La Quarta Pars, desconocida
Compartir
Datos principales
Desarrollo
La Quarta Pars, desconocida Los descubrimientos portugueses venían a ratificar los conocimientos geográficos de Ptolomeo, puestos en entredicho, tras el descubrimiento del continente americano. Hasta para el mismo Colón la fe ciega en Ptolomeo tenía carácter de dogma. Los siguientes navegantes comprobaron que aquellas tierras no tenían nada que ver con las noticias geográficas ptolemaicas, que fueron definitivamente arrumbadas. Pero por otra parte los portugueses, con sus viajes a todo lo largo del indico, habían llegado al Quersoneso aureo (Malaca), a Cattigara, que Marino y Ptolomeo denominaron puerto de Sines (China), y que no es otro que Singapur. Y así se volvía a tener conocimiento de Sumatra y de las Javas, y de sus infinitos archipiélagos, ricos en especies. Y, ¡cómo no!, si por ensalmo Ptolomeo volvía a tener nuevamente vigencia, ¿por qué no se podía creer en la existencia de la Terra incognita que existía más al sur, y que se extendía desde África hasta el Quersoneso, o tal vez más allá? La posibilidad de ese cuarto continente inmenso, independientemente de Europa, Asia y África, fue creída también ciegamente por autores de la antigüedad, y hay alguno como el romano Claudio Bliano (siglo II) que llega a describirlo, como de extensión inmensa, poblado de infinitas clases de animales. Sus habitantes, extraordinariamente altos, gozaban de envidiable longevidad. Lo mejor del relato es lo que sigue: Unos hombres, llamados meropes, habitaban ese continente y sus innumerables islas.
Esta comarca se terminaba en una especie de abismo llamado Anostos, de donde no se volvía. No era ni oscuro ni luminoso, sino lleno de un ambiente opaco, sombrío, rojizo. En la región, fluían dos ríos: uno se denominaba Voluptuosidad y el otro Tristeza. Ambos estaban bordeados de árboles que parecían grandes plátanos. Los frutos que producían los árboles del río Tristeza tenían la singularidad de que quienes los probaban prorrumpían en amargo lloro y morían de pena. Los frutos de las orillas del río Voluptuosidad causaban los efectos opuestos: el que los tomaba perdía el deseo de aquello que más había deseado; olvidaba cuanto había querido y paulatinamente se rejuvenecía, pasando de la ancianidad a la edad viril, de ésta a la juventud, y luego a la adolescencia a la niñez, hasta reducirse a la nada1. Como vemos, a los innumerables incentivos de lo desconocido no podía faltar el tema del rejuvenecimiento, también presente en el descubrimiento de América. La isla de Bimini y sus fuentes de la juventud habían atraído al primer colonizador de Puerto Rico, Ponce de León2. Si el mantenimiento de la ciencia en la existencia de esa Terra incognita era una pervivencia de la geografía clásica, no es menos cierto que vuelve a resurgir gracias a los más reputados geógrafos de la segunda mitad del XVI. La famosa línea ptolemaica austral tiene consistencia a partir del descubrimiento y exploración de la costa septrentrional de la isla de Nueva Guinea, que se cree parte de esa Quarta Pars Incognita, y que llegará hasta el mismo estrecho de Magallanes.
Téngase presente que hasta 1614 no se descubrió el cabo de Hornos, la punta meridional americana. Si portugueses y españoles fueron sus primeros descubridores, en sus mapas iban reflejando las tierras que iban conociendo. Pero si en la cartografía portuguesa de la época encontramos una pervivencia de la tradición ptolemaica respecto a la terra australis, ésta es prácticamente inexistente en los patrones reales hispanos, más atentos a reflejar únicamente las tierras que los navegantes españoles van descubriendo. El famoso mapa-mundi de Ortelio de 1564, que anota todo cuanto se conoce hasta entonces, esboza a lo largo del Pacífico meridional la existencia de ese hipotético continente, que arrancaba de la Nueva Guinea e iba inclinándose insensiblemente hasta la Antártida, ocupando más de la mitad del Pacífico Austral3. Todo esto nos lleva al planteamiento y objetivo de los viajes de Mendaña y Quirós, que fueron motivados por la busca y localización de ese hipotético continente austral, fundamentado en la más rancia tradición clásica: la creencia científica de esa masa continental que fuera el contrapeso a las del hemisferio Norte, y en que se creyó definitivamente, tras el descubrimiento de Nueva Guinea. Ahora tan sólo faltaba delimitar su contorno, que tras los viajes de Magallanes y Loaysa debía estar más allá de los 30? de latitud Sur. Por esta razón, la nueva base exploradora será el Perú y no el virreinato de Nueva España, excesivamente alejado del objetivo propuesto.
Además, aparte del interés científico del descubrimiento, existe un interés político estratégico. En la época de los viajes de Mendaña-Quirós, la rivalidad hispano-inglesa ha alcanzado su máxima virulencia; los navíos ingleses han atravesado el estrecho de Magallanes y han saqueado las poblaciones españolas desde el Perú hasta el virreinato mexicano. Drake parece ser que llevaba intención de recorrer el continente que llegaba hasta el estrecho de Magallanes, pero no lo encontró. Finalmente, diremos que a finales del siglo XVI llegarán los holandeses a los mares del Sur, atacando las factorías portuguesas que en ese momento tienen a Felipe II como monarca de la unidad ibérica. Hontman había llegado a Java en 1596, y en 1602 fue creada la famosa Compañía Holandesa de las indias Orientales. Vemos, pues, que la amenaza holandesa a la que antes hemos aludido no era hipotética sino real. Por todas estas razones, el interés geográfico queda desbordado por el político, y no deja de resultar curioso que el último viaje de Quirós vaya a ser organizado por el Consejo de Estado de Felipe III4, apartando al de indias, porque a través de su planificación vemos la voluntad de la Monarquía española de querer seguir controlando el Pacífico como un Mar Ibérico. Téngase presente que la unidad peninsular es un hecho, como lo demuestra el gran número de portugueses que participa en el último viaje de Quirós. Todo este interés por el Pacífico, la existencia de esa Quarta Pars, tenía, como hemos visto, distintas connotaciones, y de ahí que el interés se acrecentara cuando Quirós, al regreso de su último viaje, proclame que ha descubierto la Terra Australis, y se considera un nuevo Colón. La noticia tendrá una gran difusión, pero será Londres quien más se interesará Por las noticias sobre las nuevas tierras de Quirós. Que esa preocupación y ese interés por el descubrimiento español estuvo vigente lo demuestra el que, al cabo de los años, prácticamente cincuenta después, Byron (1764), Carteret, Bouganville y, sobre todo, Cook (1768) busquen infructuosamente el continente pretendidamente descubierto por Quirós en 16065.
Esta comarca se terminaba en una especie de abismo llamado Anostos, de donde no se volvía. No era ni oscuro ni luminoso, sino lleno de un ambiente opaco, sombrío, rojizo. En la región, fluían dos ríos: uno se denominaba Voluptuosidad y el otro Tristeza. Ambos estaban bordeados de árboles que parecían grandes plátanos. Los frutos que producían los árboles del río Tristeza tenían la singularidad de que quienes los probaban prorrumpían en amargo lloro y morían de pena. Los frutos de las orillas del río Voluptuosidad causaban los efectos opuestos: el que los tomaba perdía el deseo de aquello que más había deseado; olvidaba cuanto había querido y paulatinamente se rejuvenecía, pasando de la ancianidad a la edad viril, de ésta a la juventud, y luego a la adolescencia a la niñez, hasta reducirse a la nada1. Como vemos, a los innumerables incentivos de lo desconocido no podía faltar el tema del rejuvenecimiento, también presente en el descubrimiento de América. La isla de Bimini y sus fuentes de la juventud habían atraído al primer colonizador de Puerto Rico, Ponce de León2. Si el mantenimiento de la ciencia en la existencia de esa Terra incognita era una pervivencia de la geografía clásica, no es menos cierto que vuelve a resurgir gracias a los más reputados geógrafos de la segunda mitad del XVI. La famosa línea ptolemaica austral tiene consistencia a partir del descubrimiento y exploración de la costa septrentrional de la isla de Nueva Guinea, que se cree parte de esa Quarta Pars Incognita, y que llegará hasta el mismo estrecho de Magallanes.
Téngase presente que hasta 1614 no se descubrió el cabo de Hornos, la punta meridional americana. Si portugueses y españoles fueron sus primeros descubridores, en sus mapas iban reflejando las tierras que iban conociendo. Pero si en la cartografía portuguesa de la época encontramos una pervivencia de la tradición ptolemaica respecto a la terra australis, ésta es prácticamente inexistente en los patrones reales hispanos, más atentos a reflejar únicamente las tierras que los navegantes españoles van descubriendo. El famoso mapa-mundi de Ortelio de 1564, que anota todo cuanto se conoce hasta entonces, esboza a lo largo del Pacífico meridional la existencia de ese hipotético continente, que arrancaba de la Nueva Guinea e iba inclinándose insensiblemente hasta la Antártida, ocupando más de la mitad del Pacífico Austral3. Todo esto nos lleva al planteamiento y objetivo de los viajes de Mendaña y Quirós, que fueron motivados por la busca y localización de ese hipotético continente austral, fundamentado en la más rancia tradición clásica: la creencia científica de esa masa continental que fuera el contrapeso a las del hemisferio Norte, y en que se creyó definitivamente, tras el descubrimiento de Nueva Guinea. Ahora tan sólo faltaba delimitar su contorno, que tras los viajes de Magallanes y Loaysa debía estar más allá de los 30? de latitud Sur. Por esta razón, la nueva base exploradora será el Perú y no el virreinato de Nueva España, excesivamente alejado del objetivo propuesto.
Además, aparte del interés científico del descubrimiento, existe un interés político estratégico. En la época de los viajes de Mendaña-Quirós, la rivalidad hispano-inglesa ha alcanzado su máxima virulencia; los navíos ingleses han atravesado el estrecho de Magallanes y han saqueado las poblaciones españolas desde el Perú hasta el virreinato mexicano. Drake parece ser que llevaba intención de recorrer el continente que llegaba hasta el estrecho de Magallanes, pero no lo encontró. Finalmente, diremos que a finales del siglo XVI llegarán los holandeses a los mares del Sur, atacando las factorías portuguesas que en ese momento tienen a Felipe II como monarca de la unidad ibérica. Hontman había llegado a Java en 1596, y en 1602 fue creada la famosa Compañía Holandesa de las indias Orientales. Vemos, pues, que la amenaza holandesa a la que antes hemos aludido no era hipotética sino real. Por todas estas razones, el interés geográfico queda desbordado por el político, y no deja de resultar curioso que el último viaje de Quirós vaya a ser organizado por el Consejo de Estado de Felipe III4, apartando al de indias, porque a través de su planificación vemos la voluntad de la Monarquía española de querer seguir controlando el Pacífico como un Mar Ibérico. Téngase presente que la unidad peninsular es un hecho, como lo demuestra el gran número de portugueses que participa en el último viaje de Quirós. Todo este interés por el Pacífico, la existencia de esa Quarta Pars, tenía, como hemos visto, distintas connotaciones, y de ahí que el interés se acrecentara cuando Quirós, al regreso de su último viaje, proclame que ha descubierto la Terra Australis, y se considera un nuevo Colón. La noticia tendrá una gran difusión, pero será Londres quien más se interesará Por las noticias sobre las nuevas tierras de Quirós. Que esa preocupación y ese interés por el descubrimiento español estuvo vigente lo demuestra el que, al cabo de los años, prácticamente cincuenta después, Byron (1764), Carteret, Bouganville y, sobre todo, Cook (1768) busquen infructuosamente el continente pretendidamente descubierto por Quirós en 16065.