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Datos principales
Desarrollo
Una de las instituciones más descritas por los cronistas en el mundo andino eran las casas de recogidas, o acllahuasi. Aunque instituciones de este tipo se desarrollaron en muchas antiguas civilizaciones, y también existieron al norte del continente americano, probablemente pocas superaron a las acllahuasi en cuanto a trascendencia para la vida política, social y económica del Estado. Y ello a pesar de que aparentemente se trataba de instituciones de carácter religioso. Para comprender la importancia de estos centros, es necesario hacer una referencia a una de las actividades más importantes en el sistema de redistribución en el Incario: la elaboración de tejidos rituales. Es preciso insistir en la importancia ritual y material de estos tejidos para hacernos una idea de la misión que jugó su elaboración y posterior distribución. Aunque la elaboración de textiles era una tarea desempeñada fundamentalmente por mujeres, no se excluía la participación de los varones en las mismas, si bien en estos centros las "especialistas" eran precisamente las mujeres. Volvamos al acllahuasi. Se trata de una casa donde viven en régimen de recogimiento mujeres procedentes de diferentes pueblos. Había diferentes tipos de acllahuasi, dependiendo de las funciones que cumplieran las mujeres que en su interior se dedicaban a tareas en beneficio de la comunidad (entendiendo el Estado como una gigantesca comunidad de bienes e intereses). Gráfico Al menos una vez al año, los funcionarios del Inca recorrían el país y en cada pueblo escogían un número de mujeres que destinaban al acllahuasi; eran las acllas, o mujeres escogidas.
Generalmente estas mujeres procedían de familias importantes, aunque también podían ser de origen humilde, y resultar elegidas por su especial belleza. Las escogidas eran trasladadas al acllahuasi, donde se les asignaban rentas en especie y una servidora. Al entrar les cortaban los cabellos. Mientras durase su estancia en el acllahuasi debían guardar castidad. Durante el tiempo que permanecían en las casas se dedicaban a distintas tareas, pero todas ellas destinadas al fomento de las actividades de redistribución. La actividad más frecuente era la elaboración de tejidos y bebida de maíz y preparar alimentos para los rituales. También trabajaban cuidando el ganado o cultivando las chacras o tierras del sol, y algunas de ellas se dedicaban a cantar o tocar instrumentos en las ceremonias religiosas. Tras un periodo de tiempo en el acllahuasi, la mayoría de las muchachas salían para casarse, aunque algunas quedaban destinadas para el culto religioso o para servicio del Inca. También de estas casas sacaba el Inca mujeres para ofrecer a los señores con los que quería establecer alianzas, o para premiar a militares a su servicio. En este sentido, las acllas tenían una importante función: cuando el Inca entregaba a un aclla para un señor, estaba introduciendo un elemento extraño, y procedente del Cuzco (por cuanto era entregado por el inca) dentro de un señorío. A la inversa se puede considerar cuando el Inca tomaba mujeres de otros lugares y las llevaba al acllahuasi.
Este proceso de ruptura de cohesión interna de los ayllus era un medio empleado por los incas para impedir rebeliones contra el Cuzco. Es una derivación del sistema de los mitiamaes o migrantes forzosos, a través de los cuales el Inca rompía estructuras que pudieran hacer frente a la cohesión marcada desde el Cuzco. Un tipo especial de este servicio ritual era el prestado por las Vírgenes del Sol, llamadas por los cronistas Mamaconas. Eran las mujeres consagradas de por vida al culto solar, de las que se exigía castidad perpetua. Eran el grupo más importante, pues jugaban un papel fundamental en la organización político-religiosa del Estado. Cada vez que el Inca conquistaba un nuevo territorio, se construía un templo solar, símbolo del poder del Cuzco, y un acllahuasi para su servicio. Las mujeres que entraban en esta casa eran consideradas semi sagradas. Ni siquiera el Inca podía visitarlas, y se castigaba con pena de muerte a la que no guardase su virginidad, y al hombre cómplice de la falta. Narra Murúa una bella leyenda que sitúa en una de estas casas. La protagonista es Chuquillanto, una de las vírgenes del sol, que salió a pasear con otra de las muchachas y conoció a un pastor, Acoitapia, del que quedó inmediatamente prendada. El chico también se enamoró de la joven, y gracias a un embrujo de su madre pudo entrar en el "convento", dentro de la celda de Chuquillanto. Los dos jóvenes, una vez consumado su amor, quisieron huir pero les descubrieron, y en su fuga quedaron convertidos en piedra.
La historia se recuerda en los cerros de Sahuasiray y Pistusiray, donde según la leyenda los amantes se transformaron en piedras, dando lugar a los dos cerros. Guamán Poma y Murúa describen diferentes tipos de casas de recogida, que se distinguen por la dedicación de las mujeres que acogen. En cualquier caso, parece que las de mayor categoría eran las casas en las que entraban mujeres que se dedicarían el resto de su vida al servicio del sol. De hecho, en el proceso de expansión del Imperio, iba en paralelo la ampliación de tierras, con las institución de templos del sol y las acllahuasi. Recordemos que los Incas practicaron el sincretismo religioso, aceptando y asumiendo los cultos de los pueblos sometidos, pero sobre las diferentes divinidades establecían como culto principal la religión estatal, el culto al sol. La manera de hacer visible la conquista de un territorio era precisamente la construcción del templo solar. En cuanto a la importancia económica de los acllahuasi, recordemos que, como señalaba Franklin Pease, los patrones de riqueza en el mundo andino no respondían a la acumulación de riqueza, sino a la posibilidad de acceder a los recursos y la mano de obra. Esa mano de obra, que venía dada por los yanacona, tenía su "versión femenina" en las acllas. Tal acceso a los medios de producción y a la mano de obra se ampliaba, como hemos señalado, a través de relaciones de parentesco. El don de mujeres era recíproco intercambio entre Inca y señores, que consolidaban así sus alianzas. Pero el reparto era iniciativa del Inca, y las mujeres entregadas por él gozaban de un status superior, precisamente por su procedencia. De ahí el interés por llenar los acllahuasi y la actividad de los funcionarios del Inca que al menos una vez al año (en el mes de noviembre, según Guamán Poma) recorrían los pueblos seleccionando las mujeres que entrarían en este proceso de mano de obra y de intercambio o reparto.
Generalmente estas mujeres procedían de familias importantes, aunque también podían ser de origen humilde, y resultar elegidas por su especial belleza. Las escogidas eran trasladadas al acllahuasi, donde se les asignaban rentas en especie y una servidora. Al entrar les cortaban los cabellos. Mientras durase su estancia en el acllahuasi debían guardar castidad. Durante el tiempo que permanecían en las casas se dedicaban a distintas tareas, pero todas ellas destinadas al fomento de las actividades de redistribución. La actividad más frecuente era la elaboración de tejidos y bebida de maíz y preparar alimentos para los rituales. También trabajaban cuidando el ganado o cultivando las chacras o tierras del sol, y algunas de ellas se dedicaban a cantar o tocar instrumentos en las ceremonias religiosas. Tras un periodo de tiempo en el acllahuasi, la mayoría de las muchachas salían para casarse, aunque algunas quedaban destinadas para el culto religioso o para servicio del Inca. También de estas casas sacaba el Inca mujeres para ofrecer a los señores con los que quería establecer alianzas, o para premiar a militares a su servicio. En este sentido, las acllas tenían una importante función: cuando el Inca entregaba a un aclla para un señor, estaba introduciendo un elemento extraño, y procedente del Cuzco (por cuanto era entregado por el inca) dentro de un señorío. A la inversa se puede considerar cuando el Inca tomaba mujeres de otros lugares y las llevaba al acllahuasi.
Este proceso de ruptura de cohesión interna de los ayllus era un medio empleado por los incas para impedir rebeliones contra el Cuzco. Es una derivación del sistema de los mitiamaes o migrantes forzosos, a través de los cuales el Inca rompía estructuras que pudieran hacer frente a la cohesión marcada desde el Cuzco. Un tipo especial de este servicio ritual era el prestado por las Vírgenes del Sol, llamadas por los cronistas Mamaconas. Eran las mujeres consagradas de por vida al culto solar, de las que se exigía castidad perpetua. Eran el grupo más importante, pues jugaban un papel fundamental en la organización político-religiosa del Estado. Cada vez que el Inca conquistaba un nuevo territorio, se construía un templo solar, símbolo del poder del Cuzco, y un acllahuasi para su servicio. Las mujeres que entraban en esta casa eran consideradas semi sagradas. Ni siquiera el Inca podía visitarlas, y se castigaba con pena de muerte a la que no guardase su virginidad, y al hombre cómplice de la falta. Narra Murúa una bella leyenda que sitúa en una de estas casas. La protagonista es Chuquillanto, una de las vírgenes del sol, que salió a pasear con otra de las muchachas y conoció a un pastor, Acoitapia, del que quedó inmediatamente prendada. El chico también se enamoró de la joven, y gracias a un embrujo de su madre pudo entrar en el "convento", dentro de la celda de Chuquillanto. Los dos jóvenes, una vez consumado su amor, quisieron huir pero les descubrieron, y en su fuga quedaron convertidos en piedra.
La historia se recuerda en los cerros de Sahuasiray y Pistusiray, donde según la leyenda los amantes se transformaron en piedras, dando lugar a los dos cerros. Guamán Poma y Murúa describen diferentes tipos de casas de recogida, que se distinguen por la dedicación de las mujeres que acogen. En cualquier caso, parece que las de mayor categoría eran las casas en las que entraban mujeres que se dedicarían el resto de su vida al servicio del sol. De hecho, en el proceso de expansión del Imperio, iba en paralelo la ampliación de tierras, con las institución de templos del sol y las acllahuasi. Recordemos que los Incas practicaron el sincretismo religioso, aceptando y asumiendo los cultos de los pueblos sometidos, pero sobre las diferentes divinidades establecían como culto principal la religión estatal, el culto al sol. La manera de hacer visible la conquista de un territorio era precisamente la construcción del templo solar. En cuanto a la importancia económica de los acllahuasi, recordemos que, como señalaba Franklin Pease, los patrones de riqueza en el mundo andino no respondían a la acumulación de riqueza, sino a la posibilidad de acceder a los recursos y la mano de obra. Esa mano de obra, que venía dada por los yanacona, tenía su "versión femenina" en las acllas. Tal acceso a los medios de producción y a la mano de obra se ampliaba, como hemos señalado, a través de relaciones de parentesco. El don de mujeres era recíproco intercambio entre Inca y señores, que consolidaban así sus alianzas. Pero el reparto era iniciativa del Inca, y las mujeres entregadas por él gozaban de un status superior, precisamente por su procedencia. De ahí el interés por llenar los acllahuasi y la actividad de los funcionarios del Inca que al menos una vez al año (en el mes de noviembre, según Guamán Poma) recorrían los pueblos seleccionando las mujeres que entrarían en este proceso de mano de obra y de intercambio o reparto.