La importación de obras italianas
Compartir
Datos principales
Rango
Renacimiento Español
Desarrollo
La adopción del Renacimiento italiano como modelo digno de imitación se presenta de una forma más directa y radical cuando se trata de obras importadas de Italia o realizadas en España por artistas italianos , como ocurre con la transformación de los castillos de La Calahorra y de Vélez Blanco, que llegaron a convertirse en dos grandes palacios del Renacimiento español. El palacio de La Calahorra fue mandado construir por don Rodrigo de Vivar y Mendoza, marqués de Zenete, entre 1509 y 1512. Para dirigir el proyecto fue llamado Lorenzo Vázquez , experimentado en las construcciones señoriales de la familia Mendoza, quien fue sustituido poco después por el italiano Michele Carlone , al que se debe la unidad espacial del conjunto y algunas soluciones constructivas, como el desarrollo perspectívico de la escalera, típicamente genovesa. A sus órdenes trabajaron varios grupos de escultores genoveses, ligures y lombardos, lo que explica la diferencia de los trabajos de talla -algunos de ellos encargados en Carrara- lo que no preocupó al comitente únicamente interesado por el origen italiano del edificio. De todas estas piezas, decoradas con motivos fantásticos y mitológicos, sobresale la llamada Puerta del Salón de los Marqueses, compuesta como un arco de triunfo a la romana y decorada con dos de los trabajos de Hércules y varias figuras alegóricas y de divinidades paganas como medio de exaltación de las virtudes morales de su propietario.
Muy diferente es la disposición del palacio de Vélez Blanco -hoy en el Museo Metropolitano de Nueva York- erigido entre 1506 y 1515 por don Pedro Fajardo Chacón, adelantado del Reino de Murcia. Su organización espacial funcionalmente defensiva condicionó, en parte, que se pudiera establecer un proceso de regularización espacial de carácter unitario similar al emprendido en el palacio de La Calahorra. Por ello, su patio se organizó con cuatro crujías diferentes: la este, con dos pisos ordenados por columnas clásicas sobre las que montan arcos rebajados, se comunica con la sur a través de su galería superior, que repite el mismo esquema compositivo; el ala norte, también con dos pisos, se ordena mediante un sistema de vanos separados por una línea de imposta, repitiéndose un esquema similar en la panda restante. Por otra parte, si comparamos la decoración del palacio de los Vélez con la de La Calahorra, podemos apreciar que frente a la complejidad iconográfica del palacio granadino, la del castillo malagueño, realizada en parte por Francisco Florentin , tiene un carácter específicamente ornamental en sintonía con algunos modelos florentinos y romanos. La importación de obras italianas no se agota con el encargo de materiales utilizados en la construcción de edificios como los descritos, sino que se extiende a otras áreas de actividad artística estrechamente ligadas con la renovación de las artes plásticas. España, políticamente en ascenso y rica con el oro procedente de América, se convierte en uno de los mejores clientes de los mercaderes de mármoles italianos, que instalaron sus centros de operaciones en Toledo y en Sevilla principalmente, por sus relaciones comerciales con el Nuevo Mundo.
Esta situación de privilegio de la capital andaluza explica, en parte, la importación de sepulcros italianos como los realizados por Pacce Gagini para los marqueses de Tarifa, don Pedro Enríquez y doña Catalina de Ribera. En ambos monumentos funerarios, sobre una estructura que recuerda los antiguos arcos triunfales, se sitúan los motivos religiosos, alegóricos y mitológicos conformando un complicado juego de alusiones referidas a las virtudes morales y políticas de ambos personajes. En el de don Pedro Enríquez, santos en relación con sus actividades guerreras, alegorías paganas de la muerte -Hypnos y Thanatos- y la presencia de símbolos neoplatónicos completan un erudito programa en homenaje al difunto. Similares características presenta el de su esposa doña Catalina de Ribera, en el que los temas religiosos y paganos se mezclan para reflejar, en clave humanística, un retrato alegórico-moral de la difunta. Fue a través de Sevilla como se comercializaron numerosas obras de características similares que, emplazadas en distintos y alejados lugares de la Península, sirvieron de modelo para otros realizados en España como el sepulcro de don Pedro González de Mendoza, contribuyendo a poner una nota de modernidad en los espacios sagrados a que iban destinados. Otros ejemplos de esta serie de sepulcros importados son los monumentos funerarios de fray Francisco Ruiz, obispo de Avila, realizado para la iglesia de San Juan de la Penitencia de Toledo por los hermanos Aprile, y el de don Ramón Folch de Cardona, tallado por Giovanni de Nola para la iglesia de Bellpuig, Lérida (1524).
Este último, por lo avanzado de su fecha, podemos considerarlo como la culminación del gusto clásico, tanto desde el punto de vista formal como iconográfico. Bajo un arco triunfal, la figura del difunto descansa sobre una urna rodeado de atributos guerreros; la Paz y la Gloria, al igual que las otras figuras femeninas, alegorías de las virtudes, le ofrecen sus símbolos, formando un conjunto que hace referencia a las virtudes morales del difunto y al concepto humanista del triunfo sobre la muerte. El desarrollo de este comercio artístico, avalado por la actividad comercial de las compañías mercantiles genovesas, hizo posible el intercambio de artistas entre ambos países, así como la creación de compañías mixtas, como el taller de Bartolomé Ordóñez en Carrara, dedicadas a la producción de esculturas para el mercado español.
Muy diferente es la disposición del palacio de Vélez Blanco -hoy en el Museo Metropolitano de Nueva York- erigido entre 1506 y 1515 por don Pedro Fajardo Chacón, adelantado del Reino de Murcia. Su organización espacial funcionalmente defensiva condicionó, en parte, que se pudiera establecer un proceso de regularización espacial de carácter unitario similar al emprendido en el palacio de La Calahorra. Por ello, su patio se organizó con cuatro crujías diferentes: la este, con dos pisos ordenados por columnas clásicas sobre las que montan arcos rebajados, se comunica con la sur a través de su galería superior, que repite el mismo esquema compositivo; el ala norte, también con dos pisos, se ordena mediante un sistema de vanos separados por una línea de imposta, repitiéndose un esquema similar en la panda restante. Por otra parte, si comparamos la decoración del palacio de los Vélez con la de La Calahorra, podemos apreciar que frente a la complejidad iconográfica del palacio granadino, la del castillo malagueño, realizada en parte por Francisco Florentin , tiene un carácter específicamente ornamental en sintonía con algunos modelos florentinos y romanos. La importación de obras italianas no se agota con el encargo de materiales utilizados en la construcción de edificios como los descritos, sino que se extiende a otras áreas de actividad artística estrechamente ligadas con la renovación de las artes plásticas. España, políticamente en ascenso y rica con el oro procedente de América, se convierte en uno de los mejores clientes de los mercaderes de mármoles italianos, que instalaron sus centros de operaciones en Toledo y en Sevilla principalmente, por sus relaciones comerciales con el Nuevo Mundo.
Esta situación de privilegio de la capital andaluza explica, en parte, la importación de sepulcros italianos como los realizados por Pacce Gagini para los marqueses de Tarifa, don Pedro Enríquez y doña Catalina de Ribera. En ambos monumentos funerarios, sobre una estructura que recuerda los antiguos arcos triunfales, se sitúan los motivos religiosos, alegóricos y mitológicos conformando un complicado juego de alusiones referidas a las virtudes morales y políticas de ambos personajes. En el de don Pedro Enríquez, santos en relación con sus actividades guerreras, alegorías paganas de la muerte -Hypnos y Thanatos- y la presencia de símbolos neoplatónicos completan un erudito programa en homenaje al difunto. Similares características presenta el de su esposa doña Catalina de Ribera, en el que los temas religiosos y paganos se mezclan para reflejar, en clave humanística, un retrato alegórico-moral de la difunta. Fue a través de Sevilla como se comercializaron numerosas obras de características similares que, emplazadas en distintos y alejados lugares de la Península, sirvieron de modelo para otros realizados en España como el sepulcro de don Pedro González de Mendoza, contribuyendo a poner una nota de modernidad en los espacios sagrados a que iban destinados. Otros ejemplos de esta serie de sepulcros importados son los monumentos funerarios de fray Francisco Ruiz, obispo de Avila, realizado para la iglesia de San Juan de la Penitencia de Toledo por los hermanos Aprile, y el de don Ramón Folch de Cardona, tallado por Giovanni de Nola para la iglesia de Bellpuig, Lérida (1524).
Este último, por lo avanzado de su fecha, podemos considerarlo como la culminación del gusto clásico, tanto desde el punto de vista formal como iconográfico. Bajo un arco triunfal, la figura del difunto descansa sobre una urna rodeado de atributos guerreros; la Paz y la Gloria, al igual que las otras figuras femeninas, alegorías de las virtudes, le ofrecen sus símbolos, formando un conjunto que hace referencia a las virtudes morales del difunto y al concepto humanista del triunfo sobre la muerte. El desarrollo de este comercio artístico, avalado por la actividad comercial de las compañías mercantiles genovesas, hizo posible el intercambio de artistas entre ambos países, así como la creación de compañías mixtas, como el taller de Bartolomé Ordóñez en Carrara, dedicadas a la producción de esculturas para el mercado español.