El poblamiento hispánico
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Datos principales
Rango
América colonial
Desarrollo
La nación dominante vio enseguida la relación entre poblamiento y dominio: los 1.200 hombres que en 1493 van con Colón a La Española y las 2.500 personas que en 1502 llegaron con el gobernador Ovando y que constituyen el núcleo colonizador inicial, son las primeras manifestaciones de una política oficial poblacionista cuyo rasgo característico es la autolímitación basada en criterios políticos y religiosos que buscan proteger la exclusividad española frente a otros países, y al mismo tiempo asegurar la integridad ideológica en las tierras conquistadas. Por eso se prohibe severamente que pasen a Indias extranjeros (salvo excepciones), musulmanes, judíos, conversos, gitanos, condenados por la Inquisición , protestantes... El emigrante español tipo debía ser católico (cristiano viejo) y de buenas costumbres, excluyéndose por principio la posibilidad, asumida por otras colonizaciones europeas, de utilizar América como colonia penal o refugio de disidentes políticos y religiosos. Será pues una emigración restringida y controlada por la Corona a través del preceptivo permiso o licencia de embarque que debía solicitarse a la Casa de la Contratación y, desde 1546, al Consejo de Indias . Tales licencias, así como los minuciosos registros de salida de personas y barcos, proporcionan una bastante completa información sobre la emigración legal a América (la relativa al siglo XVI ha sido publicada por el Archivo General de Indias en los varios tomos del Catálogo de pasajeros a Indias, Sevilla , 1940-1985), poco significativa en términos numéricos, pues constituye sólo una parte del total, pero muy rica en información cualitativa (nombres, procedencia, estado).
Si muchos emigrantes escapaban al control fiscal, todos debían viajar en barcos. Así que conociéndose perfectamente -gracias a los trabajos de H. y P. Chaunu- el número, tonelaje y cargamento de las naves que cruzaron el Atlántico entre 1506 y 1650, se puede calcular el volumen total de la emigración sobre la base del número máximo de pasajeros que podían transportar además de las mercancías, víveres y tripulación. Es lo que ha hecho Magnus Mörner, que establece que entre 1506 y 1600 emigraron 242.853 españoles, es decir, unos 2.600 al año como promedio, cifra muy similar a la calculada con otros procedimientos por Peter Boyd-Bowman, que fijó en unos 200.000 el total de emigrantes durante el siglo XVI. Tales cifras, que son las máximas posibles de viajeros considerando las limitaciones de la navegación, representan porcentajes muy pequeños de la población española de entonces. Se trata, por lo demás, de una emigración esencialmente masculina: al principio un diez por ciento de las licencias oficiales se refiere a mujeres. Sólo a partir de mediados del XVI la proporción de mujeres aumenta, llegando a significar la cuarta parte del total. Y la mayoría de ellas, aproximadamente el 60 por ciento, eran andaluzas, como mayoritariamente andaluces eran también los hombres que en Sevilla embarcaban para las Indias en el siglo XVI. La procedencia regional del conjunto de emigrantes, extrapolando los cálculos de Boyd-Bowman sobre casi 55.
000 españoles identificados, indica que más de la tercera parte, el 37 por 100, eran andaluces; los extremeños representaban una sexta parte (16,5 por ciento), mientras que los castellanos (sumados viejos y nuevos) suponían casi el 30 por ciento y los leoneses, el 6 por ciento. Con la única excepción de los vascos (cuyo porcentaje en el siglo XVI alcanza casi el 4 por ciento), la España marítima e insular queda prácticamente fuera de este proceso, que en cambio protagonizará en el siglo XVIII, cuando canarios, gallegos, asturianos, cántabros, vascos, navarros, catalanes, valencianos, baleares, proporcionen los mayores contingentes migratorios. No contamos con estudios globales para la emigración española posterior a 1650, y los datos parciales son contradictorios. En el siglo XVIII las cifras oficiales de la Casa de la Contratación muestran apenas trescientas o cuatrocientas licencias al año; en el otro extremo se situaría la referencia a la salida anual de hasta 14.000 personas contenida en el Nuevo Sistema de Gobierno Económico para la América atribuido a Campillo (1742). Aunque esta apreciación es difícilmente aceptable, es cierto que se incrementa en el siglo XVIII la política migratoria adoptada por la Corona que trata de reforzar las fronteras del Imperio (Nuevo México, Texas, Florida, Río de la Plata, Patagonia) enviando tropas y colonos a zonas estratégicas o desérticas, como las islas del Caribe, el estuario del Río de la Plata, el norte de Nueva España o Florida.
Esta política poblacionista llevará incluso a permitir en ocasiones la instalación de extranjeros, que de todas formas desde el XVI estaban acudiendo a la América española pese a las medidas restrictivas. Al mismo tiempo, el auge comercial del siglo XVIII variará significativamente los lugares de atracción de inmigrantes, que se dirigirán preferentemente a Nueva España y regiones del litoral atlántico como el Río de la Plata, Venezuela o Cuba. Para el conjunto de la Edad Moderna se acepta que emigraron a América menos de medio millón de españoles que, a pesar de su alto índice de reproducción, siguen estando en franca minoría ante los millones de indígenas sobrevivientes a la catástrofe: López de Velasco calcula que hacia 1570 vivían en las Indias 25.000 vecinos españoles, que como mucho serían 150.000 personas, cantidad que se triplica en medio siglo (77.600 vecinos en 1628, según Vázquez de Espinosa) gracias a los aportes migratorios y a un notable crecimiento vegetativo. Tan notable que dos siglos después, hacia 1825, había ya unos cuatro millones de españoles en las Indias (3.276.000 en 1800, según Humboldt , de los cuales unos 200.000 serían europeos), y representaban la quinta parte de la población. Estas mismas cifras (20 por ciento del total al acabar el período) están indicando algo tan obvio como que los españoles y sus descendientes nacidos en América (criollos) no protagonizaron en exclusiva la repoblación de las Indias. Hubo otros dos protagonistas: los negros, desde luego, pero también los propios indios a través del mestizaje .
Si muchos emigrantes escapaban al control fiscal, todos debían viajar en barcos. Así que conociéndose perfectamente -gracias a los trabajos de H. y P. Chaunu- el número, tonelaje y cargamento de las naves que cruzaron el Atlántico entre 1506 y 1650, se puede calcular el volumen total de la emigración sobre la base del número máximo de pasajeros que podían transportar además de las mercancías, víveres y tripulación. Es lo que ha hecho Magnus Mörner, que establece que entre 1506 y 1600 emigraron 242.853 españoles, es decir, unos 2.600 al año como promedio, cifra muy similar a la calculada con otros procedimientos por Peter Boyd-Bowman, que fijó en unos 200.000 el total de emigrantes durante el siglo XVI. Tales cifras, que son las máximas posibles de viajeros considerando las limitaciones de la navegación, representan porcentajes muy pequeños de la población española de entonces. Se trata, por lo demás, de una emigración esencialmente masculina: al principio un diez por ciento de las licencias oficiales se refiere a mujeres. Sólo a partir de mediados del XVI la proporción de mujeres aumenta, llegando a significar la cuarta parte del total. Y la mayoría de ellas, aproximadamente el 60 por ciento, eran andaluzas, como mayoritariamente andaluces eran también los hombres que en Sevilla embarcaban para las Indias en el siglo XVI. La procedencia regional del conjunto de emigrantes, extrapolando los cálculos de Boyd-Bowman sobre casi 55.
000 españoles identificados, indica que más de la tercera parte, el 37 por 100, eran andaluces; los extremeños representaban una sexta parte (16,5 por ciento), mientras que los castellanos (sumados viejos y nuevos) suponían casi el 30 por ciento y los leoneses, el 6 por ciento. Con la única excepción de los vascos (cuyo porcentaje en el siglo XVI alcanza casi el 4 por ciento), la España marítima e insular queda prácticamente fuera de este proceso, que en cambio protagonizará en el siglo XVIII, cuando canarios, gallegos, asturianos, cántabros, vascos, navarros, catalanes, valencianos, baleares, proporcionen los mayores contingentes migratorios. No contamos con estudios globales para la emigración española posterior a 1650, y los datos parciales son contradictorios. En el siglo XVIII las cifras oficiales de la Casa de la Contratación muestran apenas trescientas o cuatrocientas licencias al año; en el otro extremo se situaría la referencia a la salida anual de hasta 14.000 personas contenida en el Nuevo Sistema de Gobierno Económico para la América atribuido a Campillo (1742). Aunque esta apreciación es difícilmente aceptable, es cierto que se incrementa en el siglo XVIII la política migratoria adoptada por la Corona que trata de reforzar las fronteras del Imperio (Nuevo México, Texas, Florida, Río de la Plata, Patagonia) enviando tropas y colonos a zonas estratégicas o desérticas, como las islas del Caribe, el estuario del Río de la Plata, el norte de Nueva España o Florida.
Esta política poblacionista llevará incluso a permitir en ocasiones la instalación de extranjeros, que de todas formas desde el XVI estaban acudiendo a la América española pese a las medidas restrictivas. Al mismo tiempo, el auge comercial del siglo XVIII variará significativamente los lugares de atracción de inmigrantes, que se dirigirán preferentemente a Nueva España y regiones del litoral atlántico como el Río de la Plata, Venezuela o Cuba. Para el conjunto de la Edad Moderna se acepta que emigraron a América menos de medio millón de españoles que, a pesar de su alto índice de reproducción, siguen estando en franca minoría ante los millones de indígenas sobrevivientes a la catástrofe: López de Velasco calcula que hacia 1570 vivían en las Indias 25.000 vecinos españoles, que como mucho serían 150.000 personas, cantidad que se triplica en medio siglo (77.600 vecinos en 1628, según Vázquez de Espinosa) gracias a los aportes migratorios y a un notable crecimiento vegetativo. Tan notable que dos siglos después, hacia 1825, había ya unos cuatro millones de españoles en las Indias (3.276.000 en 1800, según Humboldt , de los cuales unos 200.000 serían europeos), y representaban la quinta parte de la población. Estas mismas cifras (20 por ciento del total al acabar el período) están indicando algo tan obvio como que los españoles y sus descendientes nacidos en América (criollos) no protagonizaron en exclusiva la repoblación de las Indias. Hubo otros dos protagonistas: los negros, desde luego, pero también los propios indios a través del mestizaje .