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Desarrollo


Literatura maya Para valorar cabalmente los libros de Chilam Balam conviene tener conocimiento del resto de la literatura maya posterior a la conquista. No vamos a estudiar aquí, por supuesto, con la minuciosidad que sería deseable, las variadas composiciones que integran el acervo indígena -se han hecho algunos intentos y a ellos nos remitimos6- pero debemos proponer una clasificación general y dar someros ejemplos que puedan ser comparados con el texto del Chumayel; así será posible juzgar si el género a que nos hemos referido antes merece tal calificativo, y también en qué medida los demás son desarrollos independientes o subordinados a las grandes compilaciones tradicionales. Ciñéndonos a la península de Yucatán, es decir, a las tierras bajas centrales y septentrionales del área de cultura maya, identificamos sin esfuerzo: a) Cuentos y leyendas; b) Plegarias, invocaciones, conjuros y fórmulas mágicas; c) Cantares o poemas que acompañan la danza; d) Farsas y representaciones escénicas; e) Crónicas de familia y títulos de tierras; f) Libros médicos; g) Cartas, proclamas y textos políticos diversos; h) Fábulas; i) Sentencias y ejemplos; j) Bombas. Es cierto que una parte considerable de estos materiales ha sobrevivido como literatura oral, y que sólo en los últimos tiempos ha sido llevada al papel, a veces por manos mestizas o de investigadores del folklore regional, pero nadie pondrá en duda que resulta notoriamente colindante con la escrita y que, según veremos de inmediato, los versos recogidos en las aldeas de labios de ancianos o entre la algarabía de las fiestas, son semejantes en tema y cadencia a los de antiguos cancioneros compuestos durante la colonia, como el de Dzitbalché.

Quién sabe dónde llegan en el tiempo los orígenes de cada uno de tales géneros; damos por descontado que algunos arrancan de la época prehispánica, lo que se puede apreciar a pesar del silencio que guardan aún las inscripciones jeroglíficas. Junto a los testimonios de los propios españoles contamos, lo mismo que sucedía con numerosos fragmentos de los libros de Chilam Balam, con la forma de expresión y los símbolos agazapados tras las palabras, indicios inequívocos de remota antigüedad. Los cuentos y las leyendas suelen tratar asuntos relacionados con la historia mítica, con los fundadores del grupo social y con las normas y valores ancestrales. Su extensión es a menudo considerable, y, de hecho, en este capítulo podrían incluirse mitos de las dimensiones del de Hunahpú e Ixbalanqué, núcleo central del Popol Vuh de los mayas-quichés del altiplano de Guatemala. Son, naturalmente, la fuente primordial para el estudio de la cosmogonía y, en general, de la ideología prehispánica; al ofrecernos la imagen que de sí mismos tenían -y tienen- los yucatecos, constituyen una mina de datos y sugerencias para los antropólogos. Vamos a resumir aquí el cuento llamado El perro de cera y la importantísima leyenda del enano de Uxmal. El perro de cera: En los bosques de Belhalal, cerca de las viejas paredes de Uxmal, existieron una vez frondosos árboles y tierra, buena para hacer milpa. Sin embargo, la gente nunca ha querido levantar allí su siembra porque se cuenta que en esos bosques habitan montículos que tienen vida.

Uno de ellos se llama Mulitkak, y se asegura que en él está encerrado el perro de cera. Dicen que el cerro está vivo porque sale el ladrido de un perro, el canto de un gallo y el gorgojeo de un guajolote. Todo está seco, como si tuviera fuego por dentro. Allí es imposible cazar un venado, sólo se puede matar si se le pone cera a la bala, porque dentro del cerro vive el perro de cera. En ese entonces había muy pocos perros. La gente anhelaba poseer uno porque daba seguridad en los lugares que inspiran temor. Hasta la calavera de un perro alejaba a los malignos y les quitaba el temor a los hombres. Porque el perro fue parido en la mismísima puerta del infierno, y ese lugar de la maldad se estremeció el día de su nacimiento. En los viejos tiempos, Belhalal era un pueblo grande. Un grupo de labriegos decidió ir a hacer sus milpas cerca del cerro Mulitkak, pues era la tierra muy fértil. Uno de ellos, de nombre X-Batlis Chan, andando por el campo, encontró un enjambre de abejas del que cogió la miel. Con la cera hizo un perrito para que, aun siendo de cera, los acompañara a él y a sus amigos. Un día, este milpero se cortó la mano mientras tumbaba los árboles, puso una gota de sangre en el hocico del animalito de cera y vio que la tragaba. Desde entonces, todas las noches se cortaba la mano para darle de su sangre al can. El perro empezó a crecer y a salir por las noches. También comenzó a ladrar. Cada amanecer dejaba un venado a la puerta de la casa de su amo, que había cazado para él.

Cuando creció más, el perro devoraba por su parte un venado todos los días. Pero, según fueron escaseando los venados, el perro se fue comiendo a los milperos; al observarlo el hombre dijo a sus compañeros: -¡Vámonos, huyamos o seremos aniquilados! Salieron todos corriendo, y el animal aullaba cerca de ellos diciendo: -Espérenme, X-Batlis Chan es mi madre, X-Batlis Chan es mi padre. No corran. ¿Por qué corre X-Batlis Chan de su propia sangre? ¿No me la dio él noche tras noche? En el camino hallaron a un viejo, y el asustado campesino le dijo: -¡Ay, papito!, corre con nosotros porque nos viene persiguiendo el maligno. Pero el anciano respondió a X-Batlis Chan severamente: -Hijo del diablo ¿por qué huyes de tu compañero, hijo del diablo también? Hoy eres responsable de la muerte de los que fueron devorados. Detente y mira cómo atrapo a este compañero del maligno. Todos se detuvieron. El viejo se arrancó nueve pelos de la cabeza, los trenzó y formó un lazo con ellos. Luego se arrancó un cabello más y lo sembró en la tierra. Aquella hebra de pelo se convirtió en la planta del chichibeh. Amarró de ella el lazo y lo puso como trampa. Apareció corriendo el perro de cera, metió su cabeza en la cuerda y quedó lazado. Por eso el cabello de los viejos es resistente y la planta del chichibeh no puede arrancarse con facilidad. El anciano dijo entonces a X-Batlis Chan: -Desata al perro del chichibeh y llévalo a recluir en el cerro Mulitkak. No tengas miedo.

X-Batlis Chan desató al perro y se lo llevó. Al llegar a Mulitkak el cerro se abrió y allí quedaron aprisionados el perro de cera y X-Batlis Chan. Hasta hoy paga allí el hombre su culpa. Allá, dentro del calor del monte. Hasta hoy, quien pretende cazar venados por esos lugares no puede. No encuentra al venado que mató. El perro de cera se lo come. Si se quiere cazar un venado por esos parajes, hay que ponerle cera a la bala. Ahora, como antes, el hombre debe cuidarse, porque puede ser devorado por su propia perversidad7. El enano de Uxmal: Dicen que hubo una vieja en Nohpat, que hacía sortilegios y hablaba de noche con los corcovados de los cerros. Un día supo que iba a morir, y quiso tener un hijo; los corcovados le dieron un huevo que ella puso a incubar bajo tierra. En su momento brotó un niño con cara de hombre, que sólo creció siete palmos y dejó de crecer. La vieja dijo que era su nieto, y desde que nació hablaba y sabía muchas cosas, maravillando a las gentes. Cuando un día como los demás la vieja fue con su cántaro a traer agua del pozo, el enano le hizo un agujero en el fondo del recipiente para que tardara mucho en volver, porque deseaba saber qué guardaba bajo las piedras del fogón, que siempre tapaba cuidadosamente. En efecto, removió las cenizas y sacó un címbalo de oro, al que golpeó acto seguido con una varita. Un sonido terrible, como un trueno espantoso, se abatió sobre toda la tierra. La abuela regresó presurosa, la gente estaba alborotada; una antigua profecía aseguraba que el rey de la gran ciudad de Uxmal sería destronado por aquel que sin haber nacido de mujer hiciera sonar el címbalo oculto bajo el suelo y el fuego.

El viejo rey, que estaba dormido en su palacio blanco, despertó con el ruido y se puso a temblar de pies a cabeza. Envió a sus hombres por todos los caminos a buscar al que había tocado el instrumento, y llegaron a la casa de la hechicera de Nohpat, y el enano se mostró a ellos y sacó el címbalo de oro. Fue llevado de inmediato ante el anciano rey, que estaba sentado en su trono en medio de la plaza, bajo una ceiba milenaria. El monarca había determinado no ceder su trono sin antes someter a distintas pruebas al recién llegado; la primera fue decir cuántos frutos llenaban las ramas de la gran ceiba. - Yo te digo que son diez veces cien mil y dos veces sesenta, y tres veces tres. Eso contestó el enano, y un gran murciélago que salió volando del árbol susurró al oído del rey que había dicho la verdad. - La segunda prueba será romper sobre tu cabeza, con un mazo de piedra, una medida llena de frutos de palma. Así sentenció el soberano, pero el enano dijo: -Consiento, mas admite que si salgo vivo, tú sufrirás la misma prueba. -- Yo sufriré todo igual que tú puedas sufrirlo, y de ese modo serán los dioses los que decidan-, repuso el rey. Al amanecer del siguiente día el enano fue puesto en la picota y un dignatario rompió sobre su cabeza, uno por uno, los durísimos frutos de la palmera. El enano sonreía ya que, durante la noche, su abuela le había puesto una plancha de cobre oculta por debajo de los cabellos. Un día más tarde el rey sudaba de fiebre y temor.

Todavía le propuso al enano la tercera prueba: -Hagamos una estatua a nuestra imagen y pongámosla a arder en el fuego, y si el fuego la respeta será señal de que los dioses están con quien la hizo. Así se llevó a cabo, el rey erigió afanosamente tres efigies suyas, de madera, de piedra y de metal, y las tres fueron consumidas por las llamas. Entonces el enano hizo una figura de barro mojado, y el fuego, mientras más se cocía, más fuerte y dura iba volviendo a la estatua. Ante el asombro del pueblo, que ya deseaba coronarle, alzó la voz y dijo. - Mañana levantaré aquí grandes palacios y templos y será el momento de mi coronación. Pero ahora que el viejo rey sufra la prueba que yo sufrí, porque está pactado. El rey fue puesto en la prueba del martillo, y al primer golpe quedó muerto con la cabeza rota. Al amanecer del otro día, apareció resplandeciente en aquellos lugares la grande Uxmal, con todos sus hermosos edificios, tal como ya estaba entonces hecha aunque no se veía. En el templo más elevado vivió desde ese instante el enano; en lo alto salía cada vez que la Luna iba a volver, y hablaba al pueblo. Hijos de la Luna eran los que con aquel rey vinieron, y no hijos del Sol, como todos los que antes hubo. Artistas e inventores fueron esas gentes, y sobre todo hicieron preciosas figuras, y así los llamaban kulkatoob, adoradores del barro. Cuando después de setenta vidas de hombre murió el enano, los de Uxmal hicieron estatuas suyas y quemaron copal ante ellas y bailaron las danzas que antiguamente eran sólo para los dioses.

Esto no quedó sin castigo. Llegado el día en que se llenó la medida de ese tiempo, los guerreros de Mayapán tomaron la ciudad, que cayó y se rompió como el barro que había adorado8. Plegarias, invocaciones, conjuros y fórmulas mágicas surgen por doquier a lo largo y ancho de la literatura -oral y escrita- de las tierras bajas mayas. El ritmo peculiar, salmodias y sonsonetes fáciles de reconocer aún hoy en los murmullos de los h-men o practicadores religiosos de Yucatán, la longitud nunca excesiva, la reiteración de los motivos y el estilo enrevesado pero directo, dan su carácter al género, cuyas raíces prehispánicas y populares son a menudo llamativamente obvias. Veamos con tres ejemplos representativos un aspecto de este importante capítulo:

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