Raices etnográficas del Egipto histórico
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EgiptoPrehisto
Desarrollo
La cultura de Negade II desemboca en la unificación de Egipto y en la constitución del Estado más duradero que hasta hoy ha conocido la historia. Los pasos previos, dados mientras estaba en su apogeo el arte balbuciente de Negade II, apenas se pueden rastrear en las manifestaciones que del mismo conocemos. La visión de tantos barcos nos sugiere que el ir y venir por el Nilo, en el ejercicio del comercio o de la guerra, constituye una actividad primordial, como sabemos sucedía en tiempos históricos cuando el faraón visitaba los santuarios y centros locales de la Administración. Las fieras y las gacelas pintadas indican que la caza goza de gran predicamento, quizá ya como privilegio de una aristocracia. En los murales de Hierakónpolis se hace sentir la presencia de un hombre flanqueado por dos leones rampantes, a quien luego volveremos a encontrar en el puñal de Gebel-el-Arak . Quizá sea ésta la representación más antigua de un hombre al que los demás consideran superior: un héroe, un semidios. Cuando el corazón humano aún se encogía ante la perspectiva de hacer frente a una fiera en las condiciones de inferioridad a que lo reducía su rudimentario armamento, no tiene nada de extraño que la admiración despertada por el gran cazador entre quienes conocían su palmarés indujese a éstos a postrarse ante él como un príncipe, un rey, un dios. Por el contrario, una vez que armas de mayor alcance y poder de penetración, como el arco compuesto, salvaron aquella diferencia, ya la representación del gran cazador resultó inadecuada como símbolo del hombre imbuido de poder numinoso, y fue menester sustituirla por otra: la del jefe que defiende a su pueblo del enemigo extranjero o lo enriquece y hace próspero con sus conquistas territoriales.
Todos estos grupos humanos que por su utillaje calificamos de tasienses, badarienses , negadenses , etc., hubieron de transmitir al Egipto histórico un copioso legado de ideas y creencias perpetuadas por la costumbre o el tabú. Una de las ideas más precisas y originales del Egipto de la primera época es la de que el país está gobernado por un dios, el faraón. Vamos a ver, siguiendo los estudios de Helck, cómo los grupos étnicos y sociales del Egipto primitivo contribuyeron con aportaciones diversas, y en grado mayor o menor, a los varios aspectos de tan peregrina creencia. El más importante de estos aspectos está constituido por ideas derivadas de las vivencias de los cazadores nómadas, todas ellas girando en torno a la gran caza que todavía entonces, aunque cada día con menos posibilidades, se podía practicar en las estepas marginales, a uno y otro lado del valle del Nilo. En muchas solemnidades el rey se reviste de unos ornamentos que exaltan su figura como gran cazador, con el arcaico estuche fálico (un exiguo taparrabos), el pelo trenzado sobre la frente (el uraeus de tiempos históricos) y una cola de perro con la que se transforma en sabueso y adquiere sus extraordinarias facultades para la caza. Es también posible que los estandartes del rey de tiempos históricos se remonten a los seres y objetos que acompañaban en la caza al gerifalte de aquellos cazadores prehistóricos; se puede identificar a estos acompañantes del rey con su perro, con su asno de montar, con el almohadón en que se sienta y con su halcón de cetrería.
Su morada es una tienda de esteras; su tumba, un túmulo. El cazador nómada sólo puede concebir como animales las cosas que considera investidas de poder numinoso; por ello la tienda del rey asume la forma de un rinoceronte; la trenza de su frente, la de una serpiente. El rey mismo no alcanza el máximun de su poder en su natural forma humana, sino en la de león, toro bravo o halcón. También el cielo es un halcón que extiende sus alas sobre la tierra; en esta coincidencia se perfila ya la base del proceso que desemboca en la realeza divina con que nos encontramos en los orígenes mismos de la historia de Egipto. La caza es una ocupación numinosa y sagrada; de ahí que el sacrificio a los dioses revista siempre en Egipto la forma de una cacería. Es típico de los cazadores nómadas el que su jefe haya de conservarse siempre joven; esto indujo al grupo que tuvo mayor peso en la formación de Egipto a destronar al príncipe que por su edad había perdido su fuerza y a reemplazarlo por otro, joven y vigoroso. El presunto sucesor debía acreditar sus facultades físicas en una veloz carrera, en la que le acompañaba su perro de caza, mientras las mujeres del harén regio lo animaban con sus hurras. Esta antigua ceremonia fundamenta en época histórica la Fiesta del Sed, en la que el gastado poder del faraón había de renovarse. Frente al grupo de cazadores nómadas se encuentra otro, muy influyente también, cuyas concepciones tienen carácter agrario. Aquí el jefe es el gran cazador de hipopótamos , capaz de hacer frente por sí solo, en una frágil barquichuela, al peligroso animal codiciado por su carne.
Durante la caza el pueblo apoya a su campeón desde la orilla con cantos y bailes rituales. El jefe garantiza asimismo el resultado positivo de las faenas agrícolas: él abre el primer surco, corta la primera espiga y erige el árbol de la cosecha para que éste trasmita a las nuevas semillas el poder germinal de los cereales. Por medio de un "hierós gamos", las nupcias sagradas que celebra en el Nilo, fomenta las crecidas del río fecundante. En este círculo de ritos agrarios echan raíces muchas otras creencias y ceremonias de tiempos posteriores: la conducción de un toro por los campos para fertilizarlos y prácticas análogas. Para estas gentes las cosas imbuidas de la energía divina -el Maat- son todas femeninas, de modo que cuando a comienzos de la historia se produzca su reducción a dioses antropomorfos, adoptarán la forma de diosas: el trono, la de Isis; la flecha, la de Neith; el palacio, la de Hathor . En el Delta oriental se puede rastrear una cultura de pastores en la que tienen su cuna la concepción del rey como carnero y también la del pastor que sucumbe en la lucha con un animal salvaje, un drama al que estaba reservado un brillante porvenir. La esposa del pastor lo busca; encuentra su cadáver y lo devuelve a la vida por medio de un llanto ritual, aunque la nueva vida del pastor ya no transcurre en la faz de la tierra, sino en el seno de la misma. Las espesas hierbas que crecen sobre la tumba demuestran que su vida prosigue. Esta concepción tuvo muchas concomitancias alrededor del Mediterráneo y en el Cercano Oriente.
Siria fue quien la mantuvo de la forma más pura, mientras que tanto en el mito sumerio de Dumuzi como en el egipcio de Osiris los cambios de circunstancias (disminución de la importancia de la ganadería, pérdida del miedo a los animales salvajes) transformaron las líneas y el carácter de la vivencia primitiva. El grupo de los vaqueros, oriundo al parecer del sudeste de Egipto, tuvo escasa influencia en esta panorámica. Tal vez se deba a ellos la concepción del cielo como una vaca (y no como un halcón) y lo mismo la de la reina; también pudiera debérseles la costumbre de erigir pilares con cabezas de toro en función apotropaica y la de emplear el bucráneo como máscara para incrementar la potencia numinosa.
Todos estos grupos humanos que por su utillaje calificamos de tasienses, badarienses , negadenses , etc., hubieron de transmitir al Egipto histórico un copioso legado de ideas y creencias perpetuadas por la costumbre o el tabú. Una de las ideas más precisas y originales del Egipto de la primera época es la de que el país está gobernado por un dios, el faraón. Vamos a ver, siguiendo los estudios de Helck, cómo los grupos étnicos y sociales del Egipto primitivo contribuyeron con aportaciones diversas, y en grado mayor o menor, a los varios aspectos de tan peregrina creencia. El más importante de estos aspectos está constituido por ideas derivadas de las vivencias de los cazadores nómadas, todas ellas girando en torno a la gran caza que todavía entonces, aunque cada día con menos posibilidades, se podía practicar en las estepas marginales, a uno y otro lado del valle del Nilo. En muchas solemnidades el rey se reviste de unos ornamentos que exaltan su figura como gran cazador, con el arcaico estuche fálico (un exiguo taparrabos), el pelo trenzado sobre la frente (el uraeus de tiempos históricos) y una cola de perro con la que se transforma en sabueso y adquiere sus extraordinarias facultades para la caza. Es también posible que los estandartes del rey de tiempos históricos se remonten a los seres y objetos que acompañaban en la caza al gerifalte de aquellos cazadores prehistóricos; se puede identificar a estos acompañantes del rey con su perro, con su asno de montar, con el almohadón en que se sienta y con su halcón de cetrería.
Su morada es una tienda de esteras; su tumba, un túmulo. El cazador nómada sólo puede concebir como animales las cosas que considera investidas de poder numinoso; por ello la tienda del rey asume la forma de un rinoceronte; la trenza de su frente, la de una serpiente. El rey mismo no alcanza el máximun de su poder en su natural forma humana, sino en la de león, toro bravo o halcón. También el cielo es un halcón que extiende sus alas sobre la tierra; en esta coincidencia se perfila ya la base del proceso que desemboca en la realeza divina con que nos encontramos en los orígenes mismos de la historia de Egipto. La caza es una ocupación numinosa y sagrada; de ahí que el sacrificio a los dioses revista siempre en Egipto la forma de una cacería. Es típico de los cazadores nómadas el que su jefe haya de conservarse siempre joven; esto indujo al grupo que tuvo mayor peso en la formación de Egipto a destronar al príncipe que por su edad había perdido su fuerza y a reemplazarlo por otro, joven y vigoroso. El presunto sucesor debía acreditar sus facultades físicas en una veloz carrera, en la que le acompañaba su perro de caza, mientras las mujeres del harén regio lo animaban con sus hurras. Esta antigua ceremonia fundamenta en época histórica la Fiesta del Sed, en la que el gastado poder del faraón había de renovarse. Frente al grupo de cazadores nómadas se encuentra otro, muy influyente también, cuyas concepciones tienen carácter agrario. Aquí el jefe es el gran cazador de hipopótamos , capaz de hacer frente por sí solo, en una frágil barquichuela, al peligroso animal codiciado por su carne.
Durante la caza el pueblo apoya a su campeón desde la orilla con cantos y bailes rituales. El jefe garantiza asimismo el resultado positivo de las faenas agrícolas: él abre el primer surco, corta la primera espiga y erige el árbol de la cosecha para que éste trasmita a las nuevas semillas el poder germinal de los cereales. Por medio de un "hierós gamos", las nupcias sagradas que celebra en el Nilo, fomenta las crecidas del río fecundante. En este círculo de ritos agrarios echan raíces muchas otras creencias y ceremonias de tiempos posteriores: la conducción de un toro por los campos para fertilizarlos y prácticas análogas. Para estas gentes las cosas imbuidas de la energía divina -el Maat- son todas femeninas, de modo que cuando a comienzos de la historia se produzca su reducción a dioses antropomorfos, adoptarán la forma de diosas: el trono, la de Isis; la flecha, la de Neith; el palacio, la de Hathor . En el Delta oriental se puede rastrear una cultura de pastores en la que tienen su cuna la concepción del rey como carnero y también la del pastor que sucumbe en la lucha con un animal salvaje, un drama al que estaba reservado un brillante porvenir. La esposa del pastor lo busca; encuentra su cadáver y lo devuelve a la vida por medio de un llanto ritual, aunque la nueva vida del pastor ya no transcurre en la faz de la tierra, sino en el seno de la misma. Las espesas hierbas que crecen sobre la tumba demuestran que su vida prosigue. Esta concepción tuvo muchas concomitancias alrededor del Mediterráneo y en el Cercano Oriente.
Siria fue quien la mantuvo de la forma más pura, mientras que tanto en el mito sumerio de Dumuzi como en el egipcio de Osiris los cambios de circunstancias (disminución de la importancia de la ganadería, pérdida del miedo a los animales salvajes) transformaron las líneas y el carácter de la vivencia primitiva. El grupo de los vaqueros, oriundo al parecer del sudeste de Egipto, tuvo escasa influencia en esta panorámica. Tal vez se deba a ellos la concepción del cielo como una vaca (y no como un halcón) y lo mismo la de la reina; también pudiera debérseles la costumbre de erigir pilares con cabezas de toro en función apotropaica y la de emplear el bucráneo como máscara para incrementar la potencia numinosa.