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Vida cotidiana

Desarrollo


Según la condena bíblica, tras la expulsión del Paraíso el hombre debería sudar para ganar el pan y la mujer parir con dolor. Este reparto de roles se mantiene durante la época medieval. Al ser el trabajo una condena estaba reservado para aquellos que no guerreaban ni rezaban, los llamados genéricamente plebeyos. Bien es cierto que durante la Baja Edad Media se impone una concepción del trabajo como algo lucrativo, lo que fue duramente criticado y perseguido por la Iglesia, contraria a mercaderes, maestros o usureros. Al estar inmersos en una sociedad básicamente rural, la mujer participa en las faenas del campo con el resto de su familia. También la esposa del artesano colabora en las funciones propias del oficio, desde la recepción de la materia prima hasta la venta del producto. Cuando la mujer abandona el ámbito familiar para trabajar suele ser como criada. De esta manera entra en una nueva familia ya que las criadas solían ser consideradas como tales. Consideremos que las muchachas se iniciaban en el trabajo entre los seis y los trece años por lo que el cabeza de la familia las trataba como algo propio, procurándolas casar o dejar una pequeña partida en su testamento para dotar su entrada a un convento. Dentro del círculo de las criadas debemos establecer una distinción entre las damas de honor de la alta nobleza y las sirvientas que solían ser objetos sexuales de sus amos u objeto de diversión de pandillas de jóvenes. Estas sirvientas desempeñarían los trabajos más serviles, vestirían con trapos y comerían los desperdicios.

Un caso aparte lo constituyen las esclavas, fruto del fluido comercio humano que se produce a lo largo de la época medieval. El servicio doméstico será su principal salida, considerando que el 91 % de las ventas de esclavos en Génova durante el año 1449 lo constituyen mujeres. Como las relaciones sexuales con las esclavas estaban a la orden del día, las preferencias se centraban en mujeres orientales o blancas, especialmente por motivos de embarazo. Cuando el propietario de la esclava fallecía, ésta obtenía la manumisión con bastante frecuencia, tal y como aparece en numerosos testamentos. Algunos trabajos parecen estar dirigidos especialmente a mujeres como el hilado, el tejido o el horneado. Al permitir que las mujeres establezcan grupos, algunos eclesiásticos condenan estas labores. Incluso un canonista alemán consideraba que los tejidos elaborados por mujeres debían ser desencantados antes de su utilización. A pesar del desacuerdo de la Iglesia, las mujeres también desempeñaron otras labores como mesoneras, cocineras, cordoneras, bordadoras, lavanderas, joyeras, fruteras, etc. Incluso encontramos algunos ejemplos de mujeres que dirigieron el negocio familiar tras el fallecimiento del marido, a pesar de que las instituciones prohibieran a las mujeres acudir a las reuniones de los gremios o concejos. Al igual que todavía ocurre en la actualidad, el trabajo desempeñado por la mujer tenía una remuneración menor que el realizado por el hombre. Bien es cierto que para la mentalidad medieval la labor de la mujer sería una aportación al trabajo y el sueldo del marido o para su propia manutención cuando éste falte. De esta manera el trabajo de la mujer iría acompañado de una situación de pobreza manifiesta que en numerosas ocasiones acompañaría a la muerte del esposo. No en balde, la viudedad en la sociedad medieval es la mayoría de las veces sinónimo de pobreza por lo que muchas cofradías entregarían a las viudas de los cofrades muertos una pensión de por vida. Quizá la prostitución sea el oficio femenino más estudiado por los especialistas, haciendo éstos hincapié en el cambio de conceptos de la prostitución medieval respecto al mundo actual por lo que merece la pena un estudio más exhaustivo.

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