La desnazificación
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Ciertamente, tanto las sentencias del Tribunal de Nüremberg como el procedimiento procesal empleado merecían la desaprobación del pueblo alemán, aunque no es menos cierto que cundió cierto alivio ante el agobio de la liquidación de una de las deudas de guerra más penosas. Un país destruido por la contienda obligaba de nuevo a su población a pagar con su vida, con su trabajo y sacrificio la recuperación de su patria a través del dominio impuesto por las potencias de ocupación. Los tres objetivos prioritarios que conforman el plan conjunto de ocupación alemana por parte de los vencedores era, como ya se ha indicado, la desmilitarización. Las dos primeras eran interpretadas por los ocupantes como "conditio sine qua non" para la última, aunque la manera de entender el proceso y la misma definición del objetivo provocaba diferencias que resultaron insalvables a la hora de pactar un Tratado de Paz. Las posiciones antagónicas de los aliados con respecto al problema alemán también afectaban a la interpretación del proceso desnazificador. Para los rusos debía proseguirse la desnazificación mediante una postura intervención política estrecha a partir de una reconstrucción industrial que sirviese ante todo para el pago de las reparaciones. Americanos e ingleses, por el contrario, se inclinaban por una interrupción definitiva de las depuraciones como primer paso para la celebración de unas elecciones libres y la formación de un Gobierno provisional en el que todas las tendencias del pueblo se hallasen representadas.
De esta forma -interpretaban- la reconstrucción económica de país sería al mismo tiempo base de estabilidad para la democracia y muro de contención tanto para la ideología como para la potencia soviética. La desnazificación, por tanto, teóricamente se presentaba como un proceso de reeducación que permitiera borrar las consecuencias nefastas de la educación y de la cultura nacionalsocialistas tanto sobre las personas como sobre las instituciones alemanas. Dominaba así la idea y el sentido de futuro sobre la preocupación del castigo y el hundimiento. Ello exigía, naturalmente, una política doble, una vez resueltas las diferencias entre los vencedores: la que realizaran los vencedores, una política aliada de castigo para los responsables de la guerra y de las atrocidades nazis, bien a título individual o colectivo: el Gobierno del Reich, grupos criminales, el Estado Mayor, las SA, las SS y la Gestapo, la disolución de la Wehrmacht, la prohibición del partido nacional-socialista y la que tanto los vencedores como aquellos alemanes que habían mantenido su antinazismo a lo largo del período, frecuentemente con peligro de sus propias vidas, pensaban ineludible pare la urgente y trascendental necesidad de una democratización de la sociedad. En esta segunda gestión, más proclive, repetimos, desde el punto de vista teórico, a la educación que al castigo o ajuste de cuentas se sucedieron las acciones más complejas y a veces contradictorias.
La primera necesidad partía de la urgencia de contar con hombres competentes para la gestión administrativa de la zona, y éstos con frecuencia, por convicción o por exigencia vital, habían colaborado con el régimen nazi. Por otra parte, al menos en el sector occidental, se pensó en la desnazificación como una etapa breve, un importante, pero rápido paso hacia la normalidad, que contrastaba en la práctica con una de las directrices de los aliados occidentales recién victoriosos: Alemania no será ocupada con fines liberadores, sino como nación enemiga y derrotada. Por todo ello el proceso desnazificador debe ser contemplado como un problema complejo, de más exigencia y dureza a lo largo de 1945 y 1946, variable según los vencedores que lo instrumentan, de rigor desigual según el entorno concreto y de acuerdo con la capacidad de objetivación de aquellos alemanes que fueron señalados por los aliados como responsables político-administrativos del mismo proceso. Americanos y británicos enfrentaron el asunto de forma lenta, pero metódica. Precisamente en la zona ocupada por los ingleses al terminar en 1948 el proceso de desnazificación se habían examinado más de dos millones de casos. Rusos y franceses, por el contrario, desde sus conocidas políticas opuestas, se concentraron en los grandes culpables, olvidando de modo general la preocupación o castigo para los menos significativos. Stalin , por ejemplo, que en principio desconfiaba de los alemanes, estuvo dispuesto a dar oportunidad, sin contar con su pasado, a hombres dispuestos a cumplir estrictamente las instrucciones.
En general puede concluirse que la purga y control alemanes fueron más duraderos y drásticos. Llevó mucho tiempo encontrar a algunos criminales de guerra y todavía más localizar testigos supervivientes que aportasen la evidencia precisa en los juicios. En el caso concreto del juicio a los responsables del campo de concentración de Auschwitz, uno de los más importantes por su dureza y por su simbología, el juicio sólo pudo dar comienzo en 1963. La dificultad, como Grosser recuerda, estribaba también y ello es muy importante, en el nuevo papel exigido tanto a la administración de justicia como a la misma policía. Muy pocos podían considerarse limpios de una colaboración con el nazismo, y, aunque en algunos casos provocó la mayor dureza como forma de justificación de un pasado, de forma general generaba posturas y fallos suaves y de escasa pena. Al menos en Austria, donde el nazismo había arraigado y se hallaba bastante extendido, de unos 10.000 juicios solamente 35 acabaron en pena de muerte. La desnazificación, finalmente, se hallaba condicionada por la opinión pública internacional. La demanda de una política justiciera, de exigencia de castigo ejemplar y, lo que es peor, la consideración de todos los alemanes como culpables en el mismo instante de la derrota recibió nuevos impulsos en los países aliados cuando se tuvo conciencia del horror de los campos de exterminio descubiertos en las últimas semanas de la guerra.
Y el problema crecía, porque, aunque responsables directos, criminales de guerra estrictos eran de hecho pocos, el partido nazi alemán había llegado a contar con ocho millones de miembros; incluía a la mayoría de altos funcionarios y a la élite de los negocios y el mundo intelectual. ¿Cómo responder, cómo conjuntar una política de castigo y la urgencia de una colaboración que evitase el estancamiento de las instituciones? Las tareas de reeducación y de ordenación legal de la nueva sociedad superaban el papel de los ejércitos vencedores, para los que la pura desnazificación era insuficiente. El proceso desnazificador logró sólo un moderado éxito. Se acumularon anomalías, se interpretaron las posturas vencedoras exclusivamente como venganza, se notaban las excesivas diferencias de dureza y control entre el funcionario menor duramente castigado y su superior, que apenas quedaba señalado con una simbólica multa; se daba el contraste habitual entre el responsable desaparecido y emigrado a unos países y el escarmiento ejemplar en medios de convivencia más reducidos donde el momento pudo aprovecharse como solución a enfrentamientos y revanchas familiares y locales. Con todo, y una vez superados los primeros momentos de exaltación victoriosa y de humillación por la derrota, la desanzificación debía dar paso al proceso reeducador. Los aliados pronto se dieron cuenta de que gobernar y organizar los servicios esenciales para la reconstrucción de la vida en Alemania exigía servirse de especialistas y administradores que no podían ser otros que los anteriores a la guerra, los cuales necesariamente debieron colaborar con el nazismo, algunos hasta en puestos de relevancia.
Se hizo igualmente necesario el surgimiento de la vida cultural alemana destruida durante años por la más severa censura. Aquí volvía a chocar la exigencia de desnazificación y la necesidad de personal apto para reconstruir escuelas, colegios, sociedades culturales, etcétera, para lo que no bastaban los pocos elementos improvisados existentes. Poco a poco en las zonas occidentales se abren escuelas, y algunas universidades renuevan sus tareas, siendo preferidos los estudios de medicina y otras profesiones más útiles y urgentes para la reconstrucción. Se publican periódicos bajo la censura de las autoridades militares, que también imprimen los propios desde el principio de la ocupación. Aparecen algunos libros, aunque no se admite la importación de los extranjeros. Desde luego, uno de los medios más utlizados para la educación fueron las conferencias por radio y, a los pocos meses, la apertura de teatros y cines. Dentro de este renacimiento posbélico el papel de la Iglesia ocupa un lugar preferente, sobre todo porque volcó su esfuerzo, aparte de la práctica de la beneficencia más arriba señalada, en la educación y dirección de la niñez y juventud. Al año de la capitulación, desde la primavera de 1946, comienza a notarse una transformación global en la vida alemana. Comienza a recobrarse la población y, pese a que el país continuaba sin fronteras, tanto estadística como fehacientemente, se va notando cómo la vida económica y las condiciones de existencia empiezan una reanimación creciente.
De esta forma -interpretaban- la reconstrucción económica de país sería al mismo tiempo base de estabilidad para la democracia y muro de contención tanto para la ideología como para la potencia soviética. La desnazificación, por tanto, teóricamente se presentaba como un proceso de reeducación que permitiera borrar las consecuencias nefastas de la educación y de la cultura nacionalsocialistas tanto sobre las personas como sobre las instituciones alemanas. Dominaba así la idea y el sentido de futuro sobre la preocupación del castigo y el hundimiento. Ello exigía, naturalmente, una política doble, una vez resueltas las diferencias entre los vencedores: la que realizaran los vencedores, una política aliada de castigo para los responsables de la guerra y de las atrocidades nazis, bien a título individual o colectivo: el Gobierno del Reich, grupos criminales, el Estado Mayor, las SA, las SS y la Gestapo, la disolución de la Wehrmacht, la prohibición del partido nacional-socialista y la que tanto los vencedores como aquellos alemanes que habían mantenido su antinazismo a lo largo del período, frecuentemente con peligro de sus propias vidas, pensaban ineludible pare la urgente y trascendental necesidad de una democratización de la sociedad. En esta segunda gestión, más proclive, repetimos, desde el punto de vista teórico, a la educación que al castigo o ajuste de cuentas se sucedieron las acciones más complejas y a veces contradictorias.
La primera necesidad partía de la urgencia de contar con hombres competentes para la gestión administrativa de la zona, y éstos con frecuencia, por convicción o por exigencia vital, habían colaborado con el régimen nazi. Por otra parte, al menos en el sector occidental, se pensó en la desnazificación como una etapa breve, un importante, pero rápido paso hacia la normalidad, que contrastaba en la práctica con una de las directrices de los aliados occidentales recién victoriosos: Alemania no será ocupada con fines liberadores, sino como nación enemiga y derrotada. Por todo ello el proceso desnazificador debe ser contemplado como un problema complejo, de más exigencia y dureza a lo largo de 1945 y 1946, variable según los vencedores que lo instrumentan, de rigor desigual según el entorno concreto y de acuerdo con la capacidad de objetivación de aquellos alemanes que fueron señalados por los aliados como responsables político-administrativos del mismo proceso. Americanos y británicos enfrentaron el asunto de forma lenta, pero metódica. Precisamente en la zona ocupada por los ingleses al terminar en 1948 el proceso de desnazificación se habían examinado más de dos millones de casos. Rusos y franceses, por el contrario, desde sus conocidas políticas opuestas, se concentraron en los grandes culpables, olvidando de modo general la preocupación o castigo para los menos significativos. Stalin , por ejemplo, que en principio desconfiaba de los alemanes, estuvo dispuesto a dar oportunidad, sin contar con su pasado, a hombres dispuestos a cumplir estrictamente las instrucciones.
En general puede concluirse que la purga y control alemanes fueron más duraderos y drásticos. Llevó mucho tiempo encontrar a algunos criminales de guerra y todavía más localizar testigos supervivientes que aportasen la evidencia precisa en los juicios. En el caso concreto del juicio a los responsables del campo de concentración de Auschwitz, uno de los más importantes por su dureza y por su simbología, el juicio sólo pudo dar comienzo en 1963. La dificultad, como Grosser recuerda, estribaba también y ello es muy importante, en el nuevo papel exigido tanto a la administración de justicia como a la misma policía. Muy pocos podían considerarse limpios de una colaboración con el nazismo, y, aunque en algunos casos provocó la mayor dureza como forma de justificación de un pasado, de forma general generaba posturas y fallos suaves y de escasa pena. Al menos en Austria, donde el nazismo había arraigado y se hallaba bastante extendido, de unos 10.000 juicios solamente 35 acabaron en pena de muerte. La desnazificación, finalmente, se hallaba condicionada por la opinión pública internacional. La demanda de una política justiciera, de exigencia de castigo ejemplar y, lo que es peor, la consideración de todos los alemanes como culpables en el mismo instante de la derrota recibió nuevos impulsos en los países aliados cuando se tuvo conciencia del horror de los campos de exterminio descubiertos en las últimas semanas de la guerra.
Y el problema crecía, porque, aunque responsables directos, criminales de guerra estrictos eran de hecho pocos, el partido nazi alemán había llegado a contar con ocho millones de miembros; incluía a la mayoría de altos funcionarios y a la élite de los negocios y el mundo intelectual. ¿Cómo responder, cómo conjuntar una política de castigo y la urgencia de una colaboración que evitase el estancamiento de las instituciones? Las tareas de reeducación y de ordenación legal de la nueva sociedad superaban el papel de los ejércitos vencedores, para los que la pura desnazificación era insuficiente. El proceso desnazificador logró sólo un moderado éxito. Se acumularon anomalías, se interpretaron las posturas vencedoras exclusivamente como venganza, se notaban las excesivas diferencias de dureza y control entre el funcionario menor duramente castigado y su superior, que apenas quedaba señalado con una simbólica multa; se daba el contraste habitual entre el responsable desaparecido y emigrado a unos países y el escarmiento ejemplar en medios de convivencia más reducidos donde el momento pudo aprovecharse como solución a enfrentamientos y revanchas familiares y locales. Con todo, y una vez superados los primeros momentos de exaltación victoriosa y de humillación por la derrota, la desanzificación debía dar paso al proceso reeducador. Los aliados pronto se dieron cuenta de que gobernar y organizar los servicios esenciales para la reconstrucción de la vida en Alemania exigía servirse de especialistas y administradores que no podían ser otros que los anteriores a la guerra, los cuales necesariamente debieron colaborar con el nazismo, algunos hasta en puestos de relevancia.
Se hizo igualmente necesario el surgimiento de la vida cultural alemana destruida durante años por la más severa censura. Aquí volvía a chocar la exigencia de desnazificación y la necesidad de personal apto para reconstruir escuelas, colegios, sociedades culturales, etcétera, para lo que no bastaban los pocos elementos improvisados existentes. Poco a poco en las zonas occidentales se abren escuelas, y algunas universidades renuevan sus tareas, siendo preferidos los estudios de medicina y otras profesiones más útiles y urgentes para la reconstrucción. Se publican periódicos bajo la censura de las autoridades militares, que también imprimen los propios desde el principio de la ocupación. Aparecen algunos libros, aunque no se admite la importación de los extranjeros. Desde luego, uno de los medios más utlizados para la educación fueron las conferencias por radio y, a los pocos meses, la apertura de teatros y cines. Dentro de este renacimiento posbélico el papel de la Iglesia ocupa un lugar preferente, sobre todo porque volcó su esfuerzo, aparte de la práctica de la beneficencia más arriba señalada, en la educación y dirección de la niñez y juventud. Al año de la capitulación, desde la primavera de 1946, comienza a notarse una transformación global en la vida alemana. Comienza a recobrarse la población y, pese a que el país continuaba sin fronteras, tanto estadística como fehacientemente, se va notando cómo la vida económica y las condiciones de existencia empiezan una reanimación creciente.