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El segundo gran conflicto de los años 1378-1383 -tras la revuelta florentina de los ciompi- fue el que se desarrolló en Inglaterra en el año 1381. En líneas generales fue una gran sublevación campesina, que tuvo por dirigente a Wat Tyler. Su origen, como antes se dijo, está estrechamente conectado con la percepción de un tributo (el famoso "poll-tax"), aprobado por el Parlamento inglés, que tenía como finalidad arbitrar recursos para la guerra contra los franceses, guerra que en esas fechas había tomado un sesgo claramente negativo para Inglaterra. Pero además de la cuestión fiscal aludida actuaron otros muchos factores en la sublevación de 1381, tales como los efectos generales de la crisis del siglo, la utilización por parte de muchos señores territoriales de los malos usos y la animadversión que existía contra algunos hombres públicos, en primer lugar contra el poderoso Juan de Gante, duque de Lancaster. La sublevación tuvo su comienzo en el territorio de Essex, a fines de mayo, propagándose inmediatamente a Kent. Los rebeldes, envalentonados ante sus primeros éxitos, decidieron proseguir el avance hacia otros territorios vecinos. Después de ocupar las localidades de Dartford y Maidstone, el 10 de junio hacían su entrada triunfal en Canterbury. Debió de ser en esos momentos cuando apareció como líder de los sublevados Wat Tyler. En verdad es muy poco lo que sabemos de este líder, al que los cronistas de la época suelen presentar bajo los más negros tintes.

Así, para el francés J. Froissart, Tyler era "un mal muchacho, lleno de veneno". En Canterbury precisamente fue liberado por los insurrectos el clérigo John Ball, que destacaba por sus ideas radicales y por su apoyo inequívoco a los sectores populares. No tiene por ello nada de extraño que su figura fuera asimismo atacada sin piedad por los cronistas de aquel tiempo. El ingles Henry Knighton, por ejemplo, dijo de él que "durante mucho tiempo había sembrado la palabra de Dios de manera insensata, mezclando la cizaña con el trigo, halagando a los laicos desmesuradamente y atacando la posición, ley y libertades de la Iglesia". Los rebeldes, mientras tanto, no se detenían en su avance. En Essex fueron atacados los dominios de los Hospitalarios, como muestra de protesta contra sir Robert Hales, el gran maestre de la Orden en Inglaterra, tesorero del rey y, al parecer, inspirador de la percepción del "poll-tax". Ahora bien, los rebeldes no sólo no manifestaban hostilidad al monarca inglés, Ricardo II, sino que pensaban que con su acción le ayudarían a desprenderse de los malos consejeros que le rodeaban. Al menos así respondieron al monarca cuando esté, el día 11 de junio, les envió un mensaje pidiéndoles que le explicaran los motivos por los que se habían sublevado. Los insurrectos, mientras tanto, proseguían su marcha. El día 13 de junio cruzaban el puente de Londres, entrando en la capital. El espectáculo, aclamado entusiásticamente por los menesterosos de la gran urbe, debió de ser realmente increíble.

Una vez en Londres, los rebeldes decidieron perseguir sin piedad a sus enemigos. Los que fueron capturados, entre ellos el odiado Robert Hales, fueron inmediatamente decapitados. Simultáneamente se prendía fuego al palacio del duque de Lancaster y se atacaba a los juristas, hacia quienes los sublevados mostraban especial inquina, y a los extranjeros, en particular a los tejedores flamencos que trabajaban en Londres. Pero uno de sus objetivos esenciales continuaba siendo el contacto con el monarca, de quien los rebeldes esperaban mucho. ¿No había sido uno de los lemas de los rebeldes "con el rey Ricardo y el auténtico pueblo"? Así las cosas, el día 14 pudo celebrarse una entrevista entre el monarca inglés y una delegación de los amotinados. Los campesinos solicitaron de Ricardo II en primer lugar libertades, poniendo fin a los restos de servidumbre que aún quedaban en Inglaterra. Pero también le pidieron que promoviera el arrendamiento de tierras mediante el pago por los cultivadores de un censo anual, evaluado en diez peniques por hectárea. Casi al mismo tiempo, los rebeldes habían ocupado la torre de Londres. El rey inglés y sus oficiales redactaron las cartas de libertad que les habían pedido los campesinos, al tiempo que daban buenas palabras a los rebeldes. Pero en verdad aquello fue simplemente una treta, con la que esperaban ganar tiempo. El día 15, poco antes de que se reanudaran las conversaciones, tal como se había previsto, Wat Tyler fue ajusticiado por el alcalde de Londres.

Descabezado, y engañado, el ejército de los rebeldes se dispersó con una facilidad asombrosa. La sublevación campesina prácticamente había sido yugulada. Ricardo II, traicionando las esperanzas que en él habían depositado los insurrectos, había tratado a los campesinos como rebeldes culpables de sedición. Esa era, al fin y al cabo, la opinión dominante entre los cronistas de la época. Th. Walsingham decía de los rebeldes que eran "no sólo campesinos, sino los más abyectos de los campesinos". El cronista de Bury St. Edmonds, por su parte, afirmaba que los sublevados eran "una abominable banda de campesinos y gente del campo". Otro escritor de aquellos años, J. Gower, aún cargaba más las tintas, pues consideraba que los insurrectos eran una turbamulta de "groseros, libertinos y pícaros holgazanes". Ahora bien, los estudiosos de la sublevación inglesa de 1381, entre los cuales ocupa un lugar de honor R. Hilton, han puesto de relieve cómo no sólo participaron en la revuelta labriegos. Sin duda los campesinos constituían el grupo más numeroso, pero también secundaron la sublevación gentes de las ciudades, tanto del mundo artesanal como del mercantil. Por lo demás, en la revuelta tuvieron un papel muy destacado diversos núcleos urbanos, entre los cuales pueden citarse a St. Albans, Bury St. Edmonds o Cambridge, aparte naturalmente de la propia ciudad de Londres. También contó la revuelta con el apoyo de algunos clérigos.

El más significativo de todos fue el ya citado John Ball, pero asimismo hubo otros que se pusieron del lado de los rebeldes, como John Wrawe, que llegó a ser un destacado dirigente en la región de Suffolk; John Batisford, antiguo rector de Bucklesham, o el capellán de la catedral de Ely John Michel. Incluso personas de notable poder económico estuvieron en el bando de los sublevados, entre ellos Thomas Sampson, líder de los insurrectos en la región de Suffolk. Ahora bien, la heterogeneidad del bando rebelde, en cuanto a su composición social se refiere, no contradice el hecho cierto de que la sublevación iba dirigida, básicamente, contra los enemigos de clase de los sectores populares. En definitiva, como ha puesto de manifiesto R. Hilton, la sublevación inglesa de 1381 fue un "levantamiento de toda la gente que estaba por debajo de quienes tenían un señorío en el ámbito rural y autoridad reconocida en las ciudades". El mundo urbano flamenco fue asimismo escenario de luchas sociales a partir del año 1379. Las relaciones entre los artesanos y el patriciado eran una fuente permanente de tensiones, agudizadas si cabe por el impacto negativo en tantos aspectos que se derivaba de la crisis general. Pero al mismo tiempo seguía presente, como se había puesto de manifiesto años atrás, el enfrentamiento entre unos y otros oficios. Así aconteció en 1379, con motivo de una sublevación popular que estalló en Brujas, liderada por Jean Yoens, un banquero, y apoyada por los tejedores.

La falta de solidaridad de los artesanos de otros oficios facilitó el aplastamiento de la rebelión. Dos años después, en 1381, la llama pasaba nuevamente a Gante. Felipe van Artevelde, nieto de Jacobo, el histórico dirigente revolucionario de los años treinta del siglo, se puso al frente de un amplio movimiento popular. A comienzos de 1382 se constituyó en la ciudad flamenca una comuna popular. Felipe van Artevelde fue designado capitán de la misma. El movimiento se propagó a la ciudad de Brujas, en donde encontró apoyos entre los sectores populares, sobre todo entre los tejedores. Un texto de la época, la "Istoire et Chronigue de Flandre", nos dice que cuando los artesanos de Brujas vieron a sus compañeros de Gante gritaron: "¡Todos uno! ¡Solidaridad de intereses, solidaridad también en el odio y la venganza!" Sin duda eran unas hermosas palabras, reveladoras, por lo demás, de un claro instinto de clase entre las gentes de los oficios de Flandes. En cualquier caso, ese apoyo de nada sirvió, pues la intervención del rey de Francia, Carlos VI, dio al traste con los sublevados, que fueron aplastados en la batalla de Roosebeke (1382). Felipe van Artevelde fue una de las víctimas de aquel encuentro, considerado por los franceses la otra cara de la moneda de Courtrai. Roosebeke fue una humillación para las milicias populares flamencas. Pero su influencia también se dejó sentir en el terreno de la conflictividad social, notablemente suavizada desde aquella fecha.

Los conflictos sociales no faltaron tampoco en Francia: Nimes (1378), Montpellier (1379), Saint-Quintin, Laon y París (1380), Beziers (1381), Rouen y París (1382). Originados frecuentemente como protesta ante la punción fiscal de la Corona, los movimientos citados fueron, en general, de corto alcance. Pero los sucesos de 1382 revistieron mayor gravedad. La revuelta que estalló en Rouen en febrero del citado año, conocida con el nombre de "harelle", desembocó en un ataque indiscriminado contra los potentados de la ciudad. Por su parte, en el mes de marzo del citado año 1382 se produjo en París la insurrección llamada de los "maillotins", término que procede de la palabra "maillets", alusiva a las mazas que portaban los amotinados. El inicio de la revuelta tenía que ver, una vez más, con la cuestión fiscal. Por lo demás, las noticias llegadas de Rouen animaron a los revoltosos, lo que propició que en poco tiempo prácticamente todo el bajo pueblo parisino hubiera tomado cartas en el asunto. "Todo el pueblo se sublevo y corrió hacia las casas de los recaudadores de las gabelas, saqueándolas y matándolos", nos dice Buonaccorso Pitti, un italiano que fue testigo de aquellos acontecimientos. "Los buenos ciudadanos que se llamaban burgueses, temiendo que el dicho pueblo bajo, que se parecía a los ciompi de Florencia, los saqueara también, se armaron", dice en otros expresivos párrafos el mencionado Pitti. De todos modos el motín fue sofocado al poco tiempo, aunque dejó tras de sí una terrible estela, estimada en unos 30.

000 muertos, de los cuales la mitad eran judíos. Todavía en la segunda mitad del año 1382 hubo agitación social, en ciudades como Caens, Reims, Orleans, Amiens y Lyon, e incluso en la propia París. Pero es un hecho cierto que desde comienzos de 1383 la oleada revolucionaria estaba en franco retroceso en suelo francés. En cierto modo conectado con la oleada popular revolucionaria que estamos analizando, aunque con características propias, se hallaba el movimiento denominado de los "tuchins". Originado a mediados del siglo XIV en tierras del Macizo Central francés, el movimiento citado, según las interpretaciones tradicionales, tenía más que ver con el clásico bandolerismo rural que con cualquiera de las insurrecciones campesinas o urbanas que hemos contemplado. El término con que se les conocía derivaba de la palabra "touche", que significa landa o maleza. Un cronista de aquel tiempo definía así a los "tuchins: multitud de hombres abyectos... (que) surgió inopinadamente como gusanos que se retuercen en la superficie del suelo". Hay noticias de estas gentes desde el año 1363. Pero su mayor actividad se desarrolló en los años ochenta del siglo XIV. En 1382 el movimiento, al parecer, había llegado hasta el Languedoc. La ciudad de Nimes en 1383 "tenía el partido de los tuchins", nos recuerda un texto de la época. Los historiadores Mollat y Wolff opinan que los "tuchins" eran simplemente "bandas de asociales hambrientos y sin otro programa que sobrevivir a expensas del orden establecido".

Más recientemente, P. Charbonnier ha puesto de relieve que los "tuchins" no eran un grupo de bandoleros sino, esencialmente, una organización de carácter defensivo, estructurada en pequeños grupos, que practicaba golpes de mano contra los ingleses (esto sucedió, por ejemplo, en Auvernia) o simplemente contra las gentes de guerra. Integrado ante todo por ciudadanos y por antiguos soldados, aunque también hubiera campesinos, el movimiento "tuchin", que mantenía un carácter secreto, tenía, en opinión del último historiador citado, un sentido patriótico. Siempre se supuso que en 1384 les llegó su fin, después de que el ejército del duque de Berry los arrasara sin piedad. Pero la actividad de los "tuchins" se mantuvo, como mínimo, hasta el año 1389. La conflictividad social no perdonó al Imperio germánico. Recordemos las luchas que hubo en la ciudad de Dantzig en 1378 o en las de Brunswick y Lubeck en 1380. Quizá el más importante de todos esos conflictos fuera el de Lübeck. Allí las gentes de los oficios arremetieron contra los burgueses, logrando tener a éstos contra las cuerdas durante varios años. Pero en 1384 el movimiento popular fue aplastado y duramente reprimido. En los años siguientes pueden rastrearse nuevos conflictos, aunque de tono notablemente menor (casos de Stralsund, en 1391, y de Colonia, en 1394).

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