ITINERARIO DE LA ARMADA DEL REY CATÓLICO A LA ISLA DE YUCATÁN
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ITINERARIO DE LA ARMADA DEL REY CATÓLICO A LA ISLA DE YUCATÁN, EN LA INDIA, EN EL AÑO 1518, EN LA QUE FUE POR COMANDANTE Y CAPITÁN GENERAL JUAN DE GRIJALVA EL ITINERARIO Su autor Si, como indica el títuto de la obra, el Itinerario fue escrito por el capellán de la armada, la autoría del mismo debe atribuirse obligatoriamente a Juan Díaz, quien desempeñaba tal menester en la expedición. Vástago legítimo de Alonso Díaz y Martina Núñez, Juan Díaz nació en Sevilla en 1480. Tras pasar a América en 1514, tomó parte en la expedición de Juan de Grijalva, sirviendo posteriormente en las campañas de México y Guatemala. Los cronistas discrepan a la hora de señalar la causa de su fallecimiento, que tuvo lugar en 1549, pues unos afirman que el clérigo murió de su muerte, y otros que fue martirizado por los indios de Quecholac. Según la tradición, los restos mortales del presbítero Juan Díaz, capellán de Hernán Cortés y Pedro de Alvarado, descansan en la capilla antigua de la catedral de Puebla1. La relación El Itinerario de la armada o, mejor dicho, el Itinerario de la armada del Rey Católico a la isla de Yucatán en la India, el año de 1518, en la que fue por comandante y capitán general Juan de Grijalva, escrito para Su Alteza por el capellán mayor de la dicha armada, que tal es su auténtico y largo título, reproduce con ligeros cambios el informe oficial de la flotilla que exploró el seno mexicano en 1518. Cuando Diego Velázquez, gobernador de Cuba y patrocinador de la expedición, supo que el oro y las piedras preciosas abundaban en las nuevas tierras, inició de inmediato las gestiones para obtener el derecho a conquistar los territorios descubiertos.
El comisionado, un astuto eclesiástico llamado Benito Martín, cumplió el encargo a la perfección: el 13 de noviembre de 1518, una real cédula nombraba a Velázquez gobernador y capitán general de las tierras conocidas como Santa María de los Remedios (Yucatán) y Cozumel. La rebelión de Cortés, enviado para reconocer el país, impediría que los sueños del flamante gobernador se materializasen. Velázquez, celoso de sus derechos, denunció a don Hernán ante la corte, dando comienzo una guerra judicial, que se prolongaría por espacio de cuatro años. Paralelamente, el procurador velazquista, Benito Martín, lanzó una campaña de propaganda centrada en la difusión del Itinerario de la armada, que comenzó apenas el religioso desembarcó en la península: Acordó Diego Velázquez de enviar un clérigo capellán suyo a España con estas muestras del oro que es dicho y con la relación del viaje que había hecho el capitán Joan de Grijalva, al serenísimo rey don Carlos, nuestro señor. Y este clérigo fue a Barcelona en el mes de mayo, el siguiente año de mill e quinientos e diez e nueve años, a la sazón que en aquella cibdad llegó la nueva de cómo era Su Majestad elegido por Rey de los romanos e futuro Emperador (e yo me hallé allí en Barcelona en este tiempo). Este clérigo se llamaba Benito Martín, al cual yo conocía muy bien, porque yo le pasé conmigo a estas partes el año de mill e quinientos e catorce a la Tierra Firme2. Aunque los motivos fueran mezquinos, hay que agradecer a Benito Martín sus esfuerzos por transformar un simple documento en un best seller literario, pues la obra posee un gran valor, como nos señala Agustín Yáñez: Estamos ante una relación de extremado interés, rica en observación y noticias, en pequeños y elocuentes trazos psicológicos, en descripciones de la naturaleza y la cultura indígenas; escrita en un estilo a la vez llano y solemne, nos muestra la intimidad de los expedicionarios, su emoción ante las cosas y costumbres que van descubriendo, su tendencia religiosa y poética, de españoles viejos, a interpretar por modos sobrenaturales cuanto coincide con estados patéticos de ánimo o con sucesos culminantes de la expedición3.
Ediciones El Itinerario de la armada gozó, como hemos de ver4, de una gran popularidad en el siglo XVI. Entre 1520 y 1522 aparecieron cinco ediciones de la obra: dos versiones italianas, dos latinas y una alemana5. Trece años después, Gonzalo Fernández de Oviedo incluyó en su monumental Historia general y natural de las Indias la copia que le proporcionó su amigo Martín de la famosa relación, si bien el cronista, siguiendo la costumbre de la época, trastocó el orden, modificó la redacción e ignoró citar la procedencia de la fuente6. El escrito, tras este brillante inicio, cayó en el más oscuro de los olvidos hasta que, a principios del siglo XIX, un francés interesado por las cosas de América, Henri Ternaux Compans, lo dio nuevamente a la imprenta7. Por desgracia, el manuscrito original se había perdido y el erudito galo tuvo que recurrir para su traducción a uno de los pocos ejemplares del Itinerario de Ludovico de Varthema que se conservan8. En 1858, el benemérito don Joaquín García Icazbalceta editó la relación del clérigo Díaz en castellano9. Años después, esta traducción, basada en dos copias del Varthema, sería aprovechada por Agustín Yáñez, quien la editaría junto con otros textos de la época10. Recientemente, Jorge Gurría Lacroix ha publicado una impecable edición del Itinerario, que consta de una nota introductoria, la reproducción facsimilar del escrito y, ¡cómo no!, la versión española de Icazbalceta. Toda una rareza bibliográfica que hará las delicias de los bibliófilos11.
Por lo que respecta a la versión inglesa de la obra, The Cortes Society imprimió en 1942 una completa edición, que incluye todas las traducciones del siglo XVI12. Observaciones sobre la presente edición La edición que el lector tiene en las manos --cuarta en lengua castellana y primera española-- presenta una nueva traducción del texto italiano de 1522, lo que no se hacía desde que el benemérito Joaquín García Icazbalceta publicara el Itinerario en 1858. Al respecto, debo señalar que no existen grandes discrepancias de contenido entre la versión de García Icazbalceta y la mía, ya que el cotejo de la edición veneciana de 1522 con la transcripción aparecida en la Colección de documentos para la historia de México ofrece variaciones irrelevantes. Sí hay, por el contrario, notables diferencias formales. Mi traducción pretende restaurar el original castellano, mientras que la de don Joaquín, muy correcta pero excesivamente modernizada para mi gusto, se ciñe más al impreso de Rusconi. Quiere ello decir que no me he acercado al texto con esa actitud reverente, cuasi servil, que caracteriza a los puristas; por el contrario, sustituyo cuando puedo la forma de expresión del impreso véneto --muy españolizado por cierto-- por otra castellana. Del mismo modo, y aunque esto suponga cierta pedantería, he procurado devolver al Itinerario el léxico típico del siglo XVI, que el traductor italiano fue incapaz de respetar. Así, por ejemplo, sustituyo el término schiavi ("esclavos"), que se emplea en varias ocasiones para referirse a los sirvientes antillanos de Grijalva, por el antillanismo naborías, que sin dudar sería el utilizado en el original castellano. Por último, cabe añadir que he colocado entre paréntesis determinadas frases que, a mi entender, son acotaciones del traductor italiano; del mismo modo he utilizado los corchetes para diferenciar ciertas locuciones y palabras imprescindibles para una cabal comprensión del texto. Por supuesto, mi versión, aun cuando se acerque más al original perdido que la de García Icazbalceta, en absoluto debe considerarse definitiva, pues no es sino una traducción tentativa.
El comisionado, un astuto eclesiástico llamado Benito Martín, cumplió el encargo a la perfección: el 13 de noviembre de 1518, una real cédula nombraba a Velázquez gobernador y capitán general de las tierras conocidas como Santa María de los Remedios (Yucatán) y Cozumel. La rebelión de Cortés, enviado para reconocer el país, impediría que los sueños del flamante gobernador se materializasen. Velázquez, celoso de sus derechos, denunció a don Hernán ante la corte, dando comienzo una guerra judicial, que se prolongaría por espacio de cuatro años. Paralelamente, el procurador velazquista, Benito Martín, lanzó una campaña de propaganda centrada en la difusión del Itinerario de la armada, que comenzó apenas el religioso desembarcó en la península: Acordó Diego Velázquez de enviar un clérigo capellán suyo a España con estas muestras del oro que es dicho y con la relación del viaje que había hecho el capitán Joan de Grijalva, al serenísimo rey don Carlos, nuestro señor. Y este clérigo fue a Barcelona en el mes de mayo, el siguiente año de mill e quinientos e diez e nueve años, a la sazón que en aquella cibdad llegó la nueva de cómo era Su Majestad elegido por Rey de los romanos e futuro Emperador (e yo me hallé allí en Barcelona en este tiempo). Este clérigo se llamaba Benito Martín, al cual yo conocía muy bien, porque yo le pasé conmigo a estas partes el año de mill e quinientos e catorce a la Tierra Firme2. Aunque los motivos fueran mezquinos, hay que agradecer a Benito Martín sus esfuerzos por transformar un simple documento en un best seller literario, pues la obra posee un gran valor, como nos señala Agustín Yáñez: Estamos ante una relación de extremado interés, rica en observación y noticias, en pequeños y elocuentes trazos psicológicos, en descripciones de la naturaleza y la cultura indígenas; escrita en un estilo a la vez llano y solemne, nos muestra la intimidad de los expedicionarios, su emoción ante las cosas y costumbres que van descubriendo, su tendencia religiosa y poética, de españoles viejos, a interpretar por modos sobrenaturales cuanto coincide con estados patéticos de ánimo o con sucesos culminantes de la expedición3.
Ediciones El Itinerario de la armada gozó, como hemos de ver4, de una gran popularidad en el siglo XVI. Entre 1520 y 1522 aparecieron cinco ediciones de la obra: dos versiones italianas, dos latinas y una alemana5. Trece años después, Gonzalo Fernández de Oviedo incluyó en su monumental Historia general y natural de las Indias la copia que le proporcionó su amigo Martín de la famosa relación, si bien el cronista, siguiendo la costumbre de la época, trastocó el orden, modificó la redacción e ignoró citar la procedencia de la fuente6. El escrito, tras este brillante inicio, cayó en el más oscuro de los olvidos hasta que, a principios del siglo XIX, un francés interesado por las cosas de América, Henri Ternaux Compans, lo dio nuevamente a la imprenta7. Por desgracia, el manuscrito original se había perdido y el erudito galo tuvo que recurrir para su traducción a uno de los pocos ejemplares del Itinerario de Ludovico de Varthema que se conservan8. En 1858, el benemérito don Joaquín García Icazbalceta editó la relación del clérigo Díaz en castellano9. Años después, esta traducción, basada en dos copias del Varthema, sería aprovechada por Agustín Yáñez, quien la editaría junto con otros textos de la época10. Recientemente, Jorge Gurría Lacroix ha publicado una impecable edición del Itinerario, que consta de una nota introductoria, la reproducción facsimilar del escrito y, ¡cómo no!, la versión española de Icazbalceta. Toda una rareza bibliográfica que hará las delicias de los bibliófilos11.
Por lo que respecta a la versión inglesa de la obra, The Cortes Society imprimió en 1942 una completa edición, que incluye todas las traducciones del siglo XVI12. Observaciones sobre la presente edición La edición que el lector tiene en las manos --cuarta en lengua castellana y primera española-- presenta una nueva traducción del texto italiano de 1522, lo que no se hacía desde que el benemérito Joaquín García Icazbalceta publicara el Itinerario en 1858. Al respecto, debo señalar que no existen grandes discrepancias de contenido entre la versión de García Icazbalceta y la mía, ya que el cotejo de la edición veneciana de 1522 con la transcripción aparecida en la Colección de documentos para la historia de México ofrece variaciones irrelevantes. Sí hay, por el contrario, notables diferencias formales. Mi traducción pretende restaurar el original castellano, mientras que la de don Joaquín, muy correcta pero excesivamente modernizada para mi gusto, se ciñe más al impreso de Rusconi. Quiere ello decir que no me he acercado al texto con esa actitud reverente, cuasi servil, que caracteriza a los puristas; por el contrario, sustituyo cuando puedo la forma de expresión del impreso véneto --muy españolizado por cierto-- por otra castellana. Del mismo modo, y aunque esto suponga cierta pedantería, he procurado devolver al Itinerario el léxico típico del siglo XVI, que el traductor italiano fue incapaz de respetar. Así, por ejemplo, sustituyo el término schiavi ("esclavos"), que se emplea en varias ocasiones para referirse a los sirvientes antillanos de Grijalva, por el antillanismo naborías, que sin dudar sería el utilizado en el original castellano. Por último, cabe añadir que he colocado entre paréntesis determinadas frases que, a mi entender, son acotaciones del traductor italiano; del mismo modo he utilizado los corchetes para diferenciar ciertas locuciones y palabras imprescindibles para una cabal comprensión del texto. Por supuesto, mi versión, aun cuando se acerque más al original perdido que la de García Icazbalceta, en absoluto debe considerarse definitiva, pues no es sino una traducción tentativa.