Introducción. Vocación a Indias
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Datos principales
Desarrollo
Vocación a Indias Estaba en Córdoba nuestro Pedro cuando se llenó Andalucía con las nuevas del Perú al arribar a Sevilla a principios de 1534 la expedición que capitaneaba Hernando Pizarro; y que era portadora del rescate de Atahualpa que comprendía, entre otras riquezas, 155.000 pesos de oro, medio millón de marcos de plata; a los que se agregaban objetos que no habían pasado por la fundición: una cuarentena de vasijas de oro y otras tantas de plata. Todo ello destinado al emperador como perteneciente al 20 por 100 de su soberana regalía. Tampoco faltaban participaciones para los restantes capitanes y soldados que habían decidido retirarse de la empresa peruana y gozar en la patria de un merecido retiro. Nuestro treceañero, con su recién estrenada pubertad, se consideró aludido en el libro con que uno de los expedicionarios triunfalmente regresados, Francisco López de Xerez, describía aquel espectacular desembarco. Debió impresionarle, sobre todo, aquella estrofa en que Xerez se describía a sí mismo saliendo de Sevilla en quince años de su edad. Veinte años había pasado allá, y como detallaba Xerez: los diecinueve en pobreza, y en uno, cuanta riqueza ha ganado y trae acá. Cieza veía despoblarse Córdoba de su mejor juventud; dejando abandonadas a sus mujeres, sin hacer caso de quienes les aconsejaban un mínimo de prudencia que el genio popular tradujo en esta copla que nunca olvidó Pedro: Los que fuéredes al Perú guardaos del cucurucú... Ballesteros opina que Pedro fue enviado a Indias para que se iniciara en los negocios de su amplia familia; me hace la impresión de que se trató de una decisión juvenil y poco meditada, que resultó bien en conjunto, pero que estaba llena de riesgos.
Se conservan dos asientos de pasajeros a indias que pueden corresponder a nuestro escritor: el primero está datado a 2 de abril, y el segundo a 3 de junio. La primera expedición estaba capitaneada por Juan del Junco, y llevaba Cartagena como destino; la segunda se inscribe en el grupo de Manuel Maya, y tendría como punto de atraque Santo Domingo. De la primera nos consta que tuvo un fin desastroso: el armador Cifuentes, que había adelantado el capital necesario para ser cancelado con la primera ganancia en indias, nunca llegó a esta reposición; resultándole una pérdida de más de un millón de maravedís. La providencia veló por nuestro Pedro haciendo que pasara en Santo Domingo aquella especie de temporada de aclimatación que salvó la vida de muchos. Empieza su carrera de escritor En Cartagena de Indias (Calamar, en lengua indígena) pasó su primera temporada en el continente americano: paseando, como otros muchos, su aburrimiento y primera decepción; pero, a diferencia de otros, anotando todo lo que le llamaba la atención en aquella naturaleza, mitad marisma, mitad selva, y en todo momento abundantes mosquitos. Oyó hablar del territorio del Perú, donde abundaban las sepulturas con ricos depósitos de objetos de oro. Y se inscribió en la expedición que puso en marcha el licenciado Vadillo, comenzando así el largo peregrinar por el espinazo de los Andes, que no concluiría hasta la ciudad minera del Potosí, en la actual Bolivia, con lo que se cerraron los ocho mil kilómetros que Cieza realizó: de norte a sur por los Andes, y de sur a norte navegando por la costa.
Su primer planteamiento de escritor se centró en la costa norte de la actual Colombia; y ya tenía preparado hasta el título: Relación de las cosas sucedidas en las provincias que confinan con el mar Océano. Según fue centrándose su interés en el Perú bajó el que habían despertado las regiones septentrionales del semicontinente sur; pero sus apuntes de viajero observador quedaron incorporados a la Primera Parte de la Crónica del Perú, que se abre con la descripción de la costa del Pacífico, desde Panamá hasta las tierras de Chile: trayecto que él hizo en sentido contrario (sur-norte) desde el Callao de Lima. El trayecto marino no representa un viaje de Cieza, ya que lo hizo en sentido contrario; en cambio, el camino terrestre desde el golfo de Urabá (actual Colombia) hasta el cerro del Potosí (actual Bolivia) fue recorrido en su integridad por nuestro caminante; aunque, probablemente, no siempre a pie, ya que nos consta que lo hizo como soldado de caballo cuando se incorporó a la hueste de Hernández Girón que acudía al llamamiento del Visitador don Pedro de la Gasca. El primer tramo de su viaje terrestre lo hizo con el visitador Vadillo, y con él llegó a la ciudad de Cali, donde la expedición, al encontrar va zonas exploradas por los castellanos, se deshizo. Para Cieza esto significó el cambio de jefe y el paso a la esfera de influencia de Jorge Robledo, que le fue beneficiosa en más de un sentido. Jorge Robledo era un soldado veterano en Europa y en Indias: en América se había estrenado con el duro Nuño de Guzmán y, con el romántico Pedro de Alvarado.
Se nos dice que formo en el primer grupo de vecinos que fundaron la ciudad de San Salvador; y suponemos que pasó al Perú en la expedición de Alvarado, aunque no aparece su nombre en las listas de soldados que acompañaron a don Pedro. Robledo había quedado en Cali por orden de Belalcázar; y allí lo encontró la expedición de Vadillo y la más próxima de Lorenzo de Aldana, que lo acostumbraron a los típicos vaivenes de gobernadores y visitadores, con los que no cabía excesiva sumisión: ya que la sumisión al uno pudiera significar la ruptura con el otro. En aquel momento Robledo había decidido marchar hacia el norte en el viaje opuesto al seguido por Cieza bajo las órdenes de Vadillo; y con propósitos semejantes, aunque de contrario signo: establecer una zona que pudiera dar base a una gobernación que le fuera eventualmente otorgada. En ella --siguiendo la costumbre de sus antecesores--, Robledo procedió a la fundación de villas castellanas, con sus cabildos, y su rollo o picota --símbolo de la justicia--, que nunca faltaba. En la documentación referente a Robledo encontramos la fundación de Santa Ana de Ancerma (1539), y Cartago (1540). En ninguna de estas ocasiones se ve la firma de Pedro de León, pero sí aparece en la de Antioquía (1541), fundaciones éstas que encendieron el interés de Pedro por las actuaciones legales de los castellanos y su complemento de actas fundacionales, calzadas por las firmas de fundadores y primeros vecinos: estos papeles despiertan un interés de escribano y de cronista y bautiza su nuevo proyecto histórico con el título secundario de las Fundaciones.
En Robledo encontrará Pedro un jefe interesado en el oficio de escritor, y con él tendrá siempre tiempo para pasar sus impresiones al papel en un libro, que al cabo de los años formaría su primicia literaria con el título de Primera Parte de la Crónica del Perú. Era frecuente en aquellos tiempos encabezar una obra que se pretendía larga y detallada con el título algo comprometido de Primera Parte, a riesgo de quedar solitaria en la bibliografía. Sin adelantar el tema, hay que decir que así sucedió en el caso de esta Crónica, que mantuvo su primeriza soledad desde 1553 hasta muy avanzado el siglo pasado (1880), en que Jiménez de la Espada editó la segunda parte, quedando inédita la tercera hasta 1979.
Se conservan dos asientos de pasajeros a indias que pueden corresponder a nuestro escritor: el primero está datado a 2 de abril, y el segundo a 3 de junio. La primera expedición estaba capitaneada por Juan del Junco, y llevaba Cartagena como destino; la segunda se inscribe en el grupo de Manuel Maya, y tendría como punto de atraque Santo Domingo. De la primera nos consta que tuvo un fin desastroso: el armador Cifuentes, que había adelantado el capital necesario para ser cancelado con la primera ganancia en indias, nunca llegó a esta reposición; resultándole una pérdida de más de un millón de maravedís. La providencia veló por nuestro Pedro haciendo que pasara en Santo Domingo aquella especie de temporada de aclimatación que salvó la vida de muchos. Empieza su carrera de escritor En Cartagena de Indias (Calamar, en lengua indígena) pasó su primera temporada en el continente americano: paseando, como otros muchos, su aburrimiento y primera decepción; pero, a diferencia de otros, anotando todo lo que le llamaba la atención en aquella naturaleza, mitad marisma, mitad selva, y en todo momento abundantes mosquitos. Oyó hablar del territorio del Perú, donde abundaban las sepulturas con ricos depósitos de objetos de oro. Y se inscribió en la expedición que puso en marcha el licenciado Vadillo, comenzando así el largo peregrinar por el espinazo de los Andes, que no concluiría hasta la ciudad minera del Potosí, en la actual Bolivia, con lo que se cerraron los ocho mil kilómetros que Cieza realizó: de norte a sur por los Andes, y de sur a norte navegando por la costa.
Su primer planteamiento de escritor se centró en la costa norte de la actual Colombia; y ya tenía preparado hasta el título: Relación de las cosas sucedidas en las provincias que confinan con el mar Océano. Según fue centrándose su interés en el Perú bajó el que habían despertado las regiones septentrionales del semicontinente sur; pero sus apuntes de viajero observador quedaron incorporados a la Primera Parte de la Crónica del Perú, que se abre con la descripción de la costa del Pacífico, desde Panamá hasta las tierras de Chile: trayecto que él hizo en sentido contrario (sur-norte) desde el Callao de Lima. El trayecto marino no representa un viaje de Cieza, ya que lo hizo en sentido contrario; en cambio, el camino terrestre desde el golfo de Urabá (actual Colombia) hasta el cerro del Potosí (actual Bolivia) fue recorrido en su integridad por nuestro caminante; aunque, probablemente, no siempre a pie, ya que nos consta que lo hizo como soldado de caballo cuando se incorporó a la hueste de Hernández Girón que acudía al llamamiento del Visitador don Pedro de la Gasca. El primer tramo de su viaje terrestre lo hizo con el visitador Vadillo, y con él llegó a la ciudad de Cali, donde la expedición, al encontrar va zonas exploradas por los castellanos, se deshizo. Para Cieza esto significó el cambio de jefe y el paso a la esfera de influencia de Jorge Robledo, que le fue beneficiosa en más de un sentido. Jorge Robledo era un soldado veterano en Europa y en Indias: en América se había estrenado con el duro Nuño de Guzmán y, con el romántico Pedro de Alvarado.
Se nos dice que formo en el primer grupo de vecinos que fundaron la ciudad de San Salvador; y suponemos que pasó al Perú en la expedición de Alvarado, aunque no aparece su nombre en las listas de soldados que acompañaron a don Pedro. Robledo había quedado en Cali por orden de Belalcázar; y allí lo encontró la expedición de Vadillo y la más próxima de Lorenzo de Aldana, que lo acostumbraron a los típicos vaivenes de gobernadores y visitadores, con los que no cabía excesiva sumisión: ya que la sumisión al uno pudiera significar la ruptura con el otro. En aquel momento Robledo había decidido marchar hacia el norte en el viaje opuesto al seguido por Cieza bajo las órdenes de Vadillo; y con propósitos semejantes, aunque de contrario signo: establecer una zona que pudiera dar base a una gobernación que le fuera eventualmente otorgada. En ella --siguiendo la costumbre de sus antecesores--, Robledo procedió a la fundación de villas castellanas, con sus cabildos, y su rollo o picota --símbolo de la justicia--, que nunca faltaba. En la documentación referente a Robledo encontramos la fundación de Santa Ana de Ancerma (1539), y Cartago (1540). En ninguna de estas ocasiones se ve la firma de Pedro de León, pero sí aparece en la de Antioquía (1541), fundaciones éstas que encendieron el interés de Pedro por las actuaciones legales de los castellanos y su complemento de actas fundacionales, calzadas por las firmas de fundadores y primeros vecinos: estos papeles despiertan un interés de escribano y de cronista y bautiza su nuevo proyecto histórico con el título secundario de las Fundaciones.
En Robledo encontrará Pedro un jefe interesado en el oficio de escritor, y con él tendrá siempre tiempo para pasar sus impresiones al papel en un libro, que al cabo de los años formaría su primicia literaria con el título de Primera Parte de la Crónica del Perú. Era frecuente en aquellos tiempos encabezar una obra que se pretendía larga y detallada con el título algo comprometido de Primera Parte, a riesgo de quedar solitaria en la bibliografía. Sin adelantar el tema, hay que decir que así sucedió en el caso de esta Crónica, que mantuvo su primeriza soledad desde 1553 hasta muy avanzado el siglo pasado (1880), en que Jiménez de la Espada editó la segunda parte, quedando inédita la tercera hasta 1979.