Lo que sucedió a Cortés desde Chololla hasta llegar a México
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Datos principales
Desarrollo
Lo que sucedió a Cortés desde Chololla hasta llegar a México Cuando recibió la buena respuesta que le dieron los embajadores de México, dio Cortés licencia a los indios amigos que se quisiesen volver a sus casas, y partió de Chololla con algunos vecinos que quisieron seguirle, y no quiso tirar por el camino que le mostraban los de Moctezuma, porque era malo y peligroso, según vieron los españoles que fueron al Volcán, y porque le querían asaltar en él, según decían los cholollanos, sino por otro más llano y más próximo. Reprendidos por ello, respondieron que lo guiaban por allí, aunque no era buen camino, para que no pasase por tierra de Huexocinco, que eran sus enemigos. No caminó aquel día más que cuatro leguas, para dormir en unas aldeas de Huexocinco, donde fue bien recibido y mantenido, y hasta le dieron algunos esclavos, ropa y oro, aunque escaso; pues tienen poco y son pobres, a causa de tenerlos acorralados Moctezuma, por ser de la parcialidad de Tlaxcallan. Al día siguiente, antes de comer, subió un puerto entre dos sierras nevadas, de dos leguas de subida, donde, si los treinta mil soldados que habían venido para coger a los españoles en Chololla hubiesen esperado, los hubiesen cogido a las manos, de tanta nieve y frío como les hizo en el camino. Desde aquel puerto se descubría tierra de México, y la laguna con sus pueblos alrededor, que es la mejor vista del mundo. Tanto Cortés se alegró de verla, cuanto temieron algunos de sus compañeros, y hasta hubo entre ellos diversos pareceres si llegarían allí o no, y dieron muestras de motín; pero él, con prudencia y disimulo, lo deshizo, y con esfuerzos, esperanza y buenas palabras que les dio, y con ver que era el primero en los trabajos y peligros, temieron menos de lo que imaginaban.
En bajando al llano, del otro lado halló una casa de placer en el campo, muy grande y buena; y tal, que cupieron todos los españoles cómodamente, y hasta seis mil indios que llevaban de Cempoallan, Tlaxcallan, Huexocinco y Chololla, aunque para los tamemes hicieron los de Moctezuma chozas de paja. Tuvieron buena cena y grandes fuegos para todos, que los criados de Moctezuma proveían copiosamente, y hasta les traían mujeres. Allí le vinieron a hablar muchos señores principales de México, y entre ellos un pariente de Moctezuma. Dieron a Cortés tres mil pesos de oro, y le rogaron que se volviese por la pobreza, hambre y mal camino, pues se anda por medio de barquillos, y que además del peligro de ahogarse, no tendrían qué comer, y que le daría mucho, además del tributo que le pareciese, para el Emperador que le enviaba, puesto cada año en el mar o donde quisiese. Cortés los recibió como era razón, y les dio cosillas de España, especialmente al pariente del gran señor; y les dijo que de buena gana le gustaría servir a tan poderoso príncipe si pudiera hacerlo sin enojar al Rey, y que de su ida no le vendría más que mucho bien y honra; y que puesto que no había de hacer más que hablarle y volverse, que de lo que tenían para sí habría para todos qué comer, y que aquel agua no era nada en comparación de las dos mil leguas que había venido por mar solamente para verlo y comunicarle algunos negocios de mucha importancia. Con todas estas pláticas, si lo hubiesen hallado descuidado, le hubiesen acometido, pues venían muchos para tal efecto, como dicen algunos.
Pero él hizo saber a los capitanes y embajadores que los españoles no dormían de noche, ni se desnudaban armas y vestidos; y que si veían alguno en pie o andar entre ellos, lo mataban, y él no se lo resistía; por tanto, que lo dijese así a sus hombres, para que se guardasen, que sentiría que alguno de ellos muriese allí; y con esto pasó la noche. Al día siguiente, en cuanto amaneció, partió de allí y fue a Amaquemacan, a dos leguas, que cae en la provincia de Chalco, lugar que, con las aldeas, tiene veinte mil vecinos. El señor de allí le dio cuarenta esclavas, tres mil pesos de oro, y de comer dos días con gran abundancia, y hasta en secreto muchas quejas de Moctezuma. Desde Amaquemacan caminó cuatro leguas al otro día hasta un pequeño lugar, poblado la mitad en agua de laguna y la otra mitad en tierra, al pie de una sierra áspera y pedregosa. Le acompañaron muchísimos de Moctezuma, que le proveyeron; los cuales, con los del pueblo, quisieron pegar con los españoles, y enviaron sus espías a ver qué hacían por la noche. Pero los que puso Cortés, que eran españoles, mataron hasta veinte de ellos, y allí paró la cosa, y cesaron los tratos de matar a los españoles; y es cosa de risa que a cada trinquete quisiesen o intentasen matarlos y no fuesen capaces de ello. Entonces, al día siguiente, muy de mañana, viendo que se marchaba el ejército, llegaron allí doce señores mexicanos, pero el principal era Cacamacín, sobrino de Moctezuma, señor de Tezcuco, mancebo de veinticinco años, a quien todos acataban mucho.
Venía en andas a hombros, y cuando le bajaron de ellas le limpiaban las piedras y pajas del suelo que pisaba. Éstos venían para ir acompañando a Cortés, y disculparon a Moctezuma, que por enfermo no venía él mismo a recibirlo allí. Todavía porfiaron que se volviesen los españoles y no llegasen a México, y dieron a entender que les ofenderían allí, y hasta prohibirían el paso y entrada: cosa que facilísimamente podían hacer; mas, sin embargo, andaban ciegos, o no se atrevieron a romper la calzada. Cortés les habló y trató como quienes eran, y hasta les dio cosas de rescate. Salió de aquel lugar muy acompañado de personas de cuenta, a quienes seguían una infinidad de otros, que no cabían por los caminos, y también venían muchos de aquellos mexicanos a ver hombres tan nuevos, tan afamados; y sorprendidos de las barbas, vestidos, armas, caballos y tiros, decían: "Éstos son dioses". Cortés les avisaba siempre que no atravesasen por entre los españoles ni los caballos si no querían ser muertos. Lo uno, para que no se desvergonzasen con las armas de pelear, y lo otro, para que dejasen abierto camino para ir adelante, porque los llevaban rodeados. Así, pues, fue a un lugar de dos mil fuegos, fundado todo dentro del agua, para llegar al cual anduvo más de media legua por una muy agradable calzada de veinte pies de ancha. Tenía muy buenas casas y muchas torres. El señor de él recibió muy bien a los españoles, y los proveyó honradamente, y rogó que se quedasen a dormir allí, y hasta secretamente se quejó a Cortés de Moctezuma por muchos agravios y tributos no debidos, y le certificó que había camino, y bueno, hasta México, aunque por una calzada como la que había pasado.
Con esto descansó Cortés, pues iba con determinación de parar allí y hacer barcas o fustas; mas todavía quedó con miedo no le rompiesen las calzadas, y por eso llevó grandísimo cuidado. Cacamacín y los demás señores le importunaban para que no se quedase allí, sino que se fuese a Iztacpalapan, que no estaba más que a dos leguas adelante, y era de otro sobrino del gran señor. Él tuvo que hacer lo que tanto le rogaban aquellos señores, y porque no le quedaban más que dos leguas de allí a México, adonde podría entrar el otro día con tiempo y a su gusto. Fue, pues, a dormir a Iztacpalapan, y además de que de dos en dos horas iban y venían mensajeros de Moctezuma, le salieron a recibir buen trecho Cuetlauac, señor de Iztacpalapan, y el señor de Culuacan, también pariente suyo. Presentáronle esclavas, ropa, plumajes y hasta cuatro mil pesos de oro. Cuetlauac hospedó a todos los españoles en su casa, que son unos grandísimos palacios, todos de cantería y carpintería, muy bien labrados, con patios y cuartos bajos y altos, y todo el servicio muy cumplido. En los aposentos muchos paramentos de algodón, ricos a su manera. Tenían frescos jardines de flores y árboles olorosos, con muchos andenes de red de cañas, cubiertas de rosas y hierbecitas, y con estanques de agua dulce. Tenían también una huerta muy hermosa de frutales y hortalizas, con una grande alberca de cal y canto, que era de cuatrocientos pasos en cuadro, y mil seiscientos de contorno, y con escalones hasta el agua y aun hasta el suelo, por muchas partes, en la cual había toda clase de peces; y acuden a ella muchas garcetas, lavancos, gaviotas y otras aves, que cubren a veces el agua. Es Iztacpalapan de hasta diez mil casas, y está en la laguna salada, medio en agua, medio en tierra.
En bajando al llano, del otro lado halló una casa de placer en el campo, muy grande y buena; y tal, que cupieron todos los españoles cómodamente, y hasta seis mil indios que llevaban de Cempoallan, Tlaxcallan, Huexocinco y Chololla, aunque para los tamemes hicieron los de Moctezuma chozas de paja. Tuvieron buena cena y grandes fuegos para todos, que los criados de Moctezuma proveían copiosamente, y hasta les traían mujeres. Allí le vinieron a hablar muchos señores principales de México, y entre ellos un pariente de Moctezuma. Dieron a Cortés tres mil pesos de oro, y le rogaron que se volviese por la pobreza, hambre y mal camino, pues se anda por medio de barquillos, y que además del peligro de ahogarse, no tendrían qué comer, y que le daría mucho, además del tributo que le pareciese, para el Emperador que le enviaba, puesto cada año en el mar o donde quisiese. Cortés los recibió como era razón, y les dio cosillas de España, especialmente al pariente del gran señor; y les dijo que de buena gana le gustaría servir a tan poderoso príncipe si pudiera hacerlo sin enojar al Rey, y que de su ida no le vendría más que mucho bien y honra; y que puesto que no había de hacer más que hablarle y volverse, que de lo que tenían para sí habría para todos qué comer, y que aquel agua no era nada en comparación de las dos mil leguas que había venido por mar solamente para verlo y comunicarle algunos negocios de mucha importancia. Con todas estas pláticas, si lo hubiesen hallado descuidado, le hubiesen acometido, pues venían muchos para tal efecto, como dicen algunos.
Pero él hizo saber a los capitanes y embajadores que los españoles no dormían de noche, ni se desnudaban armas y vestidos; y que si veían alguno en pie o andar entre ellos, lo mataban, y él no se lo resistía; por tanto, que lo dijese así a sus hombres, para que se guardasen, que sentiría que alguno de ellos muriese allí; y con esto pasó la noche. Al día siguiente, en cuanto amaneció, partió de allí y fue a Amaquemacan, a dos leguas, que cae en la provincia de Chalco, lugar que, con las aldeas, tiene veinte mil vecinos. El señor de allí le dio cuarenta esclavas, tres mil pesos de oro, y de comer dos días con gran abundancia, y hasta en secreto muchas quejas de Moctezuma. Desde Amaquemacan caminó cuatro leguas al otro día hasta un pequeño lugar, poblado la mitad en agua de laguna y la otra mitad en tierra, al pie de una sierra áspera y pedregosa. Le acompañaron muchísimos de Moctezuma, que le proveyeron; los cuales, con los del pueblo, quisieron pegar con los españoles, y enviaron sus espías a ver qué hacían por la noche. Pero los que puso Cortés, que eran españoles, mataron hasta veinte de ellos, y allí paró la cosa, y cesaron los tratos de matar a los españoles; y es cosa de risa que a cada trinquete quisiesen o intentasen matarlos y no fuesen capaces de ello. Entonces, al día siguiente, muy de mañana, viendo que se marchaba el ejército, llegaron allí doce señores mexicanos, pero el principal era Cacamacín, sobrino de Moctezuma, señor de Tezcuco, mancebo de veinticinco años, a quien todos acataban mucho.
Venía en andas a hombros, y cuando le bajaron de ellas le limpiaban las piedras y pajas del suelo que pisaba. Éstos venían para ir acompañando a Cortés, y disculparon a Moctezuma, que por enfermo no venía él mismo a recibirlo allí. Todavía porfiaron que se volviesen los españoles y no llegasen a México, y dieron a entender que les ofenderían allí, y hasta prohibirían el paso y entrada: cosa que facilísimamente podían hacer; mas, sin embargo, andaban ciegos, o no se atrevieron a romper la calzada. Cortés les habló y trató como quienes eran, y hasta les dio cosas de rescate. Salió de aquel lugar muy acompañado de personas de cuenta, a quienes seguían una infinidad de otros, que no cabían por los caminos, y también venían muchos de aquellos mexicanos a ver hombres tan nuevos, tan afamados; y sorprendidos de las barbas, vestidos, armas, caballos y tiros, decían: "Éstos son dioses". Cortés les avisaba siempre que no atravesasen por entre los españoles ni los caballos si no querían ser muertos. Lo uno, para que no se desvergonzasen con las armas de pelear, y lo otro, para que dejasen abierto camino para ir adelante, porque los llevaban rodeados. Así, pues, fue a un lugar de dos mil fuegos, fundado todo dentro del agua, para llegar al cual anduvo más de media legua por una muy agradable calzada de veinte pies de ancha. Tenía muy buenas casas y muchas torres. El señor de él recibió muy bien a los españoles, y los proveyó honradamente, y rogó que se quedasen a dormir allí, y hasta secretamente se quejó a Cortés de Moctezuma por muchos agravios y tributos no debidos, y le certificó que había camino, y bueno, hasta México, aunque por una calzada como la que había pasado.
Con esto descansó Cortés, pues iba con determinación de parar allí y hacer barcas o fustas; mas todavía quedó con miedo no le rompiesen las calzadas, y por eso llevó grandísimo cuidado. Cacamacín y los demás señores le importunaban para que no se quedase allí, sino que se fuese a Iztacpalapan, que no estaba más que a dos leguas adelante, y era de otro sobrino del gran señor. Él tuvo que hacer lo que tanto le rogaban aquellos señores, y porque no le quedaban más que dos leguas de allí a México, adonde podría entrar el otro día con tiempo y a su gusto. Fue, pues, a dormir a Iztacpalapan, y además de que de dos en dos horas iban y venían mensajeros de Moctezuma, le salieron a recibir buen trecho Cuetlauac, señor de Iztacpalapan, y el señor de Culuacan, también pariente suyo. Presentáronle esclavas, ropa, plumajes y hasta cuatro mil pesos de oro. Cuetlauac hospedó a todos los españoles en su casa, que son unos grandísimos palacios, todos de cantería y carpintería, muy bien labrados, con patios y cuartos bajos y altos, y todo el servicio muy cumplido. En los aposentos muchos paramentos de algodón, ricos a su manera. Tenían frescos jardines de flores y árboles olorosos, con muchos andenes de red de cañas, cubiertas de rosas y hierbecitas, y con estanques de agua dulce. Tenían también una huerta muy hermosa de frutales y hortalizas, con una grande alberca de cal y canto, que era de cuatrocientos pasos en cuadro, y mil seiscientos de contorno, y con escalones hasta el agua y aun hasta el suelo, por muchas partes, en la cual había toda clase de peces; y acuden a ella muchas garcetas, lavancos, gaviotas y otras aves, que cubren a veces el agua. Es Iztacpalapan de hasta diez mil casas, y está en la laguna salada, medio en agua, medio en tierra.