LA "HISTORIA NATURAL Y MORAL DE LAS INDIAS"
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LA "HISTORIA NATURAL Y MORAL DE LAS INDIAS" El libro de José de Acosta que hoy reeditamos en esta ya popular colección de Crónicas de América es, sin disputa, la obra más lograda de nuestro autor, tanto por sus valores intrínsecos como por ser, quizás, la que de manera más evidente explicita el pensamiento de Acosta. En ese sentido, nuestro comentario va a destacar algunos de los valores que, aunque expresados en concreto en este libro, se refieren directamente a su autor. La importancia y el valor de la obra y del propio Acosta, se pusieron de manifiesto inmediatamente después de la publicación de la Historia y es precisamente debido a ello por lo que se reeditó tantas veces y se tradujo a tantos idiomas, publicándose también repetidamente en cada uno de ellos. Hoy podemos decir que la Historia Natural y Moral de las Indias de José de Acosta se adelantó en muchos aspectos a su tiempo y, por eso, influyó profundamente en el pensamiento de su época e hizo avanzar el desarrollo científico de los siglos siguientes de manera decisiva. La composición de este libro la inició Acosta estando todavía en Indias, pero sólo lo terminó de revisar en 1588, estando en Génova. Para esa época ya había decidido incluir la traducción al castellano de su tratado latino De Natura Novi Orbis como libros I y II de su nueva obra y, como luego comentaremos, incluiría como libro VII un extracto con muchas transcripciones literales de la Segunda Relación del P. Juan de Tovar.
El 21 de febrero de 1589 se presentó a la censura el texto de la Historia ya terminado enteramente; el 1 de marzo de 1590 escribía Acosta la dedicatoria a la Infanta Isabel Clara Eugenia y ese mismo año salía el libro impreso en los talleres de Juan de León en Sevilla. Las ediciones españolas, si eliminamos algunas dudosas, son diez con la presente, pero sus traducciones al italiano, francés, alemán, inglés, holandés e incluso latín, han hecho de esta obra una de las más populares y ampliamente conocidas en Europa de cuantas se escribieran en el siglo XVI sobre el Nuevo Mundo. El origen del indio americano Si a lo largo de toda la obra la idea de modernidad y racionalismo domina sobre cualquier otra esto es especialmente notable en lo que se refiere al espinoso problema de determinar cuál era el origen de las poblaciones humanas halladas en América desde el momento de su descubrimiento. Cuando las teorías más peregrinas dominaban el mundo intelectual de la época (Alcina, 1985; Huddleston, 1967), la idea de que el origen del hombre americano había que buscarlo en Asia, según hoy es opinión corriente, no solamente no era una tesis habitual, sino que constituía en realidad una novedad el plantearla tal como lo hizo antes de que se conociese con detalle la geografía del Pacífico norte y, en concreto, el estrecho de Bering. Pero lo más interesante del planteamiento es, posiblemente, la línea argumental, que resulta ser de un rigor lógico aplastante.
Así y en primer lugar, hace la crítica de las teorías tan en boga en su época, acerca del poblamiento del Nuevo Mundo propiciando viajes a través de los océanos: Mas diciendo verdad, yo estoy de muy diferente opinión y no me puedo persuadir, que hayan venido los primeros indios a este Nuevo Mundo por navegación ordenada y hecha de propósito, ni aún quiero conceder que los Antiguos hayan alcanzado la destreza de navegar, con que hoy día los hombres pasan el mar Océano, de cualquiera parte a cualquiera otra que se les antoja, lo cual hacen con increíble presteza y destreza, pues de cosa tan grande y tan notable no hallo rastros en toda la antigüedad. El uso de la piedra imán, y del aguja de marear, ni la hallo yo en los Antiguos, ni aún creo que tuvieran noticia de él; y quitando el conocimiento del aguja de marear, bien se ve que es imposible pasar el Océano (Acosta, 1962: 47: I 16). Es realmente sorprendente que, pese al todavía escaso conocimiento del perfil del Nuevo Mundo y muy lejos de haber resuelto el problema del famoso paso del Noroeste y de la definición concreta de lo que sería el estrecho de Bering, Acosta intuyese esa región y la describiese como lo hace en el párrafo siguiente: Este discurso que he dicho es para mí una gran conjentura para pensar que el nuevo orbe, que llamamos Indias, no está del todo diviso y apartado del otro orbe. Y por decir mi opinión, tengo para mí días ha, que la una tierra y la otra en alguna parte se juntan, y continúan, o a lo menos se avecinan y allegan mucho.
Hasta ahora a lo menos no hay certidumbre de lo contrario. Porque al polo Ártico, que llaman norte, no está descubierta y sabida toda la longitud de la tierra# (Acosta, 1962: 55 56 I:20). El espíritu crítico de Acosta se pone de manifiesto en este caso cuando se enfrenta con las disparatadas teorías tan populares en su época, entre las que la existencia de la Atlántida era una de las que más se repetían en textos incluso supuestamente serios. Negando esa tesis, Acosta dice lo siguiente: Yo, por decir verdad, no tengo tanta reverencia a Platón, por más que le llamen divino, ni aún se me hace muy difícil de creer, que pudo contar todo aquel cuento de la Isla Atlántida por verdadera historia, y pudo ser con todo eso muy fina fábula, mayormente que se refiere él haber aprendido aquella relación de Critias que cuando muchacho, entre otros cantares y romances, cantaba aquel de la Atlántida. Sea como quieren, haya escrito Platón por historia o haya escrito por alegoría, lo que para mí es llano es que todo cuanto trata de aquella Isla, comenzando en el diálogo Critias, no se puede contar en veras, si no es a muchachos y viejas (Acosta, 59 I:22). Citaremos un último párrafo en el que Acosta se nos muestra tan ponderado como lo pueda ser un científico de nuestro tiempo, al admitir incluso una diversidad evidente en el origen de los indios americanos y la posibilidad de arribadas por mar, al mismo tiempo que expone una idea bastante precisa en lo que se refiere al nivel cultural de los primeros habitantes del Nuevo Mundo y acerca de la fecha en que se produciría su primera llegada al continente: el linaje de los hombres se vino pasando poco a poco, hasta llegar al nuevo orbe, ayudando a esto la continuidad o vecindad de las tierras, y a tiempos a alguna navegación y que éste fue el orden de venir, y no hacer armada de propósito, ni suceder algún grande naufragio: aunque también pudo haber en parte algo de esto; porque siendo aquestas regiones larguísimas y habiendo en ellas innumerables naciones, bien podemos creer que unos de una suerte y otros de otra se vinieron en fin a poblar.
Mas al fin, en lo que me resumo es, que el continuarse la tierra de Indias con esotras del mundo, a lo menos estar muy cercanas, ha sido la más principal y más verdadera razón de poblarse las Indias; y tengo para mí, que el nuevo orbe e Indias occidentales, no ha muchos millares de años que las habitan hombres, y que los primeros que entraron en ellas, más eran hombres salvajes y cazadores que no gente de República y pulida (Acosta, 1962: 62 63 I:24). La modernidad del pensamiento de Acosta incluye, además, aspectos tan complejos para la época, como son los meramente cronológicos, y los que se refieren al nivel sociocultural de los primeros pobladores del continente. El hecho de afirmar que el poblamiento debía haberse producido pocos miles de años antes es un término relativo que implica una visión del poblamiento de todo el globo terráqueo también muy moderno. En lo que se refiere al nivel de desarrollo sociocultural, está implicando a su vez una visión claramente evolucionista del problema, como vamos a ver a continuación. Evolucionismo cultural Aún no ha llegado el momento, al parecer, de hacer la historia del pensamiento antropológico español en los siglos de expansión colonial por tierras americanas, oceánicas y asiáticas. Los intentos realizados hasta ahora o bien se hallan muy mediatizados por una orientación cientifista (Lisón 1971) o bien son intentos muy parciales y circunstanciados. Angel Palerm (1967: 72 77) ha destacado la importancia del P.
José de Acosta en esa fase antigua de la etnología española, pero pese a su interés específico por el evolucionismo no subrayó el párrafo que en mi opinión revela de manera más clara esa concepción evolucionista de nuestro autor y al que luego aludiré; finalmente, Fermín del Pino (1978), pese a la longitud de su contribución, hace un planteamiento confuso en el que se mezclan ideas de carácter cronológico y difusionistas con el evolucionismo biológico (Aguirre, 1957) y cultural y, en particular, las ideas de Acosta acerca de este evolucionismo cultural quiere verlas originadas en las historias indígenas estudiadas por aquél entre los mismos incas y aztecas. Aunque no es ésta la ocasión para hacer un análisis detallado de la concepción evolucionista de Acosta, lo que seguramente haremos en una próxima ocasión, lo que parece evidente es que el texto más explícito y clarividente al respecto es el que incluye en el capítulo 19 del libro VI que reproducimos a continuación. # es de saber que se han hallado tres géneros de gobierno y vida en los indios. El primero y principal, y mejor, ha sido de reino o monarquía, como fue el de los Ingas, y el de Motezuma, aunque éstos eran en mucha parte, tiránicos. El segundo es de behetrías o comunidades, donde se gobiernan por consejo de muchos, y son como consejos. Éstos, en tiempo de guerra, eligen un capitán, a quien toda una nación o provincia obedece. En tiempo de paz, cada pueblo o congregación se rige por sí, y tiene algunos principalejos a quienes respeta el vulgo; y cuando mucho, júntanse algunos de éstos en negocios que les parecen de importancia, a ver lo que les conviene.
El tercer género de gobierno es totalmente bárbaro, y son indios sin ley, ni rey, ni asiento, sino que andan a manadas como fieras y salvajes. Cuanto yo he podido comprender, los primeros moradores de estas Indias, fueron de este género como lo son hoy día gran parte de los brasiles, y los chiriguanas y chunchos, e yscaycingas y pilcozones y la mayor parte de los floridos, y en la Nueva España todos los chichimecos. De este género por industria y saber de algunos principales de ellos, se hizo el otro gobierno de comunidades y behetrías, donde hay alguna más orden y asiento, como son hoy día los Arauco y Tucapel en Chile y lo eran en el Nuevo Reino de Granada, los moscas y en la Nueva España algunos otomites, y en todos los tales se halla menos fiereza y más razón. De este género, por la valentía y saber de algunos excelentes hombres, resultó el otro gobierno más poderoso y próvido de reino y monarquía que hallamos en México y en el Perú (Acosta, 1962: 304 305: VI:19). El texto, que hemos reproducido íntegramente, ofrece dos partes: en la primera se establece una tipología, mientras en la segunda se explica la secuencia evolutiva de los tres tipos antes descritos. La tipología de Acosta puede compararse, aunque posiblemente no exista relación directa, con el planteamiento de Bartolomé de Las Casas en los Tratados de 1552 53 (Alcina, 1985: 42). Efectivamente, Las Casas no es citado en ninguna ocasión a lo largo de la obra (O'Gorman, 1962: LXVIII), habiendo solamente una alusión.
Sin embargo, la división tripartita de Acosta se corresponde exactamente con la de Las Casas. El texto de Las Casas, que interesa para la comparación, dice así: en las escrituras profanas y sagradas se hallan tres maneras o linajes de bárbaros. La primera es, tomando el vocablo largamente, por cualquiera gente que tiene alguna extrañeza en sus opiniones o costumbres pero no les falta policía ni prudencia para regirse. La segunda especie es porque no tienen las lenguas aptas para que se puedan explicar por caracteres y letras como en algún tiempo lo eran los ingleses. La tercera especie de bárbaros son los que por sus perversas costumbres, rudeza de ingenio y brutal inclinación son como fieras silvestres que viven por los campos sin ciudades ni casas, sin policía ni leyes, sin ritos ni tractos. La división tripartita de ambos autores corresponde casi exactamente al sistema popularizado por Morgan (1946: 26 29) de: Salvajismo Barbarie Civilización. El Salvajismo en la expresión de Las Casas son como fieras silvestres mientras para Acosta son los verdaderos bárbaros. Acosta añade que los primeros habitantes del continente corresponderían a este nivel de desarrollo sociocultural, con lo que acierta plenamente en su notable interpretación. Las Casas dice de estas gentes que no tienen ciudades ni casas y Acosta que no tienen asiento, lo que viene a ser lo mismo. La etapa del Barbarismo en el sistema de Morgan es para Las Casas el que corresponde a aquellos que no tienen ningún sistema de escritura, mientras Acosta los designa con un término muy común en la época: el de behetrías.
Correspondiendo a esta etapa, habría que situar la que conocemos hoy como Jefaturas, Señoríos o Cacicazgos, y en relación con ella Acosta aporta interesantes detalles que cabría utilizar hoy para explicar algunos casos de cacicazgos incipientes o aparentes. Así, cuando dice: muchas naciones y gentes de indios no sufren reyes ni señores absolutos, sino viven en behetría, y solamente para ciertas cosas, mayormente guerra, crían capitanes y príncipes, a los cuales durante aquel ministerio obedecen, y después se vuelven a sus primeros oficios. De esta suerte se gobierna la mayor parte de este Nuevo Orbe, donde no hay reinos fundados ni repúblicas establecidas, ni príncipes o reyes perpetuos y conocidos, aunque hay algunos señores y principales, que son como caballeros aventajados al vulgo de los demás. De esta suerte pasa en toda la tierra de Chile, donde tantos años se han sustentado contra españoles los araucanos y los de Tucapel y otros. Así fue todo lo del Nuevo Reino de Granada y lo de Guatimala y las Islas y toda la Florida y Brasil y Luzón (Acosta, 1962: 293 94: VI 11). Aunque el solo comentario de este texto podría llevarnos a discutir aspectos de gran interés en relación con el problema de los cacicazgos en América, diremos solamente que la enumeración de lugares y pueblos es prácticamente una enumeración de las áreas en las que se han localizado jefaturas en América. El párrafo que ha sido citado por Fermín del Pino (1978) no sólo no merece un adecuado comentario por su parte, sino que, al hacer referencia a la temática aludida, pone al descubierto su personal carencia de un adecuado cuerpo teórico en relación a esta cuestión crucial para el evolucionismo contemporáneo y, en especial, para los desarrollos habidos a partir de Julian H.
Steward y Hermann Trimborn, con las aportaciones de Oberg, Service, Fried y tantos más (Alcina, Palop, 1985). Por último, la etapa de Civilización en el esquema de Morgan equivale en la terminología de Bartolomé de Las Casas al de las sociedades a las que no les falta policía, mientras que Acosta, mucho más explícito, los califica de Reinos. La idea del evolucionismo cultural está presente, pues, de manera muy evidente y clara en la obra capital del P. José de Acosta, lo que hay que considerar, como luego veremos, con un eslabón más que enlaza el evolucionismo clásico con el de la ciencia moderna de Vico, Hegel, etc. Aunque no es posible hacer un análisis detallado y una comparación minuciosa, debemos sin embargo hacer constar que doce años antes de haber escrito los textos que acabamos de comentar, el propio Acosta, en el Proemio de su De Procuranda Indorum salute había hecho una exposición igualmente evolucionista e igualmente tripartita, pero diferente a la de su Historia, en el sentido de considerar como un rasgo diferencial fundamental el del uso de la escritura. De las tres clases o categorías de sociedades la primera es la de aquellos que no se apartan de la recta razón y tienen república estable, leyes públicas, ciudades fortificadas, magistrados obedicidos, y lo que más importa, uso y conocimiento de las letras, y entre los ejemplos cita a los chinos, los japoneses y otras muchas provincias de la India oriental. En la segunda clase incluye los bárbaros, que aunque no llegaron a alcanzar el uso de la escritura, ni los conocimientos filosóficos o civiles, sin embargo tienen su república y magistrados ciertos y asientos o poblaciones estables, donde guardan manera de policía y orden de ejércitos y capitanes y finalmente alguna forma solemne de culto religioso.
En este nivel sitúa a los mexicanos y peruanos, que en cuanto a la escritura suplieron su falta con tanto ingenio y habilidad que conservan la memoria de sus historias, leyes, vidas y lo que más es, el cómputo de los tiempos y las cuentas y números. Estos forman imperios y después otros reinos y principados menores, cuales son comúnmente los de los caciques. Finalmente, en la tercera clase entran los salvajes, semejantes a fieras, que apenas tienen sentimiento humano; sin ley, sin rey, sin pactos, sin magistrados ni república (Acosta, 1954: 392 93). Cabría, pues, hacer un resumen comparativo de lo que venimos diciendo en la forma siguiente: Las Casas Acosta Acosta Morgan 1552-53 1576 1588 1877 con escritura con policía con república Reinos CIVILIZACIÓN con escritura y caciques behetrías BARBARIE silvestres salvajes bárbaros SALVAJISMO Como apuntaba hace años Angel Palerm (1974: 249), la rápida difusión de la Historia de Acosta en los medios intelectuales europeos, sugiere que en la base del pensamiento evolucionista que se reafirma en la Ilustración con Vico y Hegel, se halla buena parte del pensamiento español del siglo XVI, con figuras tan destacadas como Fray Bartolomé de Las Casas o el P. José de Acosta. Lo que se aprecia en otros campos de la ciencia moderna, según vamos a comentar enseguida, viene a confirmar esta hipótesis, referente exclusivamente al pensamiento etnológico. El indigenismo de Acosta Aunque el sentimiento indigenista en el P.
José de Acosta no adquiere el tono acusador y apocalíptico del P. Las Casas, sus ideas se enmarcan dentro de un cuadro muy parecido, como vamos a comprobar a continuación. Ya en el mismo Proemio al lector de la Historia Natural y Moral de las Indias el autor afirma que son muchas las obras que se han escrito hasta entonces sobre los hechos y sucesos de los españoles que han conquistado y poblado el Nuevo Mundo pero en cambio hasta agora no he visto libro cuyo argumento sea los hechos e historia de los mismos indios antiguos y naturales habitadores del Nuevo Orbe (Acosta, 1962: 13). Es así que, habiendo dedicado los cuatro primeros libros de su Historia al tratamiento de la naturaleza de las Indias, los otros tres libros los dedicará a la historia moral, que no es otra cosa que una descripción o estudio etnológico del mundo americano. De ahí gran parte de la modernidad del libro de Acosta, ya en 1590, pues pese al tiempo transcurrido desde el descubrimiento primero --1492-- y las conquistas de México y Perú --1519 y 1532-- ninguno de los libros más populares en Europa había tratado, de la manera en que enfrentaba el problema Acosta, el perfil natural y el perfil étnico del continente americano. En lo que se refiere al mundo indígena, Acosta se proponía destruir algunos de los muchos prejuicios que en aquel tiempo se habían difundido por Europa: Habiendo tratado lo que toca a la religión que usaban los indios, pretendo en este libro escrebir de sus costumbres y pulicia y gobierno, para dos fines.
El uno, deshacer la falsa opinión que comúnmente se tiene de ellos, como de gente bruta, y bestial y sin entendimiento, o tan corto que apenas merece ese nombre. Del cual engaño se sigue hacerles muchos y muy notables agravios, sirviéndose de ellos poco menos que de animales y despreciando cualquier género de respeto que se les tenga. Esta tan perjudicial opinión no ve medio con que pueda mejor deshacer, que con dar a entender el orden y modo de proceder que estos tenían cuando vivían en su ley; en la cual aunque tenían muchas cosas de bárbaros y sin fundamento, pero había también otras muchas dignas de admiración. Más como sin saber nada de esto entramos por la espada sin oílles ni entendelles, no nos parece que merecen reputación las cosas de los indios, sino como de caza habida en el monte y traída para nuestro servicio y antojo. Los hombres más curiosos y sabios que han penetrado y alcanzado sus secretos, su estilo y gobierno antiguo, muy de otra suerte lo juzgan, maravillándose que hubiese tanto orden y razón entre ellos (Acosta, 1962: 260 81: VI 1). Como puede apreciarse por el párrafo transcrito, el indigenismo de Acosta manifiesta con razones la valoración que le merecen las culturas indígenas --en especial la de los incas y aztecas--, a las que sitúa en un plano de relativa igualdad con otras culturas, haciendo de ello, como consideración final, la de que aquellas gentes podían aprender para igualarse en lo referente al conocimiento de Dios, con los propios conquistadores.
Ese es un planteamiento indigenista que no ha sido valorado frecuentemente, pero que constituye algo así como el origen del americanismo moderno, ya que el fundamento del conocimiento científico de las culturas indígenas hay que verlo precisamente entre sus cultivadores más conspicuos, como son Sahagún, Durán, Torquemada, etc., y el propio Acosta en uno de los primeros estudios comparativos que se han hecho en el mundo con referencia a las culturas indígenas de América. Pese a ser el indigenismo lascasiano más llamativo e influyente, el indigenismo de aquellos primeros americanistas constituye un más sólido fundamento de lo que puede ser el indigenismo del futuro. Un segundo aspecto del indigenismo del P. Acosta resulta más sorprendente que el primero, ya que tiene proyecciones políticas, indudablemente revolucionarias para la época en que se expusieron: El otro fin que puede conseguirse con la noticia de las leyes y costumbres y pulicia de los indios, es ayudarlos y regirlos por ellas mismas, pues en lo que no contradicen la ley de Cristo y de su Santa Iglesia, deben ser gobernados conforme a sus fueros, que son como sus leyes municipales, por cuya ignorancia se han cometido yerros de no poca importancia, no sabiendo los que juzgan ni los que rigen, por dónde han de juzgar y regir sus súbditos; que demás de ser agravio y sinrazón que se les hace, es en gran daño, por tenernos aborrecidos como a hombres que en todo, así en lo bueno como en lo malo, les somos y hemos siempre sido contrarios (Acosta, 1962: 281 VI 1).
En la introducción a una reciente edición de algunos Tratados de Las Casas (Alcina, 1985 b: 47 48) hemos puesto de manifiesto la posibilidad de considerar en algún sentido los planteamientos lascasianos no como indigenistas en el sentido clásico de la expresión, sino como de un indianismo primitivo en el que la idea fundamental del dominico en relación con el problema de las culturas indígenas era la de conservarlas en estado de preservación y aislamiento respecto de la española, de manera que estando incluidas en el organismo político que era el Imperio, y siendo sus habitantes indios, súbditos del emperador, se desenvolverían como entidades políticas independientes, con sus órganos de gobierno, según la tradición indígena. Ese mismo planteamiento indianista es el que apreciamos en el P. Acosta, quien propugna la aplicación de sus propias leyes, costumbres y policía, afirmando que deben ser gobernados conforme a sus fueros, que son como sus leyes municipales. Los recientes movimientos autonomistas indios, raras veces arrancan sus argumentos de estos planteamientos, porque raras veces se han destacado estas ideas de nuestros más brillantes pensadores.
El 21 de febrero de 1589 se presentó a la censura el texto de la Historia ya terminado enteramente; el 1 de marzo de 1590 escribía Acosta la dedicatoria a la Infanta Isabel Clara Eugenia y ese mismo año salía el libro impreso en los talleres de Juan de León en Sevilla. Las ediciones españolas, si eliminamos algunas dudosas, son diez con la presente, pero sus traducciones al italiano, francés, alemán, inglés, holandés e incluso latín, han hecho de esta obra una de las más populares y ampliamente conocidas en Europa de cuantas se escribieran en el siglo XVI sobre el Nuevo Mundo. El origen del indio americano Si a lo largo de toda la obra la idea de modernidad y racionalismo domina sobre cualquier otra esto es especialmente notable en lo que se refiere al espinoso problema de determinar cuál era el origen de las poblaciones humanas halladas en América desde el momento de su descubrimiento. Cuando las teorías más peregrinas dominaban el mundo intelectual de la época (Alcina, 1985; Huddleston, 1967), la idea de que el origen del hombre americano había que buscarlo en Asia, según hoy es opinión corriente, no solamente no era una tesis habitual, sino que constituía en realidad una novedad el plantearla tal como lo hizo antes de que se conociese con detalle la geografía del Pacífico norte y, en concreto, el estrecho de Bering. Pero lo más interesante del planteamiento es, posiblemente, la línea argumental, que resulta ser de un rigor lógico aplastante.
Así y en primer lugar, hace la crítica de las teorías tan en boga en su época, acerca del poblamiento del Nuevo Mundo propiciando viajes a través de los océanos: Mas diciendo verdad, yo estoy de muy diferente opinión y no me puedo persuadir, que hayan venido los primeros indios a este Nuevo Mundo por navegación ordenada y hecha de propósito, ni aún quiero conceder que los Antiguos hayan alcanzado la destreza de navegar, con que hoy día los hombres pasan el mar Océano, de cualquiera parte a cualquiera otra que se les antoja, lo cual hacen con increíble presteza y destreza, pues de cosa tan grande y tan notable no hallo rastros en toda la antigüedad. El uso de la piedra imán, y del aguja de marear, ni la hallo yo en los Antiguos, ni aún creo que tuvieran noticia de él; y quitando el conocimiento del aguja de marear, bien se ve que es imposible pasar el Océano (Acosta, 1962: 47: I 16). Es realmente sorprendente que, pese al todavía escaso conocimiento del perfil del Nuevo Mundo y muy lejos de haber resuelto el problema del famoso paso del Noroeste y de la definición concreta de lo que sería el estrecho de Bering, Acosta intuyese esa región y la describiese como lo hace en el párrafo siguiente: Este discurso que he dicho es para mí una gran conjentura para pensar que el nuevo orbe, que llamamos Indias, no está del todo diviso y apartado del otro orbe. Y por decir mi opinión, tengo para mí días ha, que la una tierra y la otra en alguna parte se juntan, y continúan, o a lo menos se avecinan y allegan mucho.
Hasta ahora a lo menos no hay certidumbre de lo contrario. Porque al polo Ártico, que llaman norte, no está descubierta y sabida toda la longitud de la tierra# (Acosta, 1962: 55 56 I:20). El espíritu crítico de Acosta se pone de manifiesto en este caso cuando se enfrenta con las disparatadas teorías tan populares en su época, entre las que la existencia de la Atlántida era una de las que más se repetían en textos incluso supuestamente serios. Negando esa tesis, Acosta dice lo siguiente: Yo, por decir verdad, no tengo tanta reverencia a Platón, por más que le llamen divino, ni aún se me hace muy difícil de creer, que pudo contar todo aquel cuento de la Isla Atlántida por verdadera historia, y pudo ser con todo eso muy fina fábula, mayormente que se refiere él haber aprendido aquella relación de Critias que cuando muchacho, entre otros cantares y romances, cantaba aquel de la Atlántida. Sea como quieren, haya escrito Platón por historia o haya escrito por alegoría, lo que para mí es llano es que todo cuanto trata de aquella Isla, comenzando en el diálogo Critias, no se puede contar en veras, si no es a muchachos y viejas (Acosta, 59 I:22). Citaremos un último párrafo en el que Acosta se nos muestra tan ponderado como lo pueda ser un científico de nuestro tiempo, al admitir incluso una diversidad evidente en el origen de los indios americanos y la posibilidad de arribadas por mar, al mismo tiempo que expone una idea bastante precisa en lo que se refiere al nivel cultural de los primeros habitantes del Nuevo Mundo y acerca de la fecha en que se produciría su primera llegada al continente: el linaje de los hombres se vino pasando poco a poco, hasta llegar al nuevo orbe, ayudando a esto la continuidad o vecindad de las tierras, y a tiempos a alguna navegación y que éste fue el orden de venir, y no hacer armada de propósito, ni suceder algún grande naufragio: aunque también pudo haber en parte algo de esto; porque siendo aquestas regiones larguísimas y habiendo en ellas innumerables naciones, bien podemos creer que unos de una suerte y otros de otra se vinieron en fin a poblar.
Mas al fin, en lo que me resumo es, que el continuarse la tierra de Indias con esotras del mundo, a lo menos estar muy cercanas, ha sido la más principal y más verdadera razón de poblarse las Indias; y tengo para mí, que el nuevo orbe e Indias occidentales, no ha muchos millares de años que las habitan hombres, y que los primeros que entraron en ellas, más eran hombres salvajes y cazadores que no gente de República y pulida (Acosta, 1962: 62 63 I:24). La modernidad del pensamiento de Acosta incluye, además, aspectos tan complejos para la época, como son los meramente cronológicos, y los que se refieren al nivel sociocultural de los primeros pobladores del continente. El hecho de afirmar que el poblamiento debía haberse producido pocos miles de años antes es un término relativo que implica una visión del poblamiento de todo el globo terráqueo también muy moderno. En lo que se refiere al nivel de desarrollo sociocultural, está implicando a su vez una visión claramente evolucionista del problema, como vamos a ver a continuación. Evolucionismo cultural Aún no ha llegado el momento, al parecer, de hacer la historia del pensamiento antropológico español en los siglos de expansión colonial por tierras americanas, oceánicas y asiáticas. Los intentos realizados hasta ahora o bien se hallan muy mediatizados por una orientación cientifista (Lisón 1971) o bien son intentos muy parciales y circunstanciados. Angel Palerm (1967: 72 77) ha destacado la importancia del P.
José de Acosta en esa fase antigua de la etnología española, pero pese a su interés específico por el evolucionismo no subrayó el párrafo que en mi opinión revela de manera más clara esa concepción evolucionista de nuestro autor y al que luego aludiré; finalmente, Fermín del Pino (1978), pese a la longitud de su contribución, hace un planteamiento confuso en el que se mezclan ideas de carácter cronológico y difusionistas con el evolucionismo biológico (Aguirre, 1957) y cultural y, en particular, las ideas de Acosta acerca de este evolucionismo cultural quiere verlas originadas en las historias indígenas estudiadas por aquél entre los mismos incas y aztecas. Aunque no es ésta la ocasión para hacer un análisis detallado de la concepción evolucionista de Acosta, lo que seguramente haremos en una próxima ocasión, lo que parece evidente es que el texto más explícito y clarividente al respecto es el que incluye en el capítulo 19 del libro VI que reproducimos a continuación. # es de saber que se han hallado tres géneros de gobierno y vida en los indios. El primero y principal, y mejor, ha sido de reino o monarquía, como fue el de los Ingas, y el de Motezuma, aunque éstos eran en mucha parte, tiránicos. El segundo es de behetrías o comunidades, donde se gobiernan por consejo de muchos, y son como consejos. Éstos, en tiempo de guerra, eligen un capitán, a quien toda una nación o provincia obedece. En tiempo de paz, cada pueblo o congregación se rige por sí, y tiene algunos principalejos a quienes respeta el vulgo; y cuando mucho, júntanse algunos de éstos en negocios que les parecen de importancia, a ver lo que les conviene.
El tercer género de gobierno es totalmente bárbaro, y son indios sin ley, ni rey, ni asiento, sino que andan a manadas como fieras y salvajes. Cuanto yo he podido comprender, los primeros moradores de estas Indias, fueron de este género como lo son hoy día gran parte de los brasiles, y los chiriguanas y chunchos, e yscaycingas y pilcozones y la mayor parte de los floridos, y en la Nueva España todos los chichimecos. De este género por industria y saber de algunos principales de ellos, se hizo el otro gobierno de comunidades y behetrías, donde hay alguna más orden y asiento, como son hoy día los Arauco y Tucapel en Chile y lo eran en el Nuevo Reino de Granada, los moscas y en la Nueva España algunos otomites, y en todos los tales se halla menos fiereza y más razón. De este género, por la valentía y saber de algunos excelentes hombres, resultó el otro gobierno más poderoso y próvido de reino y monarquía que hallamos en México y en el Perú (Acosta, 1962: 304 305: VI:19). El texto, que hemos reproducido íntegramente, ofrece dos partes: en la primera se establece una tipología, mientras en la segunda se explica la secuencia evolutiva de los tres tipos antes descritos. La tipología de Acosta puede compararse, aunque posiblemente no exista relación directa, con el planteamiento de Bartolomé de Las Casas en los Tratados de 1552 53 (Alcina, 1985: 42). Efectivamente, Las Casas no es citado en ninguna ocasión a lo largo de la obra (O'Gorman, 1962: LXVIII), habiendo solamente una alusión.
Sin embargo, la división tripartita de Acosta se corresponde exactamente con la de Las Casas. El texto de Las Casas, que interesa para la comparación, dice así: en las escrituras profanas y sagradas se hallan tres maneras o linajes de bárbaros. La primera es, tomando el vocablo largamente, por cualquiera gente que tiene alguna extrañeza en sus opiniones o costumbres pero no les falta policía ni prudencia para regirse. La segunda especie es porque no tienen las lenguas aptas para que se puedan explicar por caracteres y letras como en algún tiempo lo eran los ingleses. La tercera especie de bárbaros son los que por sus perversas costumbres, rudeza de ingenio y brutal inclinación son como fieras silvestres que viven por los campos sin ciudades ni casas, sin policía ni leyes, sin ritos ni tractos. La división tripartita de ambos autores corresponde casi exactamente al sistema popularizado por Morgan (1946: 26 29) de: Salvajismo Barbarie Civilización. El Salvajismo en la expresión de Las Casas son como fieras silvestres mientras para Acosta son los verdaderos bárbaros. Acosta añade que los primeros habitantes del continente corresponderían a este nivel de desarrollo sociocultural, con lo que acierta plenamente en su notable interpretación. Las Casas dice de estas gentes que no tienen ciudades ni casas y Acosta que no tienen asiento, lo que viene a ser lo mismo. La etapa del Barbarismo en el sistema de Morgan es para Las Casas el que corresponde a aquellos que no tienen ningún sistema de escritura, mientras Acosta los designa con un término muy común en la época: el de behetrías.
Correspondiendo a esta etapa, habría que situar la que conocemos hoy como Jefaturas, Señoríos o Cacicazgos, y en relación con ella Acosta aporta interesantes detalles que cabría utilizar hoy para explicar algunos casos de cacicazgos incipientes o aparentes. Así, cuando dice: muchas naciones y gentes de indios no sufren reyes ni señores absolutos, sino viven en behetría, y solamente para ciertas cosas, mayormente guerra, crían capitanes y príncipes, a los cuales durante aquel ministerio obedecen, y después se vuelven a sus primeros oficios. De esta suerte se gobierna la mayor parte de este Nuevo Orbe, donde no hay reinos fundados ni repúblicas establecidas, ni príncipes o reyes perpetuos y conocidos, aunque hay algunos señores y principales, que son como caballeros aventajados al vulgo de los demás. De esta suerte pasa en toda la tierra de Chile, donde tantos años se han sustentado contra españoles los araucanos y los de Tucapel y otros. Así fue todo lo del Nuevo Reino de Granada y lo de Guatimala y las Islas y toda la Florida y Brasil y Luzón (Acosta, 1962: 293 94: VI 11). Aunque el solo comentario de este texto podría llevarnos a discutir aspectos de gran interés en relación con el problema de los cacicazgos en América, diremos solamente que la enumeración de lugares y pueblos es prácticamente una enumeración de las áreas en las que se han localizado jefaturas en América. El párrafo que ha sido citado por Fermín del Pino (1978) no sólo no merece un adecuado comentario por su parte, sino que, al hacer referencia a la temática aludida, pone al descubierto su personal carencia de un adecuado cuerpo teórico en relación a esta cuestión crucial para el evolucionismo contemporáneo y, en especial, para los desarrollos habidos a partir de Julian H.
Steward y Hermann Trimborn, con las aportaciones de Oberg, Service, Fried y tantos más (Alcina, Palop, 1985). Por último, la etapa de Civilización en el esquema de Morgan equivale en la terminología de Bartolomé de Las Casas al de las sociedades a las que no les falta policía, mientras que Acosta, mucho más explícito, los califica de Reinos. La idea del evolucionismo cultural está presente, pues, de manera muy evidente y clara en la obra capital del P. José de Acosta, lo que hay que considerar, como luego veremos, con un eslabón más que enlaza el evolucionismo clásico con el de la ciencia moderna de Vico, Hegel, etc. Aunque no es posible hacer un análisis detallado y una comparación minuciosa, debemos sin embargo hacer constar que doce años antes de haber escrito los textos que acabamos de comentar, el propio Acosta, en el Proemio de su De Procuranda Indorum salute había hecho una exposición igualmente evolucionista e igualmente tripartita, pero diferente a la de su Historia, en el sentido de considerar como un rasgo diferencial fundamental el del uso de la escritura. De las tres clases o categorías de sociedades la primera es la de aquellos que no se apartan de la recta razón y tienen república estable, leyes públicas, ciudades fortificadas, magistrados obedicidos, y lo que más importa, uso y conocimiento de las letras, y entre los ejemplos cita a los chinos, los japoneses y otras muchas provincias de la India oriental. En la segunda clase incluye los bárbaros, que aunque no llegaron a alcanzar el uso de la escritura, ni los conocimientos filosóficos o civiles, sin embargo tienen su república y magistrados ciertos y asientos o poblaciones estables, donde guardan manera de policía y orden de ejércitos y capitanes y finalmente alguna forma solemne de culto religioso.
En este nivel sitúa a los mexicanos y peruanos, que en cuanto a la escritura suplieron su falta con tanto ingenio y habilidad que conservan la memoria de sus historias, leyes, vidas y lo que más es, el cómputo de los tiempos y las cuentas y números. Estos forman imperios y después otros reinos y principados menores, cuales son comúnmente los de los caciques. Finalmente, en la tercera clase entran los salvajes, semejantes a fieras, que apenas tienen sentimiento humano; sin ley, sin rey, sin pactos, sin magistrados ni república (Acosta, 1954: 392 93). Cabría, pues, hacer un resumen comparativo de lo que venimos diciendo en la forma siguiente: Las Casas Acosta Acosta Morgan 1552-53 1576 1588 1877 con escritura con policía con república Reinos CIVILIZACIÓN con escritura y caciques behetrías BARBARIE silvestres salvajes bárbaros SALVAJISMO Como apuntaba hace años Angel Palerm (1974: 249), la rápida difusión de la Historia de Acosta en los medios intelectuales europeos, sugiere que en la base del pensamiento evolucionista que se reafirma en la Ilustración con Vico y Hegel, se halla buena parte del pensamiento español del siglo XVI, con figuras tan destacadas como Fray Bartolomé de Las Casas o el P. José de Acosta. Lo que se aprecia en otros campos de la ciencia moderna, según vamos a comentar enseguida, viene a confirmar esta hipótesis, referente exclusivamente al pensamiento etnológico. El indigenismo de Acosta Aunque el sentimiento indigenista en el P.
José de Acosta no adquiere el tono acusador y apocalíptico del P. Las Casas, sus ideas se enmarcan dentro de un cuadro muy parecido, como vamos a comprobar a continuación. Ya en el mismo Proemio al lector de la Historia Natural y Moral de las Indias el autor afirma que son muchas las obras que se han escrito hasta entonces sobre los hechos y sucesos de los españoles que han conquistado y poblado el Nuevo Mundo pero en cambio hasta agora no he visto libro cuyo argumento sea los hechos e historia de los mismos indios antiguos y naturales habitadores del Nuevo Orbe (Acosta, 1962: 13). Es así que, habiendo dedicado los cuatro primeros libros de su Historia al tratamiento de la naturaleza de las Indias, los otros tres libros los dedicará a la historia moral, que no es otra cosa que una descripción o estudio etnológico del mundo americano. De ahí gran parte de la modernidad del libro de Acosta, ya en 1590, pues pese al tiempo transcurrido desde el descubrimiento primero --1492-- y las conquistas de México y Perú --1519 y 1532-- ninguno de los libros más populares en Europa había tratado, de la manera en que enfrentaba el problema Acosta, el perfil natural y el perfil étnico del continente americano. En lo que se refiere al mundo indígena, Acosta se proponía destruir algunos de los muchos prejuicios que en aquel tiempo se habían difundido por Europa: Habiendo tratado lo que toca a la religión que usaban los indios, pretendo en este libro escrebir de sus costumbres y pulicia y gobierno, para dos fines.
El uno, deshacer la falsa opinión que comúnmente se tiene de ellos, como de gente bruta, y bestial y sin entendimiento, o tan corto que apenas merece ese nombre. Del cual engaño se sigue hacerles muchos y muy notables agravios, sirviéndose de ellos poco menos que de animales y despreciando cualquier género de respeto que se les tenga. Esta tan perjudicial opinión no ve medio con que pueda mejor deshacer, que con dar a entender el orden y modo de proceder que estos tenían cuando vivían en su ley; en la cual aunque tenían muchas cosas de bárbaros y sin fundamento, pero había también otras muchas dignas de admiración. Más como sin saber nada de esto entramos por la espada sin oílles ni entendelles, no nos parece que merecen reputación las cosas de los indios, sino como de caza habida en el monte y traída para nuestro servicio y antojo. Los hombres más curiosos y sabios que han penetrado y alcanzado sus secretos, su estilo y gobierno antiguo, muy de otra suerte lo juzgan, maravillándose que hubiese tanto orden y razón entre ellos (Acosta, 1962: 260 81: VI 1). Como puede apreciarse por el párrafo transcrito, el indigenismo de Acosta manifiesta con razones la valoración que le merecen las culturas indígenas --en especial la de los incas y aztecas--, a las que sitúa en un plano de relativa igualdad con otras culturas, haciendo de ello, como consideración final, la de que aquellas gentes podían aprender para igualarse en lo referente al conocimiento de Dios, con los propios conquistadores.
Ese es un planteamiento indigenista que no ha sido valorado frecuentemente, pero que constituye algo así como el origen del americanismo moderno, ya que el fundamento del conocimiento científico de las culturas indígenas hay que verlo precisamente entre sus cultivadores más conspicuos, como son Sahagún, Durán, Torquemada, etc., y el propio Acosta en uno de los primeros estudios comparativos que se han hecho en el mundo con referencia a las culturas indígenas de América. Pese a ser el indigenismo lascasiano más llamativo e influyente, el indigenismo de aquellos primeros americanistas constituye un más sólido fundamento de lo que puede ser el indigenismo del futuro. Un segundo aspecto del indigenismo del P. Acosta resulta más sorprendente que el primero, ya que tiene proyecciones políticas, indudablemente revolucionarias para la época en que se expusieron: El otro fin que puede conseguirse con la noticia de las leyes y costumbres y pulicia de los indios, es ayudarlos y regirlos por ellas mismas, pues en lo que no contradicen la ley de Cristo y de su Santa Iglesia, deben ser gobernados conforme a sus fueros, que son como sus leyes municipales, por cuya ignorancia se han cometido yerros de no poca importancia, no sabiendo los que juzgan ni los que rigen, por dónde han de juzgar y regir sus súbditos; que demás de ser agravio y sinrazón que se les hace, es en gran daño, por tenernos aborrecidos como a hombres que en todo, así en lo bueno como en lo malo, les somos y hemos siempre sido contrarios (Acosta, 1962: 281 VI 1).
En la introducción a una reciente edición de algunos Tratados de Las Casas (Alcina, 1985 b: 47 48) hemos puesto de manifiesto la posibilidad de considerar en algún sentido los planteamientos lascasianos no como indigenistas en el sentido clásico de la expresión, sino como de un indianismo primitivo en el que la idea fundamental del dominico en relación con el problema de las culturas indígenas era la de conservarlas en estado de preservación y aislamiento respecto de la española, de manera que estando incluidas en el organismo político que era el Imperio, y siendo sus habitantes indios, súbditos del emperador, se desenvolverían como entidades políticas independientes, con sus órganos de gobierno, según la tradición indígena. Ese mismo planteamiento indianista es el que apreciamos en el P. Acosta, quien propugna la aplicación de sus propias leyes, costumbres y policía, afirmando que deben ser gobernados conforme a sus fueros, que son como sus leyes municipales. Los recientes movimientos autonomistas indios, raras veces arrancan sus argumentos de estos planteamientos, porque raras veces se han destacado estas ideas de nuestros más brillantes pensadores.