Esmaltes y bordados
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El esmalte antes del gótico ha conocido ya un gran auge. Durante el románico la producción industrializada de los talleres de Limoges invade toda Europa. Se trata del esmalte champlevé sobre cobre, y se utiliza para confeccionar desde candelabros, cajas, cruces, hasta altares. Durante el siglo XIII, con esta técnica se ejecutan algunas piezas de tipo funcionario (el sepulcro del obispo burgalés Mauricio -muerto en 1238-, por ejemplo), muy por encima de la media en lo que a calidad se refiere. La obra de Limoges continúa durante el siglo XIV moviéndose siempre dentro de este margen tolerable de la obra seriada, pero la producción parece haber quedado circunscrita a objetos menores.El esmalte traslúcido es la gran creación de los orfebres toscanos en el paso del siglo XIII al XIV. Consiste en trabajar con el cincel y en bajorrelieve las escenas que debe cubrir el esmalte de varios colores. La transparencia de éste, una vez concluido el proceso, permite que afloren las sutilezas del relieve, lográndose unas calidades desconocidas hasta entonces.A los orfebres parisinos esta variante les llegó por varios medios, principalmente el comercio, y lo incorporaron progresivamente a sus realizaciones. Su difusión desde la Toscana hacia zonas geográficamente más próximas se realizó de la mano de los propios artífices toscanos que se establecieron en ellas. En nuestra Península, y no sólo en el área levantina, la afluencia de orfebres italianos (sieneses, en particular) durante el Trecento es un hecho.
Duccio de Sens es uno de los que suena más en la documentación catalana del momento. Un "Andrea Petrucci, orafo de Siena", firma contemporáneamente un cáliz del tesoro de la catedral de Avila.Desde la Toscana y a lo largo de un arco que bordea el Mediterráneo hasta las costas de la Península Ibérica, se escalonan una serie de centros donde, por las características de su producción, se hace obligado pensar que recalan plateros italianos. En Aviñón sin duda es así, pero fue también muy reputado el punzón de Montpellier y, ya en Cataluña, los de Gerona, Barcelona y, sobre todo, Valencia. En esta línea hay que explicar y entender el despegue de la orfebrería en la Corona de Aragón de la que son testimonio el retablo y el baldaquino de Gerona, soberbias cruces procesionales y otras realizaciones igualmente exquisitas de factura.Aunque el bordado se practica en toda Europa, existen lugares estrechamente ligados a una determinada especialidad o bien otros que logran imprimir a sus realizaciones un sello especial. Esto último es lo que sucede en Florencia o en Inglaterra. En este último lugar, desde principios del siglo XIII y a lo largo de buena parte del siglo XIV, se realiza un bordado denominado por su origen "opus anglicanum", que se exporta en forma de piezas preparadas para aplicar a determinados elementos de la indumentaria eclesiástica, bien en forma de capa pluvial, o como frontal de altar a distintos puntos.El éxito fue extraordinario. Se trataba de una producción lujosa y cara y ello, no obstante, la hallamos en puntos muy alejados de su lugar de origen.
Recordemos al respecto el aprecio que sintieron los hombres medievales por este bordado que el cronista Mattew Paris ejemplifica en la figura del papa Inocencio IV (1245).A pesar de que la única pieza autógrafa puede hacer pensar que sus artífices fueron miembros de las comunidades religiosas femeninas (la firma corresponde a una tal Juana de Beberley), existieron artesanos profesionales. Los modelos que utilizaron debieron de proporcionárselos los pintores contemporáneos. Así se explica la relación directa entre ambos campos.En Florencia habitaron también una serie de bordadores profesionales. Uno de los más conocidos, no sólo porque firmó sus realizaciones sino por la calidad de las mismas, es Geri di Lappo. Es suyo el frontal de altar que desde Florencia trajo a Manresa un ciudadano relevante de la misma. También hay constancia de la exportación de estas piezas que, como las inglesas, utilizaron cartones de pintores contemporáneos.
Duccio de Sens es uno de los que suena más en la documentación catalana del momento. Un "Andrea Petrucci, orafo de Siena", firma contemporáneamente un cáliz del tesoro de la catedral de Avila.Desde la Toscana y a lo largo de un arco que bordea el Mediterráneo hasta las costas de la Península Ibérica, se escalonan una serie de centros donde, por las características de su producción, se hace obligado pensar que recalan plateros italianos. En Aviñón sin duda es así, pero fue también muy reputado el punzón de Montpellier y, ya en Cataluña, los de Gerona, Barcelona y, sobre todo, Valencia. En esta línea hay que explicar y entender el despegue de la orfebrería en la Corona de Aragón de la que son testimonio el retablo y el baldaquino de Gerona, soberbias cruces procesionales y otras realizaciones igualmente exquisitas de factura.Aunque el bordado se practica en toda Europa, existen lugares estrechamente ligados a una determinada especialidad o bien otros que logran imprimir a sus realizaciones un sello especial. Esto último es lo que sucede en Florencia o en Inglaterra. En este último lugar, desde principios del siglo XIII y a lo largo de buena parte del siglo XIV, se realiza un bordado denominado por su origen "opus anglicanum", que se exporta en forma de piezas preparadas para aplicar a determinados elementos de la indumentaria eclesiástica, bien en forma de capa pluvial, o como frontal de altar a distintos puntos.El éxito fue extraordinario. Se trataba de una producción lujosa y cara y ello, no obstante, la hallamos en puntos muy alejados de su lugar de origen.
Recordemos al respecto el aprecio que sintieron los hombres medievales por este bordado que el cronista Mattew Paris ejemplifica en la figura del papa Inocencio IV (1245).A pesar de que la única pieza autógrafa puede hacer pensar que sus artífices fueron miembros de las comunidades religiosas femeninas (la firma corresponde a una tal Juana de Beberley), existieron artesanos profesionales. Los modelos que utilizaron debieron de proporcionárselos los pintores contemporáneos. Así se explica la relación directa entre ambos campos.En Florencia habitaron también una serie de bordadores profesionales. Uno de los más conocidos, no sólo porque firmó sus realizaciones sino por la calidad de las mismas, es Geri di Lappo. Es suyo el frontal de altar que desde Florencia trajo a Manresa un ciudadano relevante de la misma. También hay constancia de la exportación de estas piezas que, como las inglesas, utilizaron cartones de pintores contemporáneos.