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LIBRO TERCERO DONDE SE TRATA EN GENERAL Y PARTICULAR DESTE REINO DEL PERÚ Y LAS CIUDADES PRINCIPALES Y VILLAS DEL Capítulo I Del nombre deste reino del Perú, y del origen de los naturales dél Antiguamente, este Reino tan famoso y celebrado, que estaba debajo del dominio y gobierno de los Yngas, no tuvo nombre general, que comprendiese y encerrase en sí todas las provincias y regiones dél, como le tuvieron y tienen los nombrados reinos de Europa, pues debajo deste nombre de Francia, antiguamente dicho Gallia, se contienen tantas provincias como es Aquitania, ahora dicha Guascuña, Narbonense, Lugonense, Picardía, Normandía, Bretaña, Champaña, y aun los Estados de Flandes, antiguamente dichos Gallia Belgica, pues fueron pertenecientes al reino de Francia y Alemania, por otro nombre Germania, que encierra en sí a la provincia de Suabia, Franconia, Babiera, Sajonia, Austria y otras provincias: Y nuestra España, que comprende tantos reinos y provincias diferentes, debajo deste título de España. Pero este nombre Perú, que el día de hoy abraza la infinidad de provincias y regiones que diremos, los indios no le supieron ni conocieron, porque es nombre moderno, desde que los españoles empezaron a conquistar esta tierra. Como cuando el marqués don Francisco Pizarro, la primera vez que salió de Panamá al descubrimiento deste Reino, topase con un río deste nombre Perú, como negocio que ante todas cosas llegaba a su vista, intituló a la tierra en general con él.
Este río está en el mar del Sur, dicho así, porque lo más ordinario corre en el este viento, y es el más saludable a los moradores dél, y por la Estrella del Sur, mediante la cual se navega. También se llama Pacífico, como le nombró Magallanes cuando entró por el estrecho de su nombre, por la mansedumbre de sus vientos. Este río Perú está dos grados de la equinoccial y, aunque muchos han querido comprender con este nombre de Perú toda la tierra que desde Nombre de Dios se va costeando hasta el Brasil, Río de la Plata y, entrando por el Estrecho, se costea el reino de Chile hasta Panamá, que está diez y siete leguas de Nombre de Dios, por las cuales deja de ser isla. Pero, en rigor y propiamente, Perú se entiende y dice todo lo que hay desde este río, enterrando en él a Quito y sus provincias, hasta más allá de Pasto, y corriendo la costa hasta Chile por los llanos y por la Sierra, hasta entrar en la gobernación de Tucumán, que fue lo que el Ynga llegó a conquistar y tuvo debajo de su reino y mando, y lo que ahora el visorrey, que reside en la Ciudad de los Reyes, en lugar de la Majestad Real del Rey, Nuestro Señor, gobierna, que incluye todo esto con la jurisdicción de tres audiencias de Quito, Reyes y las Charcas, y el reino de Chile. Que, aunque tiene gobernador aparte que pone justicias y hace mercedes de encomiendas de indios como el Virrey, y ahora se pone de nuevo Audiencia y Chancillería real, la cual tuvo algunos años y se deshizo, todavía está subordinado y sujeto al Virrey del Perú, de donde le van los socorros de gente y dineros para sustentar aquel reino, sin los cuales estuviera ya del todo extinto y asolado, según la furia y tesón que los indios araucanos han tenido y tienen por conservar su libertad.
La costa deste Reino, desde Panamá hasta el estrecho de Magallanes, corre más de mil y doscientas leguas. El ancho que tiene, por lo más del mar del Sur hasta la otra parte del norte, ponen mil leguas las que boxan desde Nombre de Dios hasta Panamá. Corriendo la costa, según cuenta de mareantes, son más de cuatro mil. Pero antes que pasemos adelante, en discurrir por las particularidades deste Reino, me ha parecido, como de paso, hacer algún discurso acerca desta nación de los indios, que en esta cuarta parte del mundo, dicha América de Vespucio Américo, aunque más propiamente se diría Colonia, pues Colón la descubrió y empezó a conquistar, mayor, más rica y extendida que ninguna de las otras tres en que antiguamente estuvo dividido. Se han hallado de dónde procedieron y de dónde vinieron, que es negocio que a muchos curiosos ha dado que investigar. No es mi pensamiento ni intento refutar sus opiniones ni reprehender lo que en esto sintieron, sino poner lo que de ello se alcanzó, remitiéndolo al juicio del discreto lector, y porque el que leyese esta historia podría dudar y reparar en ello. Algunos han dicho que estos indios descienden y vienen de aquellas diez tribus, que en el capítulo diez y siete del quarto libro de los Reyes, se dice que fueron trasladados por Salmanasar, Rey de los asirios, y fúndase en que esta gente tiene el hábito, traza y modo y aun subtilezas de los judíos, pero yo, y aun otros que de ello más alcanzan, lo tienen por cosa sin fundamento, porque desde Asiria, que es una de la íntimas regiones de Asia, cómo habían de pasar a estas partes los judíos de aquellas diez tribus; y, quien en su tierra no se defendió ni tuvo fuerza para ello, cómo se habían de salir de la ajena, ni cómo los había de dejar el Rey de Asiria, quien les había de dar navíos para pasar acá.
Aristóteles, príncipe de la filosofía natural, en un libro que hizo de las cosas maravillosas que en la tierra se hallan, aunque otros dicen que es el libro de Theofrastro, autor de casi tanta autoridad como Aristóteles, refiere que los fenicianos navegaron cuatro días, con el viento a peliotes, que es el solano que llaman Levante, y en la mar del Sur este; y aportaron a unos lugares incultos que el mar descubría y cubría, y dejaba en seco mucha infinidad de atunes muy grandes. Estos se hallan ahora en la isla que dicen de la Madera y del Fayal. En este mismo libro dice el mismo autor que unos mercaderes cartagineses navegaron desde las columnas de Hércules, que es el estrecho de Gibraltar, y al cabo de muchos días de navegación hallaron una isla, que era distansísima de Tierra Firme, en la cual no había moradores, aunque era abundantísima de todas las cosas necesarias a la vida humana, y grandes ríos navegables que en ella había, y se quedaron y poblaron en ella. Sabido esto en la ciudad de Cartago, entraron en ayuntamiento sobre lo que se había de hacer de aquella isla, pensando que si la fama de sus riquezas y abundancia venía en noticia de las naciones extrañas, con codicia irían a ella y harían en ella un propignáculo y defensa, en que se retrujesen; y mediante las riquezas se vendrían a enseñorear de ellos, y su libertad se perdería, por lo cual mandaron que cualquiera que fuese osado de navegar a ella, en pudiendo ser habido, muriese y que, los cartagineses que allí habían edificado, si volviesen los matasen.
Destas dos autoridades, de Aristóteles, parece que las islas que don Cristóbal Colón descubrió y vio Vespucio Américo, había más de dos mil años que habían sido halladas. Así no me parece sería juicio sin fundamento decir, que de los moradores destas islas se irían poblando las demás hasta la Tierra Firme; y como determino, lo inserto, pues es de hombre temerario. Pero propongo esto, esperando el sentimiento de quien mejor sintiere que yo. Pues que la multiplicación de los hombres fue causa de la población de las tierras y, mientras más iban creciendo, se extendían, no es mucho que, hasta que los cartagineses pasasen a esta isla, no se hubiere poblado esta cuarta parte del mundo, y aquellos empezasen de habitar en esta isla que se barrunta ser la isla Española, y de allí se derramasen hasta la isla de Cuba y a Panamá, Yucatán y México, y cundiesen de allí al oriente, donde había otras islas y tierras no conocidas. Si se dijese que, como estos indios no tienen las letras pues había de haber algunos rastros y vestigios de ellas entre ellos, podrase responder, habían de usar de las que tenían en aquel tiempo los cartagineses, que eran letras reales de cosas pintadas, las cuales tuvieron en Cartago, y estos indios las usaron en sus pinturas o que, con la distancia tan larga de años, haberlas olvidado. Si me replicare, que cómo había de estar tantos años oculta la noticia de estas islas, y sin que jamás se presumiese que estos antípodas y tierras eran habitables, pues, aún cuando don Cristóbal Colón lo puso en plática en Inglaterra, en Portugal y Castilla, se tuvo por cosa ridiculosa, y a él, por un burlador y hombre de poco entendimiento, a esto responderé, que también las islas de Canarias, que antiguamente fueron tan conocidas y navegadas desde África, donde tan cerca están, y desde España de donde están doscientas y cincuenta leguas, y que fueron dichas de los escritores las islas afortunadas, por la fertilidad y sanísimo temperamento de su cielo, cuando, en tiempo del rey don Juan el segundo se dio la conquista de ellas a Joan de Betancurt, francés, ya estaban tan olvidadas, y su noticia tan totalmente perdida, que había muy poquísimos que supiesen deltas; y no eran tan distantes de España con seis partes como las Indias, y se habían en otros tiempos navegado a ellas, y casi no se acordaban deltas.
Más fácil sería el olvido de las islas que habemos dicho, y de la navegación de aquellos cartaginenses, especialmente no habiéndose continuado en tantos centenares de años. El que desto más alcanzase, me corrija, que aparejado estoy a recibir su corrección, cuanto y más, que yo lo que he propuesto, no lo afirmo indubitablemente como cosa que sé de cierto haber sido así, y que de estos cartaginenses se poblaron tanta infinidad de islas y tierras, sino como cosa posible, y que no repugna a la verdad, lo digo y refiero, pues no consta infaliblemente, de donde estos indios desta cuarta parte del mundo hayan salido a poblarla, ni los deste reino del Perú de quien es el principal intento mío tratar.
Este río está en el mar del Sur, dicho así, porque lo más ordinario corre en el este viento, y es el más saludable a los moradores dél, y por la Estrella del Sur, mediante la cual se navega. También se llama Pacífico, como le nombró Magallanes cuando entró por el estrecho de su nombre, por la mansedumbre de sus vientos. Este río Perú está dos grados de la equinoccial y, aunque muchos han querido comprender con este nombre de Perú toda la tierra que desde Nombre de Dios se va costeando hasta el Brasil, Río de la Plata y, entrando por el Estrecho, se costea el reino de Chile hasta Panamá, que está diez y siete leguas de Nombre de Dios, por las cuales deja de ser isla. Pero, en rigor y propiamente, Perú se entiende y dice todo lo que hay desde este río, enterrando en él a Quito y sus provincias, hasta más allá de Pasto, y corriendo la costa hasta Chile por los llanos y por la Sierra, hasta entrar en la gobernación de Tucumán, que fue lo que el Ynga llegó a conquistar y tuvo debajo de su reino y mando, y lo que ahora el visorrey, que reside en la Ciudad de los Reyes, en lugar de la Majestad Real del Rey, Nuestro Señor, gobierna, que incluye todo esto con la jurisdicción de tres audiencias de Quito, Reyes y las Charcas, y el reino de Chile. Que, aunque tiene gobernador aparte que pone justicias y hace mercedes de encomiendas de indios como el Virrey, y ahora se pone de nuevo Audiencia y Chancillería real, la cual tuvo algunos años y se deshizo, todavía está subordinado y sujeto al Virrey del Perú, de donde le van los socorros de gente y dineros para sustentar aquel reino, sin los cuales estuviera ya del todo extinto y asolado, según la furia y tesón que los indios araucanos han tenido y tienen por conservar su libertad.
La costa deste Reino, desde Panamá hasta el estrecho de Magallanes, corre más de mil y doscientas leguas. El ancho que tiene, por lo más del mar del Sur hasta la otra parte del norte, ponen mil leguas las que boxan desde Nombre de Dios hasta Panamá. Corriendo la costa, según cuenta de mareantes, son más de cuatro mil. Pero antes que pasemos adelante, en discurrir por las particularidades deste Reino, me ha parecido, como de paso, hacer algún discurso acerca desta nación de los indios, que en esta cuarta parte del mundo, dicha América de Vespucio Américo, aunque más propiamente se diría Colonia, pues Colón la descubrió y empezó a conquistar, mayor, más rica y extendida que ninguna de las otras tres en que antiguamente estuvo dividido. Se han hallado de dónde procedieron y de dónde vinieron, que es negocio que a muchos curiosos ha dado que investigar. No es mi pensamiento ni intento refutar sus opiniones ni reprehender lo que en esto sintieron, sino poner lo que de ello se alcanzó, remitiéndolo al juicio del discreto lector, y porque el que leyese esta historia podría dudar y reparar en ello. Algunos han dicho que estos indios descienden y vienen de aquellas diez tribus, que en el capítulo diez y siete del quarto libro de los Reyes, se dice que fueron trasladados por Salmanasar, Rey de los asirios, y fúndase en que esta gente tiene el hábito, traza y modo y aun subtilezas de los judíos, pero yo, y aun otros que de ello más alcanzan, lo tienen por cosa sin fundamento, porque desde Asiria, que es una de la íntimas regiones de Asia, cómo habían de pasar a estas partes los judíos de aquellas diez tribus; y, quien en su tierra no se defendió ni tuvo fuerza para ello, cómo se habían de salir de la ajena, ni cómo los había de dejar el Rey de Asiria, quien les había de dar navíos para pasar acá.
Aristóteles, príncipe de la filosofía natural, en un libro que hizo de las cosas maravillosas que en la tierra se hallan, aunque otros dicen que es el libro de Theofrastro, autor de casi tanta autoridad como Aristóteles, refiere que los fenicianos navegaron cuatro días, con el viento a peliotes, que es el solano que llaman Levante, y en la mar del Sur este; y aportaron a unos lugares incultos que el mar descubría y cubría, y dejaba en seco mucha infinidad de atunes muy grandes. Estos se hallan ahora en la isla que dicen de la Madera y del Fayal. En este mismo libro dice el mismo autor que unos mercaderes cartagineses navegaron desde las columnas de Hércules, que es el estrecho de Gibraltar, y al cabo de muchos días de navegación hallaron una isla, que era distansísima de Tierra Firme, en la cual no había moradores, aunque era abundantísima de todas las cosas necesarias a la vida humana, y grandes ríos navegables que en ella había, y se quedaron y poblaron en ella. Sabido esto en la ciudad de Cartago, entraron en ayuntamiento sobre lo que se había de hacer de aquella isla, pensando que si la fama de sus riquezas y abundancia venía en noticia de las naciones extrañas, con codicia irían a ella y harían en ella un propignáculo y defensa, en que se retrujesen; y mediante las riquezas se vendrían a enseñorear de ellos, y su libertad se perdería, por lo cual mandaron que cualquiera que fuese osado de navegar a ella, en pudiendo ser habido, muriese y que, los cartagineses que allí habían edificado, si volviesen los matasen.
Destas dos autoridades, de Aristóteles, parece que las islas que don Cristóbal Colón descubrió y vio Vespucio Américo, había más de dos mil años que habían sido halladas. Así no me parece sería juicio sin fundamento decir, que de los moradores destas islas se irían poblando las demás hasta la Tierra Firme; y como determino, lo inserto, pues es de hombre temerario. Pero propongo esto, esperando el sentimiento de quien mejor sintiere que yo. Pues que la multiplicación de los hombres fue causa de la población de las tierras y, mientras más iban creciendo, se extendían, no es mucho que, hasta que los cartagineses pasasen a esta isla, no se hubiere poblado esta cuarta parte del mundo, y aquellos empezasen de habitar en esta isla que se barrunta ser la isla Española, y de allí se derramasen hasta la isla de Cuba y a Panamá, Yucatán y México, y cundiesen de allí al oriente, donde había otras islas y tierras no conocidas. Si se dijese que, como estos indios no tienen las letras pues había de haber algunos rastros y vestigios de ellas entre ellos, podrase responder, habían de usar de las que tenían en aquel tiempo los cartagineses, que eran letras reales de cosas pintadas, las cuales tuvieron en Cartago, y estos indios las usaron en sus pinturas o que, con la distancia tan larga de años, haberlas olvidado. Si me replicare, que cómo había de estar tantos años oculta la noticia de estas islas, y sin que jamás se presumiese que estos antípodas y tierras eran habitables, pues, aún cuando don Cristóbal Colón lo puso en plática en Inglaterra, en Portugal y Castilla, se tuvo por cosa ridiculosa, y a él, por un burlador y hombre de poco entendimiento, a esto responderé, que también las islas de Canarias, que antiguamente fueron tan conocidas y navegadas desde África, donde tan cerca están, y desde España de donde están doscientas y cincuenta leguas, y que fueron dichas de los escritores las islas afortunadas, por la fertilidad y sanísimo temperamento de su cielo, cuando, en tiempo del rey don Juan el segundo se dio la conquista de ellas a Joan de Betancurt, francés, ya estaban tan olvidadas, y su noticia tan totalmente perdida, que había muy poquísimos que supiesen deltas; y no eran tan distantes de España con seis partes como las Indias, y se habían en otros tiempos navegado a ellas, y casi no se acordaban deltas.
Más fácil sería el olvido de las islas que habemos dicho, y de la navegación de aquellos cartaginenses, especialmente no habiéndose continuado en tantos centenares de años. El que desto más alcanzase, me corrija, que aparejado estoy a recibir su corrección, cuanto y más, que yo lo que he propuesto, no lo afirmo indubitablemente como cosa que sé de cierto haber sido así, y que de estos cartaginenses se poblaron tanta infinidad de islas y tierras, sino como cosa posible, y que no repugna a la verdad, lo digo y refiero, pues no consta infaliblemente, de donde estos indios desta cuarta parte del mundo hayan salido a poblarla, ni los deste reino del Perú de quien es el principal intento mío tratar.