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La Francia invadida en la primavera de 1940, y sometida posteriormente a un duro régimen de ocupación, había perdido más de 600.000 vidas humanas y una decisiva proporción de sus bienes productivos. En julio de 1944, las fuerzas aliadas occidentales desembarcaban en el litoral de Normandía, y dos meses más tarde en la costa de Provenza. En los últimos días de agosto la ciudad de París era liberada; la entrada que el general De Gaulle hizo en la capital el día 26 culminó de forma simbólica la liberación del país, que habría de completarse en la práctica en las semanas siguientes. La destrucción y el expolio habían caracterizado la actividad del ocupante alemán sobre territorio francés, por lo que al material productivo se refiere. Como muestra de la situación planteada en el otoño de 1944, basta mencionar la inutilización de las vías de comunicación en una alta proporción y el cierre de los puertos de Tolón, Boulogne, Calais, Burdeos y Dunkerque, con los correspondiente efectos que esta realidad tenía para la economía nacional. Junto a esto, el desgarramiento interno que manifestaba la sociedad francesa servía como telón de fondo, que completaba de forma especialmente dramática el panorama material. En efecto, la ocupación del país y la existencia sobre una parte del mismo de un régimen títere del Reich fomentaron un enfrentamiento civil que en las horas de la liberación mostraría rasgos de especial intensidad.

La resistencia, integrada tanto por elementos izquierdistas como por miembros de partidos. conservadores, se alzaba como protagonista exclusiva de la situación. Las que fueron denominadas "semanas negras" contemplaron la reiteración de juicios y purgas dirigidos contra los acusados de haber mantenido actitudes proalemanas. Pero esta reacción de pretendida limpieza del país de sus elementos más nefastos se condujo en muchas ocasiones de forma anómala y sin suficientes garantías legales en favor de los acusados. La organización política de Francia mostraba por su parte rasgos de provisionalidad que ni siquiera sus figuras más destacadas eran capaces de superar o al menos de ocultar ante la opinión. El general De Gaulle, que en 1940 se erigió en depositario de la legalidad y soberanía nacionales, había formado un Gobierno de carácter temporal en los primeros días de septiembre de 1944. En el interior del gabinete se encontraban miembros de diversos partidos -desde los conservadores hasta los comunistas- unidos por la misma razón de haber sostenido posiciones resistentes al ocupante. Pero la restauración del sistema republicano no se había producido cuando ya habían trascurrido diez meses desde el momento de la liberación. Durante este plazo de tiempo, el general siguió haciendo uso interesado de la situación europea, todavía determinada por los postreros enfrentamientos bélicos. No existía en Francia una fuerza superior que pudiese pretender apartar del poder al que había sido reconocido como autor moral y material de la recuperación de la soberanía nacional.

Las situaciones de emergencia, de cuya instrumentación De Gaulle se presentaba como un verdadero técnico, seguían aportándole suficiente respaldo para la permanencia en el poder. Un poder que era ejercido bajo formas en ocasiones acordes con los principios demoliberales que Francia comenzaba a exigir nuevamente como usos de vida comunitaria. En el verano de 1944, Francia presentaba en el plano económico un panorama general más positivo que ningún otro país de los afectados por la guerra, a pesar de las destrucciones sufridas. Poseía ante todo resortes suficientes de autoabastecimiento de los productos necesarios para el funcionamiento de su aparato productor y para el sustento de la población; no se hallaba, por tanto, encarada al problema que presentaba una Gran Bretaña obligada a importar materiales hasta proporciones excepcionalmente elevadas. La comparación de cifras de producción entre los años 1939 y 1944 tampoco sirve como instrumento de conocimiento válido de la situación, ya que los últimos años de la paz todavía se encontraban fuertemente afectados por la crisis que cerró la década de los años veinte. Dentro del panorama reconstructor de Francia debe ser destacado de forma muy especial el hecho de la coincidencia de criterios en materia de reorganización de la economía manifestada por oponentes en el plano ideológico. En efecto, tanto el capital anteriormente proclive al colaboracionismo como los esquemas de la izquierda resistente irían encaminados a favorecer un mayor intervencionismo del Estado en las tareas de la producción y distribución de bienes.

Así, los últimos meses de 19445 habían visto ya los procesos nacionalizadores de entidades de especial significación, tales como los transportes aéreos, la minería del carbón, la fabricación de armamento o la empresa Renault. Llegado el final del conflicto, la gran banca privada, el mismo Banco de Francia, las compañías aseguradoras, las empresas de gas y electricidad se hallan incluidas dentro de estas medidas socializadoras que respondían a unas necesidades concretas del momento en que eran adoptadas. Con la rendición de Alemania, Francia veía elevado su papel al rango de potencia de primer orden, gracias, en primer lugar, a la labor personal de su presidente provisional. Pero, por el momento, las actividades económicas mantenían una reducción que en muchos casos suponía solamente un 50 por 100 de la mantenida cinco años antes. La disminución del consumo alimentario y las dificultades existentes en todos los órdenes centraban los intereses más directos de la población, en unos momentos en que parecía factible establecer formas de organización que se manifestasen más válidas que las hasta entonces vigentes. La producción de hierro y acero no alcanzaba en Francia en julio de 1945 la tercera parte de la existente siete años atrás, y la reducción alimentaria se situaba en un 50 por 100 con respecto a la misma fecha. A esto debía añadirse el fenómeno inflacionario, que había hecho que durante la guerra los precios básicos se hubiesen multiplicado por cuatro.

La planificación económica impuesta, respaldada más adelante por los planes de ayuda exterior, haría salir al país de tal situación, pero todavía en el instante de la paz Francia adolece de graves carencias en todos los órdenes. Dentro de los ámbitos de poder, los comunistas, que habían conseguido erigirse en destacados protagonistas de la resistencia, se enfrentaban de forma creciente con los grupos conservadores, que habían sido en medida señalada sustentadores del régimen de Vichy. Pero ya la definida inclusión de Francia dentro del campo occidental anulaba de hecho toda posibilidad de transformación colectivizada de sus estructuras en la misma forma en que se comenzaba a llevar a cabo sobre el centro y el este del continente. La inicial situación de anarquía imperante había sido reconducida, pero la provisionalidad que marcaba el carácter de la ordenación política no cesaba de manifestar sus consecuencias. El general De Gaulle parecía poco decidido a reinstaurar las formas republicanas, pero su posición se debilitaba progresivamente al calor de la normalización de la situación de Europa. Las fuerzas que se habían unido en torno a él exigían ya de forma expresa la recuperación de los usos tradicionales de gobierno y la superación de la situación presente de transitoriedad. El militar, que había conseguido poner a su país en una situación intermedia entre las posiciones mantenidas por los dos grandes del momento, se retiraría voluntariamente en febrero de 1946 tras comprobar que había perdido por el momento gran parte de sus apoyos sociales. Recluido en su retiro, esperaría una nueva ocasión para pasar de nuevo a protagonizar la escena pública de su país.

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