Compartir
Datos principales
Desarrollo
MEMORIAL 49 Señor. Capitán Pedro Fernández de Quirós. V.M. me mandó despachar dos veces, la segunda a mi satisfacción, juntamente esperar un año y son pasados casi dos. Dos cosas deseo recordar a V. Mag., dignísimas de memoria viva y de llorarse eternamente, por la poca estimación que se hace dellas. La primera es que lo que tantas veces representé y se detiene no vale menos que dar principio a muchos reinos de gobierno concertado, fundar ciudades, abrir comercios, comunicar riquezas, acomodar vasallos, asegurar Estados, descubrir las tierras que faltan, enseñar a sus infinitas gentes a salir de la vida bestial a la política, con otros muy grandes útiles, todo para V.M., nada para mí, salvo los trabajos que pasaré con alegría doblada, por lo que dice el capítulo siguiente que es la segunda cosa prometida en que represento mi justicia y recuerdo mi obediencia. Mi justicia tiene por principios fortísimos y firmísimos la honra de Dios nuestro Señor que pretendo, en esto la fundo y en que su Iglesia santa extienda por lo restante del mundo, y en los gloriosos triunfos que se le han de seguir de los efectos católicos en la conversión de infinitas gentes que la esperan, con el derecho que tienen a la redención universal, y en la salvación de las almas que se condenan, en los muchos merecimientos de todas las personas eclesiásticas y seglares destas partes y de aquellas, que por medio alguno en general y en particular las han de favorecer y ayudar a salir de su miserable y lastimoso estado, predicarles el Santo Evangelio, exaltar la fe católica o morir mártires por ella en las centenas de templos, conventos, seminarios, colegios y hospitales que se han de fundar y dedicar a Dios, Señor de los cielos, tierra y mar, y de los hombres de que se han de llenar y vivir en ellos, cada uno a su ministerio, entrando los naturales a la parte que de justicia se les debe; y en los continuos servicios de diversos géneros que los unos y todos juntos han de hacer al mismo Señor en los millares de altares que se han de levantar y en los millones de misas que se han de celebrar, siendo como son los sacrificios más aceptos a su Majestad divina en el uso de los siete santos sacramentos, y en todos los frutos dellos, en los oficios divinos, alabanzas y gracias dadas a Dios por ser quien es, y por todos los beneficios recibidos y esperados de su bondad y providencia, y en las oraciones, peticiones, rogatinas, procesiones, fiestas solemnes y dobles que se han de hacer a honra y gloria de Cristo, Dios y hombre Salvador nuestro, de su Madre Santísima la Virgen María, Señora nuestra, y de todos los ángeles y santos de la corte celestial, en todos los modos de penitencias, jubileos y sufragios a las almas del purgatorio, y en todas las limosnas y obras de bondad, piedad, misericordia, caridad y de justicia, y en todos los otros actos de virtud que generalmente y en infinito han de ser ejercitados en todas aquellas tierras, y en desterrar dellas la posesión antigua y la adoración continua que sus simples gentes del cargo de V.
M. dan al demonio (miseria, la mayor de las miserias) porque no tienen quien les de a conocer a su Cristo y Redentor, a quien deben adorar, servir y amar todas sus vidas, con todas sus fuerzas, y en diez y ocho años míos de muy grandes trabajos y porfía, y en los deseos que tengo de que todo lo representado sea así y no pare allí sino que pase adelante y más adelante, de mejoría en mejoría, hasta la perfección posible y el fin del mundo. Esta, Señor, es mi justicia. Mi justicia está en todo lo dicho y en lo que no sé decir, que vale y valiere toda la parte Austral, descubierta e incógnita temporal y eternamente, para Dios y para los hombres; por ésta gasté mi pobreza y desprecié ganancias, por ésta navegué y caminé veinte mil leguas, por ésta aventuré mi vida y honra muchas veces y por ésta padecí lo que dejo a Dios. Mire V.M. si es buena esta mi justicia o si se me puede negar su verdad y claridad, o si es razón que yo la pierda siendo vasallo de V.M., porque yo digo hablando con el acatamiento que debo, que no la quiero perder. Vuelvo, Señor, a decir que no quiero perder tan altas mercedes que nuestro Señor fue servido hacerme, y en que tanto me ayudó, como nadie quiere perder las que dicen que Dios les hizo, no digo todas las mías, ni sus grandezas, sino la menor partecilla y todas juntas las ofrezco a V.M. con tan grande amor que por sí solo bastaba para que V.M. no las desprecie. En suma, mi justicia es la caridad para con toda esta obra, con voto solemne hecho a Dios eterno de representarla y de pedirla todas cuantas veces pudiere, y de cuantos modos supiere, y a donde quier que V.
M. se hallare, hasta que V. Magestad me diga un sí o no, digo que a tanto callar las piedras han de gritar. Justicia pido y recuerdo porque lo que ya se me debe no se me puede satisfacer, y si no mírese con atención lo referido y de extremo a extremo se pase la vista por los diez y ocho años que gasté en pleitear su remedio, sin deberle un día y pocas horas, y verase que si los gastara todos, o si quier los doce en su beneficio, los frutos que para el cielo y para la tierra hubieran producido mis trabajos, cuya perdición represento por un tormento continuo, sin alivio ni remedio. V.M. debe en conciencia ejecutar esta empresa por su cuenta y con presteza decirme que yo la procure conseguir por cuenta de Dios, cuya divina providencia tengo empeñada. V.M. debe despacharme en alguna forma, con dinero o sin dinero, o desengañarme. Mire V.M. que ha sesenta y dos meses que estoy en esta Corte, hilando como el gusano de la seda, a quien envidio lo que su trabajo aprovecha y resplandece. Mire V.M. que vanamente estoy penando, porfiando y esperando, y que hasta esperanzas me niegan. Mire V.M. que se pierde toda esta obra y que la menor parte suya es sin precio y que si se le quiere dar remedio lo tiene tan fácil como lo nuestro en lo siguiente. Siempre tuve firme en la persuasión que muchas veces hice, dando causas bastantísimas para que V.M. gastase por una vez quinientos mil ducados en toda esta obra, siendo pocos dos millones para poderse armar, así como la he representado, y conviene a pena de grandes males, daños y pérdidas, y no menores gastos de hacienda y de hombres si se ha de acudir al remedio.
Y porque el dinero que para este fin V. Magestad mandó dar no se ha dado, y el bien de aquellas gentes que lo esperan tarda y retarda, me pareció debo dar prisa con un arbitrio cierto, breve, sin daño de partes, sin costa de un maravedí de hacienda V. Magestad, de buen crédito, porque fuera que V. Magestad gasta y puede gastar, y no deja perder tan alta empresa a que V. Magestad dió principio, por falta de tan poco dinero. En suma, es sin excusa y sin disculpa para con Dios y con V.M. y las gentes. En la Ciudad de los Reyes del Perú hay cobre traído de Chile; si fuere poco se puede enviar por todo lo que bastara. Junto a la dicha ciudad hay muchas minas deste metal, descubiertas por un Jerez natural della. Hay en ella Casa de Moneda vacante; puédese hacer otra al modo de la de Segovia, y para esto hay río junto a las casas y acequia copiosa de agua dentro y fuera de la ciudad. V.M. puede, si fuere servido, mandar se labren setecientos o más mil ducados de cuartos, los ciento para la compra de cobre, otros ciento para todos gastos y la labor de los cuartos, y los quinientos mil restantes para despacharme. Por más brevedad se pueden llevar de España doscientos y cincuenta o ciento y veinticinco mil ducados de cuartos viejos o nuevos, con una contramarca, y doblando y redoblando su valor serán los quinientos mil necesitados al despacho, advirtiendo que doblar y redoblar este precio lo sufre bien aquella ciudad, porque en ella un real es lo mismo que en España un cuarto, y así los ocho maravedís de aquí serán allí treinta y dos, conque se librará mucho menos cantidad, o sea allá o acá, y según buena cuenta, si se llevan de España no costará de principal y costas veinte mil ducados aquel nuevo mundo, y si se labran en el Pirú, no costará más de un pliego de papel .
Estos cuartos no han de correr más de en aquella ciudad a donde son bien necesarios para los trueques de hortalizas y semejantes que venden las indias y las morenas, en cuyas manos andarán y estarán como en depósito, hasta que de las tierras Australes se envíe con a presteza posible, de la primera plata, oro o perlas los dichos setecientos mil ducados, o los que fueren, para recogerle todos los cuartos y con esto cesará el uso Bellos, y V. Magestad sin gasto de su hacienda, ni de ajena, librara de olvido y de peligro el servicio de Dios, el propio, aquellas grandes tierras, a sus infinitas gentes, y al fin ellas mismas se rescataran. Suplico a V.M. no les niegue este breve, barato y cierto remedio, ni a mí esta merced, en premio de mis servicios y deseos de más servir. Creo de aquellos ciudadanos que han de admitir los dichos cuartos con muy buena voluntad, así por ver a lo claro el singular servicio que harán a Dios y a V. Magestad, a fin que les cueste nada, como por la gloria de ser parte principal del principio que se dará a obra de tanta grandeza en nuevas tierras, y por las grandes comodidades y provechos que se le han de recrecer de su comercio, y porque saben cierto por lo experimentado en sí mismos que pueden enviar a sus hijos sin dotes a casar y a vivir en ellas, y porque cuanto con mayor presteza se ejecutare esta empresa, mayores serán los bienes que les promete; y porque los cuartos serán quitados a dos años, y por otros buenos respetos que puedo mostrar, vuelvo a decir que son tantos los beneficios y los intereses que les ha de resultar desta buena obra, que entiendo que si para ella se les pidiere prestada la dicha y mayor cantidad, la darán luego, y aunque le tomaran a su cargo y armaran por su cuenta, más yo soy de parecer que V.
Magestad gaste su hacienda, y ésta cuanto más y más presto y con mejor voluntad se gastare, más prestos, ciertos, seguros y más cuantiosos serán los retornos. Suplico a V.M. se sirva admitir algunos destos arbitrios o el otro de que los religiosos de San Francisco y Capuchinos pidan limosna en España y en las Indias para lo mismo, o darme papeles con poderes los que bastaren para buscar en las Indias y en España vasallos de V.M. con quienes pueda hacer tan honrada y necesaria jornada, y a V.M. tan provechosa, y de estimar mis cuidados, liberalidad y desnudez y el ánimo con que quiero aventurarme a peligros que no ignoro, y a los trabajos que son ciertos y a otros millares de cosas incomportables porque V.M. doble y asegure su imperio y goce seguramente todo lo que le prometen las Australes. Y cuando para despacharme fuera necesario vender las fuentes, blandones, braseros y vasos, no digo los de oro y plata que no sirven, sino los de latón, estaño y cobre, las rejas y aldabas de hierro, la mitad de las campanas y, aún más, pareciera bonísimamente a los ojos de Dios y de celosos, y si a todo faltar se acuñaran los pedernales de Madrid o se hiciera dinero de plomo o de suelas al quitar, como se hizo en otras ocasiones de mucha mayor pobreza y más aprieto, y no para poner cobro en la cuarta parte del mundo, sería éste un hecho digno de ser alabado y celebrado de generación en generaciones hasta su fin de todas. Si V.M. no se sirve de gastar mucho ni poco dinero, ni de admitir alguno de los dichos arbitrios, o con los unos ayudar los otros, o hacer de todos uno, ni menos de señalarme tiempo cierto, con cierta certeza, de que seré despachado para ir en los galeones de marzo, es certísimo que V.
M. no quiere la empresa Austral, cosa que admirará y asombrará al mundo, así por su gran dignidad y gran valor, como porque muestro como V.M. la consiga a costa de un pliego de papel. Y también es certísimo que V.M. no quiere mi persona para el servicio della, por lo que V.M. debe darme la licencia que le pedí y le pido para salir desta Corte. Basta, Señor, una tal represa a mis deseos, basta tanto padecer de mil maneras, bastan y sobran tantas deudas por sustentar el servicio de V.M., y tanto sufrir por ellas, y basta lo demás que callo, y que tengo ánimo para dar a V.M. todo cuanto trabaje y acaudale toda mi vida y para ofrecerle de valde el resto della y la protección de un nuevo mundo, poblado, rico y con su flor, y otras cosas, inestimable la menor, y que hay quien no la tiene para dejarlas recibir todas a V.M., que tal sabe perder y yo sufrir. Todos estos grandes pesos dejo a los hombros de la real conciencia de V.M., advirtiendo que el mejor de mis servicios es hablar a V.M. verdades claras y lisas, y que el mayor que puedo hacer a esta empresa inestimable es muerte en ella o por ella.
M. dan al demonio (miseria, la mayor de las miserias) porque no tienen quien les de a conocer a su Cristo y Redentor, a quien deben adorar, servir y amar todas sus vidas, con todas sus fuerzas, y en diez y ocho años míos de muy grandes trabajos y porfía, y en los deseos que tengo de que todo lo representado sea así y no pare allí sino que pase adelante y más adelante, de mejoría en mejoría, hasta la perfección posible y el fin del mundo. Esta, Señor, es mi justicia. Mi justicia está en todo lo dicho y en lo que no sé decir, que vale y valiere toda la parte Austral, descubierta e incógnita temporal y eternamente, para Dios y para los hombres; por ésta gasté mi pobreza y desprecié ganancias, por ésta navegué y caminé veinte mil leguas, por ésta aventuré mi vida y honra muchas veces y por ésta padecí lo que dejo a Dios. Mire V.M. si es buena esta mi justicia o si se me puede negar su verdad y claridad, o si es razón que yo la pierda siendo vasallo de V.M., porque yo digo hablando con el acatamiento que debo, que no la quiero perder. Vuelvo, Señor, a decir que no quiero perder tan altas mercedes que nuestro Señor fue servido hacerme, y en que tanto me ayudó, como nadie quiere perder las que dicen que Dios les hizo, no digo todas las mías, ni sus grandezas, sino la menor partecilla y todas juntas las ofrezco a V.M. con tan grande amor que por sí solo bastaba para que V.M. no las desprecie. En suma, mi justicia es la caridad para con toda esta obra, con voto solemne hecho a Dios eterno de representarla y de pedirla todas cuantas veces pudiere, y de cuantos modos supiere, y a donde quier que V.
M. se hallare, hasta que V. Magestad me diga un sí o no, digo que a tanto callar las piedras han de gritar. Justicia pido y recuerdo porque lo que ya se me debe no se me puede satisfacer, y si no mírese con atención lo referido y de extremo a extremo se pase la vista por los diez y ocho años que gasté en pleitear su remedio, sin deberle un día y pocas horas, y verase que si los gastara todos, o si quier los doce en su beneficio, los frutos que para el cielo y para la tierra hubieran producido mis trabajos, cuya perdición represento por un tormento continuo, sin alivio ni remedio. V.M. debe en conciencia ejecutar esta empresa por su cuenta y con presteza decirme que yo la procure conseguir por cuenta de Dios, cuya divina providencia tengo empeñada. V.M. debe despacharme en alguna forma, con dinero o sin dinero, o desengañarme. Mire V.M. que ha sesenta y dos meses que estoy en esta Corte, hilando como el gusano de la seda, a quien envidio lo que su trabajo aprovecha y resplandece. Mire V.M. que vanamente estoy penando, porfiando y esperando, y que hasta esperanzas me niegan. Mire V.M. que se pierde toda esta obra y que la menor parte suya es sin precio y que si se le quiere dar remedio lo tiene tan fácil como lo nuestro en lo siguiente. Siempre tuve firme en la persuasión que muchas veces hice, dando causas bastantísimas para que V.M. gastase por una vez quinientos mil ducados en toda esta obra, siendo pocos dos millones para poderse armar, así como la he representado, y conviene a pena de grandes males, daños y pérdidas, y no menores gastos de hacienda y de hombres si se ha de acudir al remedio.
Y porque el dinero que para este fin V. Magestad mandó dar no se ha dado, y el bien de aquellas gentes que lo esperan tarda y retarda, me pareció debo dar prisa con un arbitrio cierto, breve, sin daño de partes, sin costa de un maravedí de hacienda V. Magestad, de buen crédito, porque fuera que V. Magestad gasta y puede gastar, y no deja perder tan alta empresa a que V. Magestad dió principio, por falta de tan poco dinero. En suma, es sin excusa y sin disculpa para con Dios y con V.M. y las gentes. En la Ciudad de los Reyes del Perú hay cobre traído de Chile; si fuere poco se puede enviar por todo lo que bastara. Junto a la dicha ciudad hay muchas minas deste metal, descubiertas por un Jerez natural della. Hay en ella Casa de Moneda vacante; puédese hacer otra al modo de la de Segovia, y para esto hay río junto a las casas y acequia copiosa de agua dentro y fuera de la ciudad. V.M. puede, si fuere servido, mandar se labren setecientos o más mil ducados de cuartos, los ciento para la compra de cobre, otros ciento para todos gastos y la labor de los cuartos, y los quinientos mil restantes para despacharme. Por más brevedad se pueden llevar de España doscientos y cincuenta o ciento y veinticinco mil ducados de cuartos viejos o nuevos, con una contramarca, y doblando y redoblando su valor serán los quinientos mil necesitados al despacho, advirtiendo que doblar y redoblar este precio lo sufre bien aquella ciudad, porque en ella un real es lo mismo que en España un cuarto, y así los ocho maravedís de aquí serán allí treinta y dos, conque se librará mucho menos cantidad, o sea allá o acá, y según buena cuenta, si se llevan de España no costará de principal y costas veinte mil ducados aquel nuevo mundo, y si se labran en el Pirú, no costará más de un pliego de papel .
Estos cuartos no han de correr más de en aquella ciudad a donde son bien necesarios para los trueques de hortalizas y semejantes que venden las indias y las morenas, en cuyas manos andarán y estarán como en depósito, hasta que de las tierras Australes se envíe con a presteza posible, de la primera plata, oro o perlas los dichos setecientos mil ducados, o los que fueren, para recogerle todos los cuartos y con esto cesará el uso Bellos, y V. Magestad sin gasto de su hacienda, ni de ajena, librara de olvido y de peligro el servicio de Dios, el propio, aquellas grandes tierras, a sus infinitas gentes, y al fin ellas mismas se rescataran. Suplico a V.M. no les niegue este breve, barato y cierto remedio, ni a mí esta merced, en premio de mis servicios y deseos de más servir. Creo de aquellos ciudadanos que han de admitir los dichos cuartos con muy buena voluntad, así por ver a lo claro el singular servicio que harán a Dios y a V. Magestad, a fin que les cueste nada, como por la gloria de ser parte principal del principio que se dará a obra de tanta grandeza en nuevas tierras, y por las grandes comodidades y provechos que se le han de recrecer de su comercio, y porque saben cierto por lo experimentado en sí mismos que pueden enviar a sus hijos sin dotes a casar y a vivir en ellas, y porque cuanto con mayor presteza se ejecutare esta empresa, mayores serán los bienes que les promete; y porque los cuartos serán quitados a dos años, y por otros buenos respetos que puedo mostrar, vuelvo a decir que son tantos los beneficios y los intereses que les ha de resultar desta buena obra, que entiendo que si para ella se les pidiere prestada la dicha y mayor cantidad, la darán luego, y aunque le tomaran a su cargo y armaran por su cuenta, más yo soy de parecer que V.
Magestad gaste su hacienda, y ésta cuanto más y más presto y con mejor voluntad se gastare, más prestos, ciertos, seguros y más cuantiosos serán los retornos. Suplico a V.M. se sirva admitir algunos destos arbitrios o el otro de que los religiosos de San Francisco y Capuchinos pidan limosna en España y en las Indias para lo mismo, o darme papeles con poderes los que bastaren para buscar en las Indias y en España vasallos de V.M. con quienes pueda hacer tan honrada y necesaria jornada, y a V.M. tan provechosa, y de estimar mis cuidados, liberalidad y desnudez y el ánimo con que quiero aventurarme a peligros que no ignoro, y a los trabajos que son ciertos y a otros millares de cosas incomportables porque V.M. doble y asegure su imperio y goce seguramente todo lo que le prometen las Australes. Y cuando para despacharme fuera necesario vender las fuentes, blandones, braseros y vasos, no digo los de oro y plata que no sirven, sino los de latón, estaño y cobre, las rejas y aldabas de hierro, la mitad de las campanas y, aún más, pareciera bonísimamente a los ojos de Dios y de celosos, y si a todo faltar se acuñaran los pedernales de Madrid o se hiciera dinero de plomo o de suelas al quitar, como se hizo en otras ocasiones de mucha mayor pobreza y más aprieto, y no para poner cobro en la cuarta parte del mundo, sería éste un hecho digno de ser alabado y celebrado de generación en generaciones hasta su fin de todas. Si V.M. no se sirve de gastar mucho ni poco dinero, ni de admitir alguno de los dichos arbitrios, o con los unos ayudar los otros, o hacer de todos uno, ni menos de señalarme tiempo cierto, con cierta certeza, de que seré despachado para ir en los galeones de marzo, es certísimo que V.
M. no quiere la empresa Austral, cosa que admirará y asombrará al mundo, así por su gran dignidad y gran valor, como porque muestro como V.M. la consiga a costa de un pliego de papel. Y también es certísimo que V.M. no quiere mi persona para el servicio della, por lo que V.M. debe darme la licencia que le pedí y le pido para salir desta Corte. Basta, Señor, una tal represa a mis deseos, basta tanto padecer de mil maneras, bastan y sobran tantas deudas por sustentar el servicio de V.M., y tanto sufrir por ellas, y basta lo demás que callo, y que tengo ánimo para dar a V.M. todo cuanto trabaje y acaudale toda mi vida y para ofrecerle de valde el resto della y la protección de un nuevo mundo, poblado, rico y con su flor, y otras cosas, inestimable la menor, y que hay quien no la tiene para dejarlas recibir todas a V.M., que tal sabe perder y yo sufrir. Todos estos grandes pesos dejo a los hombros de la real conciencia de V.M., advirtiendo que el mejor de mis servicios es hablar a V.M. verdades claras y lisas, y que el mayor que puedo hacer a esta empresa inestimable es muerte en ella o por ella.