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Datos principales
Rango
Berlín
Desarrollo
Mientras los soviéticos alcanzaban el Oder tal como se ha visto y comenzaban su ofensiva en Prusia Oriental, en el frente del Oeste seguían ocurriendo cosas. Los aliados occidentales, Estados Unidos y Gran Bretaña, con la colaboración de los Ejércitos franceses y canadienses, más otros aliados menores, disponían su asalto a la línea Sigfrido, la famosa Westwall, que protegía las fronteras alemanas. En esta fase de las operaciones los problemas de coordinación aliada fueron enormes; agrias discusiones De Gaulle -Eisenhower a causa de la contraofensiva alemana en dirección a Estrasburgo y, sobre todo, persistente tensión entre Montgomery y Eisenhower sobre la dirección de la guerra. Monty, vencedor de El Alemein, no se resignaba a ser simplemente el jefe de uno de los grupos de ejércitos que acabasen con la resistencia alemana: él quería entrar en Berlín, pretendía un protagonismo que los norteamericanos, con más del 50 por ciento de los efectivos y el 80 por ciento del material bélico, se resistían a concederle. Esta pugna interna, más la feroz resistencia alemana en sus fronteras, hicieron muy dura para los aliados aquella fase de la guerra. Una de las pugnas Monty-Ike fue el primer objetivo a seguir dentro de Alemania; ambos tenían claro que debía ser la toma del Ruhr, pero Montgomery pretendía alcanzarla con una operación rápida en la que los ejércitos aliados -a sus órdenes naturalmente- cruzasen el Rhin e irrumpieran en la gran zona industrial.
Ike, por el contrario, prefería arrollar todas las defensas alemanas antes del Rhin y, con el río como frontera y parapeto, lanzar los ataques necesarios para la toma del Ruhr, lo que impediría los violentos y acostumbrados contraataques alemanes. Von Rundstedt , jefe superior del frente Oeste, contaba para afrontar aquella batalla decisiva con 73 divisiones (8 blindadas) muy gastadas, que apenas si alcanzarían los 8.000 hombres como promedio. Eisenhower podía meter en liza unas 90 divisiones (20 blindadas) y al completo de sus efectivos. En suma, la superioridad aliada era de 3 a 1 y, aún más grave para el III Reich, los medios de combate de Eisenhower parecían infinitos. A los puertos del canal de la Mancha llegaban ininterrumpidamente cañones, carros, municiones, combustible y todo tipo de pertrechos, mientras los alemanes comenzaban a carecer de todo. Peor era aún su indefensión aérea. Hitler había enviado a la mayoría de sus escuálidas escuadrillas y de sus antiaéreos a taponar las brechas del Este. Mientras, en el Oeste, los aliados empleaban como un gigantesco martillo pilón sus inmensas fuerzas: más de 30.000 aparatos de caza y bombardeo. Con todo, serían dos meses también terribles para los aliados. El historiador oficial del Ejército canadiense escribe: "En el crepúsculo de sus dioses, los defensores del Reich dan prueba de una temeridad fanática y de un valor desesperado. Combaten con un valor y encarnizamiento notables, sobre todo al Oeste del Rhin y las batallas del Reichwald y del Hochwald alcanzarían un carácter tristemente memorable en los anales de esta guerra".
No eran palabras vacías. Las batallas de Colmar, las operaciones Veritable y Grenade, la ofensiva en el centro de Patton y los ataques en el Sur, que dieron toda la orilla derecha del Rhin a los aliados, les costaron cerca de cien mil bajas (unos 30.000 muertos); los alemanes, con un número similar de víctimas, perdieron, además, 280.000 hombres que fueron hechos prisioneros. Hitler no podía creer tal desplome. Efectivamente, las ofensivas aliadas tropezaron inicialmente con resistencias, que parecían invulnerables y, después, avanzaban con suma facilidad. Ocurría que a cierto punto las tropas alemanas superaban los límites del agotamiento, de la moral o, con frecuencia simplemente agotaban las municiones. Entonces llegaba el desplome, la rendición. La famosa línea Sigfrido, orgullo de la ingeniería alemana y del propio Hitler, que contribuyó a su diseño, fue mucho menos terrible de lo que creyeron los aliados. Efectivamente, había sido concebida cuando los ingenios bélicos eran mucho menos potentes y, sobre todo, había sido en parte desarmada para dotar de cañones la muralla del Atlántico. Patton caricaturiza una fortaleza de la línea Sigfrido: "Tres pisos de instalaciones enterradas con servicios, duchas, teléfonos, enfermería, lavadero, cocina, almacenes y todas las comodidades... La electricidad y el calor procedían de una pareja de Diesels, que accionaban los generadores. Sin embargo, todo el poder de la construcción radicaba en dos ametralladoras y un mortero de 60 mm. instalados bajo cúpulas que se elevaban y ocultaban por la acción de un dispositivo hidráulico... como todas las demás, esta instalación fue tomada por medio de una carga explosiva colocada en su puerta posterior..."
Ike, por el contrario, prefería arrollar todas las defensas alemanas antes del Rhin y, con el río como frontera y parapeto, lanzar los ataques necesarios para la toma del Ruhr, lo que impediría los violentos y acostumbrados contraataques alemanes. Von Rundstedt , jefe superior del frente Oeste, contaba para afrontar aquella batalla decisiva con 73 divisiones (8 blindadas) muy gastadas, que apenas si alcanzarían los 8.000 hombres como promedio. Eisenhower podía meter en liza unas 90 divisiones (20 blindadas) y al completo de sus efectivos. En suma, la superioridad aliada era de 3 a 1 y, aún más grave para el III Reich, los medios de combate de Eisenhower parecían infinitos. A los puertos del canal de la Mancha llegaban ininterrumpidamente cañones, carros, municiones, combustible y todo tipo de pertrechos, mientras los alemanes comenzaban a carecer de todo. Peor era aún su indefensión aérea. Hitler había enviado a la mayoría de sus escuálidas escuadrillas y de sus antiaéreos a taponar las brechas del Este. Mientras, en el Oeste, los aliados empleaban como un gigantesco martillo pilón sus inmensas fuerzas: más de 30.000 aparatos de caza y bombardeo. Con todo, serían dos meses también terribles para los aliados. El historiador oficial del Ejército canadiense escribe: "En el crepúsculo de sus dioses, los defensores del Reich dan prueba de una temeridad fanática y de un valor desesperado. Combaten con un valor y encarnizamiento notables, sobre todo al Oeste del Rhin y las batallas del Reichwald y del Hochwald alcanzarían un carácter tristemente memorable en los anales de esta guerra".
No eran palabras vacías. Las batallas de Colmar, las operaciones Veritable y Grenade, la ofensiva en el centro de Patton y los ataques en el Sur, que dieron toda la orilla derecha del Rhin a los aliados, les costaron cerca de cien mil bajas (unos 30.000 muertos); los alemanes, con un número similar de víctimas, perdieron, además, 280.000 hombres que fueron hechos prisioneros. Hitler no podía creer tal desplome. Efectivamente, las ofensivas aliadas tropezaron inicialmente con resistencias, que parecían invulnerables y, después, avanzaban con suma facilidad. Ocurría que a cierto punto las tropas alemanas superaban los límites del agotamiento, de la moral o, con frecuencia simplemente agotaban las municiones. Entonces llegaba el desplome, la rendición. La famosa línea Sigfrido, orgullo de la ingeniería alemana y del propio Hitler, que contribuyó a su diseño, fue mucho menos terrible de lo que creyeron los aliados. Efectivamente, había sido concebida cuando los ingenios bélicos eran mucho menos potentes y, sobre todo, había sido en parte desarmada para dotar de cañones la muralla del Atlántico. Patton caricaturiza una fortaleza de la línea Sigfrido: "Tres pisos de instalaciones enterradas con servicios, duchas, teléfonos, enfermería, lavadero, cocina, almacenes y todas las comodidades... La electricidad y el calor procedían de una pareja de Diesels, que accionaban los generadores. Sin embargo, todo el poder de la construcción radicaba en dos ametralladoras y un mortero de 60 mm. instalados bajo cúpulas que se elevaban y ocultaban por la acción de un dispositivo hidráulico... como todas las demás, esta instalación fue tomada por medio de una carga explosiva colocada en su puerta posterior..."