Rebelión de México contra los españoles
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Datos principales
Desarrollo
Rebelión de México contra los españoles Conocía Cortés a casi todos los que venían con Narváez. Les habló cortésmente. Les rogó que olvidasen lo pasado, que así haría él, y que tuviesen por bien de ser sus amigos e irse con él a México, que era el más rico pueblo de indias. Les devolvió sus armas, pues muchos las habían perdido, y a muy pocos dejó presos con Narváez. Los de a caballo salieron al campo con ánimo de pelear, mas luego se entregaron por lo que les dijo y prometió. En fin, todos ellos, que no venían sino a gozar la tierra, se alegraron de ello, y lo siguieron y sirvieron. Rehizo la guarnición de Veracruz, y envió allí los navíos de la flota. Despachó doscientos españoles al río de Garay, y volvió a enviar a Juan Velázquez de León con otros doscientos a poblar en Coazacoalzo. Envió delante a un español con la noticia de la victoria, y él partió luego a México, no sin preocupación por lo suyos que allí estaban, a causa de los mensajes de Narváez a Moctezuma. El español que fue con las noticias, en lugar de albricias, tuvo heridas que le hicieron los indios alzados. Mas, aunque llegado, volvió para decir a Cortés que los indios estaban rebelados y con armas, y que habían quemado los cuatro fustes, combatido la casa y fuerte de los españoles, derribado una pared, minado otra, pegado fuego a las municiones, quitado las vituallas, y llegado a tanto aprieto, que hubieran matado o prendido a los españoles si Moctezuma no les hubiera mandado dejar el combate; y aun con todo eso, no dejaron las armas ni el cerco; solamente aflojaron por complacer a su señor.
Estas nuevas fueron muy tristes para Cortés, pues convirtieron su gozo en cuidado, y le hicieron apresurar el camino para socorrer a sus amigos y compañeros; y si hubiese tardado un poco más, no los hubiese hallado vivos, sino muertos o para sacrificar. La mayor esperanza que tuvo de no perderlos y perderse, fue no haberse ido Moctezuma. Hizo reseña en Tlaxcallan de los españoles que llevaba, y eran mil peones y ciento de a caballo, pues llamó a los que había enviado a poblar. No paró hasta Tezcuco, donde no vio a los caballeros que conocía, ni le recibieron como otras veces, ni por el camino tampoco; antes bien halló la tierra, o despoblada o alborotada. En Tezcuco le llegó un español que Albarado enviaba, a llamarle y certificarle de lo arriba dicho, y que entrase pronto porque con su llegada aflojaría la ira. Vino asimismo con el español un indio de parte de Moctezuma, que le dijo que de lo pasado el no era culpable, y que si traía enojo hacia él, que lo perdiese y se fuese al aposento de antes, donde él estaba, y los españoles también vivos y sanos, como los dejó. Con esto descansaron él y los demás españoles aquella noche, y al otro día, que era San Juan Bautista, entró en México a la hora de comer, con cien de a caballo y mil españoles, y gran muchedumbre de los amigos de Tlaxcallan, Huexocinco y Chololla. Vio poca gente por las calles, no recibimiento, algunos puentes desbaratados y otras malas señales. Llegó a su aposento, y los que no cupieron en él, se fueron al templo mayor.
Moctezuma salió al patio a recibirle, disgustado, según mostraba, de lo que los suyos habían hecho. Se disculpó, y entró cada uno en su cámara. Pedro de Albarado y los demás españoles no cabían en sí de gozo con su llegada y la de tantos otros, que les daban las vidas, que tenían medio perdidas. Se saludaron unos a otros, y se preguntaron cómo estaban y venían, y cuanto los unos contaban de bueno, tanto los otros de malo. Causas de la rebelión Quiso Cortés saber por entero la causa del levantamiento de los indios mexicanos. Lo preguntó a todos juntos. Unos decían que por lo que Narváez les había enviado a decir, otros que por echarlos de México para que se fuesen, como estaba concertado, en teniendo navíos, pues peleando les gritaba: "íos, íos de aquí"; otros que por libertar a Moctezuma, pues en los combates decían: "Soltad nuestro dios y rey si no queréis ser muertos"; quién decía que por robarles el oro, plata y joyas que tenían, y que valían más de setecientos mil ducados, pues oían a los que llegaban cerca: "Aquí dejaréis el oro que nos habéis cogido"; quién que por no ver allí a los tlaxcaltecas y a otros que eran sus enemigos mortales; muchos, en fin, creían que por haberles derribado los ídolos de sus dioses, y por decírselo el diablo. Cada una de estas causas era bastante para que se rebelasen, cuanto más todas juntas. Pero la principal fue porque pocos días después de haberse ido Cortés hacia Narváez, vino cierta fiesta solemne que los mexicanos celebraban y la quisieron celebrar como solían, y para ello pidieron permiso a Pedro de Albarado, que quedó de alcaide y teniente por Cortés, para que no pensase, según ellos decían, que se juntaban para matar a los españoles.
Albarado se lo dio, con tal que en el sacrificio no interviniese muerte de hombres ni llevasen armas. Se juntaron más de seiscientos caballeros y principales personas, y hasta algunos señores, en el templo mayor; otros dicen que más de mil. Hicieron grandísimo ruido aquella noche con atabales, caracolas, cornetas, huesos hendidos, con los que silban muy fuerte. Hicieron su fiesta, y desnudos, aunque cubiertos de piedras y perlas, collares, cintas, brazaletes y otras muchas joyas de oro, plata y aljófar, y con muy ricos penachos en la cabeza, bailaron el baile que llaman mazaualiztli, que quiere decir merecimiento con trabajo, y así al labrador llaman mazauali. Este baile es como el netoteliztli, que ya dije, pues ponen esteras en los patios de los templos, y encima de ellas los atabales. Danzan en corro, cogidos de las manos y por filas; bailan al son de los que cantan, y responden bailando. Los cantares son santos, y no profanos, en alabanza del dios para el cual es la fiesta, para que les dé agua o grano, salud, victoria o porque les dio paz, hijos, sanidad y otras cosas así; y dicen los prácticos de esta lengua y ritos ceremoniales, que cuando bailan así en los templos hacen otras mudanzas muy diferentes que al netoteliztli, así con la voz como con movimientos del cuerpo, cabeza, brazos y pies, en que manifestaban sus conceptos, malos o buenos, sucios o loables. A este baile lo llaman los españoles areito; que es vocablo de las islas de Cuba y Santo Domingo.
Estando, pues, bailando aquellos caballeros mexicanos en el patio del templo de Vitcilopuchtli, fue allí Pedro de Albarado. Si fue de su cabeza o por acuerdo de todos no lo sabría decir; mas de que unos dicen que fue avisado que aquellos indios, como principales de la ciudad, se habían juntado allí a concertar el motín y rebelión que después hicieron; otros, que al principio fueron a verlos bailar un baile tan elogiado y famoso, y viéndolos tan ricos, se llenaron de codicia por el oro que llevaban encima, y así tomó las puertas, cada una con diez o doce españoles, y él entró dentro con más de cincuenta, y sin duelo ni piedad cristiana, los acuchilló y mató, y quitó lo que tenían encima. Cortés, aunque lo debió de sentir, disimuló por no enojar a los que lo hicieron, pues estaba en tiempo en que los iba a necesitar mucho, o para contra los indios o para que no hubiese novedad entre los suyos.
Estas nuevas fueron muy tristes para Cortés, pues convirtieron su gozo en cuidado, y le hicieron apresurar el camino para socorrer a sus amigos y compañeros; y si hubiese tardado un poco más, no los hubiese hallado vivos, sino muertos o para sacrificar. La mayor esperanza que tuvo de no perderlos y perderse, fue no haberse ido Moctezuma. Hizo reseña en Tlaxcallan de los españoles que llevaba, y eran mil peones y ciento de a caballo, pues llamó a los que había enviado a poblar. No paró hasta Tezcuco, donde no vio a los caballeros que conocía, ni le recibieron como otras veces, ni por el camino tampoco; antes bien halló la tierra, o despoblada o alborotada. En Tezcuco le llegó un español que Albarado enviaba, a llamarle y certificarle de lo arriba dicho, y que entrase pronto porque con su llegada aflojaría la ira. Vino asimismo con el español un indio de parte de Moctezuma, que le dijo que de lo pasado el no era culpable, y que si traía enojo hacia él, que lo perdiese y se fuese al aposento de antes, donde él estaba, y los españoles también vivos y sanos, como los dejó. Con esto descansaron él y los demás españoles aquella noche, y al otro día, que era San Juan Bautista, entró en México a la hora de comer, con cien de a caballo y mil españoles, y gran muchedumbre de los amigos de Tlaxcallan, Huexocinco y Chololla. Vio poca gente por las calles, no recibimiento, algunos puentes desbaratados y otras malas señales. Llegó a su aposento, y los que no cupieron en él, se fueron al templo mayor.
Moctezuma salió al patio a recibirle, disgustado, según mostraba, de lo que los suyos habían hecho. Se disculpó, y entró cada uno en su cámara. Pedro de Albarado y los demás españoles no cabían en sí de gozo con su llegada y la de tantos otros, que les daban las vidas, que tenían medio perdidas. Se saludaron unos a otros, y se preguntaron cómo estaban y venían, y cuanto los unos contaban de bueno, tanto los otros de malo. Causas de la rebelión Quiso Cortés saber por entero la causa del levantamiento de los indios mexicanos. Lo preguntó a todos juntos. Unos decían que por lo que Narváez les había enviado a decir, otros que por echarlos de México para que se fuesen, como estaba concertado, en teniendo navíos, pues peleando les gritaba: "íos, íos de aquí"; otros que por libertar a Moctezuma, pues en los combates decían: "Soltad nuestro dios y rey si no queréis ser muertos"; quién decía que por robarles el oro, plata y joyas que tenían, y que valían más de setecientos mil ducados, pues oían a los que llegaban cerca: "Aquí dejaréis el oro que nos habéis cogido"; quién que por no ver allí a los tlaxcaltecas y a otros que eran sus enemigos mortales; muchos, en fin, creían que por haberles derribado los ídolos de sus dioses, y por decírselo el diablo. Cada una de estas causas era bastante para que se rebelasen, cuanto más todas juntas. Pero la principal fue porque pocos días después de haberse ido Cortés hacia Narváez, vino cierta fiesta solemne que los mexicanos celebraban y la quisieron celebrar como solían, y para ello pidieron permiso a Pedro de Albarado, que quedó de alcaide y teniente por Cortés, para que no pensase, según ellos decían, que se juntaban para matar a los españoles.
Albarado se lo dio, con tal que en el sacrificio no interviniese muerte de hombres ni llevasen armas. Se juntaron más de seiscientos caballeros y principales personas, y hasta algunos señores, en el templo mayor; otros dicen que más de mil. Hicieron grandísimo ruido aquella noche con atabales, caracolas, cornetas, huesos hendidos, con los que silban muy fuerte. Hicieron su fiesta, y desnudos, aunque cubiertos de piedras y perlas, collares, cintas, brazaletes y otras muchas joyas de oro, plata y aljófar, y con muy ricos penachos en la cabeza, bailaron el baile que llaman mazaualiztli, que quiere decir merecimiento con trabajo, y así al labrador llaman mazauali. Este baile es como el netoteliztli, que ya dije, pues ponen esteras en los patios de los templos, y encima de ellas los atabales. Danzan en corro, cogidos de las manos y por filas; bailan al son de los que cantan, y responden bailando. Los cantares son santos, y no profanos, en alabanza del dios para el cual es la fiesta, para que les dé agua o grano, salud, victoria o porque les dio paz, hijos, sanidad y otras cosas así; y dicen los prácticos de esta lengua y ritos ceremoniales, que cuando bailan así en los templos hacen otras mudanzas muy diferentes que al netoteliztli, así con la voz como con movimientos del cuerpo, cabeza, brazos y pies, en que manifestaban sus conceptos, malos o buenos, sucios o loables. A este baile lo llaman los españoles areito; que es vocablo de las islas de Cuba y Santo Domingo.
Estando, pues, bailando aquellos caballeros mexicanos en el patio del templo de Vitcilopuchtli, fue allí Pedro de Albarado. Si fue de su cabeza o por acuerdo de todos no lo sabría decir; mas de que unos dicen que fue avisado que aquellos indios, como principales de la ciudad, se habían juntado allí a concertar el motín y rebelión que después hicieron; otros, que al principio fueron a verlos bailar un baile tan elogiado y famoso, y viéndolos tan ricos, se llenaron de codicia por el oro que llevaban encima, y así tomó las puertas, cada una con diez o doce españoles, y él entró dentro con más de cincuenta, y sin duelo ni piedad cristiana, los acuchilló y mató, y quitó lo que tenían encima. Cortés, aunque lo debió de sentir, disimuló por no enojar a los que lo hicieron, pues estaba en tiempo en que los iba a necesitar mucho, o para contra los indios o para que no hubiese novedad entre los suyos.