Guerra de Tepeacac
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Datos principales
Desarrollo
Guerra de Tepeacac Quedó Cortés muy descansado con esto, y libre de aquel cuidado que tanto le fatigaba; y verdaderamente, si él hubiera hecho lo que los compañeros querían, nunca recobrara México, y ellos hubieran muerto por el camino, pues tenían pasos que pasar; y si acaso pasaran, tampoco se hubieran detenido en Veracruz, sino que se hubiesen ido, como tenían intención, a las islas; y así, México se perdiera de veras, y Cortés hubiese quedado destruido y con poca reputación. Mas él, que lo entendió muy bien, tuvo el esfuerzo y la cordura que hemos contado. Cortés curó de sus heridas, y los compañeros también de las suyas. Algunos españoles murieron por no haber curado desde el principio las llagas, dejándolas sucias o sin atar, y de debilidad y trabajo, según decían los cirujanos. Otros quedaron cojos, otros mancos, que no poca lástima y pérdida era. La mayoría, en fin, curaron y sanaron muy bien; y así, después de veinte días de llegar allí, ordenó Cortés de hacer guerra a los de Tepeaca o Tepeacac, pueblo grande y no lejano, porque habían matado a doce españoles que venían de Veracruz a México; y porque, siendo de la Liga de Culúa, les ayudaban los mexicanos y hacían daño en tierra de Tlaxcallan, como decía Xicotencatlh. Rogó a Maxixca y a otros señores de aquéllos que se fuesen con él. Ellos lo consultaron con la república, y a consejo y voluntad de todos, le dieron más de cuarenta mil hombres de pelea, y muchos tamemes para cargar, y bastimentos y otras provisiones.
Fue, pues, con aquel ejército y con los caballos y españoles que pudieron caminar. Les requirió que, en satisfacción de los doce españoles, fuesen sus amigos, obedeciesen al Emperador, y no acogiesen más en sus casas y tierra mexicano ninguno ni hombre de Culúa. Ellos respondieron que si mataron a los españoles fue con justa razón, pues en tiempo de guerra quisieron pasar por su tierra por fuerza y sin pedir licencia, y que los de Culúa y México eran sus amigos y señores, y no dejarían de tenerlos en sus casas siempre que a ellos quisiesen venir, y que no querían su amistad ni obedecer a quien no conocían; por tanto, que se volviesen a Tlaxcallan si no deseaban la muerte. Cortés les invitó con la paz otras muchas veces, y como no la quisieron, les hizo la guerra muy de veras. Los de Tepeacac, con los de Culúa, que iban a su favor, estaban muy bravos. Cogieron los pasos fuertes y defendieron la entrada, y como eran muchos, y entre ellos había hombres valientes, pelearon muy bien y muchas veces. Mas al cabo fueron vencidos y muertos sin matar ningún español, aunque mataron a muchos tlaxcaltecas. Los señores y republica de Tepeacac, viendo que ni sus fuerzas ni las de los mexicanos bastaban a resistir a los españoles, se dieron a Cortés por vasallos del Emperador, accediendo a echar de todas sus tierras a los de Culúa, y a dejarle castigar como quisiese a los que mataron a los españoles; por lo cual Cortés, y porque estuvieron muy rebeldes, hizo esclavos a los pueblos que se hallaron en la muerte de aquellos doce españoles, y de ellos sacó el quinto para el Rey.
Otros dicen que sin convenio los tomó a todos, y los castigó así en venganza, y por no haber obedecido sus requerimientos, por putos, por idólatras, por comer carne humana, por rebeldía que tuvieron, para que temiesen los demás, y porque eran muchos y, si así no los trataba, volverían a rebelarse. Como quiera que ello fue, él los tomó por esclavos, y en poco más de veinte días que la guerra duró, dominó y pacificó aquella provincia, que es muy grande. Echó de ella a los de Culúa, derribó los ídolos, le obedecieron los señores, y para mayor seguridad fundó una villa, que llamó Segura de la Frontera, y nombró un cabildo que la guardase, para que, puesto que el camino de Veracruz a México es por allí, fuesen y viniesen seguros los españoles e indios. Ayudaron en esta guerra como amigos verdaderos los de Tlaxcalla, Huexocinco y Chololla, y dijeron que lo mismo harían contra México, y aun mejor. Con esta victoria cobraron ánimo los españoles y mucha fama por toda aquella comarca, que los tenía por muertos.
Fue, pues, con aquel ejército y con los caballos y españoles que pudieron caminar. Les requirió que, en satisfacción de los doce españoles, fuesen sus amigos, obedeciesen al Emperador, y no acogiesen más en sus casas y tierra mexicano ninguno ni hombre de Culúa. Ellos respondieron que si mataron a los españoles fue con justa razón, pues en tiempo de guerra quisieron pasar por su tierra por fuerza y sin pedir licencia, y que los de Culúa y México eran sus amigos y señores, y no dejarían de tenerlos en sus casas siempre que a ellos quisiesen venir, y que no querían su amistad ni obedecer a quien no conocían; por tanto, que se volviesen a Tlaxcallan si no deseaban la muerte. Cortés les invitó con la paz otras muchas veces, y como no la quisieron, les hizo la guerra muy de veras. Los de Tepeacac, con los de Culúa, que iban a su favor, estaban muy bravos. Cogieron los pasos fuertes y defendieron la entrada, y como eran muchos, y entre ellos había hombres valientes, pelearon muy bien y muchas veces. Mas al cabo fueron vencidos y muertos sin matar ningún español, aunque mataron a muchos tlaxcaltecas. Los señores y republica de Tepeacac, viendo que ni sus fuerzas ni las de los mexicanos bastaban a resistir a los españoles, se dieron a Cortés por vasallos del Emperador, accediendo a echar de todas sus tierras a los de Culúa, y a dejarle castigar como quisiese a los que mataron a los españoles; por lo cual Cortés, y porque estuvieron muy rebeldes, hizo esclavos a los pueblos que se hallaron en la muerte de aquellos doce españoles, y de ellos sacó el quinto para el Rey.
Otros dicen que sin convenio los tomó a todos, y los castigó así en venganza, y por no haber obedecido sus requerimientos, por putos, por idólatras, por comer carne humana, por rebeldía que tuvieron, para que temiesen los demás, y porque eran muchos y, si así no los trataba, volverían a rebelarse. Como quiera que ello fue, él los tomó por esclavos, y en poco más de veinte días que la guerra duró, dominó y pacificó aquella provincia, que es muy grande. Echó de ella a los de Culúa, derribó los ídolos, le obedecieron los señores, y para mayor seguridad fundó una villa, que llamó Segura de la Frontera, y nombró un cabildo que la guardase, para que, puesto que el camino de Veracruz a México es por allí, fuesen y viniesen seguros los españoles e indios. Ayudaron en esta guerra como amigos verdaderos los de Tlaxcalla, Huexocinco y Chololla, y dijeron que lo mismo harían contra México, y aun mejor. Con esta victoria cobraron ánimo los españoles y mucha fama por toda aquella comarca, que los tenía por muertos.