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Revolución Francesa

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La Revolución francesa ha sido tradicionalmente considerada como un mito, como un fenómeno histórico de repercusión extraordinaria en todo el mundo y que verdaderamente contribuyó de manera sustancial a cambiar la forma de vida del hombre sobre la tierra. La Historia quedó dividida, desde que se produjo aquel acontecimiento, en dos fases: lo que ocurrió antes y lo que ocurrió después de 1789. Todavía, hace pocos años, el historiador francés Pierre Chaunu escribía: "La Revolución sigue siendo, después de dos siglos, la referencia privilegiada de nuestro pasado... el mito fundador de la nación". Eso explica la desmesura bibliográfica en torno a la Revolución francesa. Los diez años que duró han suscitado más bibliografía que los trescientos años de Monarquía. Todavía hoy, el año de su estallido disfruta de veinticinco o treinta veces más páginas dedicadas que cualquier año del siglo XIX o del siglo XVIII. La media de utilización de cualquier documento conservado es de quince o veinte veces superior para los diez años de Revolución que para el siglo anterior o posterior. Por si fuera poco, la reciente celebración del Bicentenario de la Revolución produjo tal abundancia de literatura histórica que difícilmente puede ser abarcada por un solo lector.Ahora bien, la historiografía sobre la Revolución francesa no sólo destaca por su sobreabundancia sino por la controversia que su interpretación ha suscitado siempre por parte de los historiadores de las diferentes escuelas e ideologías.

En efecto, desde el mismo momento en que el fenómeno revolucionario fue tratado como objeto de análisis histórico -y eso comenzó a producirse el mismo año de 1789 cuando Lescène des Maisons publicó su Histoire de la Révolution Française- ha tomado una posición determinada, dándole interpretaciones diversas y, a menudo, contrapuestas. El hecho revolucionario de 1789 abrió, pues, desde el principio, un violento debate e inauguró agrias luchas políticas e ideológicas que se han prolongado durante décadas, e incluso durante siglos. Habría que hacer caso a Jacques Godechot cuando afirmaba que para conocer verdaderamente la Revolución habría que prescindir de tanta literatura histórica y acudir directamente a la documentación dejada por los actores y testigos de aquella gran época. Sin embargo, eso también resultaría imposible, pues el mismo Godechot reconocía que esa documentación era tan ingente (270 volúmenes de los debates de la Asamblea Legislativa, 90 de los Archivos parlamentarios, 30 de las Actas del Comité de Salud Pública, etc.) que resulta prácticamente inviable estudiar la Revolución con un "espíritu nuevo". Hay que recurrir necesariamente a los relatos existentes sobre la Revolución, de manera que, conscientemente o no, uno se impregna de la tendencia o de la posición tomada por los historiadores que anteriormente han abordado su problemática.Para comprender la Revolución francesa hace falta, pues, analizar el enfoque de los historiadores que la han estudiado.

Pero resultaría imposible estudiarlos aquí a "todos" desde 1789. Por eso nos vamos a limitar al estudio de los que más recientemente han dado lugar a una de las controversias historiográficas más apasionadas de nuestro tiempo.Uno de los puntos más calientes en el que se centra la polémica de los historiadores es el de la unidad de la Revolución francesa, o la existencia de varias revoluciones superpuestas que se desencadenan con cierta independencia a partir de 1789.La primera de estas tesis, es decir, la de la Revolución francesa como una unidad en su conjunto, fue ya expresada claramente por Clemenceau en 1897, al considerarla como un bloque: "La Révolution est un bloc". Esta afirmación fue reforzada por la interpretación marxista, que veía en la Revolución una revolución burguesa-capitalista en la que la fase del terror formaba parte de ella como un componente necesario de la misma. Así pues, desde el punto de vista marxista, la Revolución francesa sólo podía aceptarse como un bloque. El representante más caracterizado de esta interpretación fue Albert Soboul, quien afirmó rotundamente que "La Révolution est bien un bloc: antiféodale et bourgeoise á travers ses péripeties diverses".La Revolución francesa es esencialmente, desde ese punto de vista, una revolución burguesa que sólo se explica en último término por una contradicción entre las relaciones de producción y el carácter de las fuerzas productivas.

Ya Marx y Engels, en el Manifiesto comunista, habían señalado que los medios de producción sobre cuya base se había construido el poder de la burguesía se habían creado y desarrollado en el interior mismo de la sociedad feudal y que a finales del siglo XVIII, el régimen de la propiedad, la organización de la agricultura y de la manufactura no correspondían ya a las fuerzas productivas en plena expansión y constituían un obstáculo para la producción. "Hacía falta romper las cadenas. -escribían los autores del Manifiesto-. Se rompieron".Después de esta interpretación, autores como Jaurès y Mathiez vinieron a abundar en esta interpretación, de manera que el planteamiento de Albert Soboul, y aún más recientemente de Mazauric o Vovelle, no es enteramente original, aunque han acertado a formularlo con mayor rigor metodológico y con estilo más moderno.Los sostenedores de la otra teoría, lo que algunos llaman interpretación estructuralista de la Revolución francesa, parten de una abundante documentación con el deseo de llenar los vacíos existentes aún en la investigación, a pesar de la abundantísima bibliografía sobre el tema a la que ya se ha aludido más arriba. Su propósito es el de prescindir de los postulados ideológicos para llegar a una interpretación estrictamente científica con los métodos ejercitados en la resolución de cuestiones sobre historia social, económica, de las instituciones y de las mentalidades colectivas.

En definitiva, lo que tratan estos historiadores es de objetivar la discusión científica utilizando un vocabulario adecuado a los testimonios de las fuentes; separando las interpretaciones retrospectivas y contemporáneas de la auténtica existencia de las ideas, acciones y acontecimientos de la Revolución y clasificando estas ideas, acciones y acontecimientos en el marco de la historia del siglo XVIII.Los historiadores más representativos de esta tendencia son François Furet y Denis Richet, de la llamada escuela de Annales, la revista de economía, sociedad y civilización, que fue fundada en 1929 por los historiadores Marc Bloch y Lucien Febvre y que contribuyó con eficacia a renovar la metodología histórica en las últimas décadas.A partir del análisis del proceso revolucionario, Furet y Richet llegan a la conclusión de que en 1789 surgieron paralelamente tres revoluciones diferentes: la de los diputados en Versalles, la de las capas bajas y pequeño-burguesas en las ciudades (como en París) y la de los campesinos. La Revolución fue, según estos historiadores, una revolución burguesa sólo en tanto que fue un arranque reformista liberal de las élites de los tres estamentos, un movimiento dirigido contra todo tipo de privilegios, que intentó el establecimiento de la igualdad y seguridad personal en la legislación. Pero afirman que eso no obsta para que se admita la especificidad de los movimientos campesinos y los movimientos urbanos. Cuando, una vez que se produjo el estallido de la Revolución de 1789, los movimientos campesinos y los de los sans culottes desarrollaron su propia dinámica, a partir de 1792, comienza para Furet y Richet el "dérapage" (deslizamiento) de la Revolución.

Furet y Richet no ven en las luchas políticas de 1792-1794 el punto culminante de la revolución burguesa -como ocurre con la interpretación marxista-, sino una interrupción de la revolución burguesa, un intermedio innecesario y sin consecuencias para la evolución del siglo XIX burgués. Para estos dos historiadores, las luchas de esta época son luchas por el monopolio del ejercicio del poder entre agrupaciones políticas competidoras. Los "montañeses" buscaron el apoyo de los "sans cultotes" parisinos y de una parte del campesinado. En realidad, la lucha que esos montañeses mantuvieron con los "girondinos" eran enfrentamientos que carecían de una dimensión social más profunda. Todos los dirigentes de los grupos de la Convención procedían del mismo sustrato social, es decir, de la burguesía. Habían recibido la misma formación y pertenecían todos a profesiones burguesas intelectuales, predominando las jurídicas. Aunque algún historiador como Mathiez (Girondins et Montagnards, París, 1930) se esforzase en demostrar que entre girondinos y montañeses había un antagonismo social, porque -según ellos- los primeros pertenecían a la gran burguesía de negocios y los segundos eran hombres de leyes, pequeños comerciantes y artesanos, en realidad no hay que exagerar esta diferencia en cuanto a su reclutamiento.Los "sans cultotes" constituían, por su parte, un grupo heterogéneo y no una clase, en el sentido marxista del término. Ese grupo estaba formado por trabajadores independientes, artesanos y obreros.

En definitiva, era como una micro-élite de los barrios de París. Su revolución se unió con la lucha por la lucha por el poder del grupo parlamentario dirigido por Robespierre, lo cual le permitió establecer su dictadura y hacer frente al peligro exterior. Sus aspiraciones fueron traducidas por hombres que habían comprendido sus deseos, pero que no pertenecían a su grupo; un médico, Marat; un abogado de éxito, Robespierre; un desclasado convertido en periodista, Hébert; un sacerdote, Jacques Roux.En cuanto al campesinado, lo primero que habría que saber es hasta qué punto la relación entre los señores propietarios de la tierra y los "tenanciers" (vasallos) era una relación de presión agobiante que afectaba a la vida diaria del campo. Soboul afirma que la existencia del impuesto territorial había dominado generalmente la vida campesina del Antiguo Régimen. Furet, por su parte, cree que el impuesto territorial que pagaban los campesinos y que ingresaban los señores no era el más importante y que fue superado en el siglo XVIII por los impuestos reales.Lo que ocurre en realidad es que, aunque parezca mentira, hay todavía lagunas en la investigación de estas cuestiones, que no permiten a los historiadores llegar a conclusiones ciertas y rigurosas sobre la situación del campesinado francés en este momento. Habría que determinar en primer lugar el número de campesinos sometidos a vasallaje en relación con el número total de trabajadores agrícolas.

Después habría que determinar también qué parte de los impuestos del "tenancier" tenía que tributar al señor, en dinero y en especie, qué parte al Estado y qué parte a la Iglesia ("dimes").Hasta ahora se han estudiado casos aislados, pero no se sabe hasta qué punto son representativos. Por otra parte, hay que tener en cuenta que existen limites para una investigación de este tipo, ya que a lo largo de la Revolución se perdió mucha documentación sobre estas cuestiones como consecuencia de los asaltos de los campesinos a las residencias feudales en el verano de 1789 y a raíz de algunos decretos de la Convención en los años 1793 y 1794, en los que se ordenó la destrucción de todos los documentos referentes a derechos feudales.Aun así, contando con estas carencias, podemos saber que, por lo pronto, la abolición de los derechos señoriales por parte de la Asamblea Nacional, el 4 de agosto de 1789, no se realizó por un estallido espontáneo del idealismo por parte de una asamblea compuesta por nobles, clero y burgueses, ansiosos por liberar al oprimido campesinado de sus cargas. Esa abolición fue una medida destinada a limitar y controlar la extendida y alarmante revuelta campesina de la primavera y comienzos del verano de 1789. Que la revuelta campesina iba, por tanto, por otro camino que el de los intereses de la burguesía, lo puso ya de manifiesto el historiador inglés Alfred Cobban (Interpretación social de la Revolución francesa) cuando afirmaba que "La abolición de los derechos señoriales fue obra del campesinado: algo aceptado contra regañadientes, contra la propia voluntad, por los hombres que redactaron los cahiers rurales y urbanos del baillage.

Algo que le vino forzado a la Asamblea Nacional por el temor que le inspiraba la misma revuelta de los campesinos... De lo cual se deduce -concluía Cobban- que el derrumbe del feudalismo a manos de la burguesía, reviste en gran medida la apariencia de un mito". Y eso es así, porque la Revolución no fue antifeudal, en el sentido de que lo que quedaba en la Francia de 1789 ya no era exactamente feudalismo; ni burguesa, en cuanto que no la hicieron burgueses en el sentido exacto de la palabra. La tesis parece convincente, aunque puede resultar exagerada.Posteriormente, determinados autores franceses han hecho el mismo reconocimiento, empezando por Furet y Richet y terminando por Emmanuel Leroy Ladurie, para quien "la burguesía que hizo la Revolución no es una clase capitalista de financieros, comerciantes e industriales, que entonces eran apolíticos o aristócratas. La burguesía se componía entonces de oficiales, médicos, intelectuales, cuya misión no podía consistir en alimentar una revolución industrial". Y efectivamente, cada vez se tiende a admitir en mayor grado que la Revolución política retrasó en Francia la revolución industrial, al contrario de lo que pasó en Inglaterra.Así pues, en la burguesía revolucionaria hubo hombres de negocios, pero fueron una minoría. La mayor parte de los hombres que dirigieron la Revolución se reclutó entre los profesionales, los abogados, los médicos, los intelectuales, los funcionarios de la administración territorial o local, y -dado su número en proporción nada despreciable- ex-privilegiados de ideas progresistas.

Michel Vovelle, para salvar esta realidad incontestable, introduce un término que intenta obrar de mediador: habla de "burguesía de servicios", que, aunque como simple expediente para resolver el contencioso, puede ser aceptado. Pero Vovelle se siente obligado a retomar, aunque sólo sea parcialmente, la concepción marxista al atribuir a esa burguesía una "posición de dominación económico-social en la esfera de las relaciones sociales capitalistas". Sin embargo, resulta difícil admitir un concepto de plusvalía en los honorarios de un médico o un abogado; más aún en los de un intelectual, y nada digamos ya en los de un funcionario de la administración. Precisamente, muchos de estos burgueses no son explotadores, sino que se sienten explotados o mal pagados: son los "resentidos" de que habla Brinton, o los que "no han llegado" a que se refiere Godechot. Se atribuyen el mérito, no la riqueza. En suma, el eje dominante en los hechos revolucionarios va a estar más o menos controlado por un grupo social e intelectual que prefiguraba lo que en el siglo XIX se llamaría "las capacidades". En él estaba la base del liberalismo histórico que quedaría después de la Revolución.¿Cuál es el balance que puede hacerse hoy de la Revolución francesa de 1789? Lo primero que salta a la vista al manejar la bibliografía a que ha dado lugar la celebración de su bicentenario, es su desmitificación. La Revolución no es ya considerada unánimemente como el hecho más positivo y sobresaliente de la Historia francesa.

Incluso la crítica ha llegado a utilizar la palabra genocidio para calificar los efectos que la Revolución tuvo para los franceses que no aceptaron sus postulados. Un millón y medio de muertes, causadas por aquellos acontecimientos. Asimismo se ha llegado a afirmar que la Revolución francesa lo que hizo fue retrasar el avance de la sociedad francesa, que se hubiese producido de forma más rápida y sin sobresaltos de no haberse originado el corte de 1789. Pero hay que entender que todas estas posiciones maximalistas han sido más bien producto de las circunstancias vividas durante la celebración de su doscientos aniversario. Una conmemoración histórica se convirtió también en un debate político y eso hizo que los historiadores se sintiesen llevados a decir cosas nuevas, incluso a costa del rigor y de la objetividad que debe presidir el trabajo científico.Sin embargo, si prescindimos de las modas historiográficas, de la presión a la que en casos como éste se ve sometida la labor del historiador, y nos atenemos al análisis de los hechos, parece claro que la Revolución francesa, vista desde nuestros días, puede ser considerada como un conjunto de realidades entrelazadas entre sí, que altera bruscamente el curso de la Historia y constituye uno de sus episodios más grandiosos y dramáticos. En este sentido, no existe demasiado inconveniente en admitir la existencia de un solo capítulo revolucionario capaz de comprender a todo ese conjunto de hechos relacionados entre sí.

Pero si atendemos a sus actores, a las instancias que los mueven y a los objetivos que persiguen, parece inevitable reconocer la existencia de varios hechos revolucionarios, no sólo diferenciados, sino incompatibles entre sí. Que el resultado de todo aquel conjunto de acontecimientos acabara en un tipo de realidades concretas, no es producto de una necesidad histórica, sino que deriva de los aciertos y los errores, o de las fuerzas puestas en juego por la libertad de los hombres.Hubo "deslizamiento" si por tal se entiende que el proceso revolucionario llega a extremos no previstos por sus primeros iniciadores y si las consecuencias últimas no están en relación con las causas que provocaron el desencadenamiento. Ello no impide, en sentido contrario, que unas revoluciones posibiliten o disparen las que les siguen. Muchas de ellas ni hubieran podido plantearse como se plantearon sin la presencia, el ejemplo, o el influjo de otra anterior. No se establece entre ellas una estricta relación de causalidad: sí, a juzgar por el propio desarrollo de los hechos, de ocasionalidad. En esto reside, probablemente, el principal vínculo que las comprende.

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