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Desarrollo


Los mitos El mito es, ante todo -como ha descrito J. Luis Cencilio40-, un producto espontáneo de la formalización cultural del mundo humano, como lo es el arte, la ciencia o los usos sociales, y el hombre desde las etapas más arcaicas de su existencia ha sentido la inquietud imprecisa, pero activa y urgente de crear mitos, para satisfacer las cuestiones más profundas y más graves que un grupo humano se plantea. Los hombres que descubrieron América, que cruzaron el Pacífico activaron su mente creando nuevos mitos, o por el contrario resucitando algunos clásicos, como el de las Amazonas, representado ya en algunos frescos etruscos41. Pigafetta recogió algunos relatos fantásticos -mitos-, pero que en ocasiones, como cuando se refiere a los pigmoides, existe una realidad: las medidas somáticas de los individuos. Lo fantástico surge al relatarnos sus costumbres: Explicónos nuestro viejo piloto de Maluco que existe cerca de aquí una isla llamada Arucheto. Los hombres y mujeres de la cual, no son más altos que un cubo, y tienen las orejas tan grandes como ellos mismos, pues con la una hacen su techo, y con la otra se cubren. La mitología greco-latina, que se reaviva en el Renacimiento, y que renace en el Neoclasicismo, está presente en los conocimientos humanistas de Pigafetta. Así, lo vemos cuando describe al pájaro garuda, mito, que, puede estar vinculado con las leyendas de Hércules, o con la de Ganimedes raptado por Zeus, convertido en águila; nos refería más tarde que, bajo Java la Mayor, hacia la tramontana o por el golfo de China, a la que los antiguos denominaban Signo Magno, encuéntrase cierto árbol enorme en el que anidan pájaros por nombre garuda, tan grandes, que cargan con un búfalo y un elefante hasta él.

Las peripecias del viaje Solamente gente con gran tesón, con alto espíritu de supervivencia y con una salud de hierro, pudieron arrostrar hambre y penalidades y superar una fatigosa travesía de casi tres años de duración. De 265 hombres, que, alegres, cruzaron el Atlántico, solamente dieciocho lograron regresar; famélicos, espectrales, con la piel quemada, no rebosantes de fuerzas y sonrosados, como el pintor Elías Salaverría ha inmortalizado el regreso, en el cuadro que se conserva en el Museo Naval de Madrid. Pigafetta nos cuenta su difícil situación por la falta de víveres: y bebíamos agua amarillenta, putrefacta ya de muchos días, completando nuestra alimentación los cellos de cuero de buey... las ratas se vendían a medio ducado la pieza y más que hubieran aparecido. Consecuencia de la avitaminosis que padecieron, fue lógico que el escorbuto apareciese violentamente, motivando incluso la muerte: pero por encima de todas las penalidades ésta era la peor; que les crecían a algunos las encías sobre los dientes, así las superiores como las inferiores de la boca, hasta que de ningún modo les era posible comer que morían de esta enfermedad. El paso del Estrecho, su forma geográfica: bahías retorcidas, con enigmáticos recovecos; la alegría por un lado, pero el temor por otro, de los que lo atravesaron, nos lo narra Pigafetta con gran patetismo: ya cerquísima del fondo del embudo, y dándose por cadáveres todos, avistaron una boca minúscula que ni boca parece, sino esquina, y hacia allí se abandonaron los abandonados por la esperanza; con lo que descubrieron el estrecho a su pesar.

Pues viendo que no era esquina, sino paso, adentráronse hasta descubrir una ensenada. Los intercambios, las transacciones del rescate, la oferta y la demanda entre indígenas y tripulación, también los relata en ocasiones: por un rey de oros, que es una carta de la baraja, diéronme seis gallinas, con el temor aún de haberme engañado. En otro momento dice: por un hacha pequeña o un cuchillo de buen tamaño entregaban a una o dos de sus hijas como esclavas; pero a su mujer por nada la habían dado, no hubiesen ellas ofendido tampoco al esposo a ningún precio. El contenido espiritual Un profundo sentimiento religioso, una férrea fe, una honda espiritualidad son tres características que se repiten desde la primera a la última página de la Relación. No es de extrañar el afán del relator en resaltar el interés de Magallanes por convertir, por bautizar, por encontrar satisfacción cuando los indígenas repiten la señal de la Cruz. Estamos en los comienzos del siglo XVI, y la idea medieval de la teocracia pontificia está presente en la mentalidad de los descubridores: las tierras que no son de nadie, son del Papa, son de Dios; de ahí, todavía el espíritu de Cruzada que apreciamos en la Relación circunterráquea de Pigafetta: mostrémosle una imagen de Nuestra Señora, un precioso Niño Jesús de talla y un crucifijo, ante todo lo cual lo vimos gran contricción, y pidió el bautismo con lágrimas. Los fuegos fatuos -fenómeno físico- se interpretan como un hecho sobrenatural: aquí nuestras naos supieron los mejores augurios, al aparecerse en frecuentes ocasiones los tres cuerpos Santos, o sea, San Telmo, San Nicolás y Santa Clara, luces que se extinguían súbitamente.

El regreso a España, el paso por el Cabo de Buena Esperanza, lleno de peligros para él fue la mano Divina quien les ayudó y no la pericia de Elcano. Cuando describe cómo se arrojaban los cadáveres al mar, en aquellas zonas, hace ostensible la diferencia entre cristianos e infieles: aquellos, con el cuerpo hacia arriba mirando al cielo; los indígenas, boca abajo, hacia la oscuridad del Océano profundo. Por fin con la ayuda de Dios, el 6 de Mayo doblamos el cabo aquel, manteniéndonos a unas cinco leguas, o nos acercábamos tanto, o no lo habíamos pasado nunca... En ese plazo murieron veintiún hombres. Cuando echábamos el cadáver al mar, los cristianos se sumergían siempre con el rostro arriba; los indígenas, con el rostro hacia abajo. Hemos dejado para el final de este breve estudio del contenido y valor de la Relación, a sus personajes, a los artífices del éxito del primer viaje alrededor del Mundo: Magallanes y Elcano, ambos, cada uno en su momento, fueron los responsables del éxito alcanzado. Dos temperamentos distintos, dos mentalidades opuestas; pero los dos, expertos marinos, valientes iberos, dos honrados servidores de la Corona española.

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