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El viaje del general Pedro Fernández de Quirós A pesar de las cartas del monarca, Quirós iba a encontrar dificultades. El 11 de marzo lo recibe un nuevo virrey, conde de Monterrey, y el 25 de ese mismo mes expone sus planes ante una junta de notables convocada por la autoridad virreinal. Esta apunta la posibilidad de que la expedición podría resultar más económica si partiera desde Manila, a lo que replicó Quirós que hacer esto representaba ir contra la orden real, que mandaba expresamente saliese de Lima y contra toda buena navegación por los vientos opuestos. A esta falta de interés del conde de Monterrey, debemos añadir la presencia de la antigua adelantada en el Perú. Don Fernando de Castro, en nombre de su mujer, protestó enérgicamente, ante las autoridades de Madrid, de que se conculcaran sus derechos. Pero finalmente, y según cuenta el marino portugués, tras una entrevista, dejóse el caballero convencer de mis piadosas razones, y dijo que a su entender condenaría su alma quien pretendiera estorbarme. El 21 de diciembre de 1605, a las tres de la tarde salían del Callao las tres naves descubridoras, la Capitana, S. Pedro, y la Almiranta, mandada por otro portugués, Váez de Torres; y una zabra, mandada por Pedro Bernal Cermeño, con un total de trescientos hombres. Las intenciones del viaje y su intento de llegar al contienente austral se revelan en las instrucciones que da Quirós a Váez de Torres. En ellas, minuciosamente, da cuenta, del orden y religiosidad que debe imperar en la armada, pero sobre todo lo más importante será el rumbo que deberá seguir, navegando la vía del sudueste, hasta subir a la altura de 30?, y si puesta en ellos no hallare tierra, hará una derrota del noroeste franco hasta bajar a altura de diez grados: y si hasta ponerse en ellos no hallare tierra, navegará al norueste basta bajar a diez grados y un cuarto, y puesto en ellos navegará al oeste en demanda de la isla de Santa Cruz.

Localizada esta isla, se dirigirían a Filipinas, remontando la Nueva Guinea, y una vez llegados a Manila regresarían a España por la ruta del cabo de Buena Esperanza. Si estudiamos esas instrucciones, y el itinerario real que siguió Quirós, hasta la Australia del Espíritu Santo, nos daremos cuenta de que esas instrucciones no fueron precisamente seguidas, pues no bajaron a los treinta grados. Es el caso que Quirós emprendió audazmente la ruta del oes-sudueste, que, de haberla mantenido, le habría llevado a Nueva Zelanda. Pero antes de llegar --según el P. Kelly-- al Aecteon Group ya enderezó el rumbo y se mantuvo en los 20? latitud sur, sin pretender bajar más, sino todo lo contrario. A partir de aquí perdieron altura, y así llegaron a las islas de la Sociedad. Quirós, que siempre quiere descubrirse, dice que el piloto mayor, Gaspar de Leza, le mudaba la derrota y se decía que se quería alzar en la nao. Bien porque se sintiese enfermo realmente desee la salida, bien porque al cabo de tres meses largos de navegar no encontrase el añorado continente, Quirós, sintiéndose derrotado, mandó poner proa a la isla de Santa Cruz. Sin embargo no la encontró, lo que dio lugar a que el 25 de marzo de 1606 hubiera una junta de pilotos, donde hubo encontrados pareceres, sobre todo con Leza, su piloto mayor, del que Quirós nunca da el nombre. Tal fue el encono de la discusión, que ordenó a Váez de Torres que se llevase preso a Leza. Prácticamente sin resolver nada la junta, perdidos, navegan por rosarios de islas pertenecientes a las actuales Duff y Banks, hasta que a los cinco meses de travesía, al encontrarse con una gran isla de las Nuevas Hébridas, la del Espíritu Santo, Quirós, sin más averiguaciones, creyó haber llegado a la tierra Australia.

Sugestionado por la obsesión de haber cumplido lo prometido, y por otra parte, gran amigo del espectáculo, organizó unas suntuosas y ruidosas fiestas religiosas; celebró una procesión, condecorando a todos los expedicionarios, halagándoles con la concesión de la cruz de la orden del Espíritu Santo, lo que fue objeto de chanzas por muchos marineros, según cuenta Iturbe, veedor de la expedición47. Dio por fundada la ciudad de la Nueba Hierusalem, de la que sólo edificó una iglesia de madera, perio sí concedió cargos municipales de esa ciudad, que sólo existió en su fantasía. Toda esta espectacularidad barroca que Quirós considera necesaria es, por una parte, para cumplir con el Papa, haciendo una gran fiesta religiosa; por otra parte con la ocupación, para cumplir también con Felipe III. El espectáculo será ampliamente descrito por el propio Quirós, en sus múltiples memoriales difundidores de su gran descubrimiento. Quirós, olvidándose por completo de sus instrucciones en caso de pérdida, sin intentar regresar a la Tierra del Espíritu Santo, sin cumplir las órdenes reales de marchar a Manila, decide emprender el viaje de regreso por la ruta tradicional de Nueva España. Antes de esta decisión, y deseoso de reconocer más detalladamente la Tierra del Espíritu Santo, el 8 de junio de 1606 salió del puerto y bahía de San Felipe y Santiago. Pero apenas salidos, un furioso temporal dispersó a la San Pedro, la almiranta de Váez de Torres, y la capitana de Quirós.

La decisión de regresar a través de la ruta de Nueva España hay que interpretarla como el resultado de la obsesión de Quirós por su éxito, que quiere revelar cuanto antes a Felipe III. En relación con esto, todos los tripulantes firman un papel en el que afirman que lo más conveniente es navegar rumbo a Acapulco. El navío llegó efectivamente allí, después de cinco meses de navegación desde la Tierra del Espíritu Santo. Luego que la gente desembarcó, hubo personas que por vengar sus pasiones o por otros respetos, escribieron al marqués de Montesclaros, virrey de México, y sembraron por toda la tierra muchas cartas, procurándose descomponer y, desacreditar la jornada; a que yo satisfice Por otras lo mejor que pude, dando a entender mi verdad y buen celo. Con estas palabras de Quirós se inicia el drama de su vida: la incredulidad de la gente hacia él. Pues todo cuanto afirme será refutado a través de escritos salidos de los más remotos lugares. En México, las autoridades virreinales se mostrarán indiferentes, y sólo la protección de un amigo le proporciona un pasaje hasta Sanlúcar de Barrameda. Sin blanca, llegará a la Corte, establecida definitivamente ya en Madrid, el 9 de octubre de 1607. Ahora le espera la más espantosa miseria, alentada con la última y postrera esperanza.

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