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Pontificado y cultur

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El papa Inocencio VI recogió los efectos positivos de la acción italiana de Clemente VI, lo que permitió la firma de la paz de Sarzana (31 de marzo de 1353) entre las ciudades toscanas y Juan Visconti de Milán. Pórtico de una acción de mayor envergadura en Italia, el hecho verdaderamente decisivo lo constituyó el nombramiento, en mayo de 1353, del cardenal castellano Gil Álvarez de Albornoz como legado apostólico y vicario con amplios poderes en Lombardia, Toscana y los Estados de la Iglesia, con la misión de reconquistar y reorganizar el patrimonio apostólico. Gil de Albornoz había estudiado derecho en la universidad de Toulouse, donde, probablemente, había conocido al actual Papa; consejero de Alfonso XI de Castilla y arzobispo de Toledo desde mayo de 1338, había colaborado activamente en las tareas de gobierno, dictando importantes disposiciones sobre el clero, y participado en las más importantes operaciones militares del reinado del monarca: Tarifa, 1340; Algeciras, 1342-44; y Gibraltar, 1349-50. Figura entre los primeros en la larga nómina de los desterrados del reinado de Pedro I; en diciembre de 1350 se traslada a Aviñón, lugar en el que se formara un núcleo de exiliados en el que figuran numerosos eclesiásticos, algunos de brillante futuro. Clemente VI le eleva al cardenalato en diciembre de 1350. Este es el legado designado por Inocencio VI para una delicada misión en la que se requieren por igual dotes militares, un fino facto diplomático y una gran capacidad de organización.

Salió Gil de Albornoz de Aviñón en agosto de 1353, con el objetivo de someter a Juan de Vico, señor de Viterbo y prefecto de Roma, que desde hacia algunos años se estaba creando un patrimonio a base de continuas usurpaciones de bienes y ciudades de la Iglesia. El itinerario del legado por el norte de Italia, Milán, Pisa, Florencia y Siena fue una sucesión de agasajos, al tiempo que su ejército se incrementaba. El choque con Juan de Vico hizo pasar al legado un duro invierno, a pesar del cual fue posible llegar a un acuerdo en Montefiascone, en junio de 1354, por el que aquél se sometía a la obediencia de la Iglesia, recibiendo del legado un trato muy favorable, que suscitó murmuraciones en Aviñón y las primeras maquinaciones contra el legado; las medidas eran, sin embargo, muy ventajosas para facilitar la recuperación de la estabilidad en Italia, y, además, imprescindibles dado que la fuerza militar de que se disponía distaba mucho de lo necesario para un aplastamiento de los enemigos. Como medio de facilitar la labor del legado, Inocencio VI pensó en la puesta en libertad de Colà di Rienzo y en su envío a Italia. Algunos meses después, en agosto de 1354, era triunfalmente recibido en Roma, instalando un gobierno que repitió el estilo del anterior, provocando muy pronto las iras populares por sus procedimientos despóticos y su dura fiscalidad. El 8 de octubre de 1354 estalló un motín en Roma, alentado por la aristocracia; Colà trató de huir del Capitolio, disfrazado, pero fue descubierto y asesinado.

Intervino entonces Gil de Albornoz logrando la restauración del gobierno tradicional de dos cónsules, la obediencia de la aristocracia y el restablecimiento de una endeble paz en Roma; la presencia del Pontificado en ella habría de consolidarla. Durante el año siguiente, se dedicó a la pacificación del ducado de Spoleto y de las Marcas, donde consiguió ganarse para la causa pontificia a Galeotto Malatesta. En Aviñón trabajaba activamente la diplomacia milanesa contra Albornoz, difundiendo calumnias y rumores; Bernabé Visconti, que había sucedido a su tío en Milán, reclamaba el vicariato sobre Bolonia, prometiendo a cambio ayuda militar al legado que, en el verano de 1357, sitiaba Forli. La negativa de Albornoz a negociar con el Visconti la cesión de Bolonia fue causa directa de su sustitución en la legación; como sustituto fue nombrado el cardenal Androin de la Roche, cuyo brillante recibimiento en Milán testimonia a quién beneficia más esta sustitución. Gil de Albornoz cerraba la primera parte de su legación con la publicación de sus famosas "Constitutiones Aegidianae", que proporcionaban una imprescindible base jurídica para la organización y gobierno de los Estados de la Iglesia. La interrupción fue breve, apenas unos meses, esmaltados por los estrepitosos fracasos de su sucesor. En diciembre de 1358, apenas un año después de su sustitución, el prelado castellano se hacía nuevamente cargo de la dirección de los asuntos de Italia. Y volvieron los éxitos, en particular la rendición de Forli, julio de 1359, y, sobre todo, la de Bolonia, marzo de 1360, éxito completado, al año siguiente, con la victoria de las tropas del legado sobre un ejército milanés que pretendía la recuperación de la ciudad.

En cambio, se hacía menos estable la situación en Provenza. Ya en 1357, algunas de las compañías utilizadas en la gran confrontación franco-inglesa habían saqueado la región y fue preciso comprar su retirada: Aviñón se rodeó entonces de una consistente muralla. La paz de Bretigny, mayo de 1360, que pone el primer alto importante a la guerra, dejó sin empleo a estas compañías que recrudecen sus saqueos en el Mediodía: entre otras acciones se apoderan de Pont Saint-Esprit, amenazando el abastecimiento de Aviñón. La estabilidad de Provenza, en fuerte contraste con la tensa vida italiana, había aconsejado, entre otras razones, la estancia en Aviñón; modificadas aquellas circunstancias, y en curso de satisfactoria solución los problemas italianos, gracias a la gestión de Albornoz, era quizá el tiempo de regresar a Roma. Inocencio VI expresó este deseo en varias ocasiones, pero no era la situación italiana el único inconveniente, ni se habían resuelto todos los problemas. El 12 de septiembre de 1362 moría Inocencio VI sin haber hecho realidad su deseo tantas veces expresado. Su sucesor es un austero monje benedictino, extraordinario canonista, maestro en las universidades de Montpellier, Toulouse, París y Aviñón, Guillermo de Grimoard, que adoptó el nombre de Urbano V. Los objetivos de su pontificado consisten en la pacificación de la Cristiandad, el impulso a la reforma, la realización de la cruzada, en la que podrían, además, ser empleadas las peligrosas compañías, la unión con la Iglesia griega, y el regreso del Pontificado a Roma, que requería rematar la misión que venia desempeñando Gil de Albornoz en Italia.

Ante las demandas de la diplomacia milanesa, que solicitaba negociaciones de paz, previa una sustitución del legado, Urbano V optó por la fuerza y pronunció la excomunión contra Bernabé Visconti; sin embargo, entendiendo que, para poder llevar a cabo aquellos proyectos, necesitaba una solución negociada, accedió a las exigencias del Visconti y, en noviembre de 1363, sustituyó nuevamente a Albornoz por Androin de la Roche. Después, en febrero de 1364, llegó a una paz humillante para el Pontificado en la que se establecía la devolución al duque de Milán de las indebidas adquisiciones que había realizado en Bolonia y Romaña, a cambio de una importante indemnización. Albornoz era nombrado legado en Nápoles, en abril de ese año, a pesar de su solicitud de autorización para regresar a Aviñón: lo único que pretendían sus enemigos era su alejamiento; el Papa, que defendió la integridad del legado, le hizo ver la necesidad de su acción en Nápoles. La última acción de Gil de Albornoz al servicio de la Iglesia fue lograr la constitución de una liga en la que, junto a la Iglesia, unieran sus fuerzas Nápoles, Florencia, Pisa, Siena, Arezzo y Cortona, en septiembre de 1366, con objeto de limpiar los Estados de la Iglesia de la presencia de las compañías y lograr así una más completa pacificación de los mismos. A la muerte de Gil de Albornoz, el 22 de agosto de 1367, la situación política de Italia había alcanzado un equilibrio inestable, logrado no sin vacilaciones y renuncias, pero suficiente para intentar el regreso del Pontificado a Roma: todavía tuvo tiempo de recibir a Urbano V en el curso de su viaje a Roma, lo que venia a ser como la coronación de su obra. Pronto se comprobaría, sin embargo, que las dificultades no eran únicamente de índole política, con ser éstas muy importantes.

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