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Datos principales
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Desarrollo
La situación fue la misma y predominaba el inmovilismo y el conservadurismo , por ejemplo, en las famosas Instrucciones militares permanentes de Gran Bretaña, y el mantenimiento de la línea de combate. La nave de línea, aceptada entre 1690 y 1700, desplazó a los grandes navíos de tres cubiertas de principios del Seiscientos, ya que resultaban más aconsejables por los menores costes de construcción y mantenimiento. La adopción de la línea de combate se debía a la preferencia por los duelos de artillería y al descrédito de la lucha al abordaje. Esta formación requería cañones de corto alcance, barcos firmes, estrategias similares en los contendientes, organización de las naves según el potencial de fuego y especialización; así, las embarcaciones destinadas al frente se diferenciaban de las fragatas y corbetas encargadas de la protección del tráfico comercial y la inspección naval, es decir, vigilancia de convoyes, apoyatura de operaciones terrestres y respaldo de aliados neutrales. Ordenados los barcos de guerra en dos líneas paralelas, las flotas maniobraban de acuerdo con una acción directa que acababa en un simple alarde de cañonazos. A la orientación defensiva contribuyó la creencia de que la marina debía proteger el comercio , opinión defendida por los hombres de negocios, cada vez más influyentes en las cortes continentales. Las órdenes fijas emanaban de una autoridad superior y obligaban tanto a los almirantes como al resto de los miembros de la flota, sin que la persecución estuviese permitida.
Incluso se daba la paradoja de que dos escuadras similares no llegaban a la batalla decisiva porque ambas observaban las mismas tácticas navales con desenlaces indecisos. Había otros factores, variados y numerosos, que contribuían al inmovilismo en las tácticas navales. El intervencionismo estatal , los desequilibrios de fuerzas, los recursos disponibles en mano de obra cualificada y materiales o los medios financieros resultaban determinantes en la alteración de las prácticas habituales. Los carpinteros especializados en la construcción naval se mostraban muy celosos de las técnicas empleadas y se negaban a cambiar sus métodos, muy semejantes por las frecuentes copias de modelos extranjeros. La atrasada ingeniería naval impidió el buen manejo de los barcos y los movimientos en combate precisaban mucho tiempo y espacio. También la defectuosa artillería disuadía de la persecución de los enemigos porque predominaba el armamento de corto alcance y el potencial de fuego fue muy reducido hasta finales de la centuria. El defectuoso sistema de señales imposibilitaba la transmisión rápida de órdenes diversas y sólo servía para confirmar las maniobras y tácticas estipuladas de antemano. En consecuencia, la victoria dependía de la superioridad numérica, circunstancia poco frecuente, pues la mayoría de los países estaban en un nivel de fuerzas similares. Además, las escalas y dirección de las operaciones de las marinas se decidían por estadistas y marinos en medio de disparidad de opiniones y peticiones particulares de armadores, soldados, cortes extranjeras y autoridades coloniales.
No se había logrado equipar suficientemente los astilleros oficiales con forjas, hornos y talleres y todavía la administración naval dependía en gran medida de los contratistas privados, motivados y recompensados con privilegios y monopolios. Las leyes regulaban la duración y tipo de los contratos, las inspecciones de calidad y el dinero reservado para los astilleros, y un complejo entramado de cargos intervenían en la gestión. Protagonistas en la política nacional e internacional, las fuerzas navales adquirieron cada vez mayor importancia en Rusia , Gran Bretaña y Francia . Mientras Pedro I se esforzaba por ocupar un lugar en el Báltico hacia 1720, a finales del Setecientos Rusia aparecía como una nueva potencia por sus guerras con los guerras con los turcos y Suecia . El protagonismo británico se debió, en gran medida, al retraso marítimo del resto de los países, pues Londres aplicaba los mismos fundamentos tácticos y estratégicos en todos los escenarios y situaciones con resultados desfavorables. La Administración se perfeccionó desde mediados de siglo y las funciones ejecutivas de la marina recayeron en la Junta del Almirantazgo, compuesta por siete comisionados. En cuanto a Francia, Choiseul desempeñó el papel de reformador naval entre 1760-1770 e incrementó el número de barcos y la construcción de nuevas bases en Europa y Ultramar y plasmó su ideario en la Ordenanza de 1765, donde pretendía independizar a la marina de la burocracia de los intendentes y de las prelaciones administrativas en caso de necesidad. No obstante, sus reformas no se difundieron hasta la publicación de las Ordenanzas de 1786, de Castries.
Incluso se daba la paradoja de que dos escuadras similares no llegaban a la batalla decisiva porque ambas observaban las mismas tácticas navales con desenlaces indecisos. Había otros factores, variados y numerosos, que contribuían al inmovilismo en las tácticas navales. El intervencionismo estatal , los desequilibrios de fuerzas, los recursos disponibles en mano de obra cualificada y materiales o los medios financieros resultaban determinantes en la alteración de las prácticas habituales. Los carpinteros especializados en la construcción naval se mostraban muy celosos de las técnicas empleadas y se negaban a cambiar sus métodos, muy semejantes por las frecuentes copias de modelos extranjeros. La atrasada ingeniería naval impidió el buen manejo de los barcos y los movimientos en combate precisaban mucho tiempo y espacio. También la defectuosa artillería disuadía de la persecución de los enemigos porque predominaba el armamento de corto alcance y el potencial de fuego fue muy reducido hasta finales de la centuria. El defectuoso sistema de señales imposibilitaba la transmisión rápida de órdenes diversas y sólo servía para confirmar las maniobras y tácticas estipuladas de antemano. En consecuencia, la victoria dependía de la superioridad numérica, circunstancia poco frecuente, pues la mayoría de los países estaban en un nivel de fuerzas similares. Además, las escalas y dirección de las operaciones de las marinas se decidían por estadistas y marinos en medio de disparidad de opiniones y peticiones particulares de armadores, soldados, cortes extranjeras y autoridades coloniales.
No se había logrado equipar suficientemente los astilleros oficiales con forjas, hornos y talleres y todavía la administración naval dependía en gran medida de los contratistas privados, motivados y recompensados con privilegios y monopolios. Las leyes regulaban la duración y tipo de los contratos, las inspecciones de calidad y el dinero reservado para los astilleros, y un complejo entramado de cargos intervenían en la gestión. Protagonistas en la política nacional e internacional, las fuerzas navales adquirieron cada vez mayor importancia en Rusia , Gran Bretaña y Francia . Mientras Pedro I se esforzaba por ocupar un lugar en el Báltico hacia 1720, a finales del Setecientos Rusia aparecía como una nueva potencia por sus guerras con los guerras con los turcos y Suecia . El protagonismo británico se debió, en gran medida, al retraso marítimo del resto de los países, pues Londres aplicaba los mismos fundamentos tácticos y estratégicos en todos los escenarios y situaciones con resultados desfavorables. La Administración se perfeccionó desde mediados de siglo y las funciones ejecutivas de la marina recayeron en la Junta del Almirantazgo, compuesta por siete comisionados. En cuanto a Francia, Choiseul desempeñó el papel de reformador naval entre 1760-1770 e incrementó el número de barcos y la construcción de nuevas bases en Europa y Ultramar y plasmó su ideario en la Ordenanza de 1765, donde pretendía independizar a la marina de la burocracia de los intendentes y de las prelaciones administrativas en caso de necesidad. No obstante, sus reformas no se difundieron hasta la publicación de las Ordenanzas de 1786, de Castries.