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Desarrollo


Muerte del Gobernador Don Juan de Villandrando Un sábado, a medio día, fue avisado como el navío del Provincial había tomado el dicho puerto de las Piedras, que es en la isla, cinco leguas del pueblo, y le dijeron que traía mucha gente de guerra con indios flecheros; y el cruel tirano, muy enojado y bravo, y blasfemando de Dios y de sus Santos, andaba muy orgulloso con sus soldados, apercibiéndolos para pelear con el fraile, pensando que traía mucha gente; y con este temor, por prendar más a sus soldados, que no se le osasen huir y se pasasen al fraile, diciendo: "de los enemigos los menos", mandó que bajasen a una cámara baja, que estaba en la dicha fortaleza, al Gobernador y a Manuel Rodríguez, alcalde, y a un Cosme de León, alguacil mayor, y a un Cáceres, regidor, y a otro Juan Rodríguez, criado del Gobernador, a todos en las prisiones en que estaban, y viéndolos el tirano tristes, por los consolar, les dijo que no tuviesen pena ni temor, que les prometía y daba su palabra que aunque el fraile trujese más soldados que cardones y árboles había en la Margarita, que no hay en ella otra cosa, y aunque todos sus soldados muriesen que ninguno dellos había de morir; que así lo tuviesen por cierto que él les aseguraba. Y con esto que les dijo estaban algo contentos y consolados; pero el dicho tirano tenía la condición conforme a su mala vida y obras, que jamás, o por gran maravilla, cumplió palabra que a nadie diese, y cuando aseguraba alguno, entonces lo quería matar o dañar, como esto se paresció este día; y a la noche, mandó que se fuesen a sus casas los vecinos de la isla y sus mujeres que tenía presas, porque no entendiesen lo que querían hacer; y después de todos idos, a gran rato de la noche, vino adonde estaba preso el Gobernador y todos los que arriba hemos dicho que estaban presos con él, un Francisco de Carrión, alguacil mayor del tirano, y con él otros soldados y negros con cordeles y garrotes; y fueron primero al Gobernador, y le dijeron que se encomendase a Dios, que había de morir; y él respondió que cómo era aquello, que el gobernador Lope de Aguirre les había acabado de dar su palabra que no los mataría; y el dicho Alguacil y soldados le dijeron que, no obstante aquello, habían de morir; y luego dieron garrote al Gobernador y tras dél a Manuel Fernández, alcalde, y a Cosme de León, alguacil mayor, y al Juan Rodríguez, y a la postre el Cáceres, regidor, que era un viejo manco y tullido; y muertos todos cinco, los cubrieron con una estera, porque nadie los viese; y a la media noche, llamando el tirano a sus soldados, y metiéndolos en la fortaleza con las velas encendidas, mandó descubrir la carnecería, y mostrándoles los muertos, les dijo: "Mirad, marañones, qué habéis hecho, que, allende de los males y daños pasados que en el río Marañón hicisteis matando a vuestro Gobernador Pedro de Orsúa, y a su teniente D.

Juan de Vargas y a otros muchos, jurando y alzando por Príncipe a Don Fernando de Guzmán y firmándolo de vuestros nombres, habéis también muerto en esta isla al Gobernador della y a los Alcaldes y Justicias que, veislos, aquí están; por tanto, cada uno de vosotros mire por sí y pelee por su vida, que en ninguna parte del mundo podéis vivir seguros sino en mi compañía, habiendo cometido tantos delitos." Y luego mandó hacer dos hoyos en la misma cámara y allí los enterraron; y luego a aquella hora se partió el perverso tirano con ochenta soldados arcabuceros a la Punta de las Piedras a verse con el fraile, y quedó su maese de campo, Martín Pérez, en el pueblo en guarda de los presos; y el dicho Maese de campo comió aquel día en la fortaleza con trompetas y grande regocijo. Allegado el dicho tirano Lope de Aguirre con sus ochenta soldados a la Punta de las Piedras, halló que el navío del fraile venía ya a la vela la vía del pueblo; y luego, con toda brevedad, se volvió, y llegó al pueblo el mismo domingo, tarde: y su Maese de campo y los soldados que con él habían quedado le hicieron gran recibimiento, con salva de arcabucería; y luego que llegó, un Capitán suyo, llamado Cristóbal García, que era calafate, como se ha dicho, o por envidia o mala voluntad, y porque quizá fue verdad, dijo que su Maese de campo convocaba amigos para le matar y alzarle con la gente y navíos, e irse a Francia; y que él y los conjurados habían comido aquel día juntos en la fortaleza, con trompetas y gran fiesta; y trujo por testigo un muchacho, criado suyo, el cual dijo que había visto la junta y entendido el concierto, y que era como su amo lo había dicho.

Luego, el cruel tirano se determinó de matar a su Maese de campo; y enviándolo a llamar a su posada, mandó a un su muy amigo y de su guardia llamado Chaves, que al entrar de la puerta le matase con un arcabuz; y venido el Maese de campo, sin sospecha de lo que le había de venir, estando descuidado, el dicho Chaves llegó por detrás y le dio un arcabuzazo, de que le hirió muy mal; y luego le acudieron otros amigos del tirano, que estaban avisados, con muchas cuchilladas y estocadas; y el dicho Maese de campo, como se sintió herido mal, andaba huyendo de una parte a otra de la fortaleza, pidiendo confesión, y llamando al General, y así lo acabaron de matar; y el dicho Chaves le degolló con una daga. Fue tan grande el ruido y alboroto que hubo cuando mataron al dicho Maese de campo dentro de la fortaleza, que las mujeres y vecinos de la isla que estaban presos en la misma fortaleza pensaron que a todos los querían matar, y en especial a las mujeres, que unas se metían debajo de las camas, otras detrás de las puertas y en los rincones; y una Marina de Trujillo, mujer de Hernando de Riveros, se arrojó por una ventana de la fortaleza a la calle, y dio gran golpe, pero del miedo no lo sintió, y se fue a esconder; y de las almenas de la fortaleza se arrojaron un Domingo López y otro Pedro de Angulo, vecinos de la isla, y sin hacerse mal, se huyeron al monte; y el tirano se asomó a una ventana de la fortaleza, y desde ella dijo a la gente que estaba en la plaza, alborotada, que no sabían qué ruido era el que había dentro en la fortaleza, y les dijo a todos como había muerto a Martín Pérez, su Maese de campo, porque lo quería matar, y los asosegó.

A estas voces, estando el Maese de campo muerto y tendido en el suelo, y por muchas heridas que tenía en la cabeza se le parecían los sesos y le corría la sangre, y un Capitán de la munición, grande amigo del tirano, llamado Antón Llamoso, que había sido uno de los que dijeron al tirano que era en el concierto de matarle con el Maese de campo; y a aquella sazón le dijo el tirano: "Y vos, hijo, Antón Llamoso, también dicen que queríades matar a vuestro padre." El cual negó con grandes reniegos y juramentos; y pareciéndole que le satisfacía más, arremetió al cuerpo del dicho Maese de campo, delante de todos, y tendiéndose sobre él, le chupaba la sangre que por las heridas de la cabeza le salía, y a vueltas, le chupó parte de los sesos, diciendo: "a este traidor beberle he la sangre"; que causó grande admiración a todos. Quitó luego el tirano la capitanía de su guardia a un Nicolás de Çoçaya, porque también sospechó que era con el Maese de campo, y diola a otro, llamado Roberto de Çoçaya, barbero, muy su amigo. Mandó el tirano a todos los vecinos de la isla que tenía presos, que se fuesen a sus casas con sus mujeres, y que de ahí adelante viviesen seguros y sin miedo, que ya eran acabadas todas las muertes y crueldades, porque su Maese de campo, a quien él había ya muerto, las hacía y causaba todas; en lo cual mintió, porque el Maese de campo no hacía cosa ninguna sin su mandado, y aun se creyó que matara muchos más, y que el Maese de campo le estorbaba y rogaba mucho que no matase tantos.

Pasado todo lo que se ha dicho, un martes, por la mañana, llegó el navío Provincial al pueblo, y surgió en el puerto, casi media legua desviado de la fortaleza; y el dicho tirano, como lo vido surto, puso su gente en orden, y con cinco falconetes de bronce y uno de hierro, que tomó en esta isla, salió por la playa adelante, pensando que querían saltar en tierra; y el dicho tirano y soldados de la tierra y los del fraile, desde unas piraguas en que habían entrado para hacer ademán de tomar tierra, se llamaban unos a otros de traidores, y se dijeron otras muchas afrentas de palabra, pero nunca saltaron en tierra, y así se estuvieron todo aquel día en el puerto con estandartes reales alzados en el navío, y visto por el tirano que no saltaban en tierra, se volvió con su gente a la fortaleza, y de allí escribió una carta al dicho Provincial, que dijo desta manera:

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