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Datos principales


Desarrollo


La zanja que hizo Cortés para echar los bergantines al agua Cuando Cortés llegó a Tezcuco, halló muchos españoles recién venidos a seguirle en aquella guerra, que con grandísima fama comenzaba; los cuales habían traído muchas armas y caballos, y decían que todos los demás que estaban en las islas morían por venir a servirle, pero que Diego Velázquez lo impedía a muchos. Cortés les hacía todo placer, y les daba de lo que tenía. Venían asimismo de muchos pueblos a ofrecerse, unos por miedo de ser destruidos, otros por odio que tenían a los mexicanos; y de esta manera tenía Cortés buen número de españoles y grandísima abundancia de indios. El capitán de Segura de la Frontera envió a Cortés una carta que había recibido de un español; la cual, en suma, contenía lo siguiente: "Nobles señores: dos o tres veces os he escrito, y no he tenido respuesta, y creo que ni de ésta la tendré. Los de Culúa andan por esta tierra haciendo guerra y mal; nos han acometido, los hemos vencido; esta provincia desea ver a Cortés y entregarse a él; tiene necesidad de españoles: enviadle treinta". No le envió Cortés a los treinta españoles que pedía, porque entonces quería poner cerco a México; mas respondió dándole las gracias y esperanzas de que pronto se verían. Era aquel español uno de los que Cortés había enviado a Chinanta desde México hacía un año, a calar los secretos de la tierra, y a descubrir oro y hacer granjerías, a quien el señor de aquella provincia había hecho capitán contra los de Culúa, sus enemigos, que le daban guerra por tener españoles consigo, desde que Moctezuma murió; empero, él quedaba siempre vencedor por la destreza y el valor de este español; el cual, cuando supo que había españoles en Tepeacac, escribió las veces que la carta dice, mas ninguna se entregó más que ésta.

Mucho se alegraron los nuestros por estar vivos aquellos españoles y Chinanta de su parte, y alababan a Dios por las mercedes que les hacía. No hablaban mas que de cómo habían escapado estos españoles, pues cuando fueron arrojados de México por la fuerza, habían matado los indios a todos los otros que estaban en minas y granjerías. Apresuraba Cortés el cerco, procurándose lo necesario para él, haciendo pertrechos para escalar y combatir, y acarreando vituallas; metió mucha prisa en clavar y acabar los bergantines, y una zanja para echarlos a la laguna. Era la zanja larga como de media legua, de doce o más pies de ancha, y dos estados de honda donde menos, pues era preciso tanto fondo para igualar con el peso del agua de la laguna, y tanta anchura para que cupiesen los bergantines. Estaba toda ella achapada de estacas, y encima su valladar. Se guió por una acequia de regadío que los indios tenían. Se tardó en hacerla cincuenta días; la hicieron cuatrocientos mil hombres, pues cada día de estos cincuenta, trabajaban en ella ocho mil indios de Tezcuco y su tierra; obra digna de recuerdo. Los bergantines se calafatearon con estopa de algodón, y a falta de sebo y saín, aceite, que la pez ya dije cómo la hicieron; los brearon, según algunos, con saín de hombre; no que para esto los matasen, sino de los que en tiempo de guerra mataran; cosa inhumana e impropia de españoles. Los indios, que acostumbrados a sus sacrificios son crueles, abrían el cuerpo muerto y le sacaban el saín.

Cuando los bergantines estuvieron en el agua, pasó Cortés revista, y halló novecientos españoles, ochenta y seis de ellos con caballos, ciento dieciocho con ballestas y escopetas, y los demás con picas y rodelas o alabardas, aparte las espadas y puñales que cada uno llevaba. También llevaban algunos coseletes, y muchos, corazas y cotas. Halló asimismo tres tiros gruesos de hierro colado, y quince pequeños de bronce, con diez quintales de pólvora y muchas balas. Esta fue la gente, armas y munición de España con que Cortés cercó a México, el más grande y fuerte lugar de las indias y Nuevo Mundo. Puso en cada bergantín un tirillo, y los otros fueron para el ejército. Hizo pregonar de nuevo las ordenanzas de guerra, rogando a todos que las guardasen y cumpliesen, y les dijo, mostrando con el dedo los bergantines que estaban metidos en la zanja: "Hermanos y compañeros míos, ya veis acabados y puestos a punto aquellos bergantines, y bien sabéis cuánto trabajo nos cuesta, y a costa de cuánto sudor de nuestros amigos hasta haberlos puesto aquí; una gran parte de la esperanza que tengo de tomar en breve a México está en ellos, porque con ellos, o quemaremos pronto todas las barcas de la ciudad, o las acorralaremos allá dentro en las calles, con lo cual haremos tanto daño a los enemigos cuanto con el ejército de tierra; pues menos pueden vivir sin ellas que sin comer. Cien mil amigos tengo para sitiar México, que son, según ya conocéis, los más diestros y valientes hombres de estas partes; para que no os falte la comida está provisto muy cumplidamente. Lo que a vosotros toca es pelear como soléis, y rogar a Dios por la salud y victoria, pues es suya la guerra".

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