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Datos principales


Desarrollo


Etnografía Si hemos visto los pueblos que fue conociendo Alvar Núñez, y ya hemos insinuado sus diferentes grados culturales, la arqueología nos ayuda a completar la visión etnográfica de Cabeza de Vaca. Los pueblos de la Florida y del Golfo de México son fundamentalmente de economía cazadora y pescadora, y la agricultura es incipiente, aunque ya se cultivan el maíz, la calabaza y el fríjol. Los del noroeste de Florida pertenecen a la cultura llamada de Santa Rosa Swift creek; entre ellos abundan los concheros, que basan su economía en la recolección de moluscos especialmente, formados por especies de agua dulce obtenidas en las lagunas y ríos. Sus casas son elementales, palafíticas, y los enterramientos se realizan bajo montículos generalmente de pequeño tamaño. El uso de la lanzadera se halla muy generalizado y las puntas de dardo son de asta y hueso, y raramente de piedra tallada. Las hachas son de piedra enmangada14. Más al oeste, sobre las orillas del Mississippí, sigue esta cultura mesolítica, en la que viven los pueblos tunica, donde abunda la industria lítica, e instrumentos como hachas, cuchillos, punzones y puntas de proyectil, mientras se construían en hueso, anzuelos y punzones. El arma más usada por todos estos pueblos, y que logró atemorizar a los españoles, fue el lanzadardos. Los poblados se establecen habitualmente sobre concheros, y próximos a ellos, a lo largo de los cursos fluviales, se acumulan los enterramientos en forma de montículos cónicos, encerrando cadáveres extendidos o flexionados.

Ya conocen la cerámica y la técnica decorativa más empleada es el punteado, las incisiones y el estampado, mientras se sigue utilizando la decoración a base de cuerdas. Toda esta cultura ha sido denominada Toynville. Las casas ordinarias consistían en una sola habitación rectangular, formada por muros de postes y tierra, y techumbre sostenida por varios postes, dejando un agujero central de salida de humos. Sobre los pueblos de las praderas, eminentemente cazadores y recolectores, sabemos por descontado que usaban armas líticas: dardos con punta de piedra, o huesos, cuchillos, etc. Pero lo más interesante para Cabeza de Vaca es la aparición del cobre, uno de los temas más controvertidos incluso para los arqueólogos norteamericanos. Cronológicamente parece ser que la aparición del cobre en América se dio en los comienzos de nuestra era. Su origen hay que situarlo en el norte, ya que se observan relaciones con la cultura Dorset del Canadá ártico. Los instrumentos de esta cultura servirían de modelo, pero serían copiados en metal. Y así, desde el lejano norte, se difundió por toda Norteamérica. Otro rasgo que Alvar Núñez destaca es la afición de estos pueblos a los adornos. Tenemos en primer lugar los que se aplican al cuerpo, bien sean pinturas o tatuaje. La pintura tiene carácter defensivo ante los insectos o ante el clima, y ha dado lugar al nombre de piel roja; normalmente los motivos por los que se pintan o tatuan suelen ser simbólicos, como destacar el clan al que pertenecen, y los colores más usados son el rojo, amarillo, negro y blanco.

También se acicalan con collares de todas clases (piedra, hueso y concha), brazaletes, diademas, adornos de las piernas y cintura; pero sobre todo en estos indios de las praderas hay que destacar los adornos de las plumas, que por el color y clase de las mismas indicaban las hazañas llevadas a cabo, el número de enemigos muertos y cómo se les había matado. Lo mismo podemos decir de las pieles; si hasta entonces los indígenas iban totalmente desnudos, o cubiertos con unos simples harapos, cuando entramos en las praderas y en el horizonte de los bisontes, que con su caza proveen no sólo a su subsistencia, sino a múltiples necesidades, comenzando por la del calzado (los moccassins), pasando por telas y mantas decoradas espléndidamente (navajos, pueblos). Pueblos nómadas, campamentos volantes, poblados de verano; y para invernar, los indígenas de las praderas utilizan el tipi, que el cine tantas veces ha popularizado, y es la tienda de pieles cónica sobre postes, que presenta algunas variantes. Tras las praderas, y junto a una incipiente agricultura volvemos a encontrarnos poblados estables. Son pequeñas agrupaciones de casas, no más de diez o veinte, apoyadas unas a otras, en fila recta o semicírculo. De planta circular o semicircular, estas casas tenían dos entradas: una, en la parte superior, que servía al mismo tiempo de salida de humos y de entrada principal, por medio de una escalera de mano; y otra, del lado sur, por donde entraba el aire, sirviendo así de ventilador.

Se corresponde también con la cultura llamada de los cesteros evolucionados, según denominación de Alcina Franch; pero lo más notable de esta última etapa de los viajeros españoles son los llamados falansterios de piedra, de la zona abrupta de Nuevo México. Se trata de verdaderas colmenas humanas, talladas en la roca, con la clásica estufa o kiva. Los pueblos son grandes edificaciones semicolectivas, de varios pisos con innumerables habitaciones, no faltando la estufa, para las reuniones secretas. Son las llamadas por Cabeza de Vaca casas grandes. Este tipo de construcción llega hasta la región de Chihuahua en México. Y por descontado se encuentran también conforme se llega a Sinaloa, con una agricultura cada vez más evolucionada.

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