El trabajoso camino que los nuestros pasaronEl trabajoso camino que los nuestros

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El trabajoso camino que los nuestros pasaron Al día siguiente que partió de allí caminó por buena tierra llana, donde alancearon los de a caballo dieciocho gamos: tantos había. Murieron dos caballos que, como iban flacos, no pudieron resistir la caza. Cogieron a cuatro cazadores que llevaban muerto un león, de lo que se maravillaron los nuestros, pues les pareció gran cosa matar un león cuatro hombrecillos solamente con flechas. Llegaron a un estero de agua, grande y hondo, a la vista del cual estaba el lugar donde pensaban ir; no tenían en qué pasar; capearon a los del pueblo, que andaban muy revueltos por coger su ropilla y meterse en el monte. Vinieron dos hombres en una canoa, con una docena de gallipavos; mas no quisieron acercarse a tierra, hasta que los suyos acabasen de alzar el hato y. esconderse. Estando, pues, así, puso un español las piernas a su caballo, se metió por el agua, y a nado fue tras los indios; ellos, de miedo, se turbaron, y no supieron remar. Acudieron luego otros españoles buenos nadadores, y cogieron la canoa. Aquellos dos indios guiaron el campo por rodeo una legua aproximadamente, con el cual se desechó el estero, y así llegaron al lugar bien cansados, porque habían caminado ocho leguas; no hallaron gente, mas sí mucho de comer. Se llama aquel lugar Tleccan, y el señor, Ainohan. Estuvo allí nuestro campo cuatro días esperando si vendría el señor o los vecinos; como no vinieron, abastecióse para seis días, que, según los guías decían, tantos teñían que caminar por despoblado.

Partió, y llegó a dormir a seis leguas de allí a una venta grande, que era de Ainohan, donde hacían jornada los mercaderes. Allí reposaron un día, por ser fiesta de la Madre de Dios; pescaron en el río, atajaron una gran cantidad de sábalos, y los cogieron todos, que, además de ser provechosa, fue hermosa pesquería. Al otro día anduvieron nueve leguas; en lo llano mataron siete venados, en el puerto, que fue malo y duró dos leguas de subida y bajada, se desherraron los caballos, y para herrarlos fue necesario estar allí un día entero. La siguiente jornada que hicieron fue a un caserío de Canec, que se llamaba Axuncapuin, donde estuvieron dos días; de Axuncapuin fueron a dormir a Taxaitetl, que es otro caserío de Ainohan; allí hallaron mucha fruta y maíz verde, y hombres que los encaminaron. A dos leguas que al otro día tenían andadas de buen camino, comenzaron a subir una asperísima sierra, que duró ocho leguas, y tardaron en andarla ocho días, y murieron sesenta y ocho caballos despeñados y desjarretados, y los que escaparon no volvieron en sí aquellos tres meses: tan lastimados quedaron. No cesó de llover noche y día en todo aquel tiempo; fue sorprendente la sed que pasaron, lloviendo tanto. Se rompió la pierna un sobrino de Cortés por tres o cuatro partes, de una caída que dio; fue muy dificultoso sacarlo de aquellas montañas. No se acabaron allí los duelos; que después dieron en un río grande, y con las lluvias pasadas, muy crecido e impetuoso; tanto, que desmayaban los españoles porque no había barcas, y aunque las hubiera, no aprovecharan; hacer un puente era imposible, volver atrás era la muerte.

Cortés envió unos españoles río arriba a ver si se estrechaba o se podría vadear, los cuales volvieron muy alegres por haber hallado paso. No os podría contar cuántas lágrimas de placer echaron nuestros españoles con tan buena nueva, abrazándose unos a otros; dieron muchas gracias a Dios nuestro Señor, que los socorría en tal angustia, y cantaron el Te Deum Laudamus y Letanía; y como era Semana Santa, todos se confesaron. Era aquel paso una losa o peña llana, lisa, y larga cuanto el río ancho, con más de veinte grietas por donde caía el agua sin cubrirlas; como que parece fábula o encantamiento como los de Amadís de Gaula, pero que es certísima. Otros lo cuentan como milagro; mas ello es obra de la Naturaleza, que dejó aquellas pasaderas para el agua, o la misma agua con su continuo curso comió la peña de aquella manera. Cortaron, pues, madera, que bien cerca había muchos árboles, y trajeron más de doscientas vigas, y muchos bejucos, que como en otro lugar tengo dicho, sirven de sogas, y nadie entonces haraganeaba; atravesaban los canales con aquellas vigas, las atacaban con bejucos, y así hicieron el puente; tardaron en hacerlo y en pasar dos días. Hacía tanto ruido el agua entre aquellos ojos de la peña, que ensordecía a los hombres. Los caballos y puercos pasaron a nado por debajo de aquel lugar, pues con la profundidad iba el agua mansa. Fueron a dormir aquella noche a Teucix, a una legua de allí, que tiene unos buenos caseríos y granja, donde se cogieron veinte personas o más; pero no se halló comida que bastase para todos, que fue gran desconsuelo, porque iban muy hambrientos, pues no habían comido en ocho días más que palmitos y sus dátiles, y hierbas cocidas sin sal.

Aquellos hombres de Teucix dijeron que a una jornada río arriba había un buen pueblo de la provincia de Tauican, que tenía muchas gallinas, cacao, maíz y otros mantenimientos; pero que era menester volver a pasar el río, y ellos no sabían cómo, por venir tan crecido y furioso. Cortés les dijo que bien se podía pasar, que le diesen un guía, y envió treinta españoles y mil indios; los cuales fueron y vinieron muchas veces, y proveyeron el campo, aunque con mucho trabajo. Estando allí en Teucix, envió Cortés algunos españoles con un natural por guía, a descubrir el camino que habían de llevar para Azuzulín, cuyo señor se llamaba Aquiahuilquín; los cuales, a diez leguas, cogieron a siete hombres y una mujer en una casilla, que debía ser venta, y se volvieron diciendo que era muy buen camino en comparación del pasado. Entre aquellos siete venía uno de Acalan, mercader, y que había habitado mucho tiempo en Nito, donde estaban los españoles, y que dijo que hacia un año entraron en aquella ciudad muchos barbudos a pie y a caballo, y que la saquearon, maltratando a los vecinos y mercaderes, y que entonces se salió un hermano de Apoxpalon, que tenía la factoría, y todos los tratantes; muchos de los cuales pidieron licencia a Aquiahuilquín para poblar y contratar en su tierra, y así estaba él contratando; pero que ya las ferias se habían perdido, y los mercaderes destruido, después que aquellos extranjeros vinieron. Cortés le rogó que le guiase allí, y que se lo gratificaría muy bien; y como le prometió, soltó a los presos, pagó a los otros guías que llevaba y los envió con Dios.

Despachó luego a cuatro de aquellos siete con dos de Teucix, que fuesen a rogar a Aquiahuilquín que no se ausentase, porque deseaba hablarle y no hacerle mal. Cuando al día siguiente amaneció se había ido el acalanés y los otros tres; y así, quedó sin guías. Al fin partió, y fue a dormir a un monte a cinco leguas de allí. Desjarretóse un caballo en un mal paso del camino; al otro día anduvo el ejército seis leguas; se pasaron dos tíos, uno de ellos con canoas, en el cual se ahogaron dos yeguas. Aquella noche estuvieron en una aldea de unas veinte casas todas nuevas, que era de los mercaderes de Acalan, mas ellos se habían ido; de allí fueron a Azuzulín, que estaba desierta y sin ninguna cosa de comer; que fue doblar la pena. Estuvieron buscando por aquella tierra hombres de donde tomar lengua para ir a Nito, y en ocho días no hallaron más que unas mujercillas, que hicieron poco al propósito; antes bien perjudicaron, porque una de ellas dijo que los llevaría a un pueblo a dos jornadas de distancia, donde les darían nuevas de lo que buscaban; fueron con ella algunos españoles, mas no hallaron a nadie en el lugar; y así, se volvieron muy tristes; y Cortés estaba desesperado, pues no podía atinar por dónde tenía que ir, por más que miraba en la aguja: tan altas montañas había delante y tan sin rastro de hombres. Casualmente atravesó un muchacho por aquellos montes, y fue cogido; el cual los guió a unas haciendas en tierra de Tuniha, que era una provincia de las que para recuerdo llevaban en el dibujo.

Llegó en dos días a ellas, y después los guió un viejecico, que no pudo huir, otras dos jornadas hasta un pueblo, donde se cogieron cuatro hombres, pues los demás habían huido de miedo, y éstos dijeron que a dos soles de allí estaba Nito y los españoles; y para que mejor lo creyesen, fue uno y trajo dos mujeres naturales de Nito, las cuales nombraron a los españoles a quienes habían servido, que fue mucho descanso para quien lo oía, según iban, porque temieron, perecer de hambre en aquella tierra de Tuniha, ya que no comían más que palmitos verdes o cocidos con puerco fresco, sin sal, y aun de éstos no se hartaban, y tardaban un día dos hombres en cortar una palma, y media hora en comerse el palmito o pimpollo que tenía encima. Juan de Abalos, primo de Cortés, rodó con su caballo por una sierra abajo, las últimas jornadas, y se rompió un brazo.

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