Limpieza y majestad con que se servía a Moctezuma
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Datos principales
Desarrollo
Limpieza y majestad con que se servía a Moctezuma Era Moctezuma hombre mediano, de pocas carnes, de color moreno aceitunado, muy oscuro, según son todos los indios. Llevaba el cabello largo, y tenía hasta seis pelillos de barba, negros, de un jeme de largo. Era de buena condición, aunque justiciero, afable, bien hablado, gracioso, pero cuerdo y grave, y se hacía temer y acatar. Moctezuma quiere decir hombre sañudo y grave. A los nombres propios de reyes, de señores y de mujeres, añaden la sílaba cin, por cortesía o dignidad, como nosotros el don, los turcos sultán y los moros muley; y así, dicen Moctezumacín. Tenía con los suyos tanta majestad, que no les dejaba sentarse delante de sí, ni llevar zapatos ni mirarle a la cara, si no era a poquísimos y grandes señores. A los españoles, cuya conversación le agradaba, o porque los tenía en mucho, no los consentía estar de pie. Cambiaba con ellos sus vestidos, si le parecían bien los de España; mudaba cuatro vestidos al día, y ninguno volvía a vestir por segunda vez. Estas ropas se guardaban para dar albricias, para hacer presentes, para dar a criados y mensajeros, y a soldados que pelean y prenden algún enemigo, que es gran merced y como un privilegio; y de éstas eran aquellas muchas y lindas mantas que por tantas veces envió a Hernán Cortés. Andaba Moctezuma muy pulido y limpio a maravilla; y así, se bañaba dos veces al día; pocas veces salía fuera de la cámara si no era a comer; comía siempre solo, mas solemnemente y en grandísima abundancia.
La mesa era una almohada o un par de cueros de color; la silla, un banquillo bajo, de cuatro pies, hecho de una pieza, cavado el asiento y muy bien labrado y pintado; los manteles, pañizuelos y toallas de algodón, muy blancos, nuevos, flamantes, que no se ponían más que aquella vez. Llevaban la comida cuatrocientos pajes, caballeros, hijos de señores, y la ponían toda junta en la sala; salía él, miraba las viandas y señalaba las que más le agradaban. Luego ponían debajo de ellas braseros con ascuas, para que ni se enfriasen ni perdiesen el sabor; y pocas veces comía de otras, si no era algún buen guisado que le alababan los mayordomos. Antes de que se sentase venían unas veinte mujeres suyas de las más hermosas o favoritas o semaneras, y le servían las fuentes con grande humildad; tras esto se sentaba, y luego llegaba el maestresala, y echaba una red de palo, que separaba la mesa de la gente, para que no se echasen encima; y él solo ponía y quitaba los platos, pues los pajes no llegaban a la mesa ni hablaban palabra, ni tampoco hombre ninguno de cuantos allí estaban, mientras que el señor comía, si no era un truhán o alguien que le preguntase algo, y todos estaban y servían descalzos. Asistían continuamente al lado del rey, aunque algo desviados, seis señores ancianos, a los cuales daba algunos platos del manjar que le sabía bien. Ellos los tomaban con gran reverencia, y se los comían allí con el mayor respeto, sin mirarle a la cara, que era la mayor humildad que podían demostrar delante de él.
Tenía música, comiendo, de zampoña, flauta, caracola, hueso y atabales, y otros instrumentos así, pues mejores no los alcanzan, ni voces, digo, pues no sabían canto ni eran buenas. Había siempre al tiempo de la comida enanos, gibosos, contrahechos y otros así, y todos por grandeza o por riqueza, a los cuales daban de comer con los truhanes y chocarreros al fondo de la sala, con los restos de la comida. El resto del sobrante se lo comían tres mil, que formaban la guardia ordinaria, que estaban en los patios y plaza; y por esto dicen que llevaban siempre tres mil platos de manjar y tres mil jarros de comida y vino que ellos usan, y que nunca se cerraba la botillería ni la despensa, que era digno de ver lo que en ellas había. No dejaban de guisar ni tener cada día de cuanto en la plaza se vendía, que era, como después diremos, infinito, más lo que traían los cazadores, renteros y tributarios. Los platos, escudillas, tazas, jarros, ollas y demás servicio era todo de barro y muy bueno, si lo hay en España, y no servía al rey más que para una comida. También tenía vajilla de oro y plata grandísima, pero poco se servía de ella: dicen que por no servirse dos veces con ella, que parecía bajeza. Lo que algunos cuentan, que guisaban niños para que se los comiese Moctezuma, eran solamente hombres sacrificados, pues de no ser así no comía carne humana; y esto no era lo corriente. Alzados los manteles, se acercaban las mujeres, que todavía estaban allí en pie, cono los hombres, a darle otra vez aguamanos con el mismo acatamiento que antes, y se iban a su aposento a comer con las demás; y así hacían todos, excepto los caballeros y pajes que les tocaba la guardia.
La mesa era una almohada o un par de cueros de color; la silla, un banquillo bajo, de cuatro pies, hecho de una pieza, cavado el asiento y muy bien labrado y pintado; los manteles, pañizuelos y toallas de algodón, muy blancos, nuevos, flamantes, que no se ponían más que aquella vez. Llevaban la comida cuatrocientos pajes, caballeros, hijos de señores, y la ponían toda junta en la sala; salía él, miraba las viandas y señalaba las que más le agradaban. Luego ponían debajo de ellas braseros con ascuas, para que ni se enfriasen ni perdiesen el sabor; y pocas veces comía de otras, si no era algún buen guisado que le alababan los mayordomos. Antes de que se sentase venían unas veinte mujeres suyas de las más hermosas o favoritas o semaneras, y le servían las fuentes con grande humildad; tras esto se sentaba, y luego llegaba el maestresala, y echaba una red de palo, que separaba la mesa de la gente, para que no se echasen encima; y él solo ponía y quitaba los platos, pues los pajes no llegaban a la mesa ni hablaban palabra, ni tampoco hombre ninguno de cuantos allí estaban, mientras que el señor comía, si no era un truhán o alguien que le preguntase algo, y todos estaban y servían descalzos. Asistían continuamente al lado del rey, aunque algo desviados, seis señores ancianos, a los cuales daba algunos platos del manjar que le sabía bien. Ellos los tomaban con gran reverencia, y se los comían allí con el mayor respeto, sin mirarle a la cara, que era la mayor humildad que podían demostrar delante de él.
Tenía música, comiendo, de zampoña, flauta, caracola, hueso y atabales, y otros instrumentos así, pues mejores no los alcanzan, ni voces, digo, pues no sabían canto ni eran buenas. Había siempre al tiempo de la comida enanos, gibosos, contrahechos y otros así, y todos por grandeza o por riqueza, a los cuales daban de comer con los truhanes y chocarreros al fondo de la sala, con los restos de la comida. El resto del sobrante se lo comían tres mil, que formaban la guardia ordinaria, que estaban en los patios y plaza; y por esto dicen que llevaban siempre tres mil platos de manjar y tres mil jarros de comida y vino que ellos usan, y que nunca se cerraba la botillería ni la despensa, que era digno de ver lo que en ellas había. No dejaban de guisar ni tener cada día de cuanto en la plaza se vendía, que era, como después diremos, infinito, más lo que traían los cazadores, renteros y tributarios. Los platos, escudillas, tazas, jarros, ollas y demás servicio era todo de barro y muy bueno, si lo hay en España, y no servía al rey más que para una comida. También tenía vajilla de oro y plata grandísima, pero poco se servía de ella: dicen que por no servirse dos veces con ella, que parecía bajeza. Lo que algunos cuentan, que guisaban niños para que se los comiese Moctezuma, eran solamente hombres sacrificados, pues de no ser así no comía carne humana; y esto no era lo corriente. Alzados los manteles, se acercaban las mujeres, que todavía estaban allí en pie, cono los hombres, a darle otra vez aguamanos con el mismo acatamiento que antes, y se iban a su aposento a comer con las demás; y así hacían todos, excepto los caballeros y pajes que les tocaba la guardia.