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Datos principales


Desarrollo


A la muerte del cardenal infante don Fernando en 1641, fue nombrado como sucesor en el cargo de capitán general de Flandes don Francisco de Melo, portugués que, al sobrevenir el levantamiento de su país de origen, en 1640, se mantuvo fiel al rey de España. Don Francisco de Melo inauguró su mando militar con éxitos como la ruptura de las defensas de Aire-sur-le-Lys, y poco más tarde volvió a batir a los franceses en Hannecourt, donde, además, capturó 3.000 prisioneros y varios cañones. Posteriormente Francisco de Melo invadió Francia por la frontera de Luxemburgo y se dispuso a sitiar Rocroi, pueblo defendido por una pequeña guarnición que no podía representar nin un problema. Melo se comió demasiado y nada más llegar ante Rocroi, no efectuó demasiadas circunvalaciones de sitio y se dispuso a entrar en la villa, calculo que le falló porque los franceses, por uno de esos frecuentes achaques de la fortuna, tuvieron aviso a las intenciones de Melo y enfilaron a toda prisa el camino de Rocroi, para desembocar en el valle por el lado contrario que no estaba guardado. Esto obligó a Melo a replantearse la maniobra y dar vuelta al ejército, que paso a estar de espaldas contra la villa sitiada. El ejército francés estaba compuesto por una fuerza de 23.000 hombres (16.000 a pie y 7.000 a caballo), mientras que el español disponía de 19.000 a 20.000 hombres (18.000 a pie y de 1.000 a 2.000 a caballo). El 18 de mayo de 1643, a las 8 de la mañana, llegó la vanguardia de las fuerzas francesas al mando de Jean de Gassion.

Posteriormente llegó el duque d'Enghien con todo el grueso del ejército y lo puso en movimiento. Lo situó en el centro y dos alas, en dos líneas y una reserva. El ala derecha al mando de Gassion; la izquierda a las órdenes de François de L'Hopital y de Jacques d'Etampes, marques de La Ferté-Imbault, Espenau en el centro y Claude de Letoul, barón de Sirot, en la reserva. Por parte española, la disposición era parecida pero su frente algo más estrecho. El conde de Fontaines mandaba el centro, formado por cinco tercios; el duque de Alburquerque, la izquierda; el conde de Isembourg, la derecha. Unidades de mosqueteros cubrían los huecos entre los escuadrones de caballería, de forma que el frente aparecía compacto. Ambos ejércitos estaban separados unos 900 metros. A las cuatro de la tarde comenzaron a disparar los 18 cañones de campaña de los españoles. Los 12 cañones franceses tardaron casi una hora en replicar. D'Enghien se incorporó entonces al mando del ala derecha, con Gassion a sus órdenes, mientras indicaba que el ala izquierda se limitara a sostener alguna escaramuza. Pero L'Hopital lanzó inesperadamente la caballería de La Ferté adelante, dejando el centro al descubierto. Isembourg, que esperaba ese momento, cargó con su caballería y puso la contraria en fuga. D'Enghien creyó llegado el desastre. Para postres, el ejército español se puso en movimiento, pero sólo era una rectificación de líneas; Melo desaprovecharía la ocasión ordenando a Isembourg que cesara el ataque.

Llegada la noche, los combates cesaron. En el campo francés, un desertor informó a D'Enghien que Melo esperaba recibir en breve al 6° Tercio, que completaba el destacamento de Flandes. Asimismo, supo que Melo había dispuesto una compañía de mosqueteros emboscados en una zona cercana. A las tres de la madrugada comenzó el ataque francés. D'Enghien mandó a Gassion con siete escuadrones a envolver el bosque por la derecha, mientras él lo hacía por la izquierda. El efecto de sorpresa fue total y la compañía de mosqueteros quedó desarticulada. Una hora después, D'Enghien y Gassion atacaron el ala izquierda española, lo que hizo que la primera línea se hundiera. Alburquerque se hizo fuerte en la segunda, pero ésta también cedió; entonces L'Hopital cometió el mismo error del día anterior: lanzó al galope la caballería al mando de La Ferté, quedando aquél al descubierto. La carga llego muy desunida a las líneas españolas. Mientras tanto, Isembourg, que estaba al acecho, se lanzó contra la caballería francesa, derrotándola. Treinta cañones españoles tiraban contra el centro francés, pero sólo Sirot se mantenía firme cuando todo parecía perdido para los franceses. Entonces D'Enghien suspendió la persecución de la caballería de Alburquerque y formó una columna que, pasó por detrás de la tercera línea española, para desplegarse y embestir contra la segunda línea del ala derecha, que estaba desprevenida y a la que derrotó. Melo se tuvo que refugiar en el centro.

Con la caballería española derrotada y huida, sólo quedaba en el campo de batalla los tercios formando el característico cuadro con las picas en ristre. D'Enghien dirigió la primera carga con un cuadro de tercios formado primero por los mosqueteros y después por las picas. Mientras los franceses avanzaban. De pronto, el conde de Fontaines, comandante de los tercios, levantó el bastón; las picas se inclinaron para dejar paso al tiro de los cañones que enviaban su carga mortífera contra los atacantes, que tuvieron que retirarse con graves pérdidas. Tres asaltos sucesivos de los franceses fracasaron ante aquella muralla humana, cuyas brechas se cubrieron continuamente, pero durante el tercer asalto, los cañones enmudecieron por falta de munición. Se inició el cuarto asalto con todo el ejército y los refuerzos de última hora, pero aquí caería el conde de Fontaines, con lo cual los oficiales que quedaron se vieron en la necesidad de pedir cuartel al francés. La batalla terminó a las nueve. El ejército español tuvo de 7.000 a 8.000 bajas y unos 6.000 prisioneros, en su mayoría heridos; perdió 18 cañones de campaña, 6 de batería, 10 pontones, unas 200 banderas, unos 50 estandartes y la paga de un mes. El Ejército francés tuvo 2.500 bajas. El duque D'Enghien mandó cuidar a los heridos sin distinción de bando. La resonancia de la batalla de Rocroi fue inmensa, tanto que, de allí en adelante, los franceses se hinchaban como pavos y pregonaban por todos los sitios que habían aniquilado a los legendarios tercios, lo cual no era del todo verdad, ya que aunque hubiera empezado la decadencia de nuestro imperio, el 10 de noviembre de Luis XIV todavía se llevaron una paliza de padre y muy señor mío por los mismos hombres que ya daban por muertos y enterrados en Rocroi.

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