Las vicisitudes de los escritos de Francisco Hernández
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Las vicisitudes de los escritos de Francisco Hernández Al morir Hernández, en cierto sentido comenzó el camino de su gloria21. La frase --expresión de su más acucioso biógrafo-- es completamente válida, aunque cabe puntualizar que la gloria póstuma de Hernández estuvo en gran peligro de desvanecerse. De hecho sus papeles, sus cuerpos de libros, estuvieron más de una vez a punto de perderse e incluso una parte de ellos desapareció para siempre. Veamos rápidamente las vicisitudes de la obra hernandina y cómo, al menos la parte principal, ha llegado hasta nosotros. Lo que se conserva en El Escorial fue, como ya vimos, sometido al examen de Nardo Antonio Recchi. Este puso en orden y resumió los 16 libros, pero a juicio de los especialistas, no supo conservar los comentarios de Hernández por no estar preparado para interpretar la naturaleza americana. El hecho es que Recchi no hizo realidad se imprimiera su obra en Madrid y, al volver a Italia, la llevó consigo. Fueron sus herederos los que la dieron a conocer a los miembros de la Academia de los Línceos22 y éstos se interesaron en publicarla. Para 1630 ello se había llevado a cabo en parte, aunque fue en 1648 cuando se completó y vendió la edición gracias al empeño del embajador de Felipe IV en Italia, Alfonso Turriano. La obra llevó como título Rerum Medicarum Novae Hispaniae Thesaurus, seus Plantarum Animalium, Mineralium Mexicanorum... Tesoro de las cosas Médicas de la Nueva España o de las Plantas, Animales y Minerales de los Mexicanos.
... Tal publicación se conoce con el nombre de edición romana. No se sabe cómo una copia del manuscrito, que había dejado dispuesto para la imprenta Nardo Antonio Recchi, pasó muy pronto a México y fue aprovechada por el dominico fray Francisco Ximénez, en su obra los Quatro libros de la Naturaleza, que vio la luz en la capital de la Nueva España en 1615. Gracias a Recchi y a Ximénez conocemos algo de lo que fueron los famosos 16 libros enviados a Felipe II, ya que poco después, en 1671, perecieron en el gran y trágico incendio de El Escorial. El resto de los manuscritos, que habían quedado en manos de Hernández y luego de sus herederos, pasaron a la Biblioteca del Colegio Imperial de los jesuitas en Madrid. Allí los consultó el padre Juan Eusebio Nieremberg al preparar su obra Historia Naturae Maxime Peregrine Historia de la naturaleza en extremo peregrina, que se publicó en Amberes en 1635. En ella se incluyó los dibujos originales de Hernández. Estas dos obras, la de Ximénez y la de Nieremberg y la ya citada edición romana, contribuyeron a dar a conocer a Hernández en Europa y México. A través de tales aportaciones, nuestro autor entró en los tratados naturalistas y en los diccionarios enciclopédicos de los siglos XVII y XVIII23. Pero la verdadera obra hernandina continuó escondida y así quedó por mucho más tiempo. El cambio vino después de la expulsión de los jesuitas, en la época de Carlos III. Fue entonces cuando, al pasar a manos del Estado los colegios y bibliotecas de la Compañía, se redescubrieron los manuscritos de Hernández.
Juan Bautista Muñoz, cosmógrafo mayor de las indias, los localizó hacia 1775 en el Colegio Imperial de Madrid. Después de su hallazgo entró en contacto con Casimiro Gómez Ortega, director del jardín Botánico de la Villa y Corte y una de las figuras de relieve de la Ilustración. Varios eruditos se interesaron por sacar a luz esos manuscritos y lograron despertar el interés de Carlos III. Con no pocos empeños se logró en 1790 la que se conoce como edición matritense de la obra hernandina. Esta lleva por título Francisci Hernandi... Opera cum edita tum inedita ad autographi fidem et integritatem expressa. De Francisco Hernández... obras, tanto editadas como inéditas, sacadas íntegras y con arreglo a lo escrito por el autor. A pesar de todo lo así anunciado, tampoco entonces se lograba lo que se pretendía, pues de cinco volúmenes sólo salieron tres, todos ellos concernientes a la naturaleza mexicana, pero sin ilustraciones. Quizá las vicisitudes políticas --reinaba ya Carlos IV, que se vio envuelto en grandes problemas con Francia e Inglaterra-- y las estrecheces económicas del momento frustraron otra vez la edición completa de los escritos del protomédico. Otros trabajos de Hernández, que estuvieron en manos de particulares, han llegado hasta nosotros por verdadera casualidad. Citaré, como ejemplo, las traducciones de Plinio, las cuales después de pasar por las bibliotecas de varios nobles acabaron en la del Palacio Real a mediados del siglo XVIII.
Hoy se conservan en la Nacional de Madrid. Los trabajos de contenido filosófico quedaron en la Biblioteca de los jesuitas, también en Madrid. En cuanto al manuscrito sobre las Antigüedades y el Libro de la Conquista, se pierde todo rastro de él hasta el siglo XIX. En 1830, un señor, Blas Hernández, inspector de la Milicia Nacional, toledano y probablemente descendiente del protomédico, lo regaló a las Cortes. Hoy en día se conserva en la Biblioteca de la Real Academia de la Historia de Madrid. He aquí, en breves páginas, la historia de los manuscritos que dejó Hernández al morir. Siglos habían de transcurrir hasta que por fin quedaron al alcance de los interesados en las cosas del Nuevo Mundo. Pero, para completar este cuadro de la historia de los escritos hernandinos, importa relatar cómo se fueron descubriendo y editando éstos en los tiempos cercanos a nosotros, es decir en los dos últimos siglos.
... Tal publicación se conoce con el nombre de edición romana. No se sabe cómo una copia del manuscrito, que había dejado dispuesto para la imprenta Nardo Antonio Recchi, pasó muy pronto a México y fue aprovechada por el dominico fray Francisco Ximénez, en su obra los Quatro libros de la Naturaleza, que vio la luz en la capital de la Nueva España en 1615. Gracias a Recchi y a Ximénez conocemos algo de lo que fueron los famosos 16 libros enviados a Felipe II, ya que poco después, en 1671, perecieron en el gran y trágico incendio de El Escorial. El resto de los manuscritos, que habían quedado en manos de Hernández y luego de sus herederos, pasaron a la Biblioteca del Colegio Imperial de los jesuitas en Madrid. Allí los consultó el padre Juan Eusebio Nieremberg al preparar su obra Historia Naturae Maxime Peregrine Historia de la naturaleza en extremo peregrina, que se publicó en Amberes en 1635. En ella se incluyó los dibujos originales de Hernández. Estas dos obras, la de Ximénez y la de Nieremberg y la ya citada edición romana, contribuyeron a dar a conocer a Hernández en Europa y México. A través de tales aportaciones, nuestro autor entró en los tratados naturalistas y en los diccionarios enciclopédicos de los siglos XVII y XVIII23. Pero la verdadera obra hernandina continuó escondida y así quedó por mucho más tiempo. El cambio vino después de la expulsión de los jesuitas, en la época de Carlos III. Fue entonces cuando, al pasar a manos del Estado los colegios y bibliotecas de la Compañía, se redescubrieron los manuscritos de Hernández.
Juan Bautista Muñoz, cosmógrafo mayor de las indias, los localizó hacia 1775 en el Colegio Imperial de Madrid. Después de su hallazgo entró en contacto con Casimiro Gómez Ortega, director del jardín Botánico de la Villa y Corte y una de las figuras de relieve de la Ilustración. Varios eruditos se interesaron por sacar a luz esos manuscritos y lograron despertar el interés de Carlos III. Con no pocos empeños se logró en 1790 la que se conoce como edición matritense de la obra hernandina. Esta lleva por título Francisci Hernandi... Opera cum edita tum inedita ad autographi fidem et integritatem expressa. De Francisco Hernández... obras, tanto editadas como inéditas, sacadas íntegras y con arreglo a lo escrito por el autor. A pesar de todo lo así anunciado, tampoco entonces se lograba lo que se pretendía, pues de cinco volúmenes sólo salieron tres, todos ellos concernientes a la naturaleza mexicana, pero sin ilustraciones. Quizá las vicisitudes políticas --reinaba ya Carlos IV, que se vio envuelto en grandes problemas con Francia e Inglaterra-- y las estrecheces económicas del momento frustraron otra vez la edición completa de los escritos del protomédico. Otros trabajos de Hernández, que estuvieron en manos de particulares, han llegado hasta nosotros por verdadera casualidad. Citaré, como ejemplo, las traducciones de Plinio, las cuales después de pasar por las bibliotecas de varios nobles acabaron en la del Palacio Real a mediados del siglo XVIII.
Hoy se conservan en la Nacional de Madrid. Los trabajos de contenido filosófico quedaron en la Biblioteca de los jesuitas, también en Madrid. En cuanto al manuscrito sobre las Antigüedades y el Libro de la Conquista, se pierde todo rastro de él hasta el siglo XIX. En 1830, un señor, Blas Hernández, inspector de la Milicia Nacional, toledano y probablemente descendiente del protomédico, lo regaló a las Cortes. Hoy en día se conserva en la Biblioteca de la Real Academia de la Historia de Madrid. He aquí, en breves páginas, la historia de los manuscritos que dejó Hernández al morir. Siglos habían de transcurrir hasta que por fin quedaron al alcance de los interesados en las cosas del Nuevo Mundo. Pero, para completar este cuadro de la historia de los escritos hernandinos, importa relatar cómo se fueron descubriendo y editando éstos en los tiempos cercanos a nosotros, es decir en los dos últimos siglos.