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Desarrollo
MEMORIAL 54 Señor. El Capitán Quirós. Obligado estoy en conciencia a recordar a V. Magd. que me envió a descubrir las tierras del Austro, cuyo remate dista cincuenta leguas de las islas Malucas, a donde holandeses tienen sus escalas, comercio, presidios y, a buen juzgar, intento de perpetuarse y pasar muy adelante. Quiero decir que si estos enemigos disimulados y declarados abren los ojos y ven la diferencia grande que hay de aquellas islas pequeñas, enfermas, pobres y de quienes tanta cuenta hacen, a la inmensidad de las tierras Australes pobladas de un brioso gentío, fértiles, sanas, cómodas, ricas de mil géneros de cosas por desnatar, y entran en ellas, si ya no entran en ellas; que S. Magd. o los ha de echar dellas, o dejar en ellas, y es cierto que lo primero ha de costar millones de oro y millares de hombres, en duda de buen suceso, y lo segundo perderlas todas con todo cuanto contienen. Y también lo es que, con lo uno y lo otro, serán más ricas y poderosas, para con mucha su comodidad quitar a V. Magd. cuanto pudiesen y quizás cuanto quisiesen, y de camino se llevarán la honra y fama, a su modo de que en ellas primero predicaron sus errores que la verdad evangélica. También recuerdo que para la población dellas V. Magd. mandó dos veces me despachasen, la segunda a mi satisfacción, y no lo quisieron cumplir, y también más, que yo esperara un año, y son pasados casi cuatro. Es posible, Señor, que sabiendo V. Magd. que todo cuanto persuado y pretendo vale la honra de Dios, la salvación de infinitas almas, la protección de la cuarta parte del mundo, la quietud y la seguridad de todo lo poseído, la excusa de tantos males, daños y pérdidas espirituales y temporales, como se ve en mis escritos, y que siendo todo esto verdad no se acabe de tomar resolución al cabo de siete años? y más teniendo en mí para ejecutor, un vasallo fiel a quien se debe lo obrado y lo estorbado, y que por remate quiero dar la vida por la resurrección de tal obra nuestra.
Es posible, Señor, que estando de su parte della la piedad cristiana y la grandeza del ánimo real de V. Magd., la justa defensa del Consejo de Estado, los favores del cielo que se han visto, los clamores de almas que se condenan, el derecho de todos a la redención de Cristo, los sufragios de la Iglesia Católica, el dolor y la claridad de muchos siervos de Dios, que los unos piden a S. Magd. Divina haya misericordia dellas, y los otros quieren ir volando a socorrerlas; ninguna destas ni de otras ayudas de costa, ni mis trabajos, justificación y porfía les valen? Pues, válgalas Dios y válgame Dios y válganos V. Magd. a los dos. Consuélanme con decirme que cuando en esta Corte menospreciaron a Colón, buscó en Francia, Inglaterra y otras partes un príncipe que le ayudase a pasar el golfo de sus cuidados al parecer sin fundamentos. Canto y con razón pues puedo decir con verdad que Colón buscó reyes sin reinos, y lloro y debo llorar lágrimas de sangre porque yo con reinos, larga práctica y un buen ánimo, busqué solo a V. Magd. que es mi rey y Señor natural, con quien ninguna fineza me vale, para que V. Magd. se sirva de tomar a su cuenta aquel rescate de almas, o lo deje a la mía; quiero decir a la de Dios que los crió y redimió y los quiere para su gloria. Hay personas, y no de las ordinarias, que dicen a esto que ahí está cerca Africa y otras provincias más lejos a cuya gente se puede ir a predicar y a convertirlas. Yo digo que se cansen ya de perseguir las del Austro so color del celo que no practican ni con las unas ni con las otras, y vayan presto o volando a socorrerlas a todas, y harán hechos píos y famosos y dignos de grandes premios en esta vida y en la otra.
Y también digo que las leyes de dar a quien justamente se debe son dar mucho con buena voluntad y gran presteza, y sin esperanza haya evocado ya en muchos la línea de desafectos por impulsos de infidelidad, sino por estímulo de desabrimiento. No sirve bien, Señor, a V. Magd. en las presentes circunstancias quien sencilla y sinceramente no le representa lo que pasa, y así yo juzgo servir a V.M. en lo que voy a representar, aunque lo hago con gran dolor. He pasado por muchas provincias de Francia y con todos los grandes pesos y grande opresión conque aquel rey tiene sus vasallos, no he hallado ninguno, ni noble m plebeyo, que no le aplauda y exalte hasta las estrellas, y no se muestre dispuesto a servirle con hijos, con hacienda, con todo cuanto tiene. Y por el contrario, he entrado en España y apenas he hallado quien, con gran descaro y exasperación no murmure de la conducta de V.M., diciendo que todo va en ruina, por su flojedad, desaplicación, perplejidad, tolerancia y falta de resolución, que nada le contribuyen de buena gana porque saben que en gran parte se ha de emplear en mal, que todos obran como quieren, porque no hay justicia, y sucede lo que Dios quisiere, que no podrían estar peor de lo que están. Yo bien conozco que estos desatinos salen más de la boca que del corazón, pues no me persuado que haya algún vasallo tan pérfido que no ame tan entrañablemente a V.M., que tanto a todos ama; mas, sin embargo, estas y otras expresiones, que he oído, son indicios de exasperación, y esta no es disposición ventajosa para el reparo de las presentes calamidades, en las cuales sería necesario que supliesen grande amor y satisfacción de los vasallos lo que falta de fuerza y dicha a V.
M. Esta desazón de los vasallos entiendo que no procede solamente de la monarquía, sino es también de la planta poco regular del gobierno, en quien principalmente la refunden, y como ven que por una parte, con la conducta que se lleva al presente van las cosas de mal en peor, y por otra, que, sin embargo, de esta manifiesta experiencia no se muda ni se mejora esta planta y conducta, crece en todos la exasperación, porque creen que no se hace todo lo que se podría y debería hacer para reparar todos los desconciertos que se padecen, y cabe, Señor (aunque injustamente), la pública y principal censura en V.M., porque sus ministros se descargan de ella diciendo que cumplen con los que les toca y lo que V.M. les manda, y consultan a V.M. lo que más conviene, pero que lo demás no está en su mano, que más depende de V.M. lo que inclinado a oir sobre cada cosa, ministros de encontrados dictámenes, queda perplejo en discurrir la mayor conveniencia desto que le aconsejan, y así omite o retarda las resoluciones o providencias que pedían más pronta expedición; esto, hacen ver, ser necesario que V.M. mude de estilo y señale conductos propios y fijos para el curso y ejecución de los negocios y materias, que no los detengan, para que los interesados sepan en todo a quien fijamente han de acudir y V.M. (que por sí mismo no es posible que dé cobro a todo) tenga a quien pedir cuenta de cada cosa y haya quien deba dársela, y si se falta a la expedición, sean otros el objeto de las públicas y privadas quejas, y no de V.
M. como lo es ahora. Por fin, Señor, es menester considerar que una salud extragada de largo tiempo y de males complicados y envejecidos, cual es la de esta monarquía, no puede recobrarse sin remedios fuertes y amargos, y una incansable aplicación de sabios y de buenos médicos, ni muchas ni profundas llagas se pueden bien curar sin cortar y aún sin cauterizar la carne que no quisiere cortarse, pero es doctrina de Cristo y de su sagrada y segura política, que para salvar lo que más importa se debe despreciar la mano y pié, y aún el hijo, a los cuales tan natural afecto tenemos, y aunque habla el Salvador de Rey y vida más superior, no deja de poderse congruamente adaptar su enseñanza al presente caso, porque si los reyes no hacen lo que pueden y deben para la conservación y buen gobierno de los dominios que Dios les ha encomendado, nadie podrá dejar de confesar que tienen la eterna salud muy arriesgada, si bien que V.M. desea cumplir con esta grande y estrecha obligación y no posponerla a ningún humano afecto o respectos, y así espero que Dios, el cual ha dado esta santísima y católica intención, no dejará de favorecerla con su divina luz y asistencia, mayormente si hiciera V.M. lo que esté de su parte. Yo he creído cumplir con lo de fiel vasallo de V.M., ofreciendo a su soberana comprehensión estas sencillas reflexiones en que no tuvo parte humano fin, o estímulo ajeno, sino un sincero celo de contribuir a la mayor gloria y servicio de V.M.
con el pobre caudal que Dios me ha dado. Si fue sobrada temeridad la mía, excediendo en la sencillez de estas expresiones, espero que la real clemencia de V.M. me perdonará el error, por la bondad de la causa que fue sin duda un verdadero celo. De todo cuanto llevo referido (temo, Señor, si no hay mutación en el modo de gobernar nuestra España) que se ha de experimentar algún flagelo pues aunque Dios consiente por algún tiempo, tanta puede sea nuestra insensibilidad y protervidad que V.M. se explique haciéndose sentir en toda la monarquía, como sabemos muy bien que lo ha hecho muchas veces, pues está llena la Sagrada Escritura de casos bien memorables, sin que sea necesario nuevamente hacer mención cuando llevamos ya citados algunos y en nuestra España visto muchos.
Es posible, Señor, que estando de su parte della la piedad cristiana y la grandeza del ánimo real de V. Magd., la justa defensa del Consejo de Estado, los favores del cielo que se han visto, los clamores de almas que se condenan, el derecho de todos a la redención de Cristo, los sufragios de la Iglesia Católica, el dolor y la claridad de muchos siervos de Dios, que los unos piden a S. Magd. Divina haya misericordia dellas, y los otros quieren ir volando a socorrerlas; ninguna destas ni de otras ayudas de costa, ni mis trabajos, justificación y porfía les valen? Pues, válgalas Dios y válgame Dios y válganos V. Magd. a los dos. Consuélanme con decirme que cuando en esta Corte menospreciaron a Colón, buscó en Francia, Inglaterra y otras partes un príncipe que le ayudase a pasar el golfo de sus cuidados al parecer sin fundamentos. Canto y con razón pues puedo decir con verdad que Colón buscó reyes sin reinos, y lloro y debo llorar lágrimas de sangre porque yo con reinos, larga práctica y un buen ánimo, busqué solo a V. Magd. que es mi rey y Señor natural, con quien ninguna fineza me vale, para que V. Magd. se sirva de tomar a su cuenta aquel rescate de almas, o lo deje a la mía; quiero decir a la de Dios que los crió y redimió y los quiere para su gloria. Hay personas, y no de las ordinarias, que dicen a esto que ahí está cerca Africa y otras provincias más lejos a cuya gente se puede ir a predicar y a convertirlas. Yo digo que se cansen ya de perseguir las del Austro so color del celo que no practican ni con las unas ni con las otras, y vayan presto o volando a socorrerlas a todas, y harán hechos píos y famosos y dignos de grandes premios en esta vida y en la otra.
Y también digo que las leyes de dar a quien justamente se debe son dar mucho con buena voluntad y gran presteza, y sin esperanza haya evocado ya en muchos la línea de desafectos por impulsos de infidelidad, sino por estímulo de desabrimiento. No sirve bien, Señor, a V. Magd. en las presentes circunstancias quien sencilla y sinceramente no le representa lo que pasa, y así yo juzgo servir a V.M. en lo que voy a representar, aunque lo hago con gran dolor. He pasado por muchas provincias de Francia y con todos los grandes pesos y grande opresión conque aquel rey tiene sus vasallos, no he hallado ninguno, ni noble m plebeyo, que no le aplauda y exalte hasta las estrellas, y no se muestre dispuesto a servirle con hijos, con hacienda, con todo cuanto tiene. Y por el contrario, he entrado en España y apenas he hallado quien, con gran descaro y exasperación no murmure de la conducta de V.M., diciendo que todo va en ruina, por su flojedad, desaplicación, perplejidad, tolerancia y falta de resolución, que nada le contribuyen de buena gana porque saben que en gran parte se ha de emplear en mal, que todos obran como quieren, porque no hay justicia, y sucede lo que Dios quisiere, que no podrían estar peor de lo que están. Yo bien conozco que estos desatinos salen más de la boca que del corazón, pues no me persuado que haya algún vasallo tan pérfido que no ame tan entrañablemente a V.M., que tanto a todos ama; mas, sin embargo, estas y otras expresiones, que he oído, son indicios de exasperación, y esta no es disposición ventajosa para el reparo de las presentes calamidades, en las cuales sería necesario que supliesen grande amor y satisfacción de los vasallos lo que falta de fuerza y dicha a V.
M. Esta desazón de los vasallos entiendo que no procede solamente de la monarquía, sino es también de la planta poco regular del gobierno, en quien principalmente la refunden, y como ven que por una parte, con la conducta que se lleva al presente van las cosas de mal en peor, y por otra, que, sin embargo, de esta manifiesta experiencia no se muda ni se mejora esta planta y conducta, crece en todos la exasperación, porque creen que no se hace todo lo que se podría y debería hacer para reparar todos los desconciertos que se padecen, y cabe, Señor (aunque injustamente), la pública y principal censura en V.M., porque sus ministros se descargan de ella diciendo que cumplen con los que les toca y lo que V.M. les manda, y consultan a V.M. lo que más conviene, pero que lo demás no está en su mano, que más depende de V.M. lo que inclinado a oir sobre cada cosa, ministros de encontrados dictámenes, queda perplejo en discurrir la mayor conveniencia desto que le aconsejan, y así omite o retarda las resoluciones o providencias que pedían más pronta expedición; esto, hacen ver, ser necesario que V.M. mude de estilo y señale conductos propios y fijos para el curso y ejecución de los negocios y materias, que no los detengan, para que los interesados sepan en todo a quien fijamente han de acudir y V.M. (que por sí mismo no es posible que dé cobro a todo) tenga a quien pedir cuenta de cada cosa y haya quien deba dársela, y si se falta a la expedición, sean otros el objeto de las públicas y privadas quejas, y no de V.
M. como lo es ahora. Por fin, Señor, es menester considerar que una salud extragada de largo tiempo y de males complicados y envejecidos, cual es la de esta monarquía, no puede recobrarse sin remedios fuertes y amargos, y una incansable aplicación de sabios y de buenos médicos, ni muchas ni profundas llagas se pueden bien curar sin cortar y aún sin cauterizar la carne que no quisiere cortarse, pero es doctrina de Cristo y de su sagrada y segura política, que para salvar lo que más importa se debe despreciar la mano y pié, y aún el hijo, a los cuales tan natural afecto tenemos, y aunque habla el Salvador de Rey y vida más superior, no deja de poderse congruamente adaptar su enseñanza al presente caso, porque si los reyes no hacen lo que pueden y deben para la conservación y buen gobierno de los dominios que Dios les ha encomendado, nadie podrá dejar de confesar que tienen la eterna salud muy arriesgada, si bien que V.M. desea cumplir con esta grande y estrecha obligación y no posponerla a ningún humano afecto o respectos, y así espero que Dios, el cual ha dado esta santísima y católica intención, no dejará de favorecerla con su divina luz y asistencia, mayormente si hiciera V.M. lo que esté de su parte. Yo he creído cumplir con lo de fiel vasallo de V.M., ofreciendo a su soberana comprehensión estas sencillas reflexiones en que no tuvo parte humano fin, o estímulo ajeno, sino un sincero celo de contribuir a la mayor gloria y servicio de V.M.
con el pobre caudal que Dios me ha dado. Si fue sobrada temeridad la mía, excediendo en la sencillez de estas expresiones, espero que la real clemencia de V.M. me perdonará el error, por la bondad de la causa que fue sin duda un verdadero celo. De todo cuanto llevo referido (temo, Señor, si no hay mutación en el modo de gobernar nuestra España) que se ha de experimentar algún flagelo pues aunque Dios consiente por algún tiempo, tanta puede sea nuestra insensibilidad y protervidad que V.M. se explique haciéndose sentir en toda la monarquía, como sabemos muy bien que lo ha hecho muchas veces, pues está llena la Sagrada Escritura de casos bien memorables, sin que sea necesario nuevamente hacer mención cuando llevamos ya citados algunos y en nuestra España visto muchos.