto de muchos por fábulas históricas.

Es cierto, como muchos dicen, que aquellas gentes, en gran parte viven ignorando el estado político de las potencias de Europa; que carecen de las noticias instructivas de la cultura y gobierno de estos reinos, de los derechos de los príncipes y de todo lo que corresponde a los hombre cultos para saber lo que pasa en el mundo, pero ¿qué falta les hace esto a unas gentes que no reconocen el peligro de tener que contender con naciones extrañas, ni aun que tratarlas, y si puede ser más, ni aun que verlas? Todas las luces de que aquéllos carecen, precisamente políticas, se pudieran dar por bien empleadas si supieran aprovecharse del inestimable tesoro de la comodidad que les está ofreciendo la situación de sus países, y aun si se dedicasen a gozar sus propias luces, podrían instruirse en lo que no lo están con tanta perfección como los europeos. Pero la desgracia de su mala conducta está en que ni disfrutan aquéllas, ni consiguen esclarecerse con éstas. 38. Cada particular se estima tanto con lo que goza que se considera como un pequeño soberano en sus mismas tierras, siendo dueño absoluto de ellas, y casi sin otra sujeción que la de su arbitrio. En las ciudades, en las villas o en los asientos donde hacen su residencia continua, son oráculos de la demás gente, y toda la autoridad que tienen los corregidores no es más que la que quieren darles los vecinos más condecorados, a cuya imitación lo ejecutan los de menos distinción; por esto, si el corregidor se lleva bien con ellos, tiene lugar de un vecino, honrado como otro cualquiera, pero si se contrapuntea en jurisdicciones, o si quiere ostentar superioridad por el empleo, no es nada, porque armados contra él, dejando de haber quien le obedezca, queda extinguido su empleo, y si pasa adelante con sus intentos, es bastante para que lo trastornen.

39. Hay unas poblaciones en donde esta voluntariedad se halla más en su punto, de tal modo que suelen pasar a efectos las amenazas, y si la conducta del que gobierna no es la más prudente y sagaz, tendría poca seguridad en su vida. Nunca o rara vez llega a suceder este caso, porque como los corregidores se hacen el ánimo de atender a sus utilidades propias, dejan el gobierno o la mayor parte de él en los alcaldes, y con este arbitrio se eximen de los asuntos que pudieran redundar en su pesar. Pero como algunos casos sean tales que no permitan disimulo, es en éstos donde más descubiertamente se conoce el despotismo de aquellas gentes, para cuya inteligencia nos parece que convendrá citar algún suceso de los muchos que pasaron en aquellas provincias ínterin que estuvimos en ellas. 40. En una de las poblaciones de aquellos reinos, que no siendo de las más numerosas no es tampoco de las menores, tuvieron contrapunteo un caballero criollo y otro europeo, del cual resultó salir desafiados con padrinos, públicamente. El uno de los dos partidos quedó tan mal que, sin acabar de reñir la pendencia, volvió la espalda al contrario y huyó, después de herido, por no rendirle las armas; este hecho se hizo tan público que, deseando vengarse el que quedó mal puesto en la pendencia, y no teniendo valor para intentarla segunda vez, tomó el medio más inicuo de prevenirse de armas de fuego y buscar a los contrarios cuando estuviesen menos prevenidos. Ya entonces habían crecido los partidos y, abanderizados los chapetones o europeos de la una parte, y los criollos de la otra, era grande el escándalo y las provocaciones.

Ultimamente vino a parar el negocio en que, acechándose unos a otros, anduvieron a trabucazos varias noches dentro de la plaza de la misma población, y a hora tal que no eran otras que las primeras sombras las que hacían oscuridad. 41. El corregidor, aunque estaba allí, no había querido pasar a hacer diligencia ninguna para contenerlos, porque no habiendo bastado las que interpuso de la amistad, no se consideraba con fuerzas para hacer otra cosa. Habiendo, pues, llegado el eco de este alboroto a la ciudad capital de la provincia, se le mandó que prendiese a los culpados para castigarlos, mas luego que éstos lo supieron, se dispusieron en sus casas con la tropa de mestizos, criados y dependientes que tenían, y con las armas de fuego que pudieron, para resistirle caso que intentase poner por obra lo que la Audiencia le mandaba. Estimulado él con el orden de aquel tribunal, por una parte, y temeroso, por otra, de las fuezas con que se hallaban los delincuentes, se valió de un arbitrio que le suministró la prudencia, para quedar bien con todos sin peligro propio; tal fue el de enviarles un recado cortés, pidiéndoles licencia para ir a visitar sus casas, bajo de la seguridad de que no llegaría al paraje donde ellos se retirasen. Viendo éstos que no peligraban con la tal visita y que de hacerla las resultaba beneficio, vinieron en consentir que pasase, y se retiraron a una pieza que, cerrada, les sirvió de fortaleza. Llegó el corregidor con su escribano, alguacil mayor, ministros y otras gentes, a la casa, dando con el aparato muestras de que iban en realidad a hacer la prisión; registráronla sin llegar a la pieza donde estaban los acusados (lo cual era tan sabido del escribano y demás ministros, como del corregidor), y no habiéndolos encontrado en las que visitaron, se concluyó la diligencia y se dio satisfacción a la Audiencia con un testimonio de ella; con esto salieron todos de su reclusión, y empezaron a aparecer en público como si estuviesen ya purgados del delito; en la Audiencia no se ignoró todo el hecho, pero considerado no serle posible al corregidor hacer otra demostración más formal, se disimuló todo.

Cosa de seis meses después que sucediese esto, llegamos nosotros a aquella población, y habiéndonos obsequiado unos y otros, merecimos de su atención que, por nuestro medio, se reconciliasen y volviesen a correr bien, con lo cual se desvaneció el escándalo de aquella división. 42. Lo mismo sucede en aquellas partes cuando se despachan jueces por los oficiales reales para que pongan cobro a las cantidades que los particulares deben a la Real Hacienda, porque regularmente, aunque los corregidores y justicias los admiten y les dan toda facultad para uso de sus comisiones, los individuos particulares de la ciudad, villa o asiento contra quienes va el juez, lo rechazan, y no peligran en la resistencia. Los ejemplares de esto se están palpando a cada paso, con que pagan a la Real Hacienda los deudores cuando voluntariamente quieren, y no hay apremio que les pueda obligar a los que no lo hacen así; esto se debe entender a excepción de los corregidores, con los cuales sucede muy diferentemente. 43. Entre las muchas y grandes poblaciones que contiene el Perú, hay unas en donde se nota mayor esta libre voluntariedad, pero, con más o menos desahogo, no hay ninguna en donde falte. En prueba de ello referiremos lo que, a nuestra vista, pasó en Lima, donde parece que la presencia del virrey y el temor de estar allí las fuerzas del reino, debería contener algún tanto a sus habitadores. Con el motivo de la guerra contra Inglaterra y las prevenciones que se dieron precaviendo el reparo necesario a los insultos que esta nación podía hacer en aquellos reinos, determinó el virrey, siguiendo el dictamen de un "acuerdo" hecho a este fin, hacer una derrama entre el comercio y vecindario de Lima para recoger de pronto la suma que se necesitaba; y siendo empréstito, y no donativo, se asignó el derecho de un nuevo impuesto sobre todos los géneros y frutos que entrasen en Lima, para su paga; porque el fin fue el de sufragar a los gastos de la guerra, y como el impuesto no podía suministrar de pronto las sumas que urgían, fue preciso tomarlas adelantadas de los particulares, para satisfacerlas después.

Los comerciantes no tuvieron modo con que excusarse a su entero, porque si lo hubieran intentado lo padecerían con la retención de los efectos que entrasen e su cuenta, y por esto convinieron en hacer prontamente la entrega de la parte que les cupo; pero los demás vecinos de la ciudad lo resistieron tanto que no fue dable, ni el virrey tuvo poder para obligarlos a que pagasen lo que se les había repartido, lo cual le dio motivo a poner presos, en sus casas, a algunos, destinando soldados que los guardasen, a quienes asignó crecidos salarios a costa de los mismos sujetos. Pero esta providencia no bastó, porque ni pagaron a los soldados, ni se consiguió que hiciesen el entero, y al cabo de algunos días fue forzoso hacer que se retirasen las guardias, dejándolos libres al ver que no se lograba el intento, y que era exasperar los ánimos y darles ocasión a que formasen algún alboroto si se pasase adelante con las diligencias. 44. Casi lo mismo sucedió con la cobranza del donativo que Su Majestad pidió para la fábrica del palacio que se está actualmente haciendo en Madrid. Los que lo pagaron rigurosamente fueron los indios, porque se les aumentaron los tributos de aquel año en la cantidad que correspondía; los mestizos lo pagaron, si no todos, la mayor parte; los españoles o gente blanca de poca distinción unos sí y otros no, y los de más lustre, unos lo pagaron enteramente, otros lo que quisieron y no lo que se les tenía asignado, y hubo muchos que no quisieron pagar nada, por más instancias que les hicieron los corregidores y tribunales.

Con que propiamente se reduce aquello a que la justicia no tiene más lugar que el que le quieren dar los moradores de aquellos países. 45. Al respecto que hay ciudades y poblaciones donde la justicia tiene menos poder que en otras, las hay también donde los genios de sus habitadores son más inquietos, altivos y ruidosos. En éstas no es menester mucho asunto para que se alboroten, y formando especie de motín o motín verdadero, atropellan los fueros de la justicia, lo que da no poco cuidado a los corregidores y otros jueces, porque trasciende la falta de respeto aun hasta los oidores, cuando no siendo bastante la autoridad de los primeros para contener los desórdenes, los despachan las Audiencias a entender en algunas causas. Sobre lo cual pudiéramos citar algunos casos sucedidos en nuestro tiempo, que omitimos por no dilatar más esta sesión. 46. La demasiada libertad de aquellos pueblos y la poca sujeción a la justicia que reconocen sus habitadores, nace de que no hay recurso en los que mandan para poderlos contener, ni es dable el proporcionar medios para ello, porque todos aquellos vastos países están del mismo modo, y no hay, en la extensión de más de 1.500 leguas que corren desde las costas de Caracas, Santa Marta y Cartagena hasta Lima, otra tropa que la corta a que están ceñidas las plazas de armas situadas en los extremos de tan dilatado territorio, ni fuera dable, aunque se quisiera criar tropa, el poderla mantener, mediante que sería mucho mayor su costo que todo el producto de las Indias, como se verificó en los años desde 1740 hasta el de 1743, que habiéndose levantado en Lima 2.

000 hombres de tropa para cubrir aquellas costas contra los insultos de los ingleses, no bastaban para ello los haberes reales que, como en caja universal del Perú, se juntaban en la de Lima siendo así que todos los sueldos, que se cobraban en las Cajas Reales, de los gobernadores, ministros y otros sujetos que dependen de ellas, se redujeron en todos aquellos reinos a la mitad, quedando la otra mitad para sufragar a los gastos de la guerra , ni el "nuevo impuesto" establecido sobre todos los efectos y frutos, el cual no dejaba de ser bastantemente crecido. Y con todo, fue forzoso reformar la tropa en el año de 43, dejándola reducida al corto número de su antiguo pie, que era el preciso para la guarnición de la plaza de El Callao. Así, la justicia no tiene más poder para hacerse respetar que el de tres o cuatro mestizos, más o menos según la capacidad de la población, que son los alguaciles que auxilian a los jueces, y aun a éstos, como gente de una casta inferior y dependientes todos de los principales de la ciudad, les falta en las ocasiones la resolución para emprender nada contra ellos, aun siendo mandados por los tribunales o acompañados por los jueces, porque el respeto con que los miran los contiene enteramente a hacerlo. 47. No nos parece que sería conveniente hacer entera novedad en aquellos reinos sobre el particular de su gobierno, toda la vez que, aunque se intentase poner sobre otro pie, no podría subsistir, mediante no ser dable el mantener gente que autorice y haga respetables a los ministros, y que sin ella serían de temer algunos alborotos, tales que peligrase con ellos la seguridad de aquellos países, porque una repentina alteración de la mucha libertad a la sujeción, aunque no excediese ésta de lo que parece razonable, no podía dejar de hacer un efecto grande en los ánimos.

Pero asimismo conocemos no ser tampoco justa la conducta que tienen como vasallos, ni como pueblos que deben vivir arreglados a las leyes, y con subordinación a la justicia, y ya que en el todo ni es dable el corregir tanto desorden, ni convendría hacerlo, podría en parte remediarse por medio de la elección de los gobernadores, corregidores y ministros, procurando que sus calidades fuesen tales que no les predominase la codicia, que su madurez supiese con prudencia corregir los defectos en que pudiese ser disimulable un castigo severo, y que no faltase en ellos entereza para ejecutarlo en aquellos cuyo atrevimiento y enormidad los hiciese incapaces del indulto. Porque es de suponer que aunque aquellas gentes están tan sobre sí que ninguno quiere reconocer otro que le vaya a la mano en sus desórdenes y en su demasiada licencia, es asimismo tan dócil que cualquiera ejemplar hace en ellos un efecto grandísimo, como se ha dicho en otra parte, lo cual proviene de lo poco o nada acostumbrados que están al castigo, cuya falta los conduce al extremo de tanta inobediencia. 48. Origínase en gran parte el desprecio con que la justicia es tratada en aquellos países, de la extraviada conducta de los que gobiernan, porque si el público observa en ellos un genio ambicioso y amigo de enriquecerse con perjuicio de todos, unas costumbres viciosas que, por ser él quien las había de corregir en los demás, causan mayor escándalo, y una dirección pervertida y abandonada al imperio de sus pasiones y de la parcialidad ¿qué mucho será que los particulares hagan poco aprecio, o ninguno, de su autoridad, y que miren la justicia como cosa irrisible e ideal, pero que nunca llega a tener uso en la práctica de la república? Por esto será justo no atribuir toda la culpa a los moradores de aquellos países, sino partirla entre éstos y los jueces, como que ellos fomentan y dan aliento a los otros para que se hagan despreciables las órdenes, para que los preceptos no se veneren, y para que aquellos pueblos sean monstruos sin cabeza y sin gobierno.

49. Todos los pueblos bien considerados se deben regular, en cuanto a las costumbres, por una copia viva del que los domina, y así vemos que las virtudes o vicios de un príncipe tienen, entre los vasallos, la misma estimación o desprecio que merecen en el ánimo de aquél, porque mirándose todos en él como en un espejo, reflectan sus acciones en los súbditos y son imitadas de ellos, de modo que, aún para el objeto más alto y venerable, que es la religión, suele ser el más fuerte imán de los súbditos la sola elección y juicio del soberano. En el Perú, y en todas las Indias, de donde el monarca se halla tan distante que los rayos de su luz ni pueden imprimirse ni causar la debida reflexión, ocupan su lugar, aunque sin llenarlo (por la grande distancia que hay de un rey a su vasallo), los virreyes, a quienes como a los oráculos políticos de aquellos países, procuran imitar todos. Y observando en éstos que los particulares fines de hacer su autoridad mayor, de acrecentar su interés, o de adelantar las conveniencias de sus familiares o confidentes, son causa para que se niegue el cumplimiento de muchas órdenes reales, con el pretexto, unas veces, de que conviene; otras, de que hay fuero para no ponerlas en ejecución, y otras, de no ser ocasión de practicarlas, siguen el ejemplo los demás súbditos con tanta puntualidad que, pasando de unos a otros por su orden, no queda ninguno, hasta el más pequeño, que no practique lo mismo con las que le pertenecen.

Y así, los tribunales de audiencias lo ejecutan en la misma forma con las órdenes que se les envían de España, o con las que los virreyes les dan; los oficiales reales, corregidores y ayuntamientos, con las respectivas que reciben, y por este tenor todos los particulares, de modo que está tan entablado esto que es cosa común, al recibir el orden, decir que la obedecen pero que no la ejecutan por tener que representar; si el orden es del monarca, la distinguen con la circunstancia de besarla, ponerla sobre las cabezas y añadir después de la fórmula que en propias voces es: Obedezco y no ejecuto, porque tengo que representar sobre ello. 50. A proporción que con este abuso se trunca la fuerza de las órdenes más respetables, pierden todo su valor las que no lo son tanto, y se hacen irrisibles las de los corregidores para con los particulares que están bajo de su obediencia. No nos opondremos a que, en muchas ocasiones, tienen motivos suficientes los virreyes para suspender el cumplimiento de las cédulas que les van de España, y como los casos en que aciertan, o los casos en que lo hacen por su propio interés, necesitan para su explicación de alguna extensión, lo reservamos para la sesión siguiente, en que trataremos del gobierno civil y político de aquellos reinos, pero quedará asentado en ésta que la inobediencia de aquellos pueblos a los que los gobiernan procede en parte del mal ejemplo que tienen en éstos, y de la tibieza y poco afecto con que miran las órdenes que se les dan por los mayores.

51. Al mismo respecto que las parcialidades se componen de seglares y eclesiásticos, la altivez de los genios y la libertad reina con igualdad en unos y en otros, con tanto exceso en estos últimos que hace criar nuevos alientos y que adquieran más bríos los primeros, confiados en que no les puede faltar su socorro cuando llega la ocasión de necesitarlo. Todo el estado eclesiástico está comprendido en este desorden, y las religiones (a excepción de la Compañía, que en todo sigue política muy contraria) son las que sobresalen más, mezclándose en los asuntos que no les corresponden ni son propios de su estado.Y como, tanto los dependientes de las religiones como los demás eclesiásticos, se atreven con osadía a perder el respeto de los jueces, el mal ejemplo que dan en ello a los seglares es causa para que éstos se contengan menos, y menosprecien sus órdenes. Aquéllos son unos países donde el poder y el atrevimiento pasa a ser desahogo en los eclesiásticos, y confiados en el fuero que gozan, tienen osadía para burlarse a cada paso de los corregidores, y aun de otros ministros más caracterizados; allí es (y nos parece que el único país) en donde se ve ir los eclesiásticos de mano armada a provocar, con osado descoco y satisfacción, a un ministro dentro de su casa, y a dejarlo abochornado a fuerza de libertades; allí donde se experi-mentan de noche cuadrillas de veinte y más frailes disfrazados por las calles, causando los alborotos que sólo pudieran esperarse de una gente perdida y arrestada; allí donde tienen poder para ir con absoluto despotismo a la cárcel y, sin que nadie se les pueda oponer, ponen en libertad al reo a quien la justicia quiere castigar, como sucedió en Cuenca pocos días antes que llegásemos a aquella ciudad el año de 1740; y allí es donde los jueces no se atreven a violar el asilo de las casas de los eclesiásticos para sacar de ellos los reos que se valen de él, como experimentamos en el pueblo de Lambayeque el año de 1740, pasando por él para Lima: que un simple clérigo tuvo atrevimiento para intentar apalear al corregidor porque fue a su casa a sacar un reo que acababa de dar de puñaladas a otro y se había retirado a ella; y últimamente, allí es donde no hay poder para que ejerza el suyo la justicia.

Estos ejemplares con que los eclesiásticos se están excediendo y mofándose a cada paso de los jueces, sirven de norma para que los seglares no los miren con el respeto que debieran, y el demasiado abuso de aquéllos da ocasión a que el vicio de éstos sea más desmesurado. 52. No será mucho que los eclesiásticos hagan tanto desprecio, como queda visto, de la justicia, cuando lo hacen igualmente de sus mismos prelados. Y por esta razón no es factible el poderles ir a la mano, ni el castigar sus atentados, ni tampoco lo es el reformar la máquina infinita de abusos introducidos en aquellos países y anticuados en sus moradores desde los primeros que pasaron a ellos e hicieron allí su establecimiento. Estos desórdenes, cuyos orígenes son tantos y tan varios, son incorregibles, sus causas no se pueden del todo exterminar, y si en parte al menos no ataja sus aumentos la buena elección de los gobernadores y demás ministros, y el ver en éstos las circunstancias de desinteresados e imparciales, de buenas costumbres, afables con todos y severos con sólo aquellos cuya mala conducta se hace merecedora del castigo y del desagrado, y si esto no contiene los ánimos de aquellas gentes y los reduce a la razón, no hay método, según nuestros alcances, con que se pueda conseguir y que sea practicable en aquellas partes, pues todos cuantos se pueden imaginar parece que pierden su eficacia en la misma distancia y modo de plantificarlos.

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