Reformas monetarias
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Economía Sociedad
Desarrollo
Desde 1933 (importante artículo publicado por M. Bloch en la revista "Annales") hasta el presente el tema del oro en la economía occidental ha preocupado a distintos historiadores. Que hubo una disminución de este metal en la época carolingia parece evidente, aunque eso se pudo deber a muy distintas circunstancias: el atesoramiento de las iglesias (Vercauteren), la rapiña de los normandos o, lo más probable (según C. M. Cipolla), su drenaje hacia Oriente a fin de cubrir los pagos de productos de lujo de alto precio. Paralelamente se produciría un drenaje de la plata hacia Occidente que la convertiría, así, en su patrón monetario. Bizancio disponía de una prestigiosa moneda de oro: el nomisma, sobre cuyo modelo los árabes habían acuñado la suya propia: el dinar. Desde el 755, Pipino el Breve trató de implantar en el regnum francorum una política dirigida a disponer de una moneda sana. Esta sería el denario de plata. Lo que Pipino esbozó, su hijo Carlomagno lo llevó hasta sus últimas consecuencias. Con el emperador, el oro prácticamente dejó de acuñarse, aunque algunas cecas del Sur de la Galia e Italia lanzasen algunas emisiones de escasa importancia. La plata sería la base del sistema monetario sobre el cual el emperador impuso un monopolio. Diversas disposiciones del 773, 781 y 794 culminaron en el año de la coronación imperial . Cada mutación monetaria iba acompañada de severas instrucciones para hacer obligatoria la circulación de las nuevas acuñaciones y prohibir las antiguas.
En el 805 se fijó el número de talleres autorizados a hacer emisiones, que fue reducido a los palacios reales y poco más. "Queremos que no haya otra moneda que la de nuestro palacio o aquella que hemos autorizado" reza un capitular cuyo cumplimiento se encomienda encarecidamente a los condes. La plata de las minas de Harz en Bohemia constituyó, posiblemente, la materia prima fundamental para soportar esta reforma. El sistema oficial se basaba en la existencia del denario, de un peso aproximado de 1,75 g. Doce denarios equivalían a un sueldo y veinte sueldos hacían una libra. El sueldo fue sólo moneda de cuenta y el denario, pieza básica para los intercambios mercantiles en el interior del Imperio, rara vez protagonizó operaciones de préstamo, muy mal vistas por la legislación carolingia que condena tajantemente (por ejemplo en la Admonitio generalis del 789) la noción de interés. La moneda y su monopolio fueron para Carlomagno también un arma de propaganda política. Las referencias imperiales desde el 800 (título de Imperator Augustus en el anverso de los denarios) y la imposición de una misma moneda a todo el Imperio simbolizan la existencia de una sola autoridad para todo el Occidente. Su hijo Luis el Piadoso y su nieto Carlos el Calvo (Edicto de Pitres del 864) lucharon por mantener el denario con un peso y una pureza similares a los de tiempos del restaurador del Imperio. Luis, incluso, se lanzó a acuñar en su palacio de Aquisgrán monedas de oro imitación del numisma bizantino con la leyenda munus divinum.
No parece, sin embargo, que se tratara más que de un gesto simbólico que en nada cambió la base argéntea sobre la que descansaba la economía occidental. Más aún, la desintegración del Imperio tras la muerte de Luis el Piadoso acabó incidiendo brutalmente en la política monetaria sobre la que el monopolio real acabó siendo imposible de mantener. Con Carlos el Calvo se concedieron a obispos y señores laicos licencias para acuñar. Cuando Hugo Capeto sube al trono en el 987 y acuña monedas en su nombre no hacia con ello más que seguir una práctica: la que había ejercido antes de esa fecha como conde de Orleans, Sens o París. La restauración del monopolio real sobre la acuñación de moneda se haría esperar algún tiempo aún.
En el 805 se fijó el número de talleres autorizados a hacer emisiones, que fue reducido a los palacios reales y poco más. "Queremos que no haya otra moneda que la de nuestro palacio o aquella que hemos autorizado" reza un capitular cuyo cumplimiento se encomienda encarecidamente a los condes. La plata de las minas de Harz en Bohemia constituyó, posiblemente, la materia prima fundamental para soportar esta reforma. El sistema oficial se basaba en la existencia del denario, de un peso aproximado de 1,75 g. Doce denarios equivalían a un sueldo y veinte sueldos hacían una libra. El sueldo fue sólo moneda de cuenta y el denario, pieza básica para los intercambios mercantiles en el interior del Imperio, rara vez protagonizó operaciones de préstamo, muy mal vistas por la legislación carolingia que condena tajantemente (por ejemplo en la Admonitio generalis del 789) la noción de interés. La moneda y su monopolio fueron para Carlomagno también un arma de propaganda política. Las referencias imperiales desde el 800 (título de Imperator Augustus en el anverso de los denarios) y la imposición de una misma moneda a todo el Imperio simbolizan la existencia de una sola autoridad para todo el Occidente. Su hijo Luis el Piadoso y su nieto Carlos el Calvo (Edicto de Pitres del 864) lucharon por mantener el denario con un peso y una pureza similares a los de tiempos del restaurador del Imperio. Luis, incluso, se lanzó a acuñar en su palacio de Aquisgrán monedas de oro imitación del numisma bizantino con la leyenda munus divinum.
No parece, sin embargo, que se tratara más que de un gesto simbólico que en nada cambió la base argéntea sobre la que descansaba la economía occidental. Más aún, la desintegración del Imperio tras la muerte de Luis el Piadoso acabó incidiendo brutalmente en la política monetaria sobre la que el monopolio real acabó siendo imposible de mantener. Con Carlos el Calvo se concedieron a obispos y señores laicos licencias para acuñar. Cuando Hugo Capeto sube al trono en el 987 y acuña monedas en su nombre no hacia con ello más que seguir una práctica: la que había ejercido antes de esa fecha como conde de Orleans, Sens o París. La restauración del monopolio real sobre la acuñación de moneda se haría esperar algún tiempo aún.