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Desarrollo


Las Cartas de Relación de Hernán Cortés Evidentemente las Cartas de Relación de Hernán Cortés se inscriben de modo pleno en las crónicas de la conquista, integrándose en los condicionamientos de época a los que acabamos de referirnos. Pero de un modo muy peculiar. En primer lugar, por el propio autor. Cada día parece más necesario acometer desde nuevas perspectivas la dimensión cortesiana y lo que constituye su gran obra: la nueva modelación política del México indígena, que produjo el rescate de México de la frontera oriental, para producir su occidentalización. Es importante destacar la radical condición política de Cortés, afirmando la contingencia de su acción militar. Cortés fue un político, aunque no a la manera en lo que estudia Madariaga en su excelente biografía11 como modelo de astucia y habilidad para hacer frente a las situaciones con las que se iba enfrentando, pues ello supone, prácticamente, su caracterización como oportunista. Más bien, sus dotes de político se aprecian en la prudencia, la previsión, el sentido creador de anticipación, la valoración racional de cuantos detalles pudiesen ser importantes para la obtención del éxito, la acuciante preocupación por el bien de la comunidad a su cargo, la defensa de los intereses individuales, la firme voluntad de lealtad a la Corona, el orden como base para la convivencia; en una palabra, la idea de servicio como núcleo fundamental de la capacidad política cortesiana. Las Cartas de Relación presentan una estructura lógica que sigue la línea de la empresa cortesiana, pero que no se quedan en la descripción de la acción, sino que dejan ver, unas veces con mayor claridad, otras mucho más crípticamente, una intención, unos objetivos capaces de otorgar virtualidad a un conjunto estratégico de índole política.

Por ello de las Cartas de Relación12 se desprende, en cada una de ellas, temas que constituyen el entramado de la argumentación de Cortés ante el destinario de las Cartas, que es el propio Rey Carlos I, ante el cual expone el conquistador un verdadero proyecto de Estado. Hernán Cortés es un hombre de frontera, desde el punto de vista territorial. Como extremeño, natural de Medellín, Cortés vivió una realidad social y territorial que dejó sobre él una honda huella, pues todavía a finales del siglo XV --él nació en 1485-- perviven en territorio extremeño las condiciones vitales impuestas por la larga tradición guerrera contra los musulmanes13 que otorgó a los hombres de aquel territorio un peculiar espíritu de cruzada, del cual el espíritu caballeresco es un reflejo. Pervive, en segundo lugar, la situación creada por el largo y acalorado antagonismo castellano-portugués14 y el aislacionismo que provenía de la burguesía comercial del litoral portugués y andaluz, que dejaba a Extremadura, como un territorio insularizado; por último, confluyen sobre todo el territorio los efectos de la larga guerra civil castellana desencadenada a la muerte de Enrique IV de Trastamara. De modo que, socialmente, pertenece Cortés a una región de disposición permanente de acceso a las armas y así se aprecia, efectivamente, en ciertas instituciones, como la de los caballeros de cuantía15, como ya antes la caballería villana16. Basta comparar estas instituciones con las que habría de establecer Cortés, modificando profundamente el sentido de la encomienda en el señorío para estar en disposición de apreciar la importancia que en los proyectos cortesianos tuvo la tradición territorial de la que provenía.

Siempre se ha hablado de la condición social de Cortés como miembro de una familia de hidalgos pobres. La hacienda patrimonial de Cortés ha sido estudiada por Celestino Vega17, su fortuna mobiliaria obtenida en la conquista18, su sentido de la hacienda y del señorío indiano19 y, a la vista de ello debe modificarse el sentido significativo de aquella calificación. Su padre, Martín Cortés, por quien sentía una noble devoción filial como puede advertirse a cada paso en sus Cartas, era originario de Salamanca; su madre, Doña Catalina, era hija del mayordomo de la condesa de Medellín, Diego Altamirano, y de Leonor Sánchez Pizarro. Comparando la renta familiar, con la renta obtenida en la conquista de México, se aprecia un horizonte social, que cristaliza en la titulación concedida a Cortés de marqués del Valle de Oaxaca, con veintitrés mil vasallos. Existe un hecho evidente que prueba el aserto social al que nos referimos. Cuando los Reyes Católicos deciden nombrar, como funcionario de la Corona, gobernador de la isla Española al comendador de Lares Fray Nicolás de Ovando y éste propuso en aquella región enganche para acompañarle en la empresa, ¿quiénes son los que se apuntan entre los vecinos de Medellín? No los mayorazgos poderosos como los Mexia de Prado, los Calderón, los Contreras; sí, en cambio, los Diego Dolarte, Alonso Portocarrero, Hernán Cortés, Gonzalo Sandoval, Andrés de Tapia, Rodrigo de Paz, Pedro Melgarejo, Juan de Sanabria y tantos más.

Son aquéllos que se encuentran en necesidad de ascenso y mejora en su condición social y en sus posibilidades económicas; que son, también, los que se encuentran en mejor disposición de comprender los principios rectores de una concreta y específica situación social en cuanto forman parte de una organización institucional que les otorga una concreta formación. En el caso de Hernán Cortés, además, como consecuencia de sus dos años de estancia en Salamanca, advertimos una formación intelectual universitaria. Los dos años de estancia en esa Universidad que, por entonces, era la luminaria de España, dejaron en Cortés una profunda huella. Cronistas y biógrafos destacan el excelente dominio del latín y el perfecto conocimiento de la técnica jurídica, que revela en sus escritos; la precisión con que cita fórmulas jurídicas, la correcta e inteligente interpretación que hace de ellas, constituyen pruebas evidentes de que aquellos dos años universitarios fueron muy bien aprovechados por su inteligencia despierta y bien formada, su espíritu abierto y sus excepcionales dotes de captación. En tercer lugar, existe otro aspecto importante en la formación de Hernán Cortés: sus años previos a la conquista de México, de estancia en la isla Española y en la de Cuba. En sus escritos insiste con harta razón en establecer las diferencias que era necesario tener en cuenta, en cuantas instancias políticas y pobladores se estableciesen, entre las islas y la Nueva España.

Insiste en evitar caer en los mismos males producidos en los ensayos colonizadores insulares. Se trata de una verdadera obsesión por parte de Cortés, que vivió ciertas experiencias --como las del gobierno impuesto por el gobernador de Cuba Diego Velázquez-- que en modo alguno quiso que se reprodujesen en los territorios del Anahuac. La Nueva España, expresa, es cabalmente nueva porque en ella se intenta llevar a cabo una experiencia absolutamente diferente: la convivencia de españoles e indígenas. Por esa razón fue un decidido partidario y defensor de los derechos de los primeros pobladores, educándolos en el sentido de la convivencia con la sociedad indígena. Esta experiencia americana que, con profundo sentido critico, tuvo viabilidad permanente en el ánimo de Cortés, ya fue vista por el gran historiador mexicano Carlos Pereyra20, puede apreciarse en los distintos tratamientos de la realidad geográfica y cristaliza en lo que ha sido denominado la transformación del conquistador al convertirse en poblador21, fuertemente unido a la tierra y al hombre. Sin duda, la experiencia antillana resultó sumamente importante para Cortés y muy fructífera en la aplicación de sus disposiciones de gobierno. Pero existe, una cuarta influencia sobre el ánimo y la formación de Cortés, que fue la propia realidad mexicana. En sus Cartas de relación puede apreciarse la reiteración con que expresa su admiración por la ciudad de Tenochtitlan, capital política de la confederación mexicana, así como por la organización social y política del Estado, del que pudo apreciar la maiestas de Moctezuma Xocoyotzin, y la organización del sistema tributario, que le llevó incluso a solicitar el uso de los libros indígenas de tributación para tomarlo como modelo en su propia idea de dominio.

También puede apreciarse la reiteración con que, en las Cartas de relación, insiste acerca del modelo político de integración entre la comunidad indígena y la española. En las Cartas de relación, se encuentra una importante arquitectura de construcción que ofrece un diseño extraordinariamente lógico en relación con el supuesto personal de Hernán Cortés: Carta Primera: es la carta de la Justicia y Regimiento de la Villa de Veracruz, se trata de una carta de Estado, pues va dirigida a la Reina Doña Juana y al Emperador Carlos V, su hijo, fechada el lo de julio de 1519. No deja de extrañar el título de Emperador que se otorga al Rey por parte del Cabildo de la Villa de Veracruz. El contenido de esta carta es informativo y de justificación político-jurídica respecto a la ruptura con el gobernador de Cuba, Diego Velázquez. Pero tiene un carácter muy importante de sentido comunitario, de defensa de la comunidad actora de los hechos que, en efecto, se constituye como un agente común, bajo la fórmula tradicional castellana del municipio. Carta Segunda: fechada en Segura de la Frontera el 30 de octubre de 1520, ya no tiene un significado tan oficial, sino que es, más bien, como ocurre con todas las demás, exposición personal y privada de...muy humilde siervo y vasallo que los muy reales pies y manos de vuestra alteza besa. Fernán Cortés. El contenido de esta carta es enormemente denso, se hace el relato sistemático de la formulación de la base de resistencia costera, primeras alianzas con indígenas, primeros contactos con embajadas enviadas por Moctezuma.

Se aprecia el juego de diplomacia respectivamente desplegada por el tlacatecuhtli y el capitán Cortés; se describe toda la ruta hasta la gran recepción en Tenochtitlan y se plantea el primer gran tema político, el problema de la transmisión de la soberanía, revelador de un eminente sentido de modernidad. Carta Tercera: Fechada en Coyoacan --uno de los barrios de Tenochtitlan-- el 15 de mayo de 1522, enviada por Cortés como Capitán y justicia Mayor del Yucatán, llamada la Nueva España del mar Océano al muy alto y potentísimo César e invictísimo Señor don Carlos, Emperador Semper Augusto y Rey de España, nuestro señor y refrendada en posdata por los oficiales reales Julián Alderete, Alonso de Grado y Bernardino Vázquez de Tapia. El relato se refiere a las operaciones militares para la conquista violenta de la ciudad de Tenochtitlan, decidida desde el momento de la expulsión de los españoles de dicha ciudad. Toda la operación de sitio, construcción de bergantines, afianzamiento de relaciones y alianzas con tribus y ciudades indígenas, ataque y la heroica defensa de los indígenas bajo la dirección del nuevo tlacatecuhtli, Cuauhtemoc, convierte esta Carta en una verdadera novela de caballerías, encontrándose, incluso, fórmulas estructurales muy características de tal modelo literario. Carta Cuarta: Fechada en la ciudad de Tenochtitlan el 15 de octubre de 1524. De nuevo conviene resaltar el registro diplomático empleado en ella por Cortés, quien ya en ese momento ha recibido y confirmado sus títulos por parte del Rey pero ello no altera la esencial devoción de relación personal con el monarca.

El encabezamiento de la carta es al Muy alto, muy poderoso y excelentísimo príncipe; muy católico invictísimo Emperador, rey y señor; la despedida: De vuestra sacra majestad muy humilde siervo y vasallo, que los reales pies y manos de vuestra majestad besa. El contenido de esta carta es sumamente interesante y se refiere a la organización de la expansión hacia los tres sectores geográficos que constituyen la esencia del territorio de México: Tehuantepec, es decir, el istmo, que integraba, entre otros, los territorios de Guatemala y Honduras; la costa del golfo de México, centrado sobre la región del Pánuco y, por último, los territorios costeros del Mar del Sur, con la primera importante percepción geohistórica del Pacífico en relación con el continente mexicano. El otro gran tema que destaca en esta cuarta Carta, es el diseño de las disposiciones del gobierno, donde, verdaderamente, destaca el genio político de Cortés. Carta Quinta: Fechada también en Tenochtitlan el 3 de septiembre de 1526. Registra, también, variantes el registro de encabezamiento y despedida. Es muy lacónico el primero: Sacra Católica Cesárea Majestad y, en cambio extraordinariamente cálida, dentro del gran respeto, la despedida de Cortés: Invictísimo César, Dios Nuestro Señor la vida y muy poderoso estado de vuestra sacra majestad conserve y aumente por largos tiempos, como vuestra majestad desea. El contenido de esta Carta se refiere fundamentalmente a la descripción del terrible viaje a las Hibueras (Honduras) cuyo motivo es de amargura para Cortés, pues resultó impuesto por la traición y levantamiento contra él del capitán Olid, al que había confiado la expedición. Su amargura se multiplicó cuando tuvo noticias de los graves desórdenes ocurridos en México, como consecuencia de su ausencia y la incapacidad de acuerdo entre Audiencia y oficiales reales, así como consecuencia de la desinformación que en la Corte tenían sobre lo que estaba ocurriendo en México, lo cual fue debidamente aprovechado por los enemigos de Cortés para levantar algunas calumnias. Ello produjo el envío, como juez de residencia, del licenciado Luis Ponce de León.

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