Metalurgia y orfebrería
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Datos principales
Rango
Fenicia
Desarrollo
Los fenicios dominaron a la perfección el tratamiento de los metales, según demuestran los magníficos bronces y la joyería que de ellos nos han llegado. La metalurgia del bronce se centró sobre todo en la elaboración de pequeñas figuritas, que seguían la tradición plástica de los antiguos centros de Siria y Palestina. Así, Biblos ha facilitado numerosísimos idolillos y figuritas en bronce recubiertos o no con lámina de oro, provenientes de tres áreas sagradas: del Templo de Baalat, del Campo de las ofrendas y del Templo de los obeliscos. En tales lugares y guardadas en jarras de cerámica han sido descubiertas gran número de figurillas masculinas erectas y tocadas con el típico gorro fenicio, la "lebbede". Aparte del famosísimo grupo de Idolillos en movimiento (todos de unos 16 cm de altura), a modo de compacto ejército, la mejor pieza, por citar un ejemplar, es la que representa al dios Reshef (34 cm; Museo de Beirut), figurado imberbe y desnudo, con su brazo izquierdo en ángulo recto y en cuya mano empuñaría una lanza o cetro. Figuritas con este gesto han sido también encontradas en los depósitos del Campo de las ofrendas: una de ellas (7 cm; Museo de Beirut) de estilizada concepción plástica, representa a un hombre desnudo, imberbe, con la cabeza hacia atrás y avanzando en paralelo sus brazos, en cuyas manos porta una lanza y un hacha de combate. Muy similares a ésta han sido otras halladas en Biblos, pero fabricadas no sólo en bronce, sino también en oro y plata macizos.
Curiosamente, muy pocas figuritas femeninas había enterradas en estos depósitos de Biblos. Según M. Dunand, en la jarra 2000 del Templo de Baalat, entre las 77 figuritas de bronce allí reunidas, sólo había tres que representasen a mujeres. Estas tres estatuitas, figuradas desnudas y con los brazos a lo largo del cuerpo, recuerdan por su tipología las estatuillas funerarias egipcias. Muy interesantes son dos bronces (24 y 18 cm, respectivamente) de Tartous, enclave al sur de Latakia, con la imagen de sendos dioses, tocados con alto gorro cilíndrico (lebbede) y con la típica actitud de marcha. También lo es el idolillo en bronce de un dios de Biblos, sentado en trono de alto respaldo, bendiciendo (16,4 cm; Museo de Beirut). Asimismo, en Kamid el-Loz se han hallado varios bronces de técnica más local, personificación tal vez de Astarté o de Anat. Una pieza excepcional es el carro de bronce con dos ocupantes (13,3 cm; Museo del Louvre): la figurilla más grande (12,8 cm), que lleva corona egipcia, pasa el brazo derecho (hoy roto y que enarbolaría un arma) por detrás de la cabeza de la pequeña (10,5 cm), identificada ésta con una mujer, tocada con gorro y portando una carcaj a sus espaldas. El carro de dos ruedas y dos timones ha sido fechado por D. Collon y otros especialistas entre los siglos VI y IV a. C., mientras que las figuritas lo han sido entre el XIV-XIII a. C., cronología dada por P. Amiet. Obviamente, aún podríamos recoger muchísimos más bronces (señalamos sólo la figurilla masculina de Lefkonico de Chipre, de alargado canon, o la femenina de Faqra, en el Líbano, de complicada corona atef), pero ello alargaría en exceso este apartado.
Junto a estas figuritas broncíneas, y como prueba de la pericia de los metalurgistas, debe hacerse alusión a las copas y cuencos metálicos aunque, curiosamente, ningún ejemplar ha sido hallado en territorio específicamente fenicio. Sin embargo, y de acuerdo con E. Gjerstad y G. Marcoe, nos ponen en antecedentes los variados fragmentos de cuencos hallados en distintos puntos de Chipre , sobre todo uno de plata, de Amato, que recoge en su friso superior el ataque a una ciudad, y especialmente sus piezas intactas, como pueden serlo y hacemos selección, sus dos magnas y excepcionales obras: el cuenco de Idalion (19,5 cm de diámetro; Museo del Louvre), de plata sobredorada con el tema del faraón que derriba a sus enemigos y escenas de caza, fechado en el siglo VII a. C.; y el cuenco de Curium, en bronce, de idéntica cronología (hoy en el Metropolitan Museum de Nueva York), que si bien recoge el tema del faraón venciendo a sus enemigos y a varios animales, el motivo central de interés es un dios asirio, de cuatro alas en el acto de matar a un león. Cercanos en tipología y quizá superiores por su riqueza ornamental y diseño a los anteriormente citados estén los dos magníficos cuencos de plata del siglo VII a. C., hallados en la Tumba Bernardini de Preneste (Italia), ambos de clara temática egipcio-asiática y uno con el nombre de su propietario, el fenicio Eshmunazar, o las copas de Nimrud, de los siglos IX-VIII a. C. Hay que aludir también a las pequeñas hachas caladas, de carácter cultual, cuyos prototipos se deben buscar en Mesopotamia.
Podemos mencionar las halladas en Biblos, en el Templo de los obeliscos: dos de ellas, de oro (Museo de Beirut) están adornadas con un morueco y un perro en relieve; otras presentan fastuosa filigrana circular en las guardas de sus mangos, con temática tanto mesopotámica como egipcia. La orfebrería fenicia, siempre de excelente técnica, dada la demanda que en todo el Mediterráneo se hicieron de sus joyas -aparte de los abalorios y quincalla- arranca de las tradiciones artísticas del área sirio-palestina, como muy bien ha señalado G. Pisano, de la egipcia (objetos -preciosos de las tumbas de Abi-Shemu y de Ip Abi-Shemu, de Biblos) y, en menor medida, de la micénica. La joyería, que conoció un amplísimo repertorio formal (pendientes, collares, anillos, brazaletes, amuletos, etc.) cada vez fue más imitada, no faltando en Occidente verdaderas obras maestras. Junto a los metales nobles, las piedras preciosas y semipreciosas, así como los esmaltes, contribuyeron a realzar la fastuosa belleza de las piezas que los orífices fenicios superior crear, como puede verse, por ejemplo, en las de Sidón (hoy en el Museo de Beirut) o en las extraordinariamente hermosas de las tumbas reales de Chipre (hoy en Nicosia), piezas a las que a su valoración decorativa debe añadirse también, como ha remarcado últimamente A. Caubet, su profundo sentido simbólico y mágico. Debemos aludir, siquiera sea brevemente, a los escarabeos, como complemento de las joyas. Montados a veces en anillos de oro y plata o ensartados en artísticos collares y brazaletes, tales elementos, fabricados en diferentes tipos de piedra, vidrio o esmalte, remarcan la importancia que la religión egipcia -o su magia, al decir E. Acquaro- tuvo en todo el mundo fenicio. Si al comienzo los entalles de sus caras planas son de estilo y temática egipcia (aunque muchos no se fabricasen en el país de los faraones), a partir del siglo V a. C. se contaminan con nuevos dibujos de estilo griego. Estas pequeñas y populares piezas se utilizaron no sólo como simples elementos ornamentales, sino también como talismanes e incluso como sellos personales, montados en anillos con engarces giratorios, sustituyendo así a los sellos cilíndricos del mundo mesopotámico.
Curiosamente, muy pocas figuritas femeninas había enterradas en estos depósitos de Biblos. Según M. Dunand, en la jarra 2000 del Templo de Baalat, entre las 77 figuritas de bronce allí reunidas, sólo había tres que representasen a mujeres. Estas tres estatuitas, figuradas desnudas y con los brazos a lo largo del cuerpo, recuerdan por su tipología las estatuillas funerarias egipcias. Muy interesantes son dos bronces (24 y 18 cm, respectivamente) de Tartous, enclave al sur de Latakia, con la imagen de sendos dioses, tocados con alto gorro cilíndrico (lebbede) y con la típica actitud de marcha. También lo es el idolillo en bronce de un dios de Biblos, sentado en trono de alto respaldo, bendiciendo (16,4 cm; Museo de Beirut). Asimismo, en Kamid el-Loz se han hallado varios bronces de técnica más local, personificación tal vez de Astarté o de Anat. Una pieza excepcional es el carro de bronce con dos ocupantes (13,3 cm; Museo del Louvre): la figurilla más grande (12,8 cm), que lleva corona egipcia, pasa el brazo derecho (hoy roto y que enarbolaría un arma) por detrás de la cabeza de la pequeña (10,5 cm), identificada ésta con una mujer, tocada con gorro y portando una carcaj a sus espaldas. El carro de dos ruedas y dos timones ha sido fechado por D. Collon y otros especialistas entre los siglos VI y IV a. C., mientras que las figuritas lo han sido entre el XIV-XIII a. C., cronología dada por P. Amiet. Obviamente, aún podríamos recoger muchísimos más bronces (señalamos sólo la figurilla masculina de Lefkonico de Chipre, de alargado canon, o la femenina de Faqra, en el Líbano, de complicada corona atef), pero ello alargaría en exceso este apartado.
Junto a estas figuritas broncíneas, y como prueba de la pericia de los metalurgistas, debe hacerse alusión a las copas y cuencos metálicos aunque, curiosamente, ningún ejemplar ha sido hallado en territorio específicamente fenicio. Sin embargo, y de acuerdo con E. Gjerstad y G. Marcoe, nos ponen en antecedentes los variados fragmentos de cuencos hallados en distintos puntos de Chipre , sobre todo uno de plata, de Amato, que recoge en su friso superior el ataque a una ciudad, y especialmente sus piezas intactas, como pueden serlo y hacemos selección, sus dos magnas y excepcionales obras: el cuenco de Idalion (19,5 cm de diámetro; Museo del Louvre), de plata sobredorada con el tema del faraón que derriba a sus enemigos y escenas de caza, fechado en el siglo VII a. C.; y el cuenco de Curium, en bronce, de idéntica cronología (hoy en el Metropolitan Museum de Nueva York), que si bien recoge el tema del faraón venciendo a sus enemigos y a varios animales, el motivo central de interés es un dios asirio, de cuatro alas en el acto de matar a un león. Cercanos en tipología y quizá superiores por su riqueza ornamental y diseño a los anteriormente citados estén los dos magníficos cuencos de plata del siglo VII a. C., hallados en la Tumba Bernardini de Preneste (Italia), ambos de clara temática egipcio-asiática y uno con el nombre de su propietario, el fenicio Eshmunazar, o las copas de Nimrud, de los siglos IX-VIII a. C. Hay que aludir también a las pequeñas hachas caladas, de carácter cultual, cuyos prototipos se deben buscar en Mesopotamia.
Podemos mencionar las halladas en Biblos, en el Templo de los obeliscos: dos de ellas, de oro (Museo de Beirut) están adornadas con un morueco y un perro en relieve; otras presentan fastuosa filigrana circular en las guardas de sus mangos, con temática tanto mesopotámica como egipcia. La orfebrería fenicia, siempre de excelente técnica, dada la demanda que en todo el Mediterráneo se hicieron de sus joyas -aparte de los abalorios y quincalla- arranca de las tradiciones artísticas del área sirio-palestina, como muy bien ha señalado G. Pisano, de la egipcia (objetos -preciosos de las tumbas de Abi-Shemu y de Ip Abi-Shemu, de Biblos) y, en menor medida, de la micénica. La joyería, que conoció un amplísimo repertorio formal (pendientes, collares, anillos, brazaletes, amuletos, etc.) cada vez fue más imitada, no faltando en Occidente verdaderas obras maestras. Junto a los metales nobles, las piedras preciosas y semipreciosas, así como los esmaltes, contribuyeron a realzar la fastuosa belleza de las piezas que los orífices fenicios superior crear, como puede verse, por ejemplo, en las de Sidón (hoy en el Museo de Beirut) o en las extraordinariamente hermosas de las tumbas reales de Chipre (hoy en Nicosia), piezas a las que a su valoración decorativa debe añadirse también, como ha remarcado últimamente A. Caubet, su profundo sentido simbólico y mágico. Debemos aludir, siquiera sea brevemente, a los escarabeos, como complemento de las joyas. Montados a veces en anillos de oro y plata o ensartados en artísticos collares y brazaletes, tales elementos, fabricados en diferentes tipos de piedra, vidrio o esmalte, remarcan la importancia que la religión egipcia -o su magia, al decir E. Acquaro- tuvo en todo el mundo fenicio. Si al comienzo los entalles de sus caras planas son de estilo y temática egipcia (aunque muchos no se fabricasen en el país de los faraones), a partir del siglo V a. C. se contaminan con nuevos dibujos de estilo griego. Estas pequeñas y populares piezas se utilizaron no sólo como simples elementos ornamentales, sino también como talismanes e incluso como sellos personales, montados en anillos con engarces giratorios, sustituyendo así a los sellos cilíndricos del mundo mesopotámico.