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Desarrollo
RELACIÓN QUE ESCRIBIÓ FR. GASPAR DE CARVAJAL, FRAILE DE LA ORDEN DE SANTO DOMINGO DE GUZMÁN, DEL NUEVO DESCUBRIMIENTO DEL FAMOSO RÍO GRANDE QUE DESCUBRIÓ POR MUY GRAN VENTURA EL CAPITÁN FRANCISCO DE ORELLANA DESDE SU NACIMIENTO HASTA SALIR A LA MAR, CON CINCUENTA Y SIETE HOMBRES QUE TRAJO CONSIGO Y SE ECHÓ A SU VENTURA POR EL DICHO RÍO, Y POR EL NOMBRE DEL CAPITÁN QUE LE DESCUBRIÓ SE LLAMÓ EL RÍO DE ORELLANA Para que mejor se entienda todo el suceso desta jornada, se ha de presuponer que este Capitán Francisco de Orellana era Capitán y Teniente de Gobernador en la ciudad de Santiago la que él, en nombre de Su Majestad, pobló y conquistó a su costa, y de la Villa Nueva de Puerto Viejo, ques en las provincias del Perú; y por la mucha noticia que se tenía de una tierra donde se hacía canela, por servir a Su Majestad en el descubrimiento de la dicha canela, sabiendo que Gonzalo Pizarro, en nombre del Marqués, venía a gobernar a Quito y a la dicha tierra quel dicho Capitán tenía a cargo; y para ir al descubrimiento de la dicha tierra, fue a la villa de Quito, donde estaba el dicho Gonzalo Pizarro a le ver y meter en la posesión de la dicha tierra. Hecho esto, el dicho Capitán dijo al dicho Gonzalo Pizarro cómo quería ir con él en servicio de Su Majestad y llevar sus amigos y gastar su hacienda para mejor servir; y esto concertado, el dicho Capitán se volvió a retornar a la dicha tierra que a cargo tenía y a dejar en quietud y sosiego las dichas ciudad y villa, y para seguir la dicha jornada gastó sobre cuarenta mil pesos de oro en cosas necesarias, y, aderezado, se partió para la Villa de Quito, donde dejó al dicho Gonzalo Pizarro, y cuando llegó, le falló que era ya partido, de cuya causa el Capitán estuvo en alguna confusión de lo que había de hacer, y se determinó de pasar adelante y lo seguir (roto), aunque los vecinos de la tierra se lo estorbaban por haber de pasar por tierra muy belicosa y fragosa y que temían lo matasen, como habían hecho a otros que habían ido con muy gran copia de gente; pero no obstante esto, por servir a Su Majestad determinó con todo este riesgo de seguir tras el dicho Gobernador; y así, padeciendo muchos trabajos, así de hambres como de guerras, que los indios le daban, que por no llevar más de veinte y tres hombres muchas veces le ponían en tanto aprieto que pensaron ser perdidos y muertos en manos de ellos y con este trabajo caminó (roto) leguas desde el Quito, en el término de las cuales perdió cuanto llevaba, de manera que, cuando alcanzó al dicho Gonzalo Pizarro, no llevaba sino una espada y una rodela, y sus compañeros por el consiguiente y desta manera entró en la provincia de Motín, donde estaba el dicho Gonzalo Pizarro con su real, y allí se juntó con él y fue en demanda de la dicha canela; y aunque esto que he dicho hasta aquí no lo vi ni me hallé en ello, pero informeme de todos los que venían con el dicho Capitán, porque estaba yo con el dicho Gonzalo Pizarro y le vi entrar a él y sus compañeros de la manera que dicho tengo; pero lo que de aquí en adelante dijere será como testigo de vista y hombre a quien Dios quiso dar parte de un tan nuevo y nunca visto descubrimiento, como es este que adelante diré.
Después que el dicho Capitán llegó al dicho Gonzalo Pizarro, que era Gobernador, fue en persona a descubrir la canela, y no halló tierra ni disposición donde a Su Majestad pudiese hacer servicio, y así determinó de pasar adelante, y el dicho Capitán Orellana en su seguimiento con la demás gente, y alcanzó al dicho Gobernador en un pueblo que se llamaba Guema, que estaba en unas çabanas ciento treinta leguas de Quito, y allí se tornaron a juntar; y el dicho Gobernador, queriendo enviar por el río abajo a descubrir, hobo pareceres que no lo hiciese, porque no era cosa para seguir un río y dejar las çabanas que caen a las espaldas de la villa de Pasto y Popayán, en que había muchos caminos; y todavía el dicho Gobernador quiso seguir el dicho río, por el cual anduvimos veinte leguas, al cabo de las cuales hallamos unas poblaciones no grandes, y aquí determinó el dicho Gonzalo Pizarro se hiciese un barco para navegar el río de un cabo al otro por comida que ya aquel río tenía media legua de ancho; y aunque el dicho Capitán era de parecer que no se hiciese el dicho barco por algunos buenos respetos, sino que diesen vuelta a las dichas çabanas y siguiésemos los caminos que iban al dicho ya poblado, el dicho Gonzalo Pizarro no quiso sino que se pusiese en obra el dicho barco; y así, el Capitán Orellana visto esto, anduvo por todo el real sacando hierro para clavos y echando a cada uno la madera que había de traer, y desta manera y con el trabajo de todos se hizo el dicho barco, en el cual metió el dicho Gobernador Pizarro alguna ropa y indios dolientes y seguimos el río abajo otras cincuenta leguas, al cabo de las cuales se nos acabó el poblado y íbamos ya con muy gran necesidad y falta de comida, de cuya cabsa todos los compañeros iban muy descontentos y platicaban de se volver y no pasar adelante, porque se tenía noticia que había gran despoblado, y el Capitán Orellana, viendo lo que pasaba y la gran necesidad en que todos estaban, y que había perdido todo cuanto tenía, le pareció que no cumplía con su honra dar la vuelta sobre tanta pérdida, y así se fue al dicho Gobernador y le dijo cómo él determinaba de dejar lo poco que allí tenía y seguir río abajo, y que si la ventura le favoreciese en que cerca hallase poblado y comida con que todos se pudiesen remediar, que él se lo haría saber, y, que si viese que se tardaba, que no hiciese cuenta dél, y que, entre tanto, que se retrajese atrás donde hubiese comida, y, que allí le esperase tres o cuatro días, o el tiempo que le pareciese, y que si no viniese, que no hiciese cuenta dél; y con esto el dicho Gobernador le dijo que hiciese lo que le pareciese; y así, el Capitán Orellana tomó consigo cincuenta y siete hombres con los cuales se metió en el barco ya dicho y en ciertas canoas que a los indios se habían tomado, y comenzó a seguir su río abajo con propósito de luego dar la vuelta, si comida se hallase; lo cual salió al contrario de como todos pensábamos; porque no fallamos comida en doscientas leguas, ni nosotros la hallábamos, de cuya cabsa padecimos muy gran necesidad, como adelante se dirá; y así, íbamos caminando suplicando a Nuestro Señor tuviese por bien de nos encaminar en aquella jornada de manera que pudiésemos volver a nuestros compañeros.
El segundo día que salimos y nos apartamos de nuestros compañeros nos hubiésemos de perder en medio del río, porque el barco dio en un palo y sumiole una tabla, de manera que a no estar cerca de tierra acabáramos allí nuestra jornada; pero púsose luego remedio en sacarse de agua y ponerle un pedazo de tabla, y luego comenzamos nuestro camino con muy gran priesa; y como el río corría mucho andábamos a veinte y a veinte y cinco leguas, porque ya el río iba crecido y aumentando así, por cabsa de otros muchos ríos que entraban en él por la mano diestra hacia el sur. Caminamos tres días sin poblado ninguno. Viendo que nos habíamos alejado de donde nuestros compañeros habían quedado y que se nos había acabado lo poco que de comer traíamos para nuestro camino, tan incierto como el que facíamos, púsose en plática entre el Capitán y los compañeros la dificultad, y la vuelta, y la falta de la comida, porque como pensábamos de dar luego la vuelta, no metimos de comer; pero en confianza que no podíamos estar lejos, acordamos de pasar adelante, y esto no con poco trabajo de todos, y como otro ni otro día no se hallase comida ni señal de población, con parecer del Capitán, dije yo una misa, como se dice en la mar, encomendando a Nuestro Señor nuestras personas y vidas, y suplicándole, como indigno, nos sacase de tan manifiesto trabajo y perdición, porque ya se nos traslucía, porque aunque quisiésemos volver agua arriba no era posible por la gran corriente, pues tentar de ir por tierra era imposible: de manera que estábamos en gran peligro de muerte a cabsa de la gran hambre que padecimos; y así, estando buscando el consejo de lo que se debía de hacer, platicando nuestra aflición y trabajos, acordose que eligiésemos de dos males el que al Capitán y a todos pareciese menor, que fue ir adelante y seguir el río o morir o ver lo que en él había, confiando en Nuestro Señor, que tendría por bien de conservar nuestras vidas fasta ver nuestro remedio; y entre tanto, a falta de otros mantenimientos, vinimos a tan gran necesidad que no comíamos sino cueros, cintas y suelas de zapatos cocidos con algunas hierbas, de manera que era tanta nuestra flaqueza que sobre los pies no nos podíamos tener, que unos a gatas y otros con bordones se metieron en las montañas a buscar algunas raíces que comer, y algunos hubo que comieron algunas hierbas no conocidas, los cuales estuvieron a punto de muerte, porque estaban como locos y no tenían seso; pero como Nuestro Señor era servido que siguiésemos nuestro viaje, no murió ninguno.
Con esta fatiga dicha iban algunos compañeros muy desmayados, a los cuales el Capitán animaba y decía que se esforzasen y tuviesen confianza en Nuestro Señor, que pues él nos había echado por aquel río, tendría bien de nos sacar a buen puerto: de tal manera animó a los compañeros que recibiesen aquel trabajo. El día de año nuevo de cuarenta y dos pareció a ciertos compañeros de los nuestros que habían oído tambores de indios, y algunos lo afirmaban y otros decían que no; pero algún tanto se alegraron con esto y caminaron con mucha (más) diligencia de la acostumbrada; y, como a lo cierto aquel día ni otro no se viese poblado, viose ser imaginación, como en la verdad lo era; y desta cabsa, así los enfermos como los sanos, desmayaban en tanta manera, que les parecía que ya no podían escapar; pero con las palabras que el Capitán les decía los sustentaba, y como Nuestro Dios es padre de misericordia y de toda consolación, que repara y socorre al que le llama en el tiempo de la mayor necesidad: y es, que estando lunes en la noche que se contaron ocho del mes de enero, comiendo ciertas raíces montesinas, oyeron muy claramente atambores, de muy lejos de donde nosotros estábamos, y el Capitán fue el que los oyó primero y lo dijo a los compañeros, y todos escucharon y, certificados, fue tanta el alegría que todos sintieron, que todo el trabajo pasado echaron en olvido porque ya estábamos en tierra y que ya no podíamos morir de hambre. El Capitán proveyó luego en que por cuartos nos velásemos con mucha orden, porque (roto) podría ser los indios habernos sentido y venir de noche y dar sobre el real, como ellos suelen hacer; y así, aquella noche hubo muy gran vela, no durmiendo el Capitán, pareciendo que aquella noche sobrepujaba a las demás, porque deseaban tanto el día por verse hartos de raíces.
Siquiera venida la mañana, el Capitán mandó que se aderezase la pólvora y arcabuces y ballestas, y que todos fuesen a punto de armarse, porque a la verdad aquí ninguno de los compañeros estaba sin mucho cuidado por hacer lo que debían. El Capitán tenía el suyo y el de todos; y así, por la mañana, todo muy bien aderezado e puesto en orden, comenzamos a caminar en demanda del pueblo. Al cabo de dos leguas que habíamos ido el río abajo vimos venir por el río arriba cuatro canoas llenas de indios a ver y requerir la tierra, y como nos vieron, dan la vuelta a gran priesa, dando arma, en tal manera que en menos de un cuarto de hora oímos en los pueblos muchos atambores que apellidaban la tierra, porque se oyen de muy lejos y son tan bien concertados, que tienen su contra y tenor y triple: y luego el Capitán mandó que a muy gran priesa remasen los compañeros que llevaban los remos en las manos, porque llegásemos al primer pueblo antes que las gentes se recogiesen; y así fue que a muy gran priesa comenzamos a caminar, y llegamos al pueblo a donde los indios todos estaban esperando a defender y guardar sus casas, y el Capitán mandó que con muy gran orden saltasen todos en tierra y que todos mirasen por uno y uno por todos, y que ninguno se desmandase y como buenos mirasen lo que tenían entre manos y que cada uno hiciese lo que era obligado: fue tanto el ánimo que todos cobraron en viendo el pueblo, que olvidaron toda fatiga pasada, y los indios dejaron el pueblo con toda la comida que en él había, que no fue poco reparo y amparo para nosotros.
Antes que los compañeros comiesen, aunque tenían harta necesidad, mandó el Capitán que corriesen todos el pueblo, porque después, estando recogiendo comida y descansando, no revolviesen los indios sobre nosotros y nos hiciesen daño, y así se hizo. Aquí comenzaron los compañeros a se vengar de lo pasado, porque no hacían sino comer de lo que los indios tenían guisado para así beber de sus brevajes y esto con tanta agonía que no pensaban verse hartos; y no se hacía esto muy al descuido, porque aunque comían como hombres lo que habían menester, no olvidaban de tener cuidado de lo que les era necesario para defender sus personas, que todos andaban sobre aviso, las rodelas al hombro y las espadas debajo de los sobacos, mirando si los indios revolvían sobre nosotros; y así estuvimos en este descanso, que tal se puede llamar para nosotros según el trabajo (que) habíamos pasado, fasta dos horas después del medio día, que los indios comenzaron de venir por el agua a ver qué cosa era, y así andaban como bobos por el río; y visto esto por el Capitán, púsose sobre la barranca del río y en su lengua, que en alguna manera los entendía, comenzó de fablar con ellos y decir que no tuviesen temor y que llegasen, que les querían hablar; y así llegaron dos indios hasta donde estaba el Capitán, y les halagó y quitó el temor y les dio de lo que tenía, y dijo que les fuesen a llamar al señor, que le quería hablar, y que ningún temor tuviese que le hiciese mal ninguno; y así los indios tomaron lo que les fue dado y fueron luego a decirlo a su señor, el que vino luego muy lucido donde el Capitán y los compañeros estaban y fue muy buen recebido del Capitán y de todos, y le abrazaron, y el mesmo Cacique mostró tener en sí mucho contentamiento en ver el buen recibimiento que se le facía.
Luego el Capitán le mandó dar de vestir y otras cosas conque él mucho se holgó; y después quedó tan contento que dijo que mirase el Capitán de qué tenía necesidad, que él se lo daría, y el Capitán le dijo que de ninguna cosa más que de comida lo mandase proveer; y luego el Cacique mandó que trujesen comida sus indios, y con muy gran brevedad trajeron abundantemente lo que fue necesario, así de carnes, perdices, pavas y pescados de muchas maneras; y después de esto, el Capitán lo agradeció mucho al Cacique y le dijo que se fuese con Dios, y que le llamase a todos los señores de aquella tierra, que eran trece, porque a todos juntos les quería hablar y decir la cabsa de su venida; y aunque él les dijo que otro día serían todos con el Capitán, y que él los iba a llamar, y se partía muy contento, el Capitán quedó dando orden en lo que convenía a él y a sus compañeros, ordenando las velas para que, así de día como de noche, hubiese mucho recaudo porque los indios no diesen en nosotros ni hubiese descuido ni flojedad por donde tomasen ánimo de nos acometer de noche o de día. Otro día a hora de vísperas vino el dicho Cacique y trujo consigo otros tres o cuatro señores, que los demás no pudieron venir por estar lejos, que otro día vendrían; el Capitán les hizo el mismo recebimiento que al primero y les habló muy largo de parte de Su Majestad, y en su nombre tomó la posesión de la dicha tierra; y así fizo a todos los demás que después en esta provincia vinieron, porque, como dije, eran trece, y en todos tomó posesión en nombre de Su Majestad.
Viendo el Capitán que toda la gente y señores de la tierra tenían de paz y consigo que convenía al buen tratamiento, todos holgaban de venir en paz; y así tomó posesión en ellos y en la dicha tierra en nombre de Su Majestad; y después de esto fecho mandó juntar a sus compañeros para les hablar en lo que convenía a su jornada y salvamiento y sus vidas, haciéndoles un largo razonamiento, esforzándoles con muy grandes palabras. Después de hecho este razonamiento el Capitán, los compañeros quedaron muy contentos por ver el buen ánimo que el Capitán en sí tenía y ver con cuánta paciencia sufría los trabajos en que estaba, y le dijeron también muy buenas palabras, y con las palabras que el Capitán les decía andaban tan contentos que ninguna cosa de lo que trabajaban no sentían. Después que los compañeros estuvieron reformados algún tanto de la hambre y trabajo pasado, estando para trabajar el Capitán, viendo que era necesario proveer lo de adelante, mandó llamar a todos sus compañeros, y les tornó a decir que ya veían que con el barco que llevábamos e canoas, si Dios fuese servido de nos aportar a la mar, no podíamos en ellos salir a salvamento y por esto era necesario procurar con diligencia de hacer otro bergantín, que fuese de más porte, para que pudiésemos navegar, y aunque no había entre nosotros maestro que supiese de tal oficio, porque lo que más dificultoso hallábamos era el hacer los clavos; y en este tiempo los indios no dejaban de acudir y venir al Capitán y le traer de comer muy largo y con tanta orden como si toda su vida hubieran servido; y venían con sus joyas y patenas de oro y jamás el Capitán consintió tomar nada, ni aun solamente mirarlo, porque los indios no entendiesen que lo teníamos en algo, y mientras en esto nos descuidábamos, más oro se echaba a cuesta.
Aquí nos dieron noticia de las amazonas y de la riqueza que abajo hay, y el que la dio fue un indio señor llamado Aparia, viejo que decía haber estado en aquella tierra, y también nos dio noticia de otro señor que estaba apartado del río, metido en la tierra adentro, el cual decía poseer muy gran riqueza de oro: este señor se llama Ica; nunca le vimos, porque como digo, se nos quedó desviado del río. E por no perder el tiempo ni gastar la comida en balde, acordó el Capitán que luego se pusiese por obra lo que se había de hacer, y así mandó aparejar lo necesario, y los compañeros dijeron que querían comenzar luego su obra; y hubo entre nosotros dos hombres a los cuales no se debe poco, por hacer lo que nunca aprendieron, y parecieron ante el Capitán y le dijeron que ellos, con ayuda de Nuestro Señor, harían los clavos que fuesen menester, que mandasen a otros hacer carbón. Estos dos compañeros se llamaban el uno Juan de Alcántara fidalgo, natural de la villa de Alcántara, y el otro Sebastián Rodríguez, natural de Galicia; y el Capitán se lo agradeció prometiéndoles el galardón y pago de tan gran obra; y luego mandó facer unos fuelles de borceguíes, y así todas las demás herramientas, y los demás compañeros mandó que de tres en tres diesen buena hornada de carbón, lo cual se puso luego por obra, y tomó cada uno su herramienta y se iban al monte a cortar leña y la traer a cuestas desde el monte hasta el pueblo, que habría media legua, y hacían sus hoyos, y esto con muy gran trabajo.
Como estaban flacos y no diestros en aquel oficio, no podían sufrir la carga, y los demás compañeros que no tenían fuerza para cortar madera, sonaban los fuelles y otros acarreaban agua, y el Capitán trabajaba en todo, de manera que todos teníamos en qué entender. Diose tan buena manera nuestra compañía en este pueblo en la fábrica desta obra, que en veinte días, mediante Dios, se hicieron dos mil clavos muy buenos y otras cosas, y dejó el Capitán la obra del bergantín para donde hallase más oportunidad y mejor aparejo. Detuvímonos en este pueblo más de lo habíamos de estar, comiendo lo que teníamos, de tal manera que fue parte para que desde en adelante pasásemos muy gran necesidad, y esto fue por ver si por alguna vía o manera podíamos saber nueva del real; y visto que no, el Capitán acordó de dar mil castellanos a seis compañeros si juntarse quisiesen y dar la nueva al Gobernador Gonzalo Pizarro, y demás desto les darían dos negros que les ayudasen a remar y algunos indios para que le llevasen cartas y le diesen de su parte nueva de lo que pasaba; y entre todos no se fallaron sino tres, porque todos temían la muerte que les estaba cierta, por lo que habían de tardar hasta llegar a donde habían dejado al dicho Gobernador, y que él habría ya dado la vuelta, porque habían andado ciento cincuenta leguas desde que habían dejado al Gobernador en nueve días que habían caminado. Acabada la obra, y visto que la comida se nos agotaba y se nos habían muerto siete compañeros de la hambre pasada, partimos, día de Nuestra Señora la Candelaria: metimos la comida que pudimos, porque ya no era tiempo de estar más en aquel pueblo, lo uno, porque los naturales parecía que se les hacía de mal, y querían dejarlos muy contentos, y lo otro porque no perdiésemos el tiempo y gastásemos la comida sin provecho, porque no sabíamos si la habríamos menester; y así comenzamos a caminar por esta dicha provincia, y no habíamos andado obra de veinte leguas cuando se juntó con nuestro río otro por la diestra mano, no muy grande, en el cual río tenía su asiento un principal señor llamado Irrimorrany, por ser indio y señor de mucha razón y haber venido a ver al Capitán y a le traer de comer, quiso ir a su tierra, pero también fue por cabsa de que venía el río muy recio y con grande avenida; y aquí estuvimos en punto de nos perder, porque al entrar, que entraba este río en el que nosotros navegábamos, peleaba la una agua con la otra y traía mucha madera de un cabo a otro, que era trabajo navegar por él, porque hacía muchos remolinos y nos traía a un cabo y a otro; pero con harto trabajo salimos deste peligro sin poder tomar el pueblo, y pasamos adelante, donde teníamos nueva de otro pueblo que nos decían que estaba de allí doscientas leguas, porque todo lo demás era desierto, y así las caminamos con mucho trabajo de nuestras personas, padeciendo muchas necesidades y peligros muy notables, entre los cuales nos acaeció un desmán y no pequeña alteración para en el tiempo en que estábamos, y fue que dos canoas donde iban once españoles de los nuestros se perdieron entre unas islas sin saber dónde estábamos ni los poder topar: anduvieron dos días perdidos sin nos poder topar, y nosotros, pensando nunca los cobrar, estábamos con muy gran pasión; pero al cabo deste dicho tiempo fue Nuestro Señor servido que nos topamos, que no fue poca el alegría entre todos, y así estábamos con tanta alegría que nos parecía que todo el trabajo pasado se nos había olvidado.
Después de haber un día descansado a donde los topamos, mandó el Capitán que caminásemos. Otro día, a las diez horas, llegamos a unas poblaciones en las cuales estaban los indios en sus casas, y por no alborotar no quiso el Capitán que llegásemos allá, y mandó a un compañero que fuese con otros veinte a donde los indios estaban y que no saltasen en sus casas ni saliesen en tierra, sino que con mucho amor les dijesen la gran necesidad en que íbamos, y que nos diesen de comer y que viniesen a hablar al Capitán, que quedaba en medio del río, porque les quería dar de lo que traía y decir la cabsa de su venida. Los indios se estuvieron quedos y holgáronse mucho en ver nuestros compañeros, y les dieron mucha comida de tortugas y papagayos en abundancia, y les dijeron que dijesen al Capitán que se fuese a aposentar a un pueblo que estaba despoblado de la otra parte del río, y que otro día de mañana le irían a ver. El Capitán holgó mucho con la comida y más con la buena razón de los indios, y así nos fuimos a aposentar y dormimos aquella noche en el ya dicho pueblo, donde no nos faltaron abundancia de mosquitos, que fue cabsa de que otro día de mañana el Capitán se fuese a otro pueblo mayor que parecía más abajo; y llegados los indios no se pusieron en resistencia, antes estuvieron quedos, y allí folgamos tres días, a donde los indios vinieron en paz a nos traer de comer muy largo. Otro día, pasados los tres, salimos deste pueblo y caminamos por nuestro río a vista de buenos pueblos; y yendo así, un domingo de mañana, a una división que el río hacía, que se partía en dos partes, subieron a vernos unos indios en cuatro o cinco canoas que venían cargados de mucha comida, e se llegaron cerca de donde venía el Capitán y pidieron licencia para llegar porque le querían hablar al dicho Capitán, el cual mandó que llegasen; y así llegaron, le dijeron como ellos eran principales vasallos de Aparia, y que por su mandado venían a nos traer de comer; y comenzaron a sacar de sus canoas muchas perdices como las de nuestra España, sino que son mayores, y muchas tortugas, que son tan grandes como adargas, y otros pescados.
El Capitán se lo agradeció y les dio de lo que tenía, y después de se lo haber vendido, los indios quedaron muy contentos de ver el buen tratamiento que se les hacía, y en ver que el Capitán les entendía su lengua, que no fue poco para que nosotros saliésemos a puerto de claridad, que, a no la entender, tuviéramos por dificultosa nuestra salida. Ya que los indios se querían despedir, dijeron al Capitán que fuese al pueblo donde residía su principal señor, que como digo, se llamaba Aparia, y el Capitán les dijo que por cuál de los dos brazos había de ir, y ellos respondieron que ellos nos guiarían, que fuésemos en su seguimiento; y así, a poco rato, vimos las poblaciones donde estaba el dicho señor, y caminando hacia allá el Capitán tornó a preguntar a los indios que cuyas eran aquellas poblaciones; los indios respondieron que allí estaba el sobredicho su señor, y así comenzaron a irse hacia el pueblo a dar mandado como íbamos, y no tardó mucho que vimos salir del dicho pueblo muchos indios a se embarcar en sus canoas, a manera de hombres de guerra, y pareció querernos acometer. El Capitán mandó a sus compañeros, que veían la muestra que los indios hacían, que fuesen a punto con sus armas aparejadas, porque si nos acometiesen no fuesen parte para nos hacer daño; y con mucha orden, remando y a muy gran fuerza, abordamos en tierra, y los indios pareció desviarse. El Capitán saltó en tierra con sus armas, y tras él los demás, y desto quedaron los indios muy espantados y se llegaron más a tierra.
El Capitán como los entendiese, que, como dicho tengo, el entender él la lengua, fue parte después de Dios, para no nos quedar en el río, que a no la entender, ni los indios salieran de paz ni nosotros acertáramos en estas poblaciones; mas como era Nuestro Señor servido que tan gran secreto y descubrimiento se ficiese y viniese a noticia de la Cesárea Majestad, y con tanta dificultad, se descubrió, e por otra vía ni fuerza ni poderío humano era posible descubrirse sin poner Dios en ello su mano, o sin que pasasen muchos siglos y años. Después que el Capitán llamó a los indios les dijo que no tuviesen temor, que saltasen en tierra, y ellos así lo hicieron, que se llegaron junto a tierra, mostrando en su semblante que se holgaban de nuestra venida; y saltó el señor en tierra, y con él muchos principales y señores que lo acompañaban, y pidió licencia al Capitán para se asentar, y así se asentó, y toda su gente en pie, e mandó sacar de sus canoas mucha cantidad de comida, así de tortugas como de manatís y otros pescados, y perdices y gatos y monos asados. Viendo el Capitán el buen comedimiento del señor, le hizo un razonamiento dándole a entender cómo éramos cristianos y adorábamos un solo Dios, el cual era criador de todas las cosas criadas, y que no éramos como ellos que andaban errados adorando en piedras y bultos hechos; y sobre este caso les dijo otras muchas cosas, y también les dijo como éramos criados y vasallos del Emperador de los cristianos gran Rey de España, y se llamaba D.
Carlos Nuestro Señor, cuyo es el imperio de todas las Indias y otros muchos señoríos y reinos que hay en el mundo, y que por su mandato íbamos a aquella tierra, y que le íbamos a dar razón de lo que habíamos visto en ella; y estaban muy atentos y con mucha atención escuchando lo que el Capitán les decía, y le dijeron que si íbamos a ver los amurianos, que en su lengua los llaman coniupuyara, que quiere decir grandes señoras, que mirásemos lo que hacíamos, que éramos pocos y ellas muchas, que nos matarían; que no estuviésemos en su tierra, que allí nos darían todo lo que hubiésemos menester. El Capitán les dijo que no podía hacer otra cosa sino pasar de largo para dar razón a quien le enviaba que era su Rey y Señor; y después que el Capitán habló, y que parecía que los oyentes quedaban muy contentos, aquel principal señor preguntó que quién era aquél, y queriéndose mejor informar de lo que se le decía, por ver si el Capitán discrepaba de lo dicho, el cual le respondió lo mesmo que le había dado a entender y le dijo más que éramos hijos del Sol y que íbamos a aquel río, como ya le había dicho. Desto se espantaron mucho los indios y mostraron mucha alegría, teniéndonos por santos o personas celestiales, porque ellos adoran y tienen por su Dios al Sol, que ellos llaman Chise. Luego dijeron al Capitán que ellos eran suyos y que le querían servir, y que mirase de qué tenía necesidad él y sus compañeros que él se lo daría muy de su voluntad.
El Capitán se lo agradeció mucho y mandó luego a dar muchas cosas, y a los demás principales, y quedaron tan contentos que dende en adelante ninguna cosa el Capitán les pedía que luego no se la daban; y se levantaban todos en pie, y dijeron al Capitán que se aposentase en el pueblo, que ellos se lo dejarían desembarazado, y que se querían ir a sus casas y que cada día vendrían a traernos de comer. El Capitán les mandó que viniesen todos los señores a verle, porque quería darles lo que tenía. El señor dijo que otro día vendrían y así vinieron todos con muy grande abundancia de comida, y fueron bien recebidos y tratados por el Capitán, y a todos juntos les tornó a hablar lo que primero había dicho al principal señor, y tomó posesión en nombre de Su Majestad en todos; y los señores eran veinte y seis, y en señal de posesión mandó poner una cruz muy alta, con la cual los indios se folgaron, y dende en adelante cada día los indios venían a traernos de comer y hablar con el Capitán, que desto se folgaban ellos mucho. Visto por el Capitán el buen aparejo y disposición de la tierra y la buena voluntad de los indios, mandó juntar a todos sus compañeros y les dijo que pues había allí buen aparejo y voluntad en los indios, que sería bien hacer un bergantín, y así se puso por obra; y fallose entre nosotros un entallador llamado Diego Mexía, el cual, aunque no era su oficio, dio orden cómo se había de hacer; y luego el Capitán mandó repartir por todos los compañeros que cada uno trajese una cuaderna y dos estamenas, y a otros que trajesen la quilla, y a otros las rodas, y a otros que aserrasen tablas, de manera que todos tenían bien en que se ocupar, no sin poco trabajo de sus personas, porque como era invierno y la madera estaba muy lejos, cada cual tomaba su hacha y iba al monte y cortaba lo que le cabía y lo acarreaba a cuestas, y mientras unos acarreaban, otros les hacían espaldas porque los indios no les ficiesen mal, y desta manera en siete días se cortó toda la maderaje para el dicho bergantín; y acabada esta tarea, luego fue dada otra, que fue que mandó facer carbón para hacer más clavos y otras cosas.
Era cosa maravillosa de ver con cuánta alegría trabajaban nuestros compañeros y acarreaban el carbón, y así se proveyó todo lo demás necesario. No había hombre entre todos nosotros que fuese acostumbrado a semejantes oficios; pero, no obstante todas estas dificultades, Nuestro Señor daba a todos ingenio para lo que se había de hacer, pues que era para salvar las vidas, porque de allí saliéramos con el barco y canoas, dando como dimos después en gente de guerra, ni nos pudiéramos defender ni salir del río en salvamento, y así pareció claramente que Dios inspiró en el Capitán para que en este pueblo que he dicho se hiciese el bergantín, porque adelante era imposible, y éste se falló muy a propósito, porque los indios no faltaron de siempre nos traer de comer muy abundantemente de la manera que el Capitán se los pedía. Diose tanta priesa en esta obra del bergantín que en treinta y cinco días se labró y se echó al agua calafateado con algodón e betunado con pez, lo cual todos los indios traían porque el Capitán se los pedía. No fue poca el alegría de nuestros compañeros por haber acabado aquello que tanto deseaban. Había tantos mosquitos en este pueblo que no nos podíamos valer de día ni de noche, sin que los unos a los otros no sabíamos qué hacernos, que con la buena posada no sentíamos el trabajo y con el deseo que teníamos de ver el fin de nuestra jornada. En este medio tiempo, estando en esta obra, vinieron cuatro indios a ver al Capitán, los cuales llegaron, y eran de estatura que cada uno era más alto un palmo que el más alto cristiano, y eran muy blancos y tenían muy buenos cabellos que les llegaban a la cintura, muy enjoyados de oro y ropa; y traían mucha comida; y llegaron con tanta humildad que todos quedamos espantados de sus disposiciones y buena crianza; sacaron mucha comida y pusiéronla delante del Capitán, y le dijeron como ellos eran vasallos de un señor muy grande, y que por su mandado venían a ver quién éramos o qué queríamos o dónde íbamos; y el Capitán les recibió muy bien, y primero que los hablase, les mandó dar muchas joyas, que ellos tuvieron en mucho y se folgaron.
El Capitán les dijo todo lo que había dicho al señor Aparia, de lo cual los indios quedaron no poco espantados; y los indios dijeron al Capitán que ellos se querían ir a dar respuesta a su señor, que les diese licencia. El Capitán se las dio y que se fuesen en hora buena, y les dio muchas cosas que diesen a su principal señor y que le dijesen que el Capitán le rogaba mucho le viniese a ver, porque se holgaría mucho con él; y ellos dijeron que así lo farían, y se fueron y nunca más supimos nuevas de dónde eran ni de qué tierra habían venido. Posamos en este mismo asiento toda la Cuaresma, donde se confesaron todos los compañeros con dos religiosos que allí estábamos, y yo prediqué todos los domingos y fiestas el Mandato, la Pasión y Resurrección, lo mejor que Nuestro Redentor me quiso dar a entender con su gracia, y procuré de ayudar y esforzar lo que yo pude a la perseveración de su buen ánimo a todos aquellos hermanos y compañeros, acordándoles que eran cristianos y que servirían mucho a Dios y al Emperador en proseguir la empresa y comportar con paciencia los trabajos presentes y por venir hasta salir con este nuevo descubrimiento, demás de ser esto lo que a sus vidas y honras tocaba; así que en este propósito dije lo que me parecía cumpliendo con mi oficio, y también porque me iba la vida en el buen suceso de nuestra peregrinación. También prediqué el domingo de Quasimodo, y puedo testificar con verdad que, así el Capitán como todos los demás compañeros tenían tanta clemencia y espíritu y santidad de devoción en Jesucristo y su sagrada fe, que bien mostró Nuestro Señor que era su voluntad de nos socorrer.
El Capitán me rogaba que predicase y todos entendiesen en sus devociones con mucho fervor, como personas que lo habían muy bien menester de pedir a Dios misericordia. Adobose también el barco pequeño, porque venía ya podrido, y así todo muy bien aderezado y puesto a punto, el Capitán mandó que todos estuviesen aparejados y hiciesen matalotaje, porque con ayuda de Nuestro Señor quería partirse el lunes adelante. Una cosa nos aconteció en este pueblo no de poco espanto, y fue que el miércoles de Tiniebla y el Jueves Santo y viernes de la # nos hicieron los indios ayunar por fuerza porque no nos trajeron de comer hasta el sábado víspera de Pascua, y el Capitán les dijo que por qué no nos habían traído de comer, y ellos dijeron que porque no lo habían podido tomar; y así el sábado y domingo de Pascua, y domingo de Quasimodo, fue tanta la comida que trajeron, que la echábamos en el campo, y porque todo fuese como convenía, y con toda orden, fizo alférez a un hidalgo muy suficiente para el oficio llamado Alonso de Robles, el cual, después que llegamos a tierra de guerra, el Capitán le mandaba saltar con algunos compañeros a recoger comida para todos y el Capitán quedaba a guardar los bergantines, los cuales eran en este viaje todo nuestro bien y amparo después de Dios, porque los indios no deseaban otra cosa sino quitárnoslos. Partimos del asiento y pueblo de Aparia con el nuevo bergantín, el cual fue de diez y nueve joas, bastante para navegar por la mar, víspera del Evangelista San Marcos, a veinte y cuatro de abril del año sobredicho, que vinimos por las poblaciones de aquel señorío de Aparia, las cuales duraron más de ochenta leguas, sin fallar indio de guerra, antes el mismo Cacique vino a hablar y traer de comer al Capitán y a nosotros, y holgamos en un pueblo suyo el sobredicho día de San Marcos, a donde el mismo señor vino a traernos muy largo de comer y el Capitán lo recibió muy bien, y no se le hizo mal tratamiento porque el intento y deseo del Capitán era, porque si posible fuese, quedase en aquella tierra y gente bárbara en buen respecto por haberla conocido y sin descontentamiento alguno, porque desto sería servido Dios Nuestro Señor y el Rey Nuestro Señor, para que adelante, cuando a Su Majestad pluguiera con más facilidad nuestra sagrada república y fe cristiana y la bandera de Castilla se aumentase y la tierra se fallase más doméstica para pacificalla y ponella debajo de la obediencia de su Real Servicio, como conviniese, porque junto con hacerse esto con buen tiento y caridad, era asimismo para conservar lo necesario, el buen tratamiento que se hiciese a los indios para poder pasar adelante y que no se usase el remedio de las armas sino cuando no se pudiese excusar la defensión propia.
En esta cabsa, aunque fallábamos los pueblos despoblados, viendo el buen tratamiento que se les hacía, en toda la sobredicha provincia nos proveyeron de mantenimientos. Desde a pocos días cesaron los indios y en esto conocimos que estábamos fuera del señorío y población de aquel gran señor Aparia; e temiendo el Capitán lo que podía venir a causa del poco mantenimiento, mandó caminar los bergantines con más priesa de la acostumbrada. Un día por la mañana, que habíamos partido de un pueblo, salieron a nosotros dos indios en una canoa y llegaron cerca del bergantín donde iba el Capitán y entraron dentro, y el más viejo de ellos, pensando el Capitán que sabía la tierra y que nos podía llevar el río abajo, mandó que se quedara dentro, y el otro envió a su casa, y comenzamos a seguir nuestro río abajo, el cual el indio no sabía ni había navegado a causa de lo cual el Capitán mandó soltar y dar una canoa en que se volviese a su tierra. De allí en adelante pasamos más trabajo y más hambre y despoblados que de antes, porque el río venía de monte a monte y no hallábamos a donde dormir, ni menos se podía tomar ningún pescado, así que nos era necesario comer nuestro acostumbrado manjar, que era de yerbas y de cuando en cuando un poco de maíz tostado. Viniendo caminando con nuestro acostumbrado trabajo y mucha hambre, un día a mediodía llegamos a un asiento alto que pareció haber sido poblado y tener alguna disposición para buscar alguna comida o pescado, y fue aqueste día, día de San Juan Ante-portamlatinam, que era seis de mayo, y allí se siguió un caso que yo no le osaría escribir si no tuviera tantos testigos que a ello se hallaron presentes; y fue que un compañero ya nombrado, que es el que dio orden en el bergantín, tiró a una ave con una ballesta, que estaba en un árbol junto al río, y saltó la nuez de la caja y cayó en el río, y estando en ninguna confianza de cobrar la nuez, otro compañero, llamado Contreras, echó un anzuelo en el río con una vara y sacó un pescado de cinco palmos, y como era grande y el anzuelo pequeño, fue menester sacarlo con maña, y, abierto, dentro del buche se halló la nuez de la ballesta, y así se reparó que no fue después poco menester, porque, después de Dios, las ballestas nos dieron las vidas.
Complidos doce días de mayo llegamos a las provincias de Machiparo, que es muy gran señor y de mucha gente y confina con otro señor tan grande llamado Omaga, y son amigos que se juntan para dar guerra a otros señores que están la tierra adentro, que les vienen cada día a echar de sus casas. Este Machiparo está asentado sobre el mismo río en una loma, y tiene muchas y grandes poblaciones que juntan de pelea cincuenta mil hombres de edad de treinta años hasta setenta, porque los mozos no salen a la guerra ni en cuantas batallas nosotros con ellos tuvimos no les vimos, sino fueron viejos, y éstos muy dispuestos, y tienen bozos y no barbas. Antes que llegásemos a este pueblo, con dos leguas vimos estar blanqueando los pueblos, y no habíamos andado mucho cuando vimos venir por el río arriba muy gran cantidad de canoas, todas puestas a punto de guerra, lucidas, y con sus pabeses, que son de conchas de lagartos y de cueros de manatís y de dantas, tan altos como un hombre, porque todos los cubren. Traían muy gran grita, tocando muchos atambores y trompetas de palo amenazándonos que nos habían de comer. Luego el Capitán mandó que los dos bergantines se juntasen porque el uno al otro se favoreciese, y que todos tomasen sus armas y mirasen lo que tenían delante y viesen la necesidad que tenían de defender sus personas y pelear por salir a buen puerto, y que todos se encomendasen a Dios, que Él nos ayudaría en aquella necesidad grande en que estábamos; y en este medio tiempo los indios se venían acercando, hechos sus escuadrones, para nos tomar en medio, y así venían tan ordenadamente y con tanta soberbia, que parecía que ya nos tenían en las manos.
Nuestros compañeros estaban todos con tanto ánimo, que les parecía que no bastaba para cada uno cuatro indios, y así llegaron los indios hasta que nos comenzaron a ofender. Luego el Capitán mandó que aparejasen los arcabuces y ballestas. Aquí nos aconteció un desmán no pequeño para el tiempo en que estábamos, que fue que los arcabuceros hallaron húmeda la pólvora, a cabsa de lo cual no aprovecharon nada, y fue necesario que la falta de los arcabuces supliesen las ballestas; y, así, comenzaron nuestros ballesteros a hacer algún daño en los enemigos, porque estaban cerca y nosotros temerosos; y visto (por) los indios que tanto daño se les hacía, comenzaron a detenerse, no mostrando punto de cobardía, antes parecía que les crecía el ánimo, y siempre les venía mucha gente de socorro, y todas las veces que les venía nos comenzaban a acometer tan osadamente que parecía que querían tomar a manos los bergantines. Desta manera fuimos peleando fasta llegar al pueblo, donde había muy gran cantidad de gente, puesta sobre las barrancas en defensa de sus casas. Aquí tuvimos una batalla peligrosa, porque como había muchos indios por el agua y por la tierra y de todas partes nos daban cruda guerra; y así fue necesario, aunque con riesgo al parecer de todas nuestras personas, acometimos y tomamos el primer puesto a donde los indios no dejaban de saltar en tierra a nuestros compañeros, porque la defendían muy animosamente; y si no fuera por las ballestas, que aquí hicieron señalados tiros, por donde pareció ser bien providencia Divina lo de la nuez de la ballesta, no se ganara el puerto; así, con esta ayuda ya dicha cabordaron los bergantines en tierra y saltaron al agua la mitad de nuestros compañeros y dieron en los indios de tal manera que los hicieron huir, y la otra mitad quedó en los bergantines, defendiéndolos de la otra gente que andaba en el agua, que no dejaban, aunque estaba ganada la tierra, de pelear, y aunque se les hacía daño con las ballestas, no por eso dejaban de seguir su mal propósito.
Ganado el principio de la población, el Capitán mandó al Alférez que con veinte y cinco hombres corriesen la población y echasen los indios de ella y mirasen si había comida, porque pensaba de descansar en el sobre dicho pueblo cinco o seis días para nos reformar del trabajo pasado; y así fue el alférez y corrió media legua por el pueblo adelante, y esto no sin trabajo, porque aunque los indios se retraían, íbanse defendiendo como hombres que les pesaba salir de sus casas; y como los indios, cuando no salen con su intención al principio, siempre huyen hasta la segunda instancia a revolver en sí, iban, como digo, huyendo; y visto por el dicho Alférez la mucha población y gente, acordó de no pasar adelante, sino dar la vuelta y decir al Capitán lo que pasaba, y así volvió sin que los indios le ficiesen mal, y llegado al principio de la población, halló que el Capitán estaba aposentado en las casas y todavía le daban la guerra por el agua, y le dijo todo lo que pasaba y como había gran cantidad de comida, así de tortugas en corrales y albergues de agua y mucha carne y pescado y bizcocho, y esto en tal abundancia que había para comer un real de mil hombres un año; y visto por el Capitán el buen puerto, acordó de recoger comida para descansar, como dicho tengo, y para esto mandó llamar a Cristóbal Maldonado y le dijo que tomase una docena de compañeros y fuese a coger toda la comida que pudiese; y así fue, y cuando llegó halló que los indios andaban por el pueblo sacando la comida que tenían.
El dicho Cristóbal Maldonado trabajó de recoger la comida, y teniendo recogidas más de mil tortugas, revuelven los indios y de segunda vez venía ya mucha cantidad de gente y muy determinados de los matar y pasar adelante a dar a donde estábamos con el Capitán; y visto por el dicho Cristóbal Maldonado la revuelta de los indios, llamó a sus compañeros y acometiolos y aquí se detuvieron mucho, porque los indios eran más de dos mil y los compañeros que estaban con Cristóbal Maldonado no eran más que diez, y tuvieron bien que hacer para se defender. Al cabo diose tan buena maña que se desbarataron, y vuelven a coger la comida, y desta segunda pelea venían ya dos compañeros heridos; y como la tierra era muy poblada y de cada día los indios se reformaban y rehacían, tornan a revolver sobre el dicho Cristóbal Maldonado tan denodadamente, que quisieron y pusieron por obra de tomar a manos a todos, y desta arremetida hirieron seis compañeros muy mal, unos pasados brazos y a otros piernas, y al dicho Cristóbal Maldonado pasaron un brazo y le dieron un varazo en el rostro. Aquí se vieron en muy gran aprieto y necesidad, porque los compañeros, como estaban heridos y muy cansados (roto) no podían ir atrás ni adelante, y así pensaron todos de ser muertos, y decían que no se volviesen a donde estaba su Capitán, y el dicho Cristóbal Maldonado les dijo que no pensasen en tal cosa, porque él no pensaba de volver a donde estaba su Capitán quedando los indios con victoria; y así recogió de los compañeros los que estaban para pelear, y se puso en defensa, y peleó tan animosamente que fue para que los indios no matasen a todos nuestros compañeros.
En este tiempo los indios habían venido por la parte arriba a dar por dos partes a donde estaba nuestro Capitán, y como estábamos todos cansados del mucho pelear y descuidados, pensando que teníamos las espaldas seguras por andar Cristóbal Maldonado fuera, pareció que Nuestro Señor alumbró al Capitán para que enviase al sobredicho, que a no le enviar, o no se hallar donde se halló, tengo por cierto que corríamos mucho riesgo de las vidas; y, como digo, nuestro capitán y todos estábamos descuidados y desarmados, de tal manera, que los indios tuvieron lugar de entrar en el pueblo a dar en nosotros sin que fuesen sentidos; y en este tiempo los vio un compañero nuestro llamado Cristóbal de Aguilar, el cual se puso delante, peleando muy animosamente, dando alarma la cual oyó nuestro Capitán, el cual salió a ver lo que era, desarmado, con una espada en la mano, y vio que tenían los indios cercadas todas las casas donde estaban nuestros compañeros; y demás desto estaban en la plaza un escuadrón de más de quinientos indios. El Capitán comenzó a dar voces, y así salieron nuestros compañeros tras el Capitán y acometieron al escuadrón con tanto denuedo, que los desbarataron, haciendo daño en los indios, pero no dejaron de pelear y defender de manera que hirieron nueve compañeros de malas feridas, y al cabo de dos horas que andábamos peleando, los indios fueron vencidos y desbaratados y los nuestros muy cansados. En este encuentro se señalaron muchos de nuestros compañeros, que antes no habían visto para lo que eran y no los teníamos en tanto, porque todos mostraron bien la necesidad en que estábamos, porque hubo hombre que con una daga se metió en medio de los enemigos y peleó tan bien que todos nos espantamos, y salió con un muslo atravesado. Este se llama Blas de Medina. Después de pasado esto, envió el Capitán a saber qué era de Cristóbal Maldonado y cómo le iba, al cual toparon en el camino, que venía ya donde estaba el Capitán, él e todos heridos; y un compañero que se llamaba Pedro de Ampudia, que se halló con él, dende a ocho días murió de las heridas: era natural de Ciudad Rodrigo.
Después que el dicho Capitán llegó al dicho Gonzalo Pizarro, que era Gobernador, fue en persona a descubrir la canela, y no halló tierra ni disposición donde a Su Majestad pudiese hacer servicio, y así determinó de pasar adelante, y el dicho Capitán Orellana en su seguimiento con la demás gente, y alcanzó al dicho Gobernador en un pueblo que se llamaba Guema, que estaba en unas çabanas ciento treinta leguas de Quito, y allí se tornaron a juntar; y el dicho Gobernador, queriendo enviar por el río abajo a descubrir, hobo pareceres que no lo hiciese, porque no era cosa para seguir un río y dejar las çabanas que caen a las espaldas de la villa de Pasto y Popayán, en que había muchos caminos; y todavía el dicho Gobernador quiso seguir el dicho río, por el cual anduvimos veinte leguas, al cabo de las cuales hallamos unas poblaciones no grandes, y aquí determinó el dicho Gonzalo Pizarro se hiciese un barco para navegar el río de un cabo al otro por comida que ya aquel río tenía media legua de ancho; y aunque el dicho Capitán era de parecer que no se hiciese el dicho barco por algunos buenos respetos, sino que diesen vuelta a las dichas çabanas y siguiésemos los caminos que iban al dicho ya poblado, el dicho Gonzalo Pizarro no quiso sino que se pusiese en obra el dicho barco; y así, el Capitán Orellana visto esto, anduvo por todo el real sacando hierro para clavos y echando a cada uno la madera que había de traer, y desta manera y con el trabajo de todos se hizo el dicho barco, en el cual metió el dicho Gobernador Pizarro alguna ropa y indios dolientes y seguimos el río abajo otras cincuenta leguas, al cabo de las cuales se nos acabó el poblado y íbamos ya con muy gran necesidad y falta de comida, de cuya cabsa todos los compañeros iban muy descontentos y platicaban de se volver y no pasar adelante, porque se tenía noticia que había gran despoblado, y el Capitán Orellana, viendo lo que pasaba y la gran necesidad en que todos estaban, y que había perdido todo cuanto tenía, le pareció que no cumplía con su honra dar la vuelta sobre tanta pérdida, y así se fue al dicho Gobernador y le dijo cómo él determinaba de dejar lo poco que allí tenía y seguir río abajo, y que si la ventura le favoreciese en que cerca hallase poblado y comida con que todos se pudiesen remediar, que él se lo haría saber, y, que si viese que se tardaba, que no hiciese cuenta dél, y que, entre tanto, que se retrajese atrás donde hubiese comida, y, que allí le esperase tres o cuatro días, o el tiempo que le pareciese, y que si no viniese, que no hiciese cuenta dél; y con esto el dicho Gobernador le dijo que hiciese lo que le pareciese; y así, el Capitán Orellana tomó consigo cincuenta y siete hombres con los cuales se metió en el barco ya dicho y en ciertas canoas que a los indios se habían tomado, y comenzó a seguir su río abajo con propósito de luego dar la vuelta, si comida se hallase; lo cual salió al contrario de como todos pensábamos; porque no fallamos comida en doscientas leguas, ni nosotros la hallábamos, de cuya cabsa padecimos muy gran necesidad, como adelante se dirá; y así, íbamos caminando suplicando a Nuestro Señor tuviese por bien de nos encaminar en aquella jornada de manera que pudiésemos volver a nuestros compañeros.
El segundo día que salimos y nos apartamos de nuestros compañeros nos hubiésemos de perder en medio del río, porque el barco dio en un palo y sumiole una tabla, de manera que a no estar cerca de tierra acabáramos allí nuestra jornada; pero púsose luego remedio en sacarse de agua y ponerle un pedazo de tabla, y luego comenzamos nuestro camino con muy gran priesa; y como el río corría mucho andábamos a veinte y a veinte y cinco leguas, porque ya el río iba crecido y aumentando así, por cabsa de otros muchos ríos que entraban en él por la mano diestra hacia el sur. Caminamos tres días sin poblado ninguno. Viendo que nos habíamos alejado de donde nuestros compañeros habían quedado y que se nos había acabado lo poco que de comer traíamos para nuestro camino, tan incierto como el que facíamos, púsose en plática entre el Capitán y los compañeros la dificultad, y la vuelta, y la falta de la comida, porque como pensábamos de dar luego la vuelta, no metimos de comer; pero en confianza que no podíamos estar lejos, acordamos de pasar adelante, y esto no con poco trabajo de todos, y como otro ni otro día no se hallase comida ni señal de población, con parecer del Capitán, dije yo una misa, como se dice en la mar, encomendando a Nuestro Señor nuestras personas y vidas, y suplicándole, como indigno, nos sacase de tan manifiesto trabajo y perdición, porque ya se nos traslucía, porque aunque quisiésemos volver agua arriba no era posible por la gran corriente, pues tentar de ir por tierra era imposible: de manera que estábamos en gran peligro de muerte a cabsa de la gran hambre que padecimos; y así, estando buscando el consejo de lo que se debía de hacer, platicando nuestra aflición y trabajos, acordose que eligiésemos de dos males el que al Capitán y a todos pareciese menor, que fue ir adelante y seguir el río o morir o ver lo que en él había, confiando en Nuestro Señor, que tendría por bien de conservar nuestras vidas fasta ver nuestro remedio; y entre tanto, a falta de otros mantenimientos, vinimos a tan gran necesidad que no comíamos sino cueros, cintas y suelas de zapatos cocidos con algunas hierbas, de manera que era tanta nuestra flaqueza que sobre los pies no nos podíamos tener, que unos a gatas y otros con bordones se metieron en las montañas a buscar algunas raíces que comer, y algunos hubo que comieron algunas hierbas no conocidas, los cuales estuvieron a punto de muerte, porque estaban como locos y no tenían seso; pero como Nuestro Señor era servido que siguiésemos nuestro viaje, no murió ninguno.
Con esta fatiga dicha iban algunos compañeros muy desmayados, a los cuales el Capitán animaba y decía que se esforzasen y tuviesen confianza en Nuestro Señor, que pues él nos había echado por aquel río, tendría bien de nos sacar a buen puerto: de tal manera animó a los compañeros que recibiesen aquel trabajo. El día de año nuevo de cuarenta y dos pareció a ciertos compañeros de los nuestros que habían oído tambores de indios, y algunos lo afirmaban y otros decían que no; pero algún tanto se alegraron con esto y caminaron con mucha (más) diligencia de la acostumbrada; y, como a lo cierto aquel día ni otro no se viese poblado, viose ser imaginación, como en la verdad lo era; y desta cabsa, así los enfermos como los sanos, desmayaban en tanta manera, que les parecía que ya no podían escapar; pero con las palabras que el Capitán les decía los sustentaba, y como Nuestro Dios es padre de misericordia y de toda consolación, que repara y socorre al que le llama en el tiempo de la mayor necesidad: y es, que estando lunes en la noche que se contaron ocho del mes de enero, comiendo ciertas raíces montesinas, oyeron muy claramente atambores, de muy lejos de donde nosotros estábamos, y el Capitán fue el que los oyó primero y lo dijo a los compañeros, y todos escucharon y, certificados, fue tanta el alegría que todos sintieron, que todo el trabajo pasado echaron en olvido porque ya estábamos en tierra y que ya no podíamos morir de hambre. El Capitán proveyó luego en que por cuartos nos velásemos con mucha orden, porque (roto) podría ser los indios habernos sentido y venir de noche y dar sobre el real, como ellos suelen hacer; y así, aquella noche hubo muy gran vela, no durmiendo el Capitán, pareciendo que aquella noche sobrepujaba a las demás, porque deseaban tanto el día por verse hartos de raíces.
Siquiera venida la mañana, el Capitán mandó que se aderezase la pólvora y arcabuces y ballestas, y que todos fuesen a punto de armarse, porque a la verdad aquí ninguno de los compañeros estaba sin mucho cuidado por hacer lo que debían. El Capitán tenía el suyo y el de todos; y así, por la mañana, todo muy bien aderezado e puesto en orden, comenzamos a caminar en demanda del pueblo. Al cabo de dos leguas que habíamos ido el río abajo vimos venir por el río arriba cuatro canoas llenas de indios a ver y requerir la tierra, y como nos vieron, dan la vuelta a gran priesa, dando arma, en tal manera que en menos de un cuarto de hora oímos en los pueblos muchos atambores que apellidaban la tierra, porque se oyen de muy lejos y son tan bien concertados, que tienen su contra y tenor y triple: y luego el Capitán mandó que a muy gran priesa remasen los compañeros que llevaban los remos en las manos, porque llegásemos al primer pueblo antes que las gentes se recogiesen; y así fue que a muy gran priesa comenzamos a caminar, y llegamos al pueblo a donde los indios todos estaban esperando a defender y guardar sus casas, y el Capitán mandó que con muy gran orden saltasen todos en tierra y que todos mirasen por uno y uno por todos, y que ninguno se desmandase y como buenos mirasen lo que tenían entre manos y que cada uno hiciese lo que era obligado: fue tanto el ánimo que todos cobraron en viendo el pueblo, que olvidaron toda fatiga pasada, y los indios dejaron el pueblo con toda la comida que en él había, que no fue poco reparo y amparo para nosotros.
Antes que los compañeros comiesen, aunque tenían harta necesidad, mandó el Capitán que corriesen todos el pueblo, porque después, estando recogiendo comida y descansando, no revolviesen los indios sobre nosotros y nos hiciesen daño, y así se hizo. Aquí comenzaron los compañeros a se vengar de lo pasado, porque no hacían sino comer de lo que los indios tenían guisado para así beber de sus brevajes y esto con tanta agonía que no pensaban verse hartos; y no se hacía esto muy al descuido, porque aunque comían como hombres lo que habían menester, no olvidaban de tener cuidado de lo que les era necesario para defender sus personas, que todos andaban sobre aviso, las rodelas al hombro y las espadas debajo de los sobacos, mirando si los indios revolvían sobre nosotros; y así estuvimos en este descanso, que tal se puede llamar para nosotros según el trabajo (que) habíamos pasado, fasta dos horas después del medio día, que los indios comenzaron de venir por el agua a ver qué cosa era, y así andaban como bobos por el río; y visto esto por el Capitán, púsose sobre la barranca del río y en su lengua, que en alguna manera los entendía, comenzó de fablar con ellos y decir que no tuviesen temor y que llegasen, que les querían hablar; y así llegaron dos indios hasta donde estaba el Capitán, y les halagó y quitó el temor y les dio de lo que tenía, y dijo que les fuesen a llamar al señor, que le quería hablar, y que ningún temor tuviese que le hiciese mal ninguno; y así los indios tomaron lo que les fue dado y fueron luego a decirlo a su señor, el que vino luego muy lucido donde el Capitán y los compañeros estaban y fue muy buen recebido del Capitán y de todos, y le abrazaron, y el mesmo Cacique mostró tener en sí mucho contentamiento en ver el buen recibimiento que se le facía.
Luego el Capitán le mandó dar de vestir y otras cosas conque él mucho se holgó; y después quedó tan contento que dijo que mirase el Capitán de qué tenía necesidad, que él se lo daría, y el Capitán le dijo que de ninguna cosa más que de comida lo mandase proveer; y luego el Cacique mandó que trujesen comida sus indios, y con muy gran brevedad trajeron abundantemente lo que fue necesario, así de carnes, perdices, pavas y pescados de muchas maneras; y después de esto, el Capitán lo agradeció mucho al Cacique y le dijo que se fuese con Dios, y que le llamase a todos los señores de aquella tierra, que eran trece, porque a todos juntos les quería hablar y decir la cabsa de su venida; y aunque él les dijo que otro día serían todos con el Capitán, y que él los iba a llamar, y se partía muy contento, el Capitán quedó dando orden en lo que convenía a él y a sus compañeros, ordenando las velas para que, así de día como de noche, hubiese mucho recaudo porque los indios no diesen en nosotros ni hubiese descuido ni flojedad por donde tomasen ánimo de nos acometer de noche o de día. Otro día a hora de vísperas vino el dicho Cacique y trujo consigo otros tres o cuatro señores, que los demás no pudieron venir por estar lejos, que otro día vendrían; el Capitán les hizo el mismo recebimiento que al primero y les habló muy largo de parte de Su Majestad, y en su nombre tomó la posesión de la dicha tierra; y así fizo a todos los demás que después en esta provincia vinieron, porque, como dije, eran trece, y en todos tomó posesión en nombre de Su Majestad.
Viendo el Capitán que toda la gente y señores de la tierra tenían de paz y consigo que convenía al buen tratamiento, todos holgaban de venir en paz; y así tomó posesión en ellos y en la dicha tierra en nombre de Su Majestad; y después de esto fecho mandó juntar a sus compañeros para les hablar en lo que convenía a su jornada y salvamiento y sus vidas, haciéndoles un largo razonamiento, esforzándoles con muy grandes palabras. Después de hecho este razonamiento el Capitán, los compañeros quedaron muy contentos por ver el buen ánimo que el Capitán en sí tenía y ver con cuánta paciencia sufría los trabajos en que estaba, y le dijeron también muy buenas palabras, y con las palabras que el Capitán les decía andaban tan contentos que ninguna cosa de lo que trabajaban no sentían. Después que los compañeros estuvieron reformados algún tanto de la hambre y trabajo pasado, estando para trabajar el Capitán, viendo que era necesario proveer lo de adelante, mandó llamar a todos sus compañeros, y les tornó a decir que ya veían que con el barco que llevábamos e canoas, si Dios fuese servido de nos aportar a la mar, no podíamos en ellos salir a salvamento y por esto era necesario procurar con diligencia de hacer otro bergantín, que fuese de más porte, para que pudiésemos navegar, y aunque no había entre nosotros maestro que supiese de tal oficio, porque lo que más dificultoso hallábamos era el hacer los clavos; y en este tiempo los indios no dejaban de acudir y venir al Capitán y le traer de comer muy largo y con tanta orden como si toda su vida hubieran servido; y venían con sus joyas y patenas de oro y jamás el Capitán consintió tomar nada, ni aun solamente mirarlo, porque los indios no entendiesen que lo teníamos en algo, y mientras en esto nos descuidábamos, más oro se echaba a cuesta.
Aquí nos dieron noticia de las amazonas y de la riqueza que abajo hay, y el que la dio fue un indio señor llamado Aparia, viejo que decía haber estado en aquella tierra, y también nos dio noticia de otro señor que estaba apartado del río, metido en la tierra adentro, el cual decía poseer muy gran riqueza de oro: este señor se llama Ica; nunca le vimos, porque como digo, se nos quedó desviado del río. E por no perder el tiempo ni gastar la comida en balde, acordó el Capitán que luego se pusiese por obra lo que se había de hacer, y así mandó aparejar lo necesario, y los compañeros dijeron que querían comenzar luego su obra; y hubo entre nosotros dos hombres a los cuales no se debe poco, por hacer lo que nunca aprendieron, y parecieron ante el Capitán y le dijeron que ellos, con ayuda de Nuestro Señor, harían los clavos que fuesen menester, que mandasen a otros hacer carbón. Estos dos compañeros se llamaban el uno Juan de Alcántara fidalgo, natural de la villa de Alcántara, y el otro Sebastián Rodríguez, natural de Galicia; y el Capitán se lo agradeció prometiéndoles el galardón y pago de tan gran obra; y luego mandó facer unos fuelles de borceguíes, y así todas las demás herramientas, y los demás compañeros mandó que de tres en tres diesen buena hornada de carbón, lo cual se puso luego por obra, y tomó cada uno su herramienta y se iban al monte a cortar leña y la traer a cuestas desde el monte hasta el pueblo, que habría media legua, y hacían sus hoyos, y esto con muy gran trabajo.
Como estaban flacos y no diestros en aquel oficio, no podían sufrir la carga, y los demás compañeros que no tenían fuerza para cortar madera, sonaban los fuelles y otros acarreaban agua, y el Capitán trabajaba en todo, de manera que todos teníamos en qué entender. Diose tan buena manera nuestra compañía en este pueblo en la fábrica desta obra, que en veinte días, mediante Dios, se hicieron dos mil clavos muy buenos y otras cosas, y dejó el Capitán la obra del bergantín para donde hallase más oportunidad y mejor aparejo. Detuvímonos en este pueblo más de lo habíamos de estar, comiendo lo que teníamos, de tal manera que fue parte para que desde en adelante pasásemos muy gran necesidad, y esto fue por ver si por alguna vía o manera podíamos saber nueva del real; y visto que no, el Capitán acordó de dar mil castellanos a seis compañeros si juntarse quisiesen y dar la nueva al Gobernador Gonzalo Pizarro, y demás desto les darían dos negros que les ayudasen a remar y algunos indios para que le llevasen cartas y le diesen de su parte nueva de lo que pasaba; y entre todos no se fallaron sino tres, porque todos temían la muerte que les estaba cierta, por lo que habían de tardar hasta llegar a donde habían dejado al dicho Gobernador, y que él habría ya dado la vuelta, porque habían andado ciento cincuenta leguas desde que habían dejado al Gobernador en nueve días que habían caminado. Acabada la obra, y visto que la comida se nos agotaba y se nos habían muerto siete compañeros de la hambre pasada, partimos, día de Nuestra Señora la Candelaria: metimos la comida que pudimos, porque ya no era tiempo de estar más en aquel pueblo, lo uno, porque los naturales parecía que se les hacía de mal, y querían dejarlos muy contentos, y lo otro porque no perdiésemos el tiempo y gastásemos la comida sin provecho, porque no sabíamos si la habríamos menester; y así comenzamos a caminar por esta dicha provincia, y no habíamos andado obra de veinte leguas cuando se juntó con nuestro río otro por la diestra mano, no muy grande, en el cual río tenía su asiento un principal señor llamado Irrimorrany, por ser indio y señor de mucha razón y haber venido a ver al Capitán y a le traer de comer, quiso ir a su tierra, pero también fue por cabsa de que venía el río muy recio y con grande avenida; y aquí estuvimos en punto de nos perder, porque al entrar, que entraba este río en el que nosotros navegábamos, peleaba la una agua con la otra y traía mucha madera de un cabo a otro, que era trabajo navegar por él, porque hacía muchos remolinos y nos traía a un cabo y a otro; pero con harto trabajo salimos deste peligro sin poder tomar el pueblo, y pasamos adelante, donde teníamos nueva de otro pueblo que nos decían que estaba de allí doscientas leguas, porque todo lo demás era desierto, y así las caminamos con mucho trabajo de nuestras personas, padeciendo muchas necesidades y peligros muy notables, entre los cuales nos acaeció un desmán y no pequeña alteración para en el tiempo en que estábamos, y fue que dos canoas donde iban once españoles de los nuestros se perdieron entre unas islas sin saber dónde estábamos ni los poder topar: anduvieron dos días perdidos sin nos poder topar, y nosotros, pensando nunca los cobrar, estábamos con muy gran pasión; pero al cabo deste dicho tiempo fue Nuestro Señor servido que nos topamos, que no fue poca el alegría entre todos, y así estábamos con tanta alegría que nos parecía que todo el trabajo pasado se nos había olvidado.
Después de haber un día descansado a donde los topamos, mandó el Capitán que caminásemos. Otro día, a las diez horas, llegamos a unas poblaciones en las cuales estaban los indios en sus casas, y por no alborotar no quiso el Capitán que llegásemos allá, y mandó a un compañero que fuese con otros veinte a donde los indios estaban y que no saltasen en sus casas ni saliesen en tierra, sino que con mucho amor les dijesen la gran necesidad en que íbamos, y que nos diesen de comer y que viniesen a hablar al Capitán, que quedaba en medio del río, porque les quería dar de lo que traía y decir la cabsa de su venida. Los indios se estuvieron quedos y holgáronse mucho en ver nuestros compañeros, y les dieron mucha comida de tortugas y papagayos en abundancia, y les dijeron que dijesen al Capitán que se fuese a aposentar a un pueblo que estaba despoblado de la otra parte del río, y que otro día de mañana le irían a ver. El Capitán holgó mucho con la comida y más con la buena razón de los indios, y así nos fuimos a aposentar y dormimos aquella noche en el ya dicho pueblo, donde no nos faltaron abundancia de mosquitos, que fue cabsa de que otro día de mañana el Capitán se fuese a otro pueblo mayor que parecía más abajo; y llegados los indios no se pusieron en resistencia, antes estuvieron quedos, y allí folgamos tres días, a donde los indios vinieron en paz a nos traer de comer muy largo. Otro día, pasados los tres, salimos deste pueblo y caminamos por nuestro río a vista de buenos pueblos; y yendo así, un domingo de mañana, a una división que el río hacía, que se partía en dos partes, subieron a vernos unos indios en cuatro o cinco canoas que venían cargados de mucha comida, e se llegaron cerca de donde venía el Capitán y pidieron licencia para llegar porque le querían hablar al dicho Capitán, el cual mandó que llegasen; y así llegaron, le dijeron como ellos eran principales vasallos de Aparia, y que por su mandado venían a nos traer de comer; y comenzaron a sacar de sus canoas muchas perdices como las de nuestra España, sino que son mayores, y muchas tortugas, que son tan grandes como adargas, y otros pescados.
El Capitán se lo agradeció y les dio de lo que tenía, y después de se lo haber vendido, los indios quedaron muy contentos de ver el buen tratamiento que se les hacía, y en ver que el Capitán les entendía su lengua, que no fue poco para que nosotros saliésemos a puerto de claridad, que, a no la entender, tuviéramos por dificultosa nuestra salida. Ya que los indios se querían despedir, dijeron al Capitán que fuese al pueblo donde residía su principal señor, que como digo, se llamaba Aparia, y el Capitán les dijo que por cuál de los dos brazos había de ir, y ellos respondieron que ellos nos guiarían, que fuésemos en su seguimiento; y así, a poco rato, vimos las poblaciones donde estaba el dicho señor, y caminando hacia allá el Capitán tornó a preguntar a los indios que cuyas eran aquellas poblaciones; los indios respondieron que allí estaba el sobredicho su señor, y así comenzaron a irse hacia el pueblo a dar mandado como íbamos, y no tardó mucho que vimos salir del dicho pueblo muchos indios a se embarcar en sus canoas, a manera de hombres de guerra, y pareció querernos acometer. El Capitán mandó a sus compañeros, que veían la muestra que los indios hacían, que fuesen a punto con sus armas aparejadas, porque si nos acometiesen no fuesen parte para nos hacer daño; y con mucha orden, remando y a muy gran fuerza, abordamos en tierra, y los indios pareció desviarse. El Capitán saltó en tierra con sus armas, y tras él los demás, y desto quedaron los indios muy espantados y se llegaron más a tierra.
El Capitán como los entendiese, que, como dicho tengo, el entender él la lengua, fue parte después de Dios, para no nos quedar en el río, que a no la entender, ni los indios salieran de paz ni nosotros acertáramos en estas poblaciones; mas como era Nuestro Señor servido que tan gran secreto y descubrimiento se ficiese y viniese a noticia de la Cesárea Majestad, y con tanta dificultad, se descubrió, e por otra vía ni fuerza ni poderío humano era posible descubrirse sin poner Dios en ello su mano, o sin que pasasen muchos siglos y años. Después que el Capitán llamó a los indios les dijo que no tuviesen temor, que saltasen en tierra, y ellos así lo hicieron, que se llegaron junto a tierra, mostrando en su semblante que se holgaban de nuestra venida; y saltó el señor en tierra, y con él muchos principales y señores que lo acompañaban, y pidió licencia al Capitán para se asentar, y así se asentó, y toda su gente en pie, e mandó sacar de sus canoas mucha cantidad de comida, así de tortugas como de manatís y otros pescados, y perdices y gatos y monos asados. Viendo el Capitán el buen comedimiento del señor, le hizo un razonamiento dándole a entender cómo éramos cristianos y adorábamos un solo Dios, el cual era criador de todas las cosas criadas, y que no éramos como ellos que andaban errados adorando en piedras y bultos hechos; y sobre este caso les dijo otras muchas cosas, y también les dijo como éramos criados y vasallos del Emperador de los cristianos gran Rey de España, y se llamaba D.
Carlos Nuestro Señor, cuyo es el imperio de todas las Indias y otros muchos señoríos y reinos que hay en el mundo, y que por su mandato íbamos a aquella tierra, y que le íbamos a dar razón de lo que habíamos visto en ella; y estaban muy atentos y con mucha atención escuchando lo que el Capitán les decía, y le dijeron que si íbamos a ver los amurianos, que en su lengua los llaman coniupuyara, que quiere decir grandes señoras, que mirásemos lo que hacíamos, que éramos pocos y ellas muchas, que nos matarían; que no estuviésemos en su tierra, que allí nos darían todo lo que hubiésemos menester. El Capitán les dijo que no podía hacer otra cosa sino pasar de largo para dar razón a quien le enviaba que era su Rey y Señor; y después que el Capitán habló, y que parecía que los oyentes quedaban muy contentos, aquel principal señor preguntó que quién era aquél, y queriéndose mejor informar de lo que se le decía, por ver si el Capitán discrepaba de lo dicho, el cual le respondió lo mesmo que le había dado a entender y le dijo más que éramos hijos del Sol y que íbamos a aquel río, como ya le había dicho. Desto se espantaron mucho los indios y mostraron mucha alegría, teniéndonos por santos o personas celestiales, porque ellos adoran y tienen por su Dios al Sol, que ellos llaman Chise. Luego dijeron al Capitán que ellos eran suyos y que le querían servir, y que mirase de qué tenía necesidad él y sus compañeros que él se lo daría muy de su voluntad.
El Capitán se lo agradeció mucho y mandó luego a dar muchas cosas, y a los demás principales, y quedaron tan contentos que dende en adelante ninguna cosa el Capitán les pedía que luego no se la daban; y se levantaban todos en pie, y dijeron al Capitán que se aposentase en el pueblo, que ellos se lo dejarían desembarazado, y que se querían ir a sus casas y que cada día vendrían a traernos de comer. El Capitán les mandó que viniesen todos los señores a verle, porque quería darles lo que tenía. El señor dijo que otro día vendrían y así vinieron todos con muy grande abundancia de comida, y fueron bien recebidos y tratados por el Capitán, y a todos juntos les tornó a hablar lo que primero había dicho al principal señor, y tomó posesión en nombre de Su Majestad en todos; y los señores eran veinte y seis, y en señal de posesión mandó poner una cruz muy alta, con la cual los indios se folgaron, y dende en adelante cada día los indios venían a traernos de comer y hablar con el Capitán, que desto se folgaban ellos mucho. Visto por el Capitán el buen aparejo y disposición de la tierra y la buena voluntad de los indios, mandó juntar a todos sus compañeros y les dijo que pues había allí buen aparejo y voluntad en los indios, que sería bien hacer un bergantín, y así se puso por obra; y fallose entre nosotros un entallador llamado Diego Mexía, el cual, aunque no era su oficio, dio orden cómo se había de hacer; y luego el Capitán mandó repartir por todos los compañeros que cada uno trajese una cuaderna y dos estamenas, y a otros que trajesen la quilla, y a otros las rodas, y a otros que aserrasen tablas, de manera que todos tenían bien en que se ocupar, no sin poco trabajo de sus personas, porque como era invierno y la madera estaba muy lejos, cada cual tomaba su hacha y iba al monte y cortaba lo que le cabía y lo acarreaba a cuestas, y mientras unos acarreaban, otros les hacían espaldas porque los indios no les ficiesen mal, y desta manera en siete días se cortó toda la maderaje para el dicho bergantín; y acabada esta tarea, luego fue dada otra, que fue que mandó facer carbón para hacer más clavos y otras cosas.
Era cosa maravillosa de ver con cuánta alegría trabajaban nuestros compañeros y acarreaban el carbón, y así se proveyó todo lo demás necesario. No había hombre entre todos nosotros que fuese acostumbrado a semejantes oficios; pero, no obstante todas estas dificultades, Nuestro Señor daba a todos ingenio para lo que se había de hacer, pues que era para salvar las vidas, porque de allí saliéramos con el barco y canoas, dando como dimos después en gente de guerra, ni nos pudiéramos defender ni salir del río en salvamento, y así pareció claramente que Dios inspiró en el Capitán para que en este pueblo que he dicho se hiciese el bergantín, porque adelante era imposible, y éste se falló muy a propósito, porque los indios no faltaron de siempre nos traer de comer muy abundantemente de la manera que el Capitán se los pedía. Diose tanta priesa en esta obra del bergantín que en treinta y cinco días se labró y se echó al agua calafateado con algodón e betunado con pez, lo cual todos los indios traían porque el Capitán se los pedía. No fue poca el alegría de nuestros compañeros por haber acabado aquello que tanto deseaban. Había tantos mosquitos en este pueblo que no nos podíamos valer de día ni de noche, sin que los unos a los otros no sabíamos qué hacernos, que con la buena posada no sentíamos el trabajo y con el deseo que teníamos de ver el fin de nuestra jornada. En este medio tiempo, estando en esta obra, vinieron cuatro indios a ver al Capitán, los cuales llegaron, y eran de estatura que cada uno era más alto un palmo que el más alto cristiano, y eran muy blancos y tenían muy buenos cabellos que les llegaban a la cintura, muy enjoyados de oro y ropa; y traían mucha comida; y llegaron con tanta humildad que todos quedamos espantados de sus disposiciones y buena crianza; sacaron mucha comida y pusiéronla delante del Capitán, y le dijeron como ellos eran vasallos de un señor muy grande, y que por su mandado venían a ver quién éramos o qué queríamos o dónde íbamos; y el Capitán les recibió muy bien, y primero que los hablase, les mandó dar muchas joyas, que ellos tuvieron en mucho y se folgaron.
El Capitán les dijo todo lo que había dicho al señor Aparia, de lo cual los indios quedaron no poco espantados; y los indios dijeron al Capitán que ellos se querían ir a dar respuesta a su señor, que les diese licencia. El Capitán se las dio y que se fuesen en hora buena, y les dio muchas cosas que diesen a su principal señor y que le dijesen que el Capitán le rogaba mucho le viniese a ver, porque se holgaría mucho con él; y ellos dijeron que así lo farían, y se fueron y nunca más supimos nuevas de dónde eran ni de qué tierra habían venido. Posamos en este mismo asiento toda la Cuaresma, donde se confesaron todos los compañeros con dos religiosos que allí estábamos, y yo prediqué todos los domingos y fiestas el Mandato, la Pasión y Resurrección, lo mejor que Nuestro Redentor me quiso dar a entender con su gracia, y procuré de ayudar y esforzar lo que yo pude a la perseveración de su buen ánimo a todos aquellos hermanos y compañeros, acordándoles que eran cristianos y que servirían mucho a Dios y al Emperador en proseguir la empresa y comportar con paciencia los trabajos presentes y por venir hasta salir con este nuevo descubrimiento, demás de ser esto lo que a sus vidas y honras tocaba; así que en este propósito dije lo que me parecía cumpliendo con mi oficio, y también porque me iba la vida en el buen suceso de nuestra peregrinación. También prediqué el domingo de Quasimodo, y puedo testificar con verdad que, así el Capitán como todos los demás compañeros tenían tanta clemencia y espíritu y santidad de devoción en Jesucristo y su sagrada fe, que bien mostró Nuestro Señor que era su voluntad de nos socorrer.
El Capitán me rogaba que predicase y todos entendiesen en sus devociones con mucho fervor, como personas que lo habían muy bien menester de pedir a Dios misericordia. Adobose también el barco pequeño, porque venía ya podrido, y así todo muy bien aderezado y puesto a punto, el Capitán mandó que todos estuviesen aparejados y hiciesen matalotaje, porque con ayuda de Nuestro Señor quería partirse el lunes adelante. Una cosa nos aconteció en este pueblo no de poco espanto, y fue que el miércoles de Tiniebla y el Jueves Santo y viernes de la # nos hicieron los indios ayunar por fuerza porque no nos trajeron de comer hasta el sábado víspera de Pascua, y el Capitán les dijo que por qué no nos habían traído de comer, y ellos dijeron que porque no lo habían podido tomar; y así el sábado y domingo de Pascua, y domingo de Quasimodo, fue tanta la comida que trajeron, que la echábamos en el campo, y porque todo fuese como convenía, y con toda orden, fizo alférez a un hidalgo muy suficiente para el oficio llamado Alonso de Robles, el cual, después que llegamos a tierra de guerra, el Capitán le mandaba saltar con algunos compañeros a recoger comida para todos y el Capitán quedaba a guardar los bergantines, los cuales eran en este viaje todo nuestro bien y amparo después de Dios, porque los indios no deseaban otra cosa sino quitárnoslos. Partimos del asiento y pueblo de Aparia con el nuevo bergantín, el cual fue de diez y nueve joas, bastante para navegar por la mar, víspera del Evangelista San Marcos, a veinte y cuatro de abril del año sobredicho, que vinimos por las poblaciones de aquel señorío de Aparia, las cuales duraron más de ochenta leguas, sin fallar indio de guerra, antes el mismo Cacique vino a hablar y traer de comer al Capitán y a nosotros, y holgamos en un pueblo suyo el sobredicho día de San Marcos, a donde el mismo señor vino a traernos muy largo de comer y el Capitán lo recibió muy bien, y no se le hizo mal tratamiento porque el intento y deseo del Capitán era, porque si posible fuese, quedase en aquella tierra y gente bárbara en buen respecto por haberla conocido y sin descontentamiento alguno, porque desto sería servido Dios Nuestro Señor y el Rey Nuestro Señor, para que adelante, cuando a Su Majestad pluguiera con más facilidad nuestra sagrada república y fe cristiana y la bandera de Castilla se aumentase y la tierra se fallase más doméstica para pacificalla y ponella debajo de la obediencia de su Real Servicio, como conviniese, porque junto con hacerse esto con buen tiento y caridad, era asimismo para conservar lo necesario, el buen tratamiento que se hiciese a los indios para poder pasar adelante y que no se usase el remedio de las armas sino cuando no se pudiese excusar la defensión propia.
En esta cabsa, aunque fallábamos los pueblos despoblados, viendo el buen tratamiento que se les hacía, en toda la sobredicha provincia nos proveyeron de mantenimientos. Desde a pocos días cesaron los indios y en esto conocimos que estábamos fuera del señorío y población de aquel gran señor Aparia; e temiendo el Capitán lo que podía venir a causa del poco mantenimiento, mandó caminar los bergantines con más priesa de la acostumbrada. Un día por la mañana, que habíamos partido de un pueblo, salieron a nosotros dos indios en una canoa y llegaron cerca del bergantín donde iba el Capitán y entraron dentro, y el más viejo de ellos, pensando el Capitán que sabía la tierra y que nos podía llevar el río abajo, mandó que se quedara dentro, y el otro envió a su casa, y comenzamos a seguir nuestro río abajo, el cual el indio no sabía ni había navegado a causa de lo cual el Capitán mandó soltar y dar una canoa en que se volviese a su tierra. De allí en adelante pasamos más trabajo y más hambre y despoblados que de antes, porque el río venía de monte a monte y no hallábamos a donde dormir, ni menos se podía tomar ningún pescado, así que nos era necesario comer nuestro acostumbrado manjar, que era de yerbas y de cuando en cuando un poco de maíz tostado. Viniendo caminando con nuestro acostumbrado trabajo y mucha hambre, un día a mediodía llegamos a un asiento alto que pareció haber sido poblado y tener alguna disposición para buscar alguna comida o pescado, y fue aqueste día, día de San Juan Ante-portamlatinam, que era seis de mayo, y allí se siguió un caso que yo no le osaría escribir si no tuviera tantos testigos que a ello se hallaron presentes; y fue que un compañero ya nombrado, que es el que dio orden en el bergantín, tiró a una ave con una ballesta, que estaba en un árbol junto al río, y saltó la nuez de la caja y cayó en el río, y estando en ninguna confianza de cobrar la nuez, otro compañero, llamado Contreras, echó un anzuelo en el río con una vara y sacó un pescado de cinco palmos, y como era grande y el anzuelo pequeño, fue menester sacarlo con maña, y, abierto, dentro del buche se halló la nuez de la ballesta, y así se reparó que no fue después poco menester, porque, después de Dios, las ballestas nos dieron las vidas.
Complidos doce días de mayo llegamos a las provincias de Machiparo, que es muy gran señor y de mucha gente y confina con otro señor tan grande llamado Omaga, y son amigos que se juntan para dar guerra a otros señores que están la tierra adentro, que les vienen cada día a echar de sus casas. Este Machiparo está asentado sobre el mismo río en una loma, y tiene muchas y grandes poblaciones que juntan de pelea cincuenta mil hombres de edad de treinta años hasta setenta, porque los mozos no salen a la guerra ni en cuantas batallas nosotros con ellos tuvimos no les vimos, sino fueron viejos, y éstos muy dispuestos, y tienen bozos y no barbas. Antes que llegásemos a este pueblo, con dos leguas vimos estar blanqueando los pueblos, y no habíamos andado mucho cuando vimos venir por el río arriba muy gran cantidad de canoas, todas puestas a punto de guerra, lucidas, y con sus pabeses, que son de conchas de lagartos y de cueros de manatís y de dantas, tan altos como un hombre, porque todos los cubren. Traían muy gran grita, tocando muchos atambores y trompetas de palo amenazándonos que nos habían de comer. Luego el Capitán mandó que los dos bergantines se juntasen porque el uno al otro se favoreciese, y que todos tomasen sus armas y mirasen lo que tenían delante y viesen la necesidad que tenían de defender sus personas y pelear por salir a buen puerto, y que todos se encomendasen a Dios, que Él nos ayudaría en aquella necesidad grande en que estábamos; y en este medio tiempo los indios se venían acercando, hechos sus escuadrones, para nos tomar en medio, y así venían tan ordenadamente y con tanta soberbia, que parecía que ya nos tenían en las manos.
Nuestros compañeros estaban todos con tanto ánimo, que les parecía que no bastaba para cada uno cuatro indios, y así llegaron los indios hasta que nos comenzaron a ofender. Luego el Capitán mandó que aparejasen los arcabuces y ballestas. Aquí nos aconteció un desmán no pequeño para el tiempo en que estábamos, que fue que los arcabuceros hallaron húmeda la pólvora, a cabsa de lo cual no aprovecharon nada, y fue necesario que la falta de los arcabuces supliesen las ballestas; y, así, comenzaron nuestros ballesteros a hacer algún daño en los enemigos, porque estaban cerca y nosotros temerosos; y visto (por) los indios que tanto daño se les hacía, comenzaron a detenerse, no mostrando punto de cobardía, antes parecía que les crecía el ánimo, y siempre les venía mucha gente de socorro, y todas las veces que les venía nos comenzaban a acometer tan osadamente que parecía que querían tomar a manos los bergantines. Desta manera fuimos peleando fasta llegar al pueblo, donde había muy gran cantidad de gente, puesta sobre las barrancas en defensa de sus casas. Aquí tuvimos una batalla peligrosa, porque como había muchos indios por el agua y por la tierra y de todas partes nos daban cruda guerra; y así fue necesario, aunque con riesgo al parecer de todas nuestras personas, acometimos y tomamos el primer puesto a donde los indios no dejaban de saltar en tierra a nuestros compañeros, porque la defendían muy animosamente; y si no fuera por las ballestas, que aquí hicieron señalados tiros, por donde pareció ser bien providencia Divina lo de la nuez de la ballesta, no se ganara el puerto; así, con esta ayuda ya dicha cabordaron los bergantines en tierra y saltaron al agua la mitad de nuestros compañeros y dieron en los indios de tal manera que los hicieron huir, y la otra mitad quedó en los bergantines, defendiéndolos de la otra gente que andaba en el agua, que no dejaban, aunque estaba ganada la tierra, de pelear, y aunque se les hacía daño con las ballestas, no por eso dejaban de seguir su mal propósito.
Ganado el principio de la población, el Capitán mandó al Alférez que con veinte y cinco hombres corriesen la población y echasen los indios de ella y mirasen si había comida, porque pensaba de descansar en el sobre dicho pueblo cinco o seis días para nos reformar del trabajo pasado; y así fue el alférez y corrió media legua por el pueblo adelante, y esto no sin trabajo, porque aunque los indios se retraían, íbanse defendiendo como hombres que les pesaba salir de sus casas; y como los indios, cuando no salen con su intención al principio, siempre huyen hasta la segunda instancia a revolver en sí, iban, como digo, huyendo; y visto por el dicho Alférez la mucha población y gente, acordó de no pasar adelante, sino dar la vuelta y decir al Capitán lo que pasaba, y así volvió sin que los indios le ficiesen mal, y llegado al principio de la población, halló que el Capitán estaba aposentado en las casas y todavía le daban la guerra por el agua, y le dijo todo lo que pasaba y como había gran cantidad de comida, así de tortugas en corrales y albergues de agua y mucha carne y pescado y bizcocho, y esto en tal abundancia que había para comer un real de mil hombres un año; y visto por el Capitán el buen puerto, acordó de recoger comida para descansar, como dicho tengo, y para esto mandó llamar a Cristóbal Maldonado y le dijo que tomase una docena de compañeros y fuese a coger toda la comida que pudiese; y así fue, y cuando llegó halló que los indios andaban por el pueblo sacando la comida que tenían.
El dicho Cristóbal Maldonado trabajó de recoger la comida, y teniendo recogidas más de mil tortugas, revuelven los indios y de segunda vez venía ya mucha cantidad de gente y muy determinados de los matar y pasar adelante a dar a donde estábamos con el Capitán; y visto por el dicho Cristóbal Maldonado la revuelta de los indios, llamó a sus compañeros y acometiolos y aquí se detuvieron mucho, porque los indios eran más de dos mil y los compañeros que estaban con Cristóbal Maldonado no eran más que diez, y tuvieron bien que hacer para se defender. Al cabo diose tan buena maña que se desbarataron, y vuelven a coger la comida, y desta segunda pelea venían ya dos compañeros heridos; y como la tierra era muy poblada y de cada día los indios se reformaban y rehacían, tornan a revolver sobre el dicho Cristóbal Maldonado tan denodadamente, que quisieron y pusieron por obra de tomar a manos a todos, y desta arremetida hirieron seis compañeros muy mal, unos pasados brazos y a otros piernas, y al dicho Cristóbal Maldonado pasaron un brazo y le dieron un varazo en el rostro. Aquí se vieron en muy gran aprieto y necesidad, porque los compañeros, como estaban heridos y muy cansados (roto) no podían ir atrás ni adelante, y así pensaron todos de ser muertos, y decían que no se volviesen a donde estaba su Capitán, y el dicho Cristóbal Maldonado les dijo que no pensasen en tal cosa, porque él no pensaba de volver a donde estaba su Capitán quedando los indios con victoria; y así recogió de los compañeros los que estaban para pelear, y se puso en defensa, y peleó tan animosamente que fue para que los indios no matasen a todos nuestros compañeros.
En este tiempo los indios habían venido por la parte arriba a dar por dos partes a donde estaba nuestro Capitán, y como estábamos todos cansados del mucho pelear y descuidados, pensando que teníamos las espaldas seguras por andar Cristóbal Maldonado fuera, pareció que Nuestro Señor alumbró al Capitán para que enviase al sobredicho, que a no le enviar, o no se hallar donde se halló, tengo por cierto que corríamos mucho riesgo de las vidas; y, como digo, nuestro capitán y todos estábamos descuidados y desarmados, de tal manera, que los indios tuvieron lugar de entrar en el pueblo a dar en nosotros sin que fuesen sentidos; y en este tiempo los vio un compañero nuestro llamado Cristóbal de Aguilar, el cual se puso delante, peleando muy animosamente, dando alarma la cual oyó nuestro Capitán, el cual salió a ver lo que era, desarmado, con una espada en la mano, y vio que tenían los indios cercadas todas las casas donde estaban nuestros compañeros; y demás desto estaban en la plaza un escuadrón de más de quinientos indios. El Capitán comenzó a dar voces, y así salieron nuestros compañeros tras el Capitán y acometieron al escuadrón con tanto denuedo, que los desbarataron, haciendo daño en los indios, pero no dejaron de pelear y defender de manera que hirieron nueve compañeros de malas feridas, y al cabo de dos horas que andábamos peleando, los indios fueron vencidos y desbaratados y los nuestros muy cansados. En este encuentro se señalaron muchos de nuestros compañeros, que antes no habían visto para lo que eran y no los teníamos en tanto, porque todos mostraron bien la necesidad en que estábamos, porque hubo hombre que con una daga se metió en medio de los enemigos y peleó tan bien que todos nos espantamos, y salió con un muslo atravesado. Este se llama Blas de Medina. Después de pasado esto, envió el Capitán a saber qué era de Cristóbal Maldonado y cómo le iba, al cual toparon en el camino, que venía ya donde estaba el Capitán, él e todos heridos; y un compañero que se llamaba Pedro de Ampudia, que se halló con él, dende a ocho días murió de las heridas: era natural de Ciudad Rodrigo.