La caballería del tecuitli
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Datos principales
Desarrollo
La caballería del tecuitli Para ser tecuitli, que es el mayor título y dignidad después de los reyes, no se admiten sino hijos de señores. Tres años y más tiempo antes de recibir el hábito de esta caballería, convidaba a la fiesta a todos sus parientes y amigos, y a los señores y tecuitles de la comarca. Venían, y juntos miraban que el día de la fiesta fuese de buen signo, por no comenzarla con escrúpulo. Acompañaban al caballero novel todos los del pueblo hasta el templo grande del dios Camaxtle, que era el mayor ídolo de las repúblicas. Los señores, los amigos y parientes que estaban convidados lo subían por las gradas del altar, se hincaban todos de rodillas delante del ídolo, y el caballero estaba muy devoto, humilde y paciente. Salía luego el sacerdote mayor, y con un aguzado hueso de tigre, o con una uña de águila, le horadaba las narices, entre cuero y ternillas, de pequeños agujeros, y le metía en ellos unas piedrecillas de azabache negro, y no de otro color; le hacía tras esto grandes vejaciones, injuriándole mucho de palabras y obras, hasta desnudarlo en cueros, salvo lo deshonesto. El caballero se iba entonces así desnudo a una sala del templo, y comenzaba a velar las armas, se sentaba en el suelo, y allí se estaba rezando. Comían los convidados con mucho regocijo; pero al acabar, se iban sin hablarle. Cuando anochecía le traían algunos sacerdotes unas mantas groseras y viles para que se las pusiese; una estera y un tajoncillo por almohada, en que se recostase, y otro por silla para sentarse; le traían tinta con que se tiznase, púas de metal con que punzase las orejas, brazos y piernas; un brasero y resina para incensar a los ídolos; y si había gente con él, la echaban fuera y no le dejaban más de tres hombres, soldados viejos y diestros en la guerra, para que le instruyesen y tuviesen en vela.
No dormía en cuatro días sino algunos ratillos, y éstos sentado; pues los soldados le despertaban picándole con púas de metal. Cada medianoche sahumaba los ídolos y les ofrecía gotas de sangre que sacaba de su cuerpo. Andaba todo el patio y templo una vuelta alrededor, cavaba en cuatro partes iguales y allí enterraba papel, copalli y cañas con sangre de sus orejas, manos, pies y lengua. Tras esto comía; que hasta entonces no se desmayaba. Era la comida cuatro bollitos o buñuelos de maíz y una copa de agua. Alguno de estos caballeros no probaba bocado en cuatro días. Acabados estos cuatro días, pedía licencia a los sacerdotes para ir a cumplir su profesión a otros templos; pues a su casa no podía, ni llegar a su mujer, aunque la tuviese, durante el tiempo de la penitencia. Al cabo del año, y de allí en adelante, cuando quería salir, aguardaba a un día de buen signo para que saliese con buen pie, como había entrado, El día que había de salir venían todos los que primero le honraron, y luego por la mañana le lavaban y limpiaban muy bien, y le volvían a llevar al templo de Camaxtle con mucha música, danzas y regocijo. Le subían hasta cerca del altar, le desnudaban las mantillas que traía, le ataban los cabellos al colodrillo con una tira de cuero encarnado, de la cual colgaban algunas plumas, lo cubrían con una fina manta, y encima de ellas le echaban otra manta riquísima, que era el hábito e insignia de tecuitli. Le ponían en la mano izquierda un arco, y en la derecha unas flechas.
Luego el sacerdote le hacía un razonamiento, del cual era lo más importante que mirase la orden de caballería que había tomado, y así como se diferenciaba en el hábito, traje y nombre, así se aventajase en condición, nobleza, liberalidad y otras virtudes y obras nuevas; que sustentase la religión, que defendiese la patria, que amparase a los suyos, que destruyese a los enemigos, que no fuese cobarde, y en la guerra que fuese como águila o tigre, pues por eso le agujereaba con sus uñas y huesos la nariz, que es lo más alto y señalado de la cara, donde está la vergüenza del hombre. Le daba tras esto otro nombre, y le despedía con una bendición. Los señores y convidados forasteros y naturales se sentaban a comer en el patio, y los ciudadanos tañían y cantaban conforme a la fiesta, y bailaban el netoteliztli. La comida estaba muy abastecida de toda clase de viandas, mucha caza y volatería; pues solamente de gallipavos se comían a placer mil y mil quinientos. No hay número de las codornices que allí se gastaban, ni de los conejos, liebres, venados, perrillos capados y cebones. También servían culebras, víboras y otras serpientes guisadas con mucho ají; cosa que parece increíble, pero es cierta. No quiero decir las muchas frutas, las guirnaldas de flores, los mazos de rosas y cañutos de flores que ponían en las mesas; pero digo que gentilmente se embriagaban con aquellos vinos. En fin, en semejantes fiestas no había pariente pobre. Daban a los señores tecuitles y principales convidados plumajes, mantas, tocas, zapatos, bezotes y orejeras de oro, plata o piedras de precio.
Esto era más o menos según la riqueza y ánimo del nuevo tecuitli, y conforme a las personas que se daba. También había grandes ofrendas al templo y a los sacerdotes. El tecuitli se ponía en los agujeros de la nariz que le hizo el sacerdote granillos de oro, perlitas, turquesas, esmeraldas y otras piedras preciosas; pues en aquello se conocían y diferenciaban de los demás los tales caballeros. En la guerra se ataban los cabellos a la coronilla. Era el primero en los votos, en los asientos y presentes; era el principal en los banquetes y fiestas, en la guerra y en la paz, y podía llevar tras de sí un banquillo para sentarse dondequiera que le agradase. Este título tenían Xicotencatl y Maxixca, que fue gran amigo de Cortés, y por eso eran capitanes y tan preminentes personas en Tlaxcallan y su tierra.
No dormía en cuatro días sino algunos ratillos, y éstos sentado; pues los soldados le despertaban picándole con púas de metal. Cada medianoche sahumaba los ídolos y les ofrecía gotas de sangre que sacaba de su cuerpo. Andaba todo el patio y templo una vuelta alrededor, cavaba en cuatro partes iguales y allí enterraba papel, copalli y cañas con sangre de sus orejas, manos, pies y lengua. Tras esto comía; que hasta entonces no se desmayaba. Era la comida cuatro bollitos o buñuelos de maíz y una copa de agua. Alguno de estos caballeros no probaba bocado en cuatro días. Acabados estos cuatro días, pedía licencia a los sacerdotes para ir a cumplir su profesión a otros templos; pues a su casa no podía, ni llegar a su mujer, aunque la tuviese, durante el tiempo de la penitencia. Al cabo del año, y de allí en adelante, cuando quería salir, aguardaba a un día de buen signo para que saliese con buen pie, como había entrado, El día que había de salir venían todos los que primero le honraron, y luego por la mañana le lavaban y limpiaban muy bien, y le volvían a llevar al templo de Camaxtle con mucha música, danzas y regocijo. Le subían hasta cerca del altar, le desnudaban las mantillas que traía, le ataban los cabellos al colodrillo con una tira de cuero encarnado, de la cual colgaban algunas plumas, lo cubrían con una fina manta, y encima de ellas le echaban otra manta riquísima, que era el hábito e insignia de tecuitli. Le ponían en la mano izquierda un arco, y en la derecha unas flechas.
Luego el sacerdote le hacía un razonamiento, del cual era lo más importante que mirase la orden de caballería que había tomado, y así como se diferenciaba en el hábito, traje y nombre, así se aventajase en condición, nobleza, liberalidad y otras virtudes y obras nuevas; que sustentase la religión, que defendiese la patria, que amparase a los suyos, que destruyese a los enemigos, que no fuese cobarde, y en la guerra que fuese como águila o tigre, pues por eso le agujereaba con sus uñas y huesos la nariz, que es lo más alto y señalado de la cara, donde está la vergüenza del hombre. Le daba tras esto otro nombre, y le despedía con una bendición. Los señores y convidados forasteros y naturales se sentaban a comer en el patio, y los ciudadanos tañían y cantaban conforme a la fiesta, y bailaban el netoteliztli. La comida estaba muy abastecida de toda clase de viandas, mucha caza y volatería; pues solamente de gallipavos se comían a placer mil y mil quinientos. No hay número de las codornices que allí se gastaban, ni de los conejos, liebres, venados, perrillos capados y cebones. También servían culebras, víboras y otras serpientes guisadas con mucho ají; cosa que parece increíble, pero es cierta. No quiero decir las muchas frutas, las guirnaldas de flores, los mazos de rosas y cañutos de flores que ponían en las mesas; pero digo que gentilmente se embriagaban con aquellos vinos. En fin, en semejantes fiestas no había pariente pobre. Daban a los señores tecuitles y principales convidados plumajes, mantas, tocas, zapatos, bezotes y orejeras de oro, plata o piedras de precio.
Esto era más o menos según la riqueza y ánimo del nuevo tecuitli, y conforme a las personas que se daba. También había grandes ofrendas al templo y a los sacerdotes. El tecuitli se ponía en los agujeros de la nariz que le hizo el sacerdote granillos de oro, perlitas, turquesas, esmeraldas y otras piedras preciosas; pues en aquello se conocían y diferenciaban de los demás los tales caballeros. En la guerra se ataban los cabellos a la coronilla. Era el primero en los votos, en los asientos y presentes; era el principal en los banquetes y fiestas, en la guerra y en la paz, y podía llevar tras de sí un banquillo para sentarse dondequiera que le agradase. Este título tenían Xicotencatl y Maxixca, que fue gran amigo de Cortés, y por eso eran capitanes y tan preminentes personas en Tlaxcallan y su tierra.