La época de las ciudades-estado
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Datos principales
Rango
Anatolia
Desarrollo
En el largo período que va de comienzos del V a mediados del IV milenio, Anatolia experimenta un gradual desplazamiento demográfico hacia la franja norte -donde abundan metales y madera-, y un lento proceso de maduración urbana. A fines del milenio comenzará la utilización masiva del bronce y entonces, precisamente, se experimentarán los primeros contactos con la poderosa cultura urbana de la Mesopotamia Meridional . No obstante, no parece que las colonias y los puestos comerciales avanzados de Uruk en el Eúfrates -como el de Hassekhöyük-, ejercieran un influjo decisivo en la creación de las primeras ciudades. La Malatya de en torno al 3200, por ejemplo, situada en un lugar de paso privilegiado hacia la meseta interior, manifiesta en sus restos, conjuntamente, el perfeccionamiento del urbanismo indígena por un lado y la incorporación de técnicas -como el torno- y de experiencias meridionales complejas por otro -como la racionalización y el ordenamiento administrativos sugeridos por los almacenes y las abundantes "cretuallae" halladas en edificios públicos- que, sin embargo, no llegarían a introducir la primera escritura. Poco a poco, la economía del metal y los intercambios que de él se derivan ayudaron a realizar los avances decisivos que convertirían a la región, en la segunda mitad del III milenio, en el país de pequeñas ciudades-estado que las excavaciones nos permiten conocer. Desde sus ciudadelas fortificadas como la de Troya II, los reyes gobernaban sobre ciudades que repetían la tradición anatolia de la piedra, el adobe y la madera.
Y aunque su economía estuviera aún basada en la agricultura, desde sus tumbas nos hablan de sus riquezas y su pertenencia a un horizonte peculiar y distinto, el de Anatolia. A comienzos del año 1935, un grupo de estudiosos de la Sociedad Histórica Turca, dirigido por Hamit Zübeyr Kosay, descubrió en el corazón de la meseta, en Alacahöyük, las hoy famosas 13 tumbas reales cuyos ajuares, en opinión del exigente H. Frankfort, anuncian la aparición de las artes plásticas en Anatolia. Aunque entiendo que los orígenes del arte en la región se hunden mucho más atrás, no deja de ser cierto que las armas, joyas, recipientes, adornos, cerámicas o fragmentos de tejidos hallados en Alaca, nos hacen evidentes la madurez y el profundo sentido artístico de los artesanos de aquella ciudad. Según los datos estratigráficos, la necrópolis real de Alaca estuvo en uso durante dos siglos, entre los años 2300 y 2100 a. C.: pero la tipología de sus ajuares -salvo quizás en el caso de las estatuillas femeninas-, la técnica de construcción de las tumbas y los ritos funerarios resultan muy similares entre sí. Dobles o sencillas, las tumbas consistían en una gran fosa rectangular, de poca profundidad y paredes de piedra, que se cubría con una especie de tapa o cubierta de troncos. Sobre ésta y como víctimas rituales o del banquete funerario, se depositaban los cráneos y las patas de algunos bueyes. Una sencilla cubrición de tierra lo cerraba todo. En cierto modo, el aspecto final, era el de una especie de túmulo muy peculiar.
Entre los ajuares hallados por los arqueólogos turcos destacan recipientes de oro como jarritas, orzas, copas, cálices, jarros, tazones y cuencos. Su manufactura en oro -considerado ya entonces el príncipe de los metales nobles-, no parece tener secretos para los artesanos de Alaca. La decoración demuestra que poseían un conocimiento profundo de las técnicas más exigentes, como el batido de la lámina y su trabajo, el repujado, el acanalado por martilleo de la lámina y el grabado a cincel entre otras. Gracias a este buen saber, los recipientes aparecen con sorprendentes adornos de temas geométricos, círculos, cruces gamadas, líneas onduladas o con piedras más o menos valiosas engastadas, como la cornalina. Se trata de una artesanía muy distintiva en la que -salvo raros ecos del sur Mesopotámico y de la Transcaucasia rusa- resalta la personalidad anatolia. Del mismo modo, las joyas que adornaban a los príncipes difuntos, como las diademas caladas con o sin cintas de oro, los broches de alfiler para sujetar el manto, los collares, adornos para el cabello y, en fin, los cetros y las armas diversas encontradas como el célebre puñal de oro y hierro meteórico o el hacha de bronce y oro sugieren unas cortes de cuantiosos recursos económicos y, simultáneamente, culturas guerreras y sofisticadas. Entre los hallazgos habidos en las tumbas de Alaca merecen mención expresa cierta figuritas de animales -toros y ciervos especialmente-, y unos llamados estandartes o insignias con imágenes de supuestos discos solares, discos calados con animales, grupos de éstos en combinaciones diversas y una especie de sistros.
Realizados en bronce fundamentalmente, estas obras denuncian amplios conocimientos técnicos como el uso del molde y el fundido a la cera, el chapado en plata y la ataujía. Pero más que por su técnica -que como dice A. Blanco, denota una metalurgia tan desarrollada como la sumeria-, estas pequeñas piezas de bronce nos llaman la atención por su extraña apariencia. Fundidas con su peana en un solo bloque, figuritas y estandartes parecían haber estado fijados en su día a un soporte perdido. ¿Qué significado tenían esos ciervos estilizados de grandes cornamentas, osos, toros de necesario paralelo en el Kurgan de Maykop, esas abigarradas insignias que mezclan el sol con el toro, los ciervos, los felinos, el onagro, las esvásticas y sauvásticas intencionadamente alternadas en la misma pieza o las aves? Algunos paralelos con las mismas y otras épocas y regiones, en especial al otro lado del Cáucaso, sugieren que podrían haber coronado baldaquinos, lechos rituales y funerarios, carros o, quizás, incluso figurar en el extremo de largas pértigas como símbolos de algo o alguien. Para un estudioso de la decoración animalística en toda Asia y la Europa del Este, Burchard Brentjes, los estandartes -de difícil significado en todo caso-, podrían haber servido como enseñas guerreras o tribales, sin excluir que ciertos temas como las esvásticas y las aves de presa, cabría vincularlos a un culto solar. En tal línea y en su estudio sobre el motivo del ciervo en el arte anatolio, P.
Crepon destaca que la mayoría de las figuras de los cérvidos de Alaca aparecen asociados con temas solares, como el famoso de la tumba Al 658 decorado con ataujía de plata, que traduce símbolos de evidente significado solar. Pero las tumbas de Alaca proporcionaron, también, objetos más sencillos de su cultura, entre los que cabe destacar la cerámica. Estudiada exhaustivamente por W. Orthmann, como toda la del bronce en la península, la céramica se inscribe en la corriente propia de Anatolia por su amor a las superficies de engobe rojizo pulimentado, la decoración incisa que recuerda a las acanaladuras de los vasos de oro, los jarros de pico muy particular -los eternos Schnabelkanne de Anatolia- y, en menor número, la cerámica pintada con dibujos en rojo o marrón sobre fondo claro. Alaca y las tumbas de otro yacimiento no lejano, Horoztepe, con sus figuritas femeninas en bronce decoradas con plata u oro a veces, o el arte de lugares como Mahmatlar, Korucutepe, Eskiyapar, el Kültepe preasirio y Hasanoglu entre muchos posibles, nos hablan de los reyes y los pueblos de esta época, pero ¿quiénes eran en realidad? La población de la meseta parece haber estado entonces constituida, en lo fundamental, por el pueblo hatti, gentes a las que podemos llamar autóctonos -con toda la lasitud que se quiera, claro está-, que hablaba una lengua asiánica, y que, mezclados a los indoeuropeos, les prestaron mitos, creencias y nombre a su mejor realización, el imperio hitita .
Los reyes hattis y su cultura no estuvieron aislados, sino que recibieron influencias muy dispares. De hecho, el túmulo o ciertos ritos y temas de sus tumbas los enlazan con la tradición de los kurganes de la estepa. Y es manifiesto el contacto con Siria y Mesopotamia. Pero la personalidad anatolia y las raíces en la vieja tradición no fueron anuladas, ni siquiera debilitadas. Y pese a sus relaciones lejanas, el arte de Alaca no es una derivación, ni su sentimiento religioso manifestado en las necrópolis tampoco. En las tumbas de sus reyes, como H. Zübeyr Kosay pudo comprobar, Anatolia vivía su pasado remoto, el agitado presente y su futuro esplendoroso. Los monarcas hattis y sus pueblos mantuvieron un cierto contacto comercial con las gentes de la Mesopotamia Meridional, porque las materias primas anatólicas eran esenciales para las culturas del sur. Algunos textos tardíos hablan de comerciantes enviados por los reyes de Acad a la ciudad de Burushattum y, de hecho, en el Tell Brak acadio se encontrarían objetos y pruebas de intercambio con Anatolia. Pero el roce no decidió una evolución determinada, ya que desde siglos atrás Anatolia avanzaba por sí misma.
Y aunque su economía estuviera aún basada en la agricultura, desde sus tumbas nos hablan de sus riquezas y su pertenencia a un horizonte peculiar y distinto, el de Anatolia. A comienzos del año 1935, un grupo de estudiosos de la Sociedad Histórica Turca, dirigido por Hamit Zübeyr Kosay, descubrió en el corazón de la meseta, en Alacahöyük, las hoy famosas 13 tumbas reales cuyos ajuares, en opinión del exigente H. Frankfort, anuncian la aparición de las artes plásticas en Anatolia. Aunque entiendo que los orígenes del arte en la región se hunden mucho más atrás, no deja de ser cierto que las armas, joyas, recipientes, adornos, cerámicas o fragmentos de tejidos hallados en Alaca, nos hacen evidentes la madurez y el profundo sentido artístico de los artesanos de aquella ciudad. Según los datos estratigráficos, la necrópolis real de Alaca estuvo en uso durante dos siglos, entre los años 2300 y 2100 a. C.: pero la tipología de sus ajuares -salvo quizás en el caso de las estatuillas femeninas-, la técnica de construcción de las tumbas y los ritos funerarios resultan muy similares entre sí. Dobles o sencillas, las tumbas consistían en una gran fosa rectangular, de poca profundidad y paredes de piedra, que se cubría con una especie de tapa o cubierta de troncos. Sobre ésta y como víctimas rituales o del banquete funerario, se depositaban los cráneos y las patas de algunos bueyes. Una sencilla cubrición de tierra lo cerraba todo. En cierto modo, el aspecto final, era el de una especie de túmulo muy peculiar.
Entre los ajuares hallados por los arqueólogos turcos destacan recipientes de oro como jarritas, orzas, copas, cálices, jarros, tazones y cuencos. Su manufactura en oro -considerado ya entonces el príncipe de los metales nobles-, no parece tener secretos para los artesanos de Alaca. La decoración demuestra que poseían un conocimiento profundo de las técnicas más exigentes, como el batido de la lámina y su trabajo, el repujado, el acanalado por martilleo de la lámina y el grabado a cincel entre otras. Gracias a este buen saber, los recipientes aparecen con sorprendentes adornos de temas geométricos, círculos, cruces gamadas, líneas onduladas o con piedras más o menos valiosas engastadas, como la cornalina. Se trata de una artesanía muy distintiva en la que -salvo raros ecos del sur Mesopotámico y de la Transcaucasia rusa- resalta la personalidad anatolia. Del mismo modo, las joyas que adornaban a los príncipes difuntos, como las diademas caladas con o sin cintas de oro, los broches de alfiler para sujetar el manto, los collares, adornos para el cabello y, en fin, los cetros y las armas diversas encontradas como el célebre puñal de oro y hierro meteórico o el hacha de bronce y oro sugieren unas cortes de cuantiosos recursos económicos y, simultáneamente, culturas guerreras y sofisticadas. Entre los hallazgos habidos en las tumbas de Alaca merecen mención expresa cierta figuritas de animales -toros y ciervos especialmente-, y unos llamados estandartes o insignias con imágenes de supuestos discos solares, discos calados con animales, grupos de éstos en combinaciones diversas y una especie de sistros.
Realizados en bronce fundamentalmente, estas obras denuncian amplios conocimientos técnicos como el uso del molde y el fundido a la cera, el chapado en plata y la ataujía. Pero más que por su técnica -que como dice A. Blanco, denota una metalurgia tan desarrollada como la sumeria-, estas pequeñas piezas de bronce nos llaman la atención por su extraña apariencia. Fundidas con su peana en un solo bloque, figuritas y estandartes parecían haber estado fijados en su día a un soporte perdido. ¿Qué significado tenían esos ciervos estilizados de grandes cornamentas, osos, toros de necesario paralelo en el Kurgan de Maykop, esas abigarradas insignias que mezclan el sol con el toro, los ciervos, los felinos, el onagro, las esvásticas y sauvásticas intencionadamente alternadas en la misma pieza o las aves? Algunos paralelos con las mismas y otras épocas y regiones, en especial al otro lado del Cáucaso, sugieren que podrían haber coronado baldaquinos, lechos rituales y funerarios, carros o, quizás, incluso figurar en el extremo de largas pértigas como símbolos de algo o alguien. Para un estudioso de la decoración animalística en toda Asia y la Europa del Este, Burchard Brentjes, los estandartes -de difícil significado en todo caso-, podrían haber servido como enseñas guerreras o tribales, sin excluir que ciertos temas como las esvásticas y las aves de presa, cabría vincularlos a un culto solar. En tal línea y en su estudio sobre el motivo del ciervo en el arte anatolio, P.
Crepon destaca que la mayoría de las figuras de los cérvidos de Alaca aparecen asociados con temas solares, como el famoso de la tumba Al 658 decorado con ataujía de plata, que traduce símbolos de evidente significado solar. Pero las tumbas de Alaca proporcionaron, también, objetos más sencillos de su cultura, entre los que cabe destacar la cerámica. Estudiada exhaustivamente por W. Orthmann, como toda la del bronce en la península, la céramica se inscribe en la corriente propia de Anatolia por su amor a las superficies de engobe rojizo pulimentado, la decoración incisa que recuerda a las acanaladuras de los vasos de oro, los jarros de pico muy particular -los eternos Schnabelkanne de Anatolia- y, en menor número, la cerámica pintada con dibujos en rojo o marrón sobre fondo claro. Alaca y las tumbas de otro yacimiento no lejano, Horoztepe, con sus figuritas femeninas en bronce decoradas con plata u oro a veces, o el arte de lugares como Mahmatlar, Korucutepe, Eskiyapar, el Kültepe preasirio y Hasanoglu entre muchos posibles, nos hablan de los reyes y los pueblos de esta época, pero ¿quiénes eran en realidad? La población de la meseta parece haber estado entonces constituida, en lo fundamental, por el pueblo hatti, gentes a las que podemos llamar autóctonos -con toda la lasitud que se quiera, claro está-, que hablaba una lengua asiánica, y que, mezclados a los indoeuropeos, les prestaron mitos, creencias y nombre a su mejor realización, el imperio hitita .
Los reyes hattis y su cultura no estuvieron aislados, sino que recibieron influencias muy dispares. De hecho, el túmulo o ciertos ritos y temas de sus tumbas los enlazan con la tradición de los kurganes de la estepa. Y es manifiesto el contacto con Siria y Mesopotamia. Pero la personalidad anatolia y las raíces en la vieja tradición no fueron anuladas, ni siquiera debilitadas. Y pese a sus relaciones lejanas, el arte de Alaca no es una derivación, ni su sentimiento religioso manifestado en las necrópolis tampoco. En las tumbas de sus reyes, como H. Zübeyr Kosay pudo comprobar, Anatolia vivía su pasado remoto, el agitado presente y su futuro esplendoroso. Los monarcas hattis y sus pueblos mantuvieron un cierto contacto comercial con las gentes de la Mesopotamia Meridional, porque las materias primas anatólicas eran esenciales para las culturas del sur. Algunos textos tardíos hablan de comerciantes enviados por los reyes de Acad a la ciudad de Burushattum y, de hecho, en el Tell Brak acadio se encontrarían objetos y pruebas de intercambio con Anatolia. Pero el roce no decidió una evolución determinada, ya que desde siglos atrás Anatolia avanzaba por sí misma.