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I Guerra Mundial

Desarrollo


Estados Unidos y su presidente, el demócrata Woodrow Wilson, no habían contemplado la posibilidad de entrar en la guerra. Al contrario, Wilson quiso en principio mantener a toda costa la neutralidad de su país y luego, a medida que la guerra fue afectando a Estados Unidos, ejercer como mediador de cara a la negociación de la paz. Aunque Wilson entendió siempre -y así lo hicieron saber sus enviados y representantes- que la paz exigiría cuando menos el restablecimiento de Bélgica y Serbia, la devolución de Alsacia-Lorena a Francia y de los territorios irredentos a Italia, y la independencia de Polonia, no descartó la posibilidad de una "paz sin victoria", según dijera ante el Senado de su país en enero de 1917. Precisamente, para asegurarse la neutralidad norteamericana, el gobierno alemán, visto el equilibrio en el frente occidental y seguro de su superioridad en los Balcanes y en los frentes orientales, apeló el 12 de diciembre de 1916 al Presidente norteamericano para que mediase ante los aliados de la Entente y les hiciese saber la disposición de Alemania a negociar la paz. Los alemanes no mencionaron las condiciones concretas sobre las que negociarían. Como sólo existía al respecto el plan de objetivos de guerra que el 9 de septiembre de 1914 había hecho público el canciller Bethmann-Hollweg, que suponía la anexión de Luxemburgo, el protectorado sobre Bélgica, la unión aduanera con Holanda y la creación de una "Mitteleuropa" económica, los gobiernos aliados (el británico estaba presidido desde el 7 de diciembre por David Lloyd George) rechazaron la oferta el 30 de diciembre de 1916.

Wilson no renunció a sus esfuerzos, puso en marcha su propia iniciativa y pidió a los beligerantes que expusieran sus respectivas condiciones de paz. La respuesta de los aliados (10 de enero de 1917) daba muy escasas opciones pues, en buena lógica con los motivos que les habían llevado a la guerra, exigían la liberación de Bélgica y Serbia, la retirada de alemanes, austríacos, turcos y búlgaros de todos los territorios tomados, indemnizaciones de guerra y la reorganización de Europa según el principio de la autodeterminación nacional. Aunque el Presidente norteamericano siguiese negociando con el embajador alemán en Washington, la paz era, por tanto, imposible. El alto mando alemán -básicamente, Hindenburg y Ludendorff, intendente general del ejército y verdadero cerebro gris de éste- y los jefes de la Marina creyeron que podrían doblegar en seis semanas a Inglaterra, a la que veían como el verdadero pilar militar de los aliados, si se reanudaba "la guerra submarina ilimitada" con los 120 submarinos de que Alemania disponía. Tomada la decisión y hecha pública el 31 de enero de 1917, los submarinos alemanes entraron inmediatamente en acción, con una eficacia aterradora: el tonelaje de barcos hundidos sólo en el mes de abril se elevó a 900.000 toneladas (lo que suponía el hundimiento de más de un centenar de barcos de todas las banderas, incluidos varios norteamericanos); para octubre, era ya de 8 millones.

Pero la decisión fue desastrosa para Alemania. El 2 de febrero, Estados Unidos rompió las relaciones diplomáticas y lo mismo hicieron distintos países latinoamericanos. Luego, tras la interceptación del "telegrama Zimmermann" (1 de marzo de 1917) -enviado por éste, ministro de Asuntos Exteriores alemán, a su embajador en México exponiéndole ciertos inverosímiles planes germanos contra Estados Unidos- y ante el hundimiento de nuevos barcos norteamericanos, el presidente Wilson declaró, el 6 de abril de 1917, la guerra a Alemania. La guerra submarina, además, no cumplió sus objetivos. Los aliados dieron pronto con la forma de combatirla: introducción del sistema de "convoyes" para los barcos mercantes con protección de destructores y caza-submarinos, empleo de la aviación (hidroaviones) para reconocimiento de los mares, y uso de cargas en profundidad y minas especiales contra los submarinos. Los alemanes perdieron entre mayo y octubre de 1917 unas 50 unidades. La guerra submarina perdió así toda su eficacia. La situación volvió a ser la de siempre. Porque la entrada en guerra de Estados Unidos -que tardó varios meses en ser operativa salvo por lo que hizo a la guerra antisubmarina- fue más que compensada por otros acontecimientos. De hecho, 1917 fue el peor año para los aliados. Ello se debió, ante todo, al "colapso de Rusia".

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