¿Precursor de la Independencia?
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¿Precursor de la Independencia? Como habrá podido comprobarse, los ataques de Rodríguez Freyle a funcionarios y autoridades resultan más bien moderados, tanto en su contenido como en los propios términos en que están redactados. Hay, sin duda, expresada en esas palabras una queja muy honda y sentida por la rapacidad de algunos funcionarios y mercaderes, que solamente iban a indias con la intención de enriquecerse a costa del país y regresar a España con sus caudales, no siempre legítimamente adquiridos. Pero de esto a pensar que en tal protesta pueda contenerse un secreto deseo de separar de España al Nuevo Reino de Granada, media un abismo insalvable. Pudo producirse, y se produjo sin duda, toda una serie de rebeldías contra el mal gobierno de no pocos representantes de la Corona, pero ésta quedó a salvo en todas ellas --quizá con la sola excepción, todavía discutible, de la revuelta de Tupac Amaru-- hasta los movimientos juntistas de 1810, como ya demostró hace años el maestro Alfonso García Gallo. Pese a ello, Miguel Aguilera atribuye, al parecer, a Rodríguez Freyle esa condición de precursor independentista cuando, apoyándose en los textos recién citados, escribe: Al estudiar el empeño de nuestros precursores de la Independencia, no se rinde homenaje a la verdad subrayando la rebeldía turbulenta de Lope de Aguirre o la de Álvaro de Oyón; porque éstos no fueron sino vulgares resentidos que se agitaban bajo la coraza de su orgullo, o impelidos por el resorte del pesar del bien ajeno.
Otros vemos a quienes se les puede abonar una pasión abnegada en pro de nuestra suerte: don Juan Rodríguez Freyle fue el primero. Lea y rumie con deleite el guardador del Carnero el capítulo CXVII, donde se denuncia la desoladora pobreza del país a causa de los cargamentos de oro que se despachaban en los galeones aventurados en el mar, bajo el riesgo de naufragio o de la probabilidad de la asechanza de los piratas. No llega la mente a comprender cómo el atrevido criollo pudiese entonces fiar a la pluma declaraciones tan audaces como aquella que sigue a la descripción de la remesa que iba en el mismo bergantín en que él realizaba, al lado del ex-oídor Pérez de Salazar, su travesía hacia España50. Pienso que no hay nada de eso. Como ya se ha visto, la sugestión del doctor Aguilera no puede aceptarse, por varias razones. En primer lugar, el apelativo de atrevido criollo es una mera afirmación hiperbólica, ya que la obra de Rodríguez Freyle no fue conocida en su tiempo, o lo fue por muy pocas personas de su intimidad. Pero, además, y sobre todo, la censura contenida en aquellos párrafos resulta una fruslería si se compara con los ataques a la Administración metropolitana incluidos en otros textos anteriores y contemporáneos --y, sin duda, posteriores-- al de nuestro cronista. Por eso, debe considerarse más exagerada aún la afirmación con que Aguilera termina su comentario. Saboréese --escribe-- a gusto la ironía de esta última observación. Sinapismo de cantáridas. Dos siglos y cuarto después, don Camilo Torres no escribió con tanto desembarazo como el modesto y temerario cronista lo hacía51.
Otros vemos a quienes se les puede abonar una pasión abnegada en pro de nuestra suerte: don Juan Rodríguez Freyle fue el primero. Lea y rumie con deleite el guardador del Carnero el capítulo CXVII, donde se denuncia la desoladora pobreza del país a causa de los cargamentos de oro que se despachaban en los galeones aventurados en el mar, bajo el riesgo de naufragio o de la probabilidad de la asechanza de los piratas. No llega la mente a comprender cómo el atrevido criollo pudiese entonces fiar a la pluma declaraciones tan audaces como aquella que sigue a la descripción de la remesa que iba en el mismo bergantín en que él realizaba, al lado del ex-oídor Pérez de Salazar, su travesía hacia España50. Pienso que no hay nada de eso. Como ya se ha visto, la sugestión del doctor Aguilera no puede aceptarse, por varias razones. En primer lugar, el apelativo de atrevido criollo es una mera afirmación hiperbólica, ya que la obra de Rodríguez Freyle no fue conocida en su tiempo, o lo fue por muy pocas personas de su intimidad. Pero, además, y sobre todo, la censura contenida en aquellos párrafos resulta una fruslería si se compara con los ataques a la Administración metropolitana incluidos en otros textos anteriores y contemporáneos --y, sin duda, posteriores-- al de nuestro cronista. Por eso, debe considerarse más exagerada aún la afirmación con que Aguilera termina su comentario. Saboréese --escribe-- a gusto la ironía de esta última observación. Sinapismo de cantáridas. Dos siglos y cuarto después, don Camilo Torres no escribió con tanto desembarazo como el modesto y temerario cronista lo hacía51.