INTRODUCCIÓN al Diario de a bordo
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INTRODUCCIÓN Pocos personajes registra la Historia tan discutidos y polémicos, tan enigmáticos y contradictorios como aquel gran navegante, descubridor afortunado del Nuevo Mundo. Desde su nacimiento hasta su muerte, cada momento de la vida de Colón ha sido abundantemente estudiado, lo mismo por el investigador serio que por el aficionado de turno. Es tal el panorama que lo que escapa a unos, otros lo recogen; lo que a éste nada le dice, a aquél le parece de trascendental importancia; esto sin olvidar a tantos espíritus esforzados prestos a revisar todo lo anterior. Por ello, el balance de lo publicado arroja miles y miles de páginas con don Cristóbal siempre en candelero. Por citar tan sólo los dos momentos que jalonan su vida, ¿cuánto no se ha escrito sobre la patria de Colón? ¿Y cuánto sobre el paradero de sus restos? A guisa por ejemplo, estos dos casos --principio y fin del personaje-- deben servir como adelanto de lo que nos espera: una trayectoria histórica sembrada de incógnitas y muy controvertida. No es intención del autor de estas líneas sumar nuevas hipótesis a las muchas, muchísimas interpretaciones dadas sobre la vida y gesta colombinas. Ni lo puede hacer ni incurrir quiere en la reprobación de plumas con media vida dedicada a explicar los entresijos le tan singular figura. Tampoco una introducción es el lugar más apto para tan alto y comprometido menester. Lo que nos anima, en primer lugar, es poder facilitar, simplificadamente, a un público mucho más numeroso que el de la propia especialización los momentos más polémicos de la trayectoria colombina hasta el regreso del gran viaje.
Un segundo objetivo podría quedar resumido en las siguientes frases, que pretenden transmitir mucha cautela y prevención al lector: si los historiadores que más y mejor conocen esta época apenas se ponen de acuerdo sobre ciertas interpretaciones debe ser por la complejidad --principalmente-- de este gran capítulo de la Historia; complejidad en los personajes --y Colón el primero--, en los medios, en la época toda. En consecuencia, quienquiera que aspire a comprender este periodo histórico debe hacerlo con grandes dosis de curiosidad, ánimo bien dispuesto (no predispuesto para tal o cual fin) y amplitud de perspectivas, porque de la confluencia de todo ello surgirá el camino hacia un mejor conocimiento del pasado en general, y de éste muy en particular. De Cristóbal Colón dicen que era de alto cuerpo, más que mediano; el rostro luengo y autorizado; la nariz aguileña, los ojos garzos; la color blanca, que tiraba a rojo encendido; la barba y cabellos, cuando era mozo, rubios, puesto que muy presto con los trabajos se le tornaron canos. Aseguran también que representaba en su presencia y aspecto venerable persona de gran estado y autoridad y digna de toda reverencia. Era sobrio y moderado en el comer y beber, vestir y calzar. Tocante a su comportamiento religioso, ninguna mancha le atribuyen: sin duda era católico y de mucha devoción, punto más que cumplidor. Su ánimo esforzado le inclinó a emprender hechos y obras egregias y señaladas. Le cuentan --como así fue-- paciente y muy sufridor de trabajos y adversidades.
Y a pesar de cierta literatura, no dio muestras de infidelidad ara con sus reyes1. Hechos registrados confirman, sin embargo, que no siempre era grave con moderación o afable con los suyos y los ajenos. Como ejemplo de su temperamento excesivo valórese aquella reacción que tuvo con el oficial real Jimeno de Briviesca al tiempo de preparar el tercer viaje: Y aguardó el día que se hizo a la vela y, o en la nao que entró, por ventura, el dicho oficial, o en tierra cuando quería embarcarse, arrebátalo el Almirante y dale muchas coces y remesones, por manera que lo trató mal2. También en la alegría podía desbordarse. De sus actividades marítimas, a la vez que de sus aficiones científicas y técnicas, cuenta Colón allá por el año de 1501: De muy pequeña edad entré en la mar navegando, e lo he continuado fasta hoy... Ya pasan de cuarenta años que yo voy en este uso. Todo lo que fasta hoy se navega, todo lo he andado. Trato y conversación he tenido con gente sabia, eclesiásticos y seglares, latinos y griegos, judíos y moros, e con otros muchos de otras sectas. A este mi deseo fallé a Nuestro Señor muy propicio, y hube de Él para ello espíritu de inteligencia. En la marinería me hizo abundoso; de astrología me dio lo que abastaba, y ansí de geometría y aritmética; y ingenio en el ánima y manos para dibujar esfera, y en ellas las cibdades, ríos y montañas, islas y puertos, todo en su propio sitio3. Por muy familiares y conocidos que nos resulten algunos retratos supuestamente de Colón, no dejan de ser más que eso: supuestos, incluso lo más antiguos. No se sabe que pintor alguno plasmara en dibujo o grabado el verdadero rostro del descubridor de América. Lo único que conocemos contemporáneo suyo son trazos literarios. Nada más.
Un segundo objetivo podría quedar resumido en las siguientes frases, que pretenden transmitir mucha cautela y prevención al lector: si los historiadores que más y mejor conocen esta época apenas se ponen de acuerdo sobre ciertas interpretaciones debe ser por la complejidad --principalmente-- de este gran capítulo de la Historia; complejidad en los personajes --y Colón el primero--, en los medios, en la época toda. En consecuencia, quienquiera que aspire a comprender este periodo histórico debe hacerlo con grandes dosis de curiosidad, ánimo bien dispuesto (no predispuesto para tal o cual fin) y amplitud de perspectivas, porque de la confluencia de todo ello surgirá el camino hacia un mejor conocimiento del pasado en general, y de éste muy en particular. De Cristóbal Colón dicen que era de alto cuerpo, más que mediano; el rostro luengo y autorizado; la nariz aguileña, los ojos garzos; la color blanca, que tiraba a rojo encendido; la barba y cabellos, cuando era mozo, rubios, puesto que muy presto con los trabajos se le tornaron canos. Aseguran también que representaba en su presencia y aspecto venerable persona de gran estado y autoridad y digna de toda reverencia. Era sobrio y moderado en el comer y beber, vestir y calzar. Tocante a su comportamiento religioso, ninguna mancha le atribuyen: sin duda era católico y de mucha devoción, punto más que cumplidor. Su ánimo esforzado le inclinó a emprender hechos y obras egregias y señaladas. Le cuentan --como así fue-- paciente y muy sufridor de trabajos y adversidades.
Y a pesar de cierta literatura, no dio muestras de infidelidad ara con sus reyes1. Hechos registrados confirman, sin embargo, que no siempre era grave con moderación o afable con los suyos y los ajenos. Como ejemplo de su temperamento excesivo valórese aquella reacción que tuvo con el oficial real Jimeno de Briviesca al tiempo de preparar el tercer viaje: Y aguardó el día que se hizo a la vela y, o en la nao que entró, por ventura, el dicho oficial, o en tierra cuando quería embarcarse, arrebátalo el Almirante y dale muchas coces y remesones, por manera que lo trató mal2. También en la alegría podía desbordarse. De sus actividades marítimas, a la vez que de sus aficiones científicas y técnicas, cuenta Colón allá por el año de 1501: De muy pequeña edad entré en la mar navegando, e lo he continuado fasta hoy... Ya pasan de cuarenta años que yo voy en este uso. Todo lo que fasta hoy se navega, todo lo he andado. Trato y conversación he tenido con gente sabia, eclesiásticos y seglares, latinos y griegos, judíos y moros, e con otros muchos de otras sectas. A este mi deseo fallé a Nuestro Señor muy propicio, y hube de Él para ello espíritu de inteligencia. En la marinería me hizo abundoso; de astrología me dio lo que abastaba, y ansí de geometría y aritmética; y ingenio en el ánima y manos para dibujar esfera, y en ellas las cibdades, ríos y montañas, islas y puertos, todo en su propio sitio3. Por muy familiares y conocidos que nos resulten algunos retratos supuestamente de Colón, no dejan de ser más que eso: supuestos, incluso lo más antiguos. No se sabe que pintor alguno plasmara en dibujo o grabado el verdadero rostro del descubridor de América. Lo único que conocemos contemporáneo suyo son trazos literarios. Nada más.