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Datos principales
Rango
arte olmeca
Desarrollo
Se enclava en tierras bajas pantanosas que fueron aprovechadas con éxito para el trabajo agrícola. Los desarrollos más tempranos se inician en la fase Ojochí (1500-1350 a. C.) en que San Lorenzo se inscribe en el Horizonte Ocós del centro y sur de Mesoamérica . Pero es en la etapa posterior cuando surgen los elementos definitorios de la civilización olmeca. En dicha fase una típica cerámica con cocción diferencial que deja el borde blanco y el cuerpo negro, aparece junto a las consabidas figurillas sólidas y esquemáticas relacionadas con cultos a la fertilidad. Poco a poco estas figurillas son desplazadas por otras, huecas y engobadas en blanco, que introducen escenas de vida: jugadores de pelota, acróbatas, enanos, animales de la fauna local y, sobre todo, seres humanos con rasgos de jaguar, tal vez expresión artística de un viejo mito distribuido en las tierras bajas que hace descender a la especie humana de la unión del hombre y del jaguar. Este cambio iconográfico acompaña a otras transformaciones sociales y políticas, y al paso desde los poblados campesinos a los centros urbanos. La gran etapa de la civilización olmeca abarca el tiempo de vida de San Lorenzo (1200 a 900 a. C.) y La Venta (900 a 400 a. C.). San Lorenzo surge como un asentamiento complejo con una planificación Norte-Sur y Este-Oeste que simula un gigantesco pájaro volando, dividido en dos partes simétricas por el río Coatzacoalcos. Una compleja red de canales llevó agua a las tierras no inundables, obteniéndose varias cosechas anuales y permitiendo el desarrollo de la ciudad.
La cerámica se decora entonces con dos diseños básicos incisos: serpientes de fuego y hombres-jaguar, que se distribuyen, por el centro y sur de Mesoamérica, acompañadas de figurillas huecas de engobe blanco y pintura roja. De gran importancia simbólica se estima la colocación en tumbas de espejos de pirita y magnesita, para cuya consecución se establecieron relaciones de intercambio con asentamientos del valle de Oaxaca. La escultura monumental tiene gran relevancia en San Lorenzo al asumir las pautas básicas de la comunicación simbólica olmeca. La materia prima, el basalto, se consiguió en el Cerro Cintepec, en las Montañas Tuxtlas, distante a unos 80 km del centro, para confeccionar varios tipos de esculturas. Las más conocidas son las cabezas colosales , mediante las cuales se representaron gobernantes deificados. Se han encontrado nueve en San Lorenzo, cuatro en La Venta y tres en Tres Zapotes. De talla naturalista, enfatizan los ojos rehundidos, labios agruesados, asimétricos y otros rasgos de los hombres-jaguar, decorándose en la parte posterior con pieles, garras de jaguar y símbolos de ofidio como título de linaje. También se esculpen altares, tal vez utilizados como tronos, en bajo y altorrelieve, que tienen un significado simbólico y ritual. Sus frontales contienen representaciones de mitos, siendo común la imagen de un individuo emergiendo de una cueva que lleva a veces en brazos a un niño con rasgos de jaguar, y las escenas de batalla y de esclavos.
Otro grupo de esculturas está dedicado a temas más libres, pero que manifiestan superior agilidad y tratamiento tridimensional que las cabezas colosales y los altares, considerados representantes de un arte más oficial; son esculturas de bulto redondo de carácter esencialmente antropomorfo. Así pues, San Lorenzo introdujo por primera vez en el patrón cultural mesoamericano un concepto urbano de sus asentamientos más complejos, alternando los espacios abiertos con estructuras piramidales de tierra compactada y adobes, amplias escalinatas y terraplenes. Junto a ello proporcionó la primera gran tradición escultórica de Mesoamérica realizada con una tecnología muy sencilla limitada por el uso de la piedra, la cual se nos presenta ya elaborada y sin antecedentes claros. Además, introdujo un panteón ligado a la naturaleza, donde muchas de sus deidades tienen rasgos de caimán, sapo, serpiente, jaguar y otros animales típicos del bosque tropical. La aparición de un pequeño grupo dirigente ligado a la divinidad y el acceso diferencial a los recursos agrícolas permitió la demanda de bienes estratégicos y de lujo procedentes del exterior, potenciando una amplia red de intercambio por la que viajaron productos e ideas, lo cual resultó de gran utilidad para la formulación de tradiciones culturales que caracterizan la civilización mesoamericana. Algunas cabezas colosales, que tanto esfuerzo habían requerido para su confección, fueron destruidas, quizás siguiendo pautas rituales de renovación; pero más interesante es el patrón de desarrollo y decadencia de los centros de civilización, que culmina con su abandono definitivo. Las causas de este declive, como ocurre con la mayoría de las ciudades mesoamericanas, son desconocidas, pero con ellas se inicia una práctica que se continuará hasta la llegada de los españoles.
La cerámica se decora entonces con dos diseños básicos incisos: serpientes de fuego y hombres-jaguar, que se distribuyen, por el centro y sur de Mesoamérica, acompañadas de figurillas huecas de engobe blanco y pintura roja. De gran importancia simbólica se estima la colocación en tumbas de espejos de pirita y magnesita, para cuya consecución se establecieron relaciones de intercambio con asentamientos del valle de Oaxaca. La escultura monumental tiene gran relevancia en San Lorenzo al asumir las pautas básicas de la comunicación simbólica olmeca. La materia prima, el basalto, se consiguió en el Cerro Cintepec, en las Montañas Tuxtlas, distante a unos 80 km del centro, para confeccionar varios tipos de esculturas. Las más conocidas son las cabezas colosales , mediante las cuales se representaron gobernantes deificados. Se han encontrado nueve en San Lorenzo, cuatro en La Venta y tres en Tres Zapotes. De talla naturalista, enfatizan los ojos rehundidos, labios agruesados, asimétricos y otros rasgos de los hombres-jaguar, decorándose en la parte posterior con pieles, garras de jaguar y símbolos de ofidio como título de linaje. También se esculpen altares, tal vez utilizados como tronos, en bajo y altorrelieve, que tienen un significado simbólico y ritual. Sus frontales contienen representaciones de mitos, siendo común la imagen de un individuo emergiendo de una cueva que lleva a veces en brazos a un niño con rasgos de jaguar, y las escenas de batalla y de esclavos.
Otro grupo de esculturas está dedicado a temas más libres, pero que manifiestan superior agilidad y tratamiento tridimensional que las cabezas colosales y los altares, considerados representantes de un arte más oficial; son esculturas de bulto redondo de carácter esencialmente antropomorfo. Así pues, San Lorenzo introdujo por primera vez en el patrón cultural mesoamericano un concepto urbano de sus asentamientos más complejos, alternando los espacios abiertos con estructuras piramidales de tierra compactada y adobes, amplias escalinatas y terraplenes. Junto a ello proporcionó la primera gran tradición escultórica de Mesoamérica realizada con una tecnología muy sencilla limitada por el uso de la piedra, la cual se nos presenta ya elaborada y sin antecedentes claros. Además, introdujo un panteón ligado a la naturaleza, donde muchas de sus deidades tienen rasgos de caimán, sapo, serpiente, jaguar y otros animales típicos del bosque tropical. La aparición de un pequeño grupo dirigente ligado a la divinidad y el acceso diferencial a los recursos agrícolas permitió la demanda de bienes estratégicos y de lujo procedentes del exterior, potenciando una amplia red de intercambio por la que viajaron productos e ideas, lo cual resultó de gran utilidad para la formulación de tradiciones culturales que caracterizan la civilización mesoamericana. Algunas cabezas colosales, que tanto esfuerzo habían requerido para su confección, fueron destruidas, quizás siguiendo pautas rituales de renovación; pero más interesante es el patrón de desarrollo y decadencia de los centros de civilización, que culmina con su abandono definitivo. Las causas de este declive, como ocurre con la mayoría de las ciudades mesoamericanas, son desconocidas, pero con ellas se inicia una práctica que se continuará hasta la llegada de los españoles.