Rituales, ceremonias, símbolo e imagen
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Datos principales
Rango
Edad Moderna
Desarrollo
El poder se expresaba a través del mando pero también en el ámbito de los rituales. El papel de la reina en las ceremonias es otra perspectiva muy reveladora para entender su significado dentro de la familia real y su imagen pública en relación al pueblo.(19 ) El ritual presentaba a la reina como parte esencial de la monarquía, como esposa del rey y como madre del futuro rey. Y también se les reservaba papeles protagonistas, como sucedía en las entradas solemnes. Muy significativas fueron las llamadas Jornadas de las reinas consortes. Fue durante en el reinado de Felipe II cuando todo este ritual o ceremonial destacó por su significación, especialmente a partir del tercer matrimonio con Isabel de Valois y del cuarto con Anna de Austria . Gráfico La etiqueta borgoñona diseñó un nuevo ritual específico para cada uno de los acontecimientos. Las ceremonias protagonizadas por las reinas con motivo de su boda, viaje a su nuevo reino, encuentro con su esposo y ratificación del matrimonio y entrada real en Madrid, adquirieron enorme relevancia por su magnificencia, simbolismo y trascendencia para las relaciones internacionales; también por su valor de aproximación de la monarquía a la sociedad, por la cantidad y calidad de los festejos organizados y su significado para la historia del arte efímero y, también por la aportación literaria de los relatos y publicaciones, libros y folletos, en prosa y en verso.
Para la entrada de Ana de Austria en 1570 merece destacarse la crónica de López de Hoyos. Las instrucciones de Felipe II para las jornadas de Isabel de Valois y Ana de Austria son muy reveladoras de los aspectos que se consideraban más importantes y se querían destacar más, por ejemplo, el momento del encuentro del cortejo que venía acompañando a la reina desde su país de origen con la comitiva enviada por el rey para recibirla y darle la bienvenida a su reino, justo en la frontera. El ceremonial representaba y escenificaba entonces las relaciones entre la monarquía española y el reino de procedencia de la nueva reina. Gran importancia política tenía la entrada solemne de la reina en las diversas ciudades y poblaciones del recorrido, especialmente la entrada en la capital, Madrid. En cada lugar había que respetar las costumbres y tradiciones, pero sin comprometer nunca a la monarquía, lo que daba ocasión a negociaciones y acuerdos para satisfacción de ambas partes. Aunque por tratarse de la reina consorte, no del rey, se rebajaba el nivel de compromiso político. Con la introducción de la dinastía borbónica cambió el ceremonial borgoñón de los Austrias, en el que el rey y la reina vivían gran parte del tiempo separados. Desde el reinado de Felipe V , los reyes se mantendrían siempre juntos, en la vida cotidiana, en la mesa, en los paseos y cacerías y también en las ceremonias, incluidas las de carácter político, donde la reina asistía al lado del rey, como también en las más diversas fiestas cortesanas.
La imagen proyectada en este siglo tendía a ofrecer no a la persona individual sino a la familia real, destacando la importancia de la dinastía y del factor de continuidad de la monarquía. Así, la pareja real, muchas veces acompañada de sus hijos, el príncipe heredero y los infantes, participaba conjuntamente en casi todos los actos del ritual cortesano y de las ceremonias realizadas en público. Un ejemplo es el retrato de la Familia de Felipe V de Van Loo. En el simbolismo real de la época, junto al mito solar aplicado al rey, el mito lunar se aplicaba a la reina. (20 ) El símbolo responde al ideal, por el cual la reina era sólo un pálido reflejo del esplendor del soberano; sin embargo hubo reinas que brillaron con luz propia, otras llegaron incluso en algunos momentos a hacer sombra al rey. Otro símbolo, aplicado a la reina en su papel de dar un heredero a la corona, era la aurora. Imagen con frecuencia asociada en las letras y las artes a la reina que da a luz un nuevo sol, el heredero del trono. Asimismo, la reina debía ser un ejemplo y guía para todas las mujeres del reino. Pero en sus representaciones no aparecía como mujer más o menos próxima a su pueblo, sino como reina, con toda la magnificencia posible. En el siglo XVIII, los retratos expresaron más los sentimientos y se abrió camino a una mentalidad más amable y delicada, más femenina. Una cualidad o elemento esencial a destacar en una reina era la sabiduría.
Una sabiduría formada por los conocimientos adquiridos, entre los que la religión, la moral, las lenguas -española y extranjeras- la historia, la pintura y la música se consideraban como más propios y adecuados. También era muy importante en una reina, como expresión de su grandeza y cultura, el patronazgo de las artes y las letras. Parece que las soberanas de los siglos XVI y XVII quedaron oscurecidas por el brillante mecenazgo de los monarcas, especialmente de Felipe II y Felipe IV . En este campo, sobresalieron más las reinas del siglo XVIII, especialmente las dos esposas de Felipe V y también Bárbara de Braganza y María Luisa de Parma . La imagen de reina heroína fue objeto de numerosas representaciones. Era la imagen bíblica, clásica de la mujer fuerte, una reina valerosa, capaz de grandes proezas, que rige a su pueblo con fortaleza y lo conduce a la victoria. Pero el deber fundamental de una reina era prestar a la institución monárquica la imagen digna de ser amada y obedecida y, para ello, debía ganar el amor y fidelidad de sus súbditos para la Corona, representando el rostro amable y hermoso de la monarquía. Mientras el rey ejercía un reinado material, el de la reina era inmaterial, espiritual; el rey reinaba sobre los cuerpos, la reina debía reinar sobre las almas. Para ello, a la belleza interior se debía añadir la hermosura exterior. La majestad daba belleza y la belleza daba majestad. A todo ello, era preciso sumar otra serie de virtudes que debían adornar a una reina como la prudencia, la discreción, modestia, humildad, honestidad, etc. todas ellas cualidades unidas a la feminidad.
Para la entrada de Ana de Austria en 1570 merece destacarse la crónica de López de Hoyos. Las instrucciones de Felipe II para las jornadas de Isabel de Valois y Ana de Austria son muy reveladoras de los aspectos que se consideraban más importantes y se querían destacar más, por ejemplo, el momento del encuentro del cortejo que venía acompañando a la reina desde su país de origen con la comitiva enviada por el rey para recibirla y darle la bienvenida a su reino, justo en la frontera. El ceremonial representaba y escenificaba entonces las relaciones entre la monarquía española y el reino de procedencia de la nueva reina. Gran importancia política tenía la entrada solemne de la reina en las diversas ciudades y poblaciones del recorrido, especialmente la entrada en la capital, Madrid. En cada lugar había que respetar las costumbres y tradiciones, pero sin comprometer nunca a la monarquía, lo que daba ocasión a negociaciones y acuerdos para satisfacción de ambas partes. Aunque por tratarse de la reina consorte, no del rey, se rebajaba el nivel de compromiso político. Con la introducción de la dinastía borbónica cambió el ceremonial borgoñón de los Austrias, en el que el rey y la reina vivían gran parte del tiempo separados. Desde el reinado de Felipe V , los reyes se mantendrían siempre juntos, en la vida cotidiana, en la mesa, en los paseos y cacerías y también en las ceremonias, incluidas las de carácter político, donde la reina asistía al lado del rey, como también en las más diversas fiestas cortesanas.
La imagen proyectada en este siglo tendía a ofrecer no a la persona individual sino a la familia real, destacando la importancia de la dinastía y del factor de continuidad de la monarquía. Así, la pareja real, muchas veces acompañada de sus hijos, el príncipe heredero y los infantes, participaba conjuntamente en casi todos los actos del ritual cortesano y de las ceremonias realizadas en público. Un ejemplo es el retrato de la Familia de Felipe V de Van Loo. En el simbolismo real de la época, junto al mito solar aplicado al rey, el mito lunar se aplicaba a la reina. (20 ) El símbolo responde al ideal, por el cual la reina era sólo un pálido reflejo del esplendor del soberano; sin embargo hubo reinas que brillaron con luz propia, otras llegaron incluso en algunos momentos a hacer sombra al rey. Otro símbolo, aplicado a la reina en su papel de dar un heredero a la corona, era la aurora. Imagen con frecuencia asociada en las letras y las artes a la reina que da a luz un nuevo sol, el heredero del trono. Asimismo, la reina debía ser un ejemplo y guía para todas las mujeres del reino. Pero en sus representaciones no aparecía como mujer más o menos próxima a su pueblo, sino como reina, con toda la magnificencia posible. En el siglo XVIII, los retratos expresaron más los sentimientos y se abrió camino a una mentalidad más amable y delicada, más femenina. Una cualidad o elemento esencial a destacar en una reina era la sabiduría.
Una sabiduría formada por los conocimientos adquiridos, entre los que la religión, la moral, las lenguas -española y extranjeras- la historia, la pintura y la música se consideraban como más propios y adecuados. También era muy importante en una reina, como expresión de su grandeza y cultura, el patronazgo de las artes y las letras. Parece que las soberanas de los siglos XVI y XVII quedaron oscurecidas por el brillante mecenazgo de los monarcas, especialmente de Felipe II y Felipe IV . En este campo, sobresalieron más las reinas del siglo XVIII, especialmente las dos esposas de Felipe V y también Bárbara de Braganza y María Luisa de Parma . La imagen de reina heroína fue objeto de numerosas representaciones. Era la imagen bíblica, clásica de la mujer fuerte, una reina valerosa, capaz de grandes proezas, que rige a su pueblo con fortaleza y lo conduce a la victoria. Pero el deber fundamental de una reina era prestar a la institución monárquica la imagen digna de ser amada y obedecida y, para ello, debía ganar el amor y fidelidad de sus súbditos para la Corona, representando el rostro amable y hermoso de la monarquía. Mientras el rey ejercía un reinado material, el de la reina era inmaterial, espiritual; el rey reinaba sobre los cuerpos, la reina debía reinar sobre las almas. Para ello, a la belleza interior se debía añadir la hermosura exterior. La majestad daba belleza y la belleza daba majestad. A todo ello, era preciso sumar otra serie de virtudes que debían adornar a una reina como la prudencia, la discreción, modestia, humildad, honestidad, etc. todas ellas cualidades unidas a la feminidad.