Funciones económicas de la ciudad
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Datos principales
Rango
Renacimiento agra
Desarrollo
En general, la multiplicación de los centros urbanos, de mayor o menor rango según las zonas en las que se ubicaban y la naturaleza de su base social, promovió los intercambios de carácter local o comarcal, pero sólo en áreas privilegiadas como Italia, en donde la continuidad comercial se mantuvo en el transcurso de la alta a la plena Edad Media, se ofreció desde el siglo XI un panorama de artesanía y producción industrial desarrollada que abasteció el comercio internacional . Luego, a este potencial económico se incorporaron algunas regiones del Occidente y Norte de Europa, entre el Loira y Flandes, más las ciudades portuarias de la Hansa a lo largo de los siglos XII y XIII. Los textiles en general y algunas especialidades de sus elaborados en particular alimentaron una actividad productiva que generó riqueza en los puntos en los que se concentró un sector potente que dominó el mercado nacional e internacional: ciudades pañeras en el noroeste de Europa (Brujas, Ypres, Gante, Arras, Maestricht, Aquisgrán), centros sederos italianos y de otros elaborados repartidos por áreas cruzadas por rutas destacadas del comercio y con una infraestructura de servicios adecuada. Sólo en ciudades con un soporte económico y social pujante se pudo llegar a este desarrollismo, pues las nuevas técnicas de fabricación de paños de buena calidad y potencial demanda requerirán una serie de operaciones encadenadas desde el baqueteo y cardado de la lana hasta el tintado y apresto.
Lo cual exigió una mano de obra especializada y una renovación permanente de los métodos de trabajo, sobre todo cuando en el siglo XIII se introdujo el telar horizontal y el batan -que recoge en su celebre "álbum" Villard de Honnecourt-. Pero dicha industrialización tampoco hubiese sido posible sin una capitalización de las industrias que soportaban una producción continua de calidad. De ahí que las grandes ciudades productoras crearon su propio sistema de regularización gremial por un lado, para la defensa de los operarios inmiscuidos en las diversas operaciones pañeras, y por otro una aportación de capital mercantil por parte de quienes se asociaban para mantener una industria en cabeza o se hipotecaban para poder aumentar el negocio cuando la demanda así lo permitía. Esta situación, evidentemente, ni fue generalizada ni tampoco mantenida ininterrumpidamente, pero en aquellas zonas en las que un centro potente de la producción se mantuvo desde el principio del desarrollo sin apenas altibajos, el foco inductor activó otras zonas o regiones no industrializadas pero que proporcionaban materias primas, mano de obra y capital inversor. La lana, los tintes y mordientes y otras fibras vegetales (lino y cáñamo) generaron en sus lugares de origen un movimiento económico menor que sirvió para estimular la producción o recolección, por el tirón que la demanda desde los centros productores de elaborados se mantenía. No obstante, la industria no textil, de mucho menor calado y menos inversión, más extendida y no tan concentrada por todo el continente, potenció el mercado local, regional o nacional, y mantuvo asimismo una continua producción e infraestructura que permitió agilizar la economía mucho más que en aquellas otras ciudades de base exclusivamente agraria, de carácter predominantemente administrativo o de dominio señorial.
La industria metalúrgica, alimentaria, de utillaje y elementos de uso doméstico y cotidiano puede señalarse en este terreno, con sus derivaciones y ramificaciones comerciales. La ciudad potenciada en la industria lo fue también en el comercio , y sin embargo hubo asimismo ciudades no productoras que sobrevivieron y promocionaron gracias al comercio predominantemente. Por ejemplo, a partir del despegue comercial del siglo XI, en torno al Mediterráneo, el Mar del Norte y el Báltico, surgieron y crecieron núcleos comerciales que aprovecharon su ubicación en rutas habituales del intercambio. Como sucedió igualmente con las rutas rusas orientales que conectaban con los bizantinos y musulmanes , la ruta del Danubio, la del Rin o las de la España cristiana o musulmana . En estas ciudades mercantiles también se produjo un tirón del entorno hacia ellas como puntos de arranque desde aldeas o villas de una producción campesina y artesanal que introducía sus productos naturales o manufacturados en los mercados y ferias próximas, estimulando la producción y la renovación tecnológica del utillaje necesario para elaborados competitivos. Las rutas del Mar del Norte y del Báltico comerciaban con el pescado, los metales, las pieles, sal, vino y pañería en general, con focos de atracción especial en las ciudades hanseáticas (como Colonia, Lübeck, Hamburgo o Brujas); conectando el continente con Inglaterra y saltando a Escandinavia como prolongación de rutas e intercambios insulares y peninsulares.
Otras ciudades centroeuropeas crecieron igualmente al estar situadas en vías comerciales importantes: como las renanas de Dusseldorf, Duisburgo o la propia Colonia; o las de Westfalia, como Dortmund, Münster, Paderborn, Magdeburgo o la misma Lübeck. Otras rutas, como la oriental, denominada "de los varegos a los griegos", fue declinando poco a poco cuando Bizancio entró en crisis y el Islam en retroceso. Las Cruzadas de los siglos XII y XIII significaron el contrapunto negativo para esta ruta que tanta importancia había tenido en los siglos X-XI, originando también sobre ella una serie de puntos urbano-mercantiles que bajo la jurisdicción de algunos príncipes promovieron ciudades como Moscú, Nóvgorod, etc. Declive que fue en favor de la ruta danubiana, donde ciudades como Augsburgo, Ulm, Ratisbona, Viena, Salzburgo, Praga o Buda lograron primero un auge comercial que arrastró después un potencial artesanal destacado. Acaso fue la ruta del Rin, con su prolongación hacia el Ródano para conectarse con el sur e Italia, y su intersección con las ferias de Champaña, la que mantuvo un equilibrio notable entre producción propia, importación desde el entorno y exportación lucrativa hacia otros lugares de Europa. Allí, sobre esa ruta, se potenciaron Estrasburgo, Maguncia, de nuevo Colonia, Bonn, Coblenza, Bingen, Remagen o, en el valle del Ródano, Lyon. La disponibilidad de recursos propios y exportables (sal, vino, trigo) y la conexión con pequeñas ciudades del entorno hicieron de estas concentraciones urbanas, focos de economía próspera y recursos ingentes.
Muy por encima de este movimiento continental europeo, la península itálica y el Mediterráneo capitalizaron el gran comercio levantino, con Génova en el Tirreno y Venecia en el Adriático, aunque las rutas septentrionales en el XIII llegaron a adquirir un potencial semejante en muchos aspectos. Algunas rutas fluviales (Sena, Loira, Ebro, Guadalquivir a partir del XIII) completan el panorama de ubicación de ciudades con una función económica al margen de la mera explotación de la tierra, con una diversidad de funciones (artesano-productivas, mercantiles y comerciales, financieras y bancarias), una especialización laboral, una división del trabajo, una concentración de capitales y negocios, una gremialización y una aristocracia del dinero y el crédito que no tiene casi nada que ver con las ciudades más desarrolladas de la Antigüedad, porque la virtualidad del nuevo sistema urbano surgido en Europa a partir del siglo XI fue fundamentalmente económica, menos señorial y mucho menos administrativa que entonces.
Lo cual exigió una mano de obra especializada y una renovación permanente de los métodos de trabajo, sobre todo cuando en el siglo XIII se introdujo el telar horizontal y el batan -que recoge en su celebre "álbum" Villard de Honnecourt-. Pero dicha industrialización tampoco hubiese sido posible sin una capitalización de las industrias que soportaban una producción continua de calidad. De ahí que las grandes ciudades productoras crearon su propio sistema de regularización gremial por un lado, para la defensa de los operarios inmiscuidos en las diversas operaciones pañeras, y por otro una aportación de capital mercantil por parte de quienes se asociaban para mantener una industria en cabeza o se hipotecaban para poder aumentar el negocio cuando la demanda así lo permitía. Esta situación, evidentemente, ni fue generalizada ni tampoco mantenida ininterrumpidamente, pero en aquellas zonas en las que un centro potente de la producción se mantuvo desde el principio del desarrollo sin apenas altibajos, el foco inductor activó otras zonas o regiones no industrializadas pero que proporcionaban materias primas, mano de obra y capital inversor. La lana, los tintes y mordientes y otras fibras vegetales (lino y cáñamo) generaron en sus lugares de origen un movimiento económico menor que sirvió para estimular la producción o recolección, por el tirón que la demanda desde los centros productores de elaborados se mantenía. No obstante, la industria no textil, de mucho menor calado y menos inversión, más extendida y no tan concentrada por todo el continente, potenció el mercado local, regional o nacional, y mantuvo asimismo una continua producción e infraestructura que permitió agilizar la economía mucho más que en aquellas otras ciudades de base exclusivamente agraria, de carácter predominantemente administrativo o de dominio señorial.
La industria metalúrgica, alimentaria, de utillaje y elementos de uso doméstico y cotidiano puede señalarse en este terreno, con sus derivaciones y ramificaciones comerciales. La ciudad potenciada en la industria lo fue también en el comercio , y sin embargo hubo asimismo ciudades no productoras que sobrevivieron y promocionaron gracias al comercio predominantemente. Por ejemplo, a partir del despegue comercial del siglo XI, en torno al Mediterráneo, el Mar del Norte y el Báltico, surgieron y crecieron núcleos comerciales que aprovecharon su ubicación en rutas habituales del intercambio. Como sucedió igualmente con las rutas rusas orientales que conectaban con los bizantinos y musulmanes , la ruta del Danubio, la del Rin o las de la España cristiana o musulmana . En estas ciudades mercantiles también se produjo un tirón del entorno hacia ellas como puntos de arranque desde aldeas o villas de una producción campesina y artesanal que introducía sus productos naturales o manufacturados en los mercados y ferias próximas, estimulando la producción y la renovación tecnológica del utillaje necesario para elaborados competitivos. Las rutas del Mar del Norte y del Báltico comerciaban con el pescado, los metales, las pieles, sal, vino y pañería en general, con focos de atracción especial en las ciudades hanseáticas (como Colonia, Lübeck, Hamburgo o Brujas); conectando el continente con Inglaterra y saltando a Escandinavia como prolongación de rutas e intercambios insulares y peninsulares.
Otras ciudades centroeuropeas crecieron igualmente al estar situadas en vías comerciales importantes: como las renanas de Dusseldorf, Duisburgo o la propia Colonia; o las de Westfalia, como Dortmund, Münster, Paderborn, Magdeburgo o la misma Lübeck. Otras rutas, como la oriental, denominada "de los varegos a los griegos", fue declinando poco a poco cuando Bizancio entró en crisis y el Islam en retroceso. Las Cruzadas de los siglos XII y XIII significaron el contrapunto negativo para esta ruta que tanta importancia había tenido en los siglos X-XI, originando también sobre ella una serie de puntos urbano-mercantiles que bajo la jurisdicción de algunos príncipes promovieron ciudades como Moscú, Nóvgorod, etc. Declive que fue en favor de la ruta danubiana, donde ciudades como Augsburgo, Ulm, Ratisbona, Viena, Salzburgo, Praga o Buda lograron primero un auge comercial que arrastró después un potencial artesanal destacado. Acaso fue la ruta del Rin, con su prolongación hacia el Ródano para conectarse con el sur e Italia, y su intersección con las ferias de Champaña, la que mantuvo un equilibrio notable entre producción propia, importación desde el entorno y exportación lucrativa hacia otros lugares de Europa. Allí, sobre esa ruta, se potenciaron Estrasburgo, Maguncia, de nuevo Colonia, Bonn, Coblenza, Bingen, Remagen o, en el valle del Ródano, Lyon. La disponibilidad de recursos propios y exportables (sal, vino, trigo) y la conexión con pequeñas ciudades del entorno hicieron de estas concentraciones urbanas, focos de economía próspera y recursos ingentes.
Muy por encima de este movimiento continental europeo, la península itálica y el Mediterráneo capitalizaron el gran comercio levantino, con Génova en el Tirreno y Venecia en el Adriático, aunque las rutas septentrionales en el XIII llegaron a adquirir un potencial semejante en muchos aspectos. Algunas rutas fluviales (Sena, Loira, Ebro, Guadalquivir a partir del XIII) completan el panorama de ubicación de ciudades con una función económica al margen de la mera explotación de la tierra, con una diversidad de funciones (artesano-productivas, mercantiles y comerciales, financieras y bancarias), una especialización laboral, una división del trabajo, una concentración de capitales y negocios, una gremialización y una aristocracia del dinero y el crédito que no tiene casi nada que ver con las ciudades más desarrolladas de la Antigüedad, porque la virtualidad del nuevo sistema urbano surgido en Europa a partir del siglo XI fue fundamentalmente económica, menos señorial y mucho menos administrativa que entonces.