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Datos principales


Rango

Eco-soc XVII

Desarrollo


Las fuertes exigencias financieras derivadas de la guerra hicieron caer una pesada losa sobre las haciendas de los Estados europeos de la época. Los elevados gastos militares impusieron nuevas obligaciones sobre los contribuyentes en un momento de crisis económica, lo que los hizo más insufribles. De ahí que los gobiernos tuvieran que recurrir a múltiples formas de financiación. La Monarquía hispánica, desgarrada por la crisis interna y arrastrada a continuos conflictos exteriores desde fines del reinado de Felipe III, se vio abocada a poner en práctica expedientes hacendísticos extraordinarios. Por una parte, se crearon nuevos estancos, como el del tabaco, en 1634, y el del papel sellado, en 1636. Por otra, se echó mano a la venta de cargos y jurisdicciones, al descuento de intereses de juros (deuda pública) e, incluso, al secuestro de plata de mercaderes privados. Finalmente, se utilizaron recursos extremos y hasta contraproducentes, como la manipulación monetaria, que tuvo negativas consecuencias. En efecto, el Gobierno de Felipe III cedió a la tentación de emitir moneda con un valor nominal superior a su valor intrínseco metálico, obteniendo así dinero del dinero. Durante el reinado de Felipe IV esta tendencia se agudizó. La emisión de moneda de vellón (aleación de plata y cobre) y más tarde de cobre puro tuvo como efecto la expulsión de la buena moneda de plata de los circuitos de circulación monetaria.

La situación se agravó cuando, como medida extrema, se recurrió llanamente al resello de la moneda de cobre para aumentar artificialmente su valor. El inmediato impacto inflacionista de este tipo de medidas y sus malas consecuencias sobre la economía decidieron al Gobierno en repetidas ocasiones a retirar moneda de la circulación, mediante el resello a la baja del vellón de cobre. Las fuertes oscilaciones y la duplicidad de los precios (según se pagaran en plata o vellón) terminaron por desbarajustar la vida económica y por desalentar las inversiones, al impedir todo cálculo empresarial. De esta manera, unas medidas adoptadas como paliativo de urgencia de la grave crisis hacendística de la Monarquía redundaron en la agudización de las serias dificultades por las que atravesaba la economía española. En 1680, durante el reinado de Carlos II, el Gobierno optó por una brutal deflación, tras la cual se logró una estabilización monetaria que contribuyó positivamente a la lenta reanimación de la maltrecha economía española. En Francia, la guerra contra los Habsburgo provocó desde 1635 un brutal incremento de la carga fiscal, que alimentó el creciente malestar social. El principal impuesto, la talla, multiplicó su recaudación. En el distrito financiero de Burdeos, por ejemplo, ésta pasó de 1.000.000 de libras tornesas hacia 1630 a 4.000.000 en 1648. Los franceses pagaban también el "taillon", contribución destinada a cubrir gastos militares; estaban sujetos a alojar soldados y a darles provisiones; soportaban arbitrios y regalías sobre diversos productos de primera necesidad, y vieron aparecer cientos de nuevas cargas.

La gravedad de la situación se hizo mayor porque "este diluvio de contribuciones cayó sobre los franceses en un momento en que su capacidad de pago había. disminuido a causa de la prolongada recesión económica del siglo XVII" (Mousnier). La gestión de Colbert al frente de la política económica francesa representó una mejoría momentánea del estado financiero de la Hacienda estatal, sobre la base de un presupuesto equilibrado, una disminución de las caras del Estado y un aumento de los ingresos. Pero al estallar la guerra contra Holanda las dificultades volvieron. La construcción del fastuoso palacio de Versalles y los elevados gastos de la Corte contribuyeron también al deterioro de la situación. Ésta se agravó aún más en los últimos años del siglo, lo que decidió un nuevo aumento de la imposición y el recurso a expedientes extraordinarios, incluida la manipulación monetaria. El déficit estatal creció considerablemente. Ya a principios del XVIII se intentaría una reforma financiera de envergadura, dirigida por John Law, que a la postre terminó también en el fracaso. El Gobierno inglés, por su parte, había venido sirviéndose de préstamos proporcionados por los orfebres londinenses. Las guerras de la segunda mitad del siglo aumentaron las necesidades financieras del Estado. La creación del Banco de Inglaterra, con la garantía del Parlamento, proporcionó la posibilidad de cubrir más eficazmente la demanda de empréstitos oficiales, ofreciendo facilidades de tesorería al Estado.

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