Los relatos históricos que conoció Hernández
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Los relatos históricos que conoció Hernández Cuando el protomédico recibió el encargo de estudiar la naturaleza mexicana hacía aproximadamente cincuenta años que aquella tierra había llamado ya la atención de los europeos. Justamente al nacer Hernández empezaron a llegar las primeras noticias de lo que hoy es México. Recordemos que el libro de Juan Díaz, Itinerario de la Armada, fue conocido en 1518. Muy poco después comenzaron a difundirse las Cartas de Relación de Cortés. De 1521 data el Enchiridión del cronista real Pedro Mártir de Anglería29. Estas tres publicaciones causaron revuelo en Europa y es muy posible que en la década de 1520 el niño Francisco oyera hablar de los relatos maravillosos de las indias que por entonces empezaban a desbancar las fantasías de fines de la Edad Media. Unos años después, durante su etapa universitaria en Alcalá, Hernández pudo tener contacto con nuevas publicaciones acerca de lo ya narrado por un humanista italiano que vivía en Salamanca, Lucio Marineo Sículo30. Tal biografía había aparecido en Alcalá en 1530. Este mismo año, y en la misma ciudad, se había editado otro libro de Pedro Mártir, De Orbe Novo, en el que se recogían muchos datos acerca de México. Poco después, en 1535, Gonzalo Fernández de Oviedo sacaba una segunda edición de su Historia general y natural de las Indias en la que abundaban las noticias acerca de las nuevas tierras mexicanas. Es posible que Hernández tuviera en sus manos todas, o al menos algunas de estas publicaciones, y es seguro que conoció la obra que apareció hacia mitad de siglo debida a la pluma de Francisco López de Gómara, cronista de Carlos V.
Me refiero a la Historia de la Conquista de México, publicada en 1552. Algunos capítulos de las Antigüedades, como se señala en esta edición, están inspirados directamente en la crónica de Gómara. Al marco histórico que Hernández traía de España hay que sumar los conocimientos adquiridos en sus años de estancia en México. Ya hemos visto que, al llegar a esta tierra, se relacionó con los ambientes cultos de la capital, y es seguro que entró en contacto con el Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco, donde en aquellos años era lector fray Bernardino de Sahagún. Para 1571, Sahagún había redactado la mayor parte de su obra antropológica que hoy conocemos. Cómo tuvo acceso Hernández a los papeles del franciscano es algo que no sabemos exactamente. Podemos pensar que durante sus estancias en la capital novohispana, y una vez interesado en temas históricos, el protomédico hiciera visitas a Tlatelolco y al convento grande de San Francisco, los lugares habituales de Sahagún. El hecho es que los escritos de fray Bernardino debieron impresionar al protomédico y fueron fuente principal en que se inspiró. En menor medida también le sirvieron de inspiración los trabajos de otro franciscano, fray Toribio de Benavente, más conocido como Motolinía, vocablo que significa en nahuatl el que es pobre. Aunque fray Toribio había muerto en 1569, un año antes de la llegada de Hernández a México, sus escritos --Memoriales, Historia de los indios-- fueron aprovechados por varios cronistas y es evidente que nuestro protomédico los consultó, particularmente para redactar sus páginas sobre Tlaxcala.
Por último, durante sus temporadas vividas en Tetzcoco, tuvo oportunidad de conocer a Juan Bautista Pomar, hijo de español y tetzcocana. Por esos años Pomar estaba redactando su Relación de Tetzcoco, en respuesta al requerimiento de Felipe II. Nadie mejor que él pudo informar a Hernández de la grandeza del pasado tetzcocano y de la realidad de su presente. De manera que Sahagún, Motolinía y Pomar fueron las tres fuentes donde Hernández directamente bebió, tres cronistas de primera categoría en el contexto del XVI. De ellos recogió valiosos datos históricos que completó y aderezó con muchas y perspicaces observaciones sobre el presente y el pasado de los pueblos de la región central de México.
Me refiero a la Historia de la Conquista de México, publicada en 1552. Algunos capítulos de las Antigüedades, como se señala en esta edición, están inspirados directamente en la crónica de Gómara. Al marco histórico que Hernández traía de España hay que sumar los conocimientos adquiridos en sus años de estancia en México. Ya hemos visto que, al llegar a esta tierra, se relacionó con los ambientes cultos de la capital, y es seguro que entró en contacto con el Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco, donde en aquellos años era lector fray Bernardino de Sahagún. Para 1571, Sahagún había redactado la mayor parte de su obra antropológica que hoy conocemos. Cómo tuvo acceso Hernández a los papeles del franciscano es algo que no sabemos exactamente. Podemos pensar que durante sus estancias en la capital novohispana, y una vez interesado en temas históricos, el protomédico hiciera visitas a Tlatelolco y al convento grande de San Francisco, los lugares habituales de Sahagún. El hecho es que los escritos de fray Bernardino debieron impresionar al protomédico y fueron fuente principal en que se inspiró. En menor medida también le sirvieron de inspiración los trabajos de otro franciscano, fray Toribio de Benavente, más conocido como Motolinía, vocablo que significa en nahuatl el que es pobre. Aunque fray Toribio había muerto en 1569, un año antes de la llegada de Hernández a México, sus escritos --Memoriales, Historia de los indios-- fueron aprovechados por varios cronistas y es evidente que nuestro protomédico los consultó, particularmente para redactar sus páginas sobre Tlaxcala.
Por último, durante sus temporadas vividas en Tetzcoco, tuvo oportunidad de conocer a Juan Bautista Pomar, hijo de español y tetzcocana. Por esos años Pomar estaba redactando su Relación de Tetzcoco, en respuesta al requerimiento de Felipe II. Nadie mejor que él pudo informar a Hernández de la grandeza del pasado tetzcocano y de la realidad de su presente. De manera que Sahagún, Motolinía y Pomar fueron las tres fuentes donde Hernández directamente bebió, tres cronistas de primera categoría en el contexto del XVI. De ellos recogió valiosos datos históricos que completó y aderezó con muchas y perspicaces observaciones sobre el presente y el pasado de los pueblos de la región central de México.