Hernando Colón, alma de los pleitos colombinos
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Hernando Colón, alma de los pleitos colombinos Obtener los mayores privilegios como recompensa al Descubrimiento fue hazaña que correspondió a Cristóbal Colón; mantenerlos después contra todo y todos, intentar que no fuesen mermados ni se extinguiesen fue obra de sus sucesores, y a esto se dedicaron con tenacidad y constancia, desde el primero hasta el último. Cuando Cristóbal Colón era un don nadie y su empresa descubridora parecía la más arriesgada aventura que se pudiera imaginar, fue capaz de esperar siete años hasta que los Reyes, por fin, le dieron lo que pedía. Cuando, tras el paréntesis de la gloria, llegó el fracaso y la Corona dejó en suspenso tales privilegios, sus hijos y herederos, haciendo honor a su sangre, entablaron un pleito contra la misma Corona que duró cincuenta años; treinta, la parte principal y veinte años más los últimos detalles o derivaciones. Pues bien, tocante al capítulo de los Pleitos Colombinos --y de manera especial a su etapa clave, que se extiende desde 1508 a 1536-- si hubiera que destacar al personaje más representativo del sentir familiar ese sería, sin lugar a dudas, don Hernando Colón, tan intransigente como conocedor de lo que estaba en juego, y siempre vigilante. Bastará repasar los momentos álgidos de dichos Pleitos, cuando se presume que puede haber decisiones trascendentes, para comprobar que Hernando siempre anda cerca, muy cerca de donde conviene a los intereses familiares. Todo empezó en 1508 con una jugada maestra del Rey Católico.
Don Diego, heredero en el mayorazgo colombino, fue nombrado Gobernador de las Indias --pero no Virrey-- con los mismos poderes, ni uno más, que disfrutaba Nicolás de Ovando, a quien sustituiría20. Decimos que era una jugada maestra del Rey porque teóricamente cedía ante la insistencia de D. Diego (éste, casado con D.? María de Toledo, sobrina del Duque de Alba, contaba con el respaldo de la poderosa familia). Pero en la práctica, Fernando el Católico no transigía ante la pretensión colombina de que se le reconocieran los mismos derechos y privilegios disfrutados hasta 1500 por el descubridor de América. Es decir, el nombramiento dicho era una concesión graciosa del monarca, revocable cuando este quisiera; mientras que don Diego defendía que a él y a sus sucesores les correspondía por derecho de justicia ser gobernadores y virreyes hereditariamente de todas las tierras descubiertas y por descubrir, con todas las prerrogativas políticas, jurisdiccionales y económicas inherentes a tales oficios. El único título que no se discutía era el de Almirante, conservado siempre por don Cristóbal y heredado tras su muerte por su hijo Diego. En cierto modo, también se les había respetado la mayor parte de los beneficios económicos concedidos en las Capitulaciones de Santa Fe. El 9 de julio de 1509 todos los Colón, con el segundo Almirante y nuevo gobernador a la cabeza, desembarcaron en Santo Domingo. Dos meses después Hernando regresaba a Castilla para defender los intereses de su hermano y agilizar una sentencia judicial sobre los privilegios colombinos.
Acababan de comprobar que don Diego estaba sufriendo recortes económicos, mermas en sus facultades de gobierno, y hasta el protagonismo descubridor de don Cristóbal por las costas de Centroamérica (1502) podía quedar ensombrecido, por causa de la expedición de Pinzón y Solís. Razones todas más que suficientes para movilizar a toda la familia, con parientes incluidos. Hernando Colón, con plenos poderes de su hermano Diego, actuará al frente de esta empresa. Y nadie discute su participación activa presentando escritos de réplica contra la postura del fiscal. Tenía 22 años, comenzaban los famosos y larguísimos Pleitos y ahí estaba él, empapándose de argumentos legales para reclamar todo en favor de su apellido y para no ceder nunca un ápice desde esta postura inicial. Sus argumentos fueron siempre los mismos: los privilegios colombinos eran un contrato entre los Reyes y Colón. Un contrato obliga a ambas partes; si Colón cumplió la suya (descubrimiento de nuevas tierras al otro lado del Océano), los Reyes estaban obligados igualmente a respetar lo capitulado con él. En consecuencia, todas las promesas hechas a Cristóbal Colón debían cumplirse. Así pensaba y eso es lo que defendió don Hernando hasta el final de sus días, sin entrar en otras matizaciones. El punto débil de esta postura invariable radicaba en que mezcló concesiones que tenían calidad de contrato con otras que eran mercedes otorgadas graciosamente por los Reyes. El primer capítulo del proceso se cerró con la Sentencia dada por el Consejo Real en Sevilla (5 de mayo de 1511).
La discrepancia colombina con el fallo abrió un rosario interminable de protestas, nuevas vistas, comprobaciones, nuevas sentencias y vuelta a empezar hasta 153621. Un segundo momento de plena actividad hernandina al lado de su hermano Diego, esta vez presente en Castilla, tiene mucho que ver con los cambios políticos que vive el reino. Muerto Fernando el Católico (1516) que tanto recortó las aspiraciones colombinas, es hora de no dormirse, de maniobrar ante el nuevo rey Carlos I, ganar sus oídos o comprar favores de los influyentes cortesanos flamencos que invaden Castilla. Dos referencias relativas al período que va desde 1516 a 1520 pueden ser suficientes. La primera podría fecharse entre 1516 y 1517. Se trata de una Propuesta o proyecto de Audiencia Real en Santo Domingo de la isla Española, bajo la presidencia del Almirante de las Indias22. Tenía como finalidad controlar esta institución jurisdiccional que tantos quebraderos de cabeza venía dando a Diego Colón desde que los primeros jueces de Apelación llegaron a Santo Domingo entrado el año 1512. Sin embargo, la propuesta hernandina era difícilmente aceptable para cualquier gobernante que se opusiera a los privilegios colombinos. La segunda referencia nos traslada a mediados de 1519. Diego Colón y Bartolomé de Las Casas, estando en Barcelona con la Corte, elaboran un plan conjunto para poblar una extensa zona de Tierra Firme23. El Almirante estaba dispuesto a secundarlo cuando llegó Hernando y aconsejó a su hermano que pidiera la gobernación perpetua de dicha tierra a cambio de los gastos que se comprometía a hacer.
De nada sirvió la advertencia que les hiciera Las Casas de que con esa condición no se aceptaría el proyecto, pues era precisamente la parte capital que se discutía en los Pleitos. Merece resaltarse el lamento lascasiano: Era el don Hernando docto en cosas de cosmografía y de historias que llaman de humanidad, por lo cual, el Almirante, su hermano, le daba demasiado crédito; y no fue chico el yerro que ambos, el uno en dar el parecer y el otro en seguillo, hicieron, ni el daño que la casa y estado del Almirante rescibió dello24. En 1523-24 arrecia de nuevo el peligro para los intereses familiares, y otra vez Hernando, pluma en ristre, aguzará su saber de jurista muy notable formado en estos Pleitos que siente tan suyos. Hay que atribuirle dos piezas de gran madurez, muy en línea con aquella otra que como cosmógrafo elaboraría meses después. Por una parte está el Papel (que de su misma letra dice que es el mejor que escribió en esta materia) acerca del derecho que como Almirante y Virrey debía tener su hermano en el grado de suplicación en las causas civiles y criminales que se seguían en los tribunales de las Indias25, en paralelo acusadísimo con la respuesta del Almirante al fiscal (12 de septiembre de 1524) en los Pleitos, y que se le atribuyese26. El momento exigía hilar muy fino, ya que las denuncias contra Diego Colón por abusos de poder cometidos en Indias durante los años 1521 y 1522 eran muy graves. Tanto que cuando se enteró el Emperador le ordenó regresar inmediatamente a la Corte para dar cuenta de sus actos.
A veces, sin saber cómo ni por qué, los papeles comprometidos cambian de lugar, y como por ensalmo lo que estaba en un cajón aparece en otro o desaparece sin más. Es cosa del demonio que todo lo revuelve, dicen. Esto viene a cuento de dos noticias curiosas27, anecdóticas, que deben servir más para pensar que para sacar conclusiones, pues faltan pruebas definitivas. A primeros de octubre de 1524 Tomás del Mármol y Juan de Vitoria, dos escribanos, de familia a su vez de escribanos, eran requeridos por los señores del Consejo que entendían en los Pleitos, y a petición del fiscal, a que buscasen entre los papeles que guardaban un proceso hecho al Almirante don Cristóbal Colón sobre la justicia que hizo a ciertos hombres en la isla Española (año de 1500) y que estaba relacionado con la sustitución y regreso de Colón a Castilla. Buscaron y rebuscaron los eficientes escribanos (lo mismo que la Corte era itinerante, los secretarios y escribanos solían moverse con los papeles a cuestas y con frecuencia los guardaban en sus casas) y no lograron encontrar nada; y lo que era peor, no tenían noticia de tal proceso. Conclusión: naturalmente que hubo proceso, pero se perdió o extravió, por supuesto. La otra noticia se refiere concretamente a Hernando Colón. Se trata de una relación de gastos hechos por un criado suyo obedeciendo órdenes del propio Hernando. Entre tales gastos aparecen recogidos algunos obsequios que se enviaron a ciertas personas (secretarios, relatores, licenciados .
.. ) que intervinieron en un pleito que Hernando ganó a don García de Toledo. Entre los detalles enviados por buenos respetos aparecen un par de perdices, un par de conejos, dos docenas de zorzales, un barril de aceitunas, etc.28. Basándose en este hecho comprobado, algún historiador aventura que con más razón tuvo que funcionar lo de los buenos respetos en los Pleitos Colombinos. En una de esas jornadas de peregrinaje por Castilla siguiendo a la corte murió Diego Colón (23 de febrero de 1526). Había gastado vida y hacienda pleiteando, y sus negocios estaban en esa hora peor que al principio. Tal era el embrollo procesal que se había ido organizando que pareció que lo mejor era hacer tabla rasa de lo dictaminado anteriormente y así el Consejo ordenó que se viese el Pleito desde el principio en su totalidad. El viejo paladín de esta causa que era Hernando fue confirmado como uno de los representantes legales de la familia, aunque perdiendo algo el protagonismo casi exclusivo de otros tiempos. Pero esto entra de lleno ya en la escenografía que ambientará la gestación de la Historia del Almirante.
Don Diego, heredero en el mayorazgo colombino, fue nombrado Gobernador de las Indias --pero no Virrey-- con los mismos poderes, ni uno más, que disfrutaba Nicolás de Ovando, a quien sustituiría20. Decimos que era una jugada maestra del Rey porque teóricamente cedía ante la insistencia de D. Diego (éste, casado con D.? María de Toledo, sobrina del Duque de Alba, contaba con el respaldo de la poderosa familia). Pero en la práctica, Fernando el Católico no transigía ante la pretensión colombina de que se le reconocieran los mismos derechos y privilegios disfrutados hasta 1500 por el descubridor de América. Es decir, el nombramiento dicho era una concesión graciosa del monarca, revocable cuando este quisiera; mientras que don Diego defendía que a él y a sus sucesores les correspondía por derecho de justicia ser gobernadores y virreyes hereditariamente de todas las tierras descubiertas y por descubrir, con todas las prerrogativas políticas, jurisdiccionales y económicas inherentes a tales oficios. El único título que no se discutía era el de Almirante, conservado siempre por don Cristóbal y heredado tras su muerte por su hijo Diego. En cierto modo, también se les había respetado la mayor parte de los beneficios económicos concedidos en las Capitulaciones de Santa Fe. El 9 de julio de 1509 todos los Colón, con el segundo Almirante y nuevo gobernador a la cabeza, desembarcaron en Santo Domingo. Dos meses después Hernando regresaba a Castilla para defender los intereses de su hermano y agilizar una sentencia judicial sobre los privilegios colombinos.
Acababan de comprobar que don Diego estaba sufriendo recortes económicos, mermas en sus facultades de gobierno, y hasta el protagonismo descubridor de don Cristóbal por las costas de Centroamérica (1502) podía quedar ensombrecido, por causa de la expedición de Pinzón y Solís. Razones todas más que suficientes para movilizar a toda la familia, con parientes incluidos. Hernando Colón, con plenos poderes de su hermano Diego, actuará al frente de esta empresa. Y nadie discute su participación activa presentando escritos de réplica contra la postura del fiscal. Tenía 22 años, comenzaban los famosos y larguísimos Pleitos y ahí estaba él, empapándose de argumentos legales para reclamar todo en favor de su apellido y para no ceder nunca un ápice desde esta postura inicial. Sus argumentos fueron siempre los mismos: los privilegios colombinos eran un contrato entre los Reyes y Colón. Un contrato obliga a ambas partes; si Colón cumplió la suya (descubrimiento de nuevas tierras al otro lado del Océano), los Reyes estaban obligados igualmente a respetar lo capitulado con él. En consecuencia, todas las promesas hechas a Cristóbal Colón debían cumplirse. Así pensaba y eso es lo que defendió don Hernando hasta el final de sus días, sin entrar en otras matizaciones. El punto débil de esta postura invariable radicaba en que mezcló concesiones que tenían calidad de contrato con otras que eran mercedes otorgadas graciosamente por los Reyes. El primer capítulo del proceso se cerró con la Sentencia dada por el Consejo Real en Sevilla (5 de mayo de 1511).
La discrepancia colombina con el fallo abrió un rosario interminable de protestas, nuevas vistas, comprobaciones, nuevas sentencias y vuelta a empezar hasta 153621. Un segundo momento de plena actividad hernandina al lado de su hermano Diego, esta vez presente en Castilla, tiene mucho que ver con los cambios políticos que vive el reino. Muerto Fernando el Católico (1516) que tanto recortó las aspiraciones colombinas, es hora de no dormirse, de maniobrar ante el nuevo rey Carlos I, ganar sus oídos o comprar favores de los influyentes cortesanos flamencos que invaden Castilla. Dos referencias relativas al período que va desde 1516 a 1520 pueden ser suficientes. La primera podría fecharse entre 1516 y 1517. Se trata de una Propuesta o proyecto de Audiencia Real en Santo Domingo de la isla Española, bajo la presidencia del Almirante de las Indias22. Tenía como finalidad controlar esta institución jurisdiccional que tantos quebraderos de cabeza venía dando a Diego Colón desde que los primeros jueces de Apelación llegaron a Santo Domingo entrado el año 1512. Sin embargo, la propuesta hernandina era difícilmente aceptable para cualquier gobernante que se opusiera a los privilegios colombinos. La segunda referencia nos traslada a mediados de 1519. Diego Colón y Bartolomé de Las Casas, estando en Barcelona con la Corte, elaboran un plan conjunto para poblar una extensa zona de Tierra Firme23. El Almirante estaba dispuesto a secundarlo cuando llegó Hernando y aconsejó a su hermano que pidiera la gobernación perpetua de dicha tierra a cambio de los gastos que se comprometía a hacer.
De nada sirvió la advertencia que les hiciera Las Casas de que con esa condición no se aceptaría el proyecto, pues era precisamente la parte capital que se discutía en los Pleitos. Merece resaltarse el lamento lascasiano: Era el don Hernando docto en cosas de cosmografía y de historias que llaman de humanidad, por lo cual, el Almirante, su hermano, le daba demasiado crédito; y no fue chico el yerro que ambos, el uno en dar el parecer y el otro en seguillo, hicieron, ni el daño que la casa y estado del Almirante rescibió dello24. En 1523-24 arrecia de nuevo el peligro para los intereses familiares, y otra vez Hernando, pluma en ristre, aguzará su saber de jurista muy notable formado en estos Pleitos que siente tan suyos. Hay que atribuirle dos piezas de gran madurez, muy en línea con aquella otra que como cosmógrafo elaboraría meses después. Por una parte está el Papel (que de su misma letra dice que es el mejor que escribió en esta materia) acerca del derecho que como Almirante y Virrey debía tener su hermano en el grado de suplicación en las causas civiles y criminales que se seguían en los tribunales de las Indias25, en paralelo acusadísimo con la respuesta del Almirante al fiscal (12 de septiembre de 1524) en los Pleitos, y que se le atribuyese26. El momento exigía hilar muy fino, ya que las denuncias contra Diego Colón por abusos de poder cometidos en Indias durante los años 1521 y 1522 eran muy graves. Tanto que cuando se enteró el Emperador le ordenó regresar inmediatamente a la Corte para dar cuenta de sus actos.
A veces, sin saber cómo ni por qué, los papeles comprometidos cambian de lugar, y como por ensalmo lo que estaba en un cajón aparece en otro o desaparece sin más. Es cosa del demonio que todo lo revuelve, dicen. Esto viene a cuento de dos noticias curiosas27, anecdóticas, que deben servir más para pensar que para sacar conclusiones, pues faltan pruebas definitivas. A primeros de octubre de 1524 Tomás del Mármol y Juan de Vitoria, dos escribanos, de familia a su vez de escribanos, eran requeridos por los señores del Consejo que entendían en los Pleitos, y a petición del fiscal, a que buscasen entre los papeles que guardaban un proceso hecho al Almirante don Cristóbal Colón sobre la justicia que hizo a ciertos hombres en la isla Española (año de 1500) y que estaba relacionado con la sustitución y regreso de Colón a Castilla. Buscaron y rebuscaron los eficientes escribanos (lo mismo que la Corte era itinerante, los secretarios y escribanos solían moverse con los papeles a cuestas y con frecuencia los guardaban en sus casas) y no lograron encontrar nada; y lo que era peor, no tenían noticia de tal proceso. Conclusión: naturalmente que hubo proceso, pero se perdió o extravió, por supuesto. La otra noticia se refiere concretamente a Hernando Colón. Se trata de una relación de gastos hechos por un criado suyo obedeciendo órdenes del propio Hernando. Entre tales gastos aparecen recogidos algunos obsequios que se enviaron a ciertas personas (secretarios, relatores, licenciados .
.. ) que intervinieron en un pleito que Hernando ganó a don García de Toledo. Entre los detalles enviados por buenos respetos aparecen un par de perdices, un par de conejos, dos docenas de zorzales, un barril de aceitunas, etc.28. Basándose en este hecho comprobado, algún historiador aventura que con más razón tuvo que funcionar lo de los buenos respetos en los Pleitos Colombinos. En una de esas jornadas de peregrinaje por Castilla siguiendo a la corte murió Diego Colón (23 de febrero de 1526). Había gastado vida y hacienda pleiteando, y sus negocios estaban en esa hora peor que al principio. Tal era el embrollo procesal que se había ido organizando que pareció que lo mejor era hacer tabla rasa de lo dictaminado anteriormente y así el Consejo ordenó que se viese el Pleito desde el principio en su totalidad. El viejo paladín de esta causa que era Hernando fue confirmado como uno de los representantes legales de la familia, aunque perdiendo algo el protagonismo casi exclusivo de otros tiempos. Pero esto entra de lleno ya en la escenografía que ambientará la gestación de la Historia del Almirante.